Trasversales
Agustín Lozano de la Cruz

El ejemplo de las Brigadas internacionales

Revista Trasversales número 14 primavera 2009

Agustín Lozano de la Cruz es escritor. Su obra más reciente es la novela “Guerra ha de haber”, publicada por Tiempo de Cerezas Ediciones



No se descubre nada nuevo si se afirma que existe en nuestra sociedad un gran desconocimiento sobre la Guerra Civil española, a pesar de tratarse del mayor acontecimiento histórico desarrollado en territorio nacional durante los dos últimos siglos. Lamentablemente, no puede decirse que la información fundamental sobre este conflicto armado forme parte de la cultura general de los españoles. Una clara muestra de este desconocimiento se observa en torno a las Brigadas Internacionales. Muy poco se sabe sobre ellas, cuando no se ignora su existencia por completo. 35.000 voluntarios llegados de 53 naciones distintas, en auxilio de la República amenazada por un levantamiento militar, deberían servir de ejemplo de la solidaridad internacional entre los pueblos, y ser recordados de manera constante, en todas las épocas. Pero especialmente ahora, cuando todavía quedan unos pocos supervivientes de aquella hazaña. 35.000 voluntarios llegados de 53 naciones distintas, más los cientos de miles de personas que en todo el mundo participaron en los comités de apoyo a la República. Las cifras bastan para poner de relieve la importancia de la contienda española a nivel internacional: nunca una guerra civil, que no deja de ser a priori un conflicto interno de un país, atrajo tanto las miradas del mundo y resultó tan determinante para los acontecimientos políticos del momento. Los brigadistas acudieron en su mayor parte de Europa y Norteamérica, pero es que entre ellos también había japoneses, neocelandeses, chilenos, filipinos... ¿Qué les impulsó a venir aquí y luchar por un país que ni siquiera conocían? Pongámoslo en palabras de Doris Lessing, en una entrevista a raíz de recibir el Premio Nobel de Literatura en 2007: “Para la gente de mi generación, la Guerra Civil fue tan importante. Fue tan desgarradora, tan difícil, tan imposible de entender el comportamiento de nuestros gobiernos... Quizá ustedes lo hayan olvidado, pero Gran Bretaña y Francia tuvieron un comportamiento deplorable, permitieron que Hitler y Mussolini ayudaran a Franco porque en España había un gobierno de izquierdas. Yo me encontraba con gente que lloraba de rabia y de vergüenza por nuestros gobiernos”. Quizá lo hayamos olvidado, en efecto. Se intuía el estallido de la II Guerra Mundial y los gobiernos británico y francés, en su cobarde política de apaciguamiento hacia Hitler, abandonaron a su suerte a la República española. No lo hicieron así quienes decidieron involucrarse en el amplio movimiento de solidaridad internacional cuya avanzadilla eran los brigadistas: entendieron que el destino del mundo, de las democracias frente al fascismo, empezaba a jugarse en España.

Pongamos el caso, tal vez paradigmático, del apoyo recibido por la República por parte del pueblo norteamericano. Hay en las crónicas un cierto afán por aferrarse a los grandes nombres: Orson Welles y Ernest Hemingway pusieron sus voces al servicio del documental Spanish earth; celebridades como Duke Ellington, Clark Gable, Errol Flynn, Marlène Dietrich o la propia esposa del presidente Roosevelt apoyaron abiertamente a los republicanos españoles, que en Estados Unidos eran denominados loyalists, los “leales” al gobierno legítimamente constituido. Pero más allá de esos grandes nombres hubo innumerables actos para divulgar la tragedia que se estaba viviendo en tierra española, y para organizar el envío de ayuda humanitaria a la Península. Manifestaciones en Washington o Nueva York demandando la intervención del gobierno de los Estados Unidos en auxilio del nuestro; o la creación de comités como el Cultural Front, alianza sin precedentes entre intelectuales comunistas, socialistas y liberales que, como Doris Lessing, vieron en la Guerra Civil la causa que definía a su generación. De esa movilización ciudadana salió el mayor contingente de brigadistas fuera de Europa: unos 2.300 voluntarios que se agruparon en la brigada Lincoln, y la bautizaron así porque Abraham Lincoln defendió a su país ante una sublevación interna, como los brigadistas norteamericanos defendieron al gobierno republicano de una rebelión militar. Uno de ellos, Oliver Law, fallecido durante la batalla de Brunete, fue el primer oficial afroamericano de la historia, al mando de compatriotas blancos como jefe del batallón George Washington. Sin embargo, los brigadistas negros que combatieron luego en la II Guerra Mundial volvieron a sufrir la segregación racial imperante. En la tumba de otro voluntario estadounidense, Ben Leider, caído en 1937, puede leerse: “American hero died fighting for democracy” (“héroe americano muerto luchando por la democracia”). Los miembros de las Brigadas Internacionales fueron pioneros en diversos sentidos, y al regresar a sus países de origen se convirtieron en los primeros en ser conscientes de que la lucha contra las injusticias no había hecho más que comenzar. Para colmo, en muchos casos fueron perseguidos por participar en la contienda, y sólo en las últimas décadas se está reconociendo finalmente el valor de su empeño generoso.

