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Consejo editorial de Trasversales

Unión Europea: en crisis ante la crisis

Revista Trasversales número 14 primavera 2009



En sus Estados miembros, la UE y la zona euro han amortiguado los efectos de la crisis económica global, pero de forma limitada por el declive político del proyecto europeo. Tras años de lento avance hacia un espacio económico y político europeo, el fracaso del tratado constitucional y un pronunciado sesgo derechista, antieuropeísta y xenófobo han precipitado una decadencia que restringe las opciones de transformación social.

El bloqueo en las normas de Niza estrecha el margen de maniobra para afrontar la crisis, en una UE que carece de la capacidad política de actuación que tiene Estados Unidos. Los Estados europeos no pueden ni quieren adoptar medidas de la talla precisa para paliar la crisis de forma constructiva y proteger a quienes pasarán mayores dificultades. Medidas como la emisión de bonos para financiar proyectos de futuro no supeditados a las decisiones del capital y orientados hacia la acción contra el cambio climático, las energías alternativas, la educación y formación permanentes, la promoción del conocimiento, la investigación, los servicios de atención a personas, etc. Urge la creación de un Ministerio de Hacienda europeo o, al menos, de un Tesoro Común de la zona euro que pueda hacerlo.

Bajo la batuta de Sarkozy, los gobiernos se conjuraron para devaluar, en el sentido pedido por Londres y Varsovia, los despojos del tratado constitucional rechazado en Francia y Holanda. La nueva versión sigue paralizada por Dublín y Praga, en espera de nuevas cesiones a la derecha antieuropeísta. Los gobiernos nacionales acordaron directivas vergonzosas como la de retorno o la de las 60/65 horas. Lo que pasa en Italia es la más brutal expresión de un rumbo hacia lo peor, pero los "pequeños pasos" xenófobos de casi todos los gobiernos, incluido el nuestro, también tienen efectos devastadores.

Estas derivas reaccionarias se podrían parar con una fuerte reacción social, pero, pese al cabreo generalizado y a algunas movilizaciones intensas, las acciones y alternativas surgidas desde la izquierda se han replegado hacia "la nación", creyendo que así es más fácil defenderse que a escala europea. Si los de arriba no quieren Europa, tampoco se interesesan en ella l@s de abajo, salvo un puñado de activistas "excéntricos". Quizá el mayor de los problemas sea la creciente xenofobia. La movilización más combativa habida en el Reino Unido desde 1985 fue presidida por un lema reaccionario: "empleos británicos para trabajadores británicos". Vía sin salida.

La crisis global puede ahondar el declive, pero también podría ofrecer oportunidades inauditas que se perderán sin una estrategia europea y europeísta. Para derrotar las directivas de retorno o de las 60/65 horas hace falta una política europea. Como ciudadanos españoles no logramos que nuestro Gobierno votase en el Consejo Europeo contra la directiva sobre tiempo de trabajo, pero como ciudadanos de la UE sí logramos que el Parlamento Europeo la rechazase. Lección a aprender.

"Europa debe convertirse en el espacio político de referencia elemental en el marco de un proyecto político articulado en torno a un proceso de democratización radical de las instituciones europeas", dice Carlos Prieto del Campo. El proyecto europeo abrió el horizonte para la creación de  un posible y deseable espacio político social e institucional transnacional. Sin espacio político europeo para conflictos y alianzas, para luchas e instituciones, no podremos afrontar retos decisivos que no tienen solución positiva en marcos nacionales. Sin espacios políticos transnacionales, los capitalistas sin fronteras tienen la sartén por el mango.

Esta necesidad estratégica aconseja que las próximas elecciones europeas se tomen como ocasión para reavivar el debate social, propiciar reagrupamientos y superar desencuentros.

Por nuevas herramientas políticas y económicas de acción europea. Además de un Tesoro Europeo y una acción coordinada contra la crisis, que la UE no debería dejar sólo en manos del FMI, urge desbloquear las herramientas previstas en la Constitución Europea que más útiles nos podrían ser, como la capacidad del Europarlamento para proponer reformas a los tratados; las iniciativas legislativas ciudadanas con un millón de firmas; la ampliación de las competencias del Parlamento europeo o la elección democrática y politizada de una presidencia no rotatoria de la UE.

Por una ciudadanía europea incluyente: por el derecho a tener derechos y por el derecho a la política de quienes aquí viven, en línea con las acciones por el derecho a voto de la población inmigrante, contra la directiva de retorno, contra las redadas selectivas, contra los centros de internamiento y en defensa de la hospitalidad. No cejemos en ello y démosle dimensión europea. Racismo y antieuropeísmo van de la mano: la agresión más feroz llevada a cabo en la UE contra un colectivo inmigrante ha tenido como objetivo a ciudadanos de Rumanía, Estado miembro.

El 7 de junio votaremos contra la derecha, pues, aunque diferimos mucho de los proyectos europeos propuestos en España por nuestras diversas izquierdas, la principal utilidad del voto en las democracias parlamentarias es evitar lo peor para poder trabajar desde abajo por cosas mejores. Votaremos contra la sarkoberlusconización de Europa, cada cual a aquella candidatura que menos le incomode. No nos une la sigla de una papeleta, sino la apuesta por la creación de un espacio político europeo y por la emancipación de toda dominación.

Las condiciones de lo que, para entendernos, llamaremos “izquierdas europeas” son deplorables. Pero ese problema no se podrá resolver fuera del esfuerzo de creación de estrategias, proyectos y movimientos de ámbito europeo. Pretender “barrer” primero cada casa y luego crear una Europa sin conflictos no lleva a nada.  Necesitamos de Europa como escenario para los venideros conflictos sociales y políticos. Por eso queremos la Unión. No como punto de llegada, sino como punto de partida.



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