Hoy en día asistimos también a importantes movilizaciones en apoyo de pueblos en conflicto, o azotados por una catástrofe de origen no bélico, que reciben la ayuda extranjera de muchas formas: mediante el envío de alimentos y medicinas, a través de actos que divulgan el sufrimiento que padecen, etc. Los tiempos han cambiado y apenas nadie parece dispuesto a combatir por causa alguna, y menos ajena. Pero sí hay quienes arriesgan la vida con el propósito de denunciar las grandes injusticias del mundo. Ese fue el caso del grupo de activistas españoles que decidieron viajar a Bagdad en 2003 durante la guerra de Irak, y permanecer allí como testigos de la invasión. Se dieron el nombre de Brigada Mohammad Belaidi, en honor a un argelino que luchó en España durante la Guerra Civil, reclutado por el escritor André Malraux para su escuadrilla aérea. Tal es el espíritu solidario que continúan simbolizando las Brigadas Internacionales, válido para cualquier empresa que movilice a voluntarios a acudir en auxilio de los demás. Por qué no transmitir su ejemplo en las escuelas, en las universidades. De alguna manera, cada vez que haya necesidad de aunar voluntades para acudir en auxilio de los demás, sobre todo si la tragedia tiene lugar lejos de nosotros, deberíamos invocar el recuerdo de aquellos voluntarios de la libertad que fueron a luchar contra el fascismo a un país que no era el suyo.

Todo ese esfuerzo altruista, testigo irrefutable de la nobleza humana que cantó Cernuda, no puede más que ser ensalzado hoy, siete décadas después (su poema de título “1936” fue escrito precisamente tras encontrarse el poeta, en 1961 y en la ciudad de San Francisco, con un antiguo soldado de la brigada Lincoln). A ello se dedica, junto con otras organizaciones, la Asociación de Amigos de las Brigadas Internacionales (AABI). Este colectivo promueve el recuerdo de los brigadistas a través de las marchas memoriales en torno a las batallas de Jarama y Brunete (en febrero y julio de cada año, respectivamente), donde más destacada fue la participación en combate de las Brigadas Internacionales. La AABI se encarga también de mantener el contacto con los brigadistas y sus familiares, y de la creación de un fondo documental en colaboración con el Archivo Provincial de Albacete.

Quien mejor puede representar la generosidad y la perseverancia de las Brigadas Internacionales es Bob Doyle, hasta hace poco el último de los brigadistas irlandeses. Falleció el pasado enero, pocos días antes de cumplir 93 años y de acudir, como siempre en esas fechas, a la conmemoración en Madrid de la batalla del Jarama. Su figura de incansable luchador por la libertad ya no está con nosotros, como lo estuvo en su última visita a España, en octubre de 2008 con motivo del homenaje en Barcelona en el 75 aniversario de la despedida a las Brigadas Internacionales. Su funeral en Dublín congregó a centenares de personas por la vía principal de la capital, O’Connell Street, y la repercusión fue tal que mereció la cobertura de la televisión nacional irlandesa. Aquí, en el Estado cuya democracia vino a defender, no tuvo más recuerdo que un obituario en El País y el protagonismo en ausencia de los actos sobre la batalla del Jarama organizados por la AABI. También en Irlanda, en los acantilados de Dooga, hay una placa que recuerda a otro brigadista, Thomas Patten. A él se atribuye la siguiente frase: “La bala que me alcance a mí, no matará a un español”.



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