Trasversales
José Luis Redondo

La izquierda frente a la crisis

Revista Trasversales número 14,  primavera 2009

Textos del autor
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Se multiplican los análisis del capitalismo de casino que nos ha llevado a la crisis actual y de la ideología neoliberal que ha arrastrado al mundo a la adoración del mercado. Sin embargo, apenas se formulan propuestas que tengan que ver con la salida de la crisis. Los que han apoyado un mínimo de intervención sobre el mercado se han convertido en adalides de la compra de bancos por el Estado, del apoyo público a sectores como el del automóvil. ¿Tienen las fuerzas progresistas alguna propuesta?
Están por una parte los que desde la tradición socialdemócrata propugnan aumentar los controles sobre el mercado, controles desde los bancos centrales de los Estados y desde los organismos internacionales, el FMI y el Banco Mundial. Ésta sería su propuesta principal, porque la intervención o la nacionalización de bancos en crisis se haría para sanearlos y devolverlos después al mercado. Además aparecen reacciones proteccionistas que miran hacia un pasado imposible en una economía globalizada.
Por otra parte, en la tradición “comunista” se habla de la nacionalización de la banca, viejo eslogan, en extraña sintonía con Greespan, el anterior director de la Reserva Federal de EEUU. Es obvio que en algunos países esta nacionalización sería barata, porque lo que pasaría al Estado serían las pérdidas que tendría que afrontar. La crisis mayor del capitalismo desde la de 1929 se merece propuestas de mayor alcance.

Se puede discutir si el sistema ha entrado en contradicción y sus tensiones internas pueden llevarle a su desaparición, o si por el contrario después de un periodo de recesión y parálisis la incorporación de nuevas tecnologías supondrían un aumento de la productividad y de la tasa de ganancia. Tras la crisis del 29, la única semejante en profundidad a la actual, se produjo la terrible destrucción de capital y de personas que supuso la Segunda Guerra Mundial. Puede pensarse que si no se consolidan propuestas positivas, se producirán deterioros graves para las condiciones de vida de la mayor parte de la población. No sería extraño que se produjeran desarrollos autoritarios en alguno de los países democráticos.
Si no es probable que el capitalismo como sistema global vaya a desaparecer, sí se puede intentar salir de la crisis abriendo camino hacia “otro mundo posible”, incluso hacia otra civilización. Obviamente se trataría de avanzar un trecho por otra vía. No se trata tanto de dar desde la izquierda recetas adecuadas para la salida de la crisis, sino de plantear metas para poder luchar por un cambio más profundo.
Algunas, para el corto plazo, ya han sido formuladas: mayor regulación de los sistemas financieros nacionales e internacionales, supresión de los paraísos fiscales que existen incluso dentro de la UE, mayor control de los productos financieros, de las agencias de valoración y de todos los intermediarios, de las condiciones de los préstamos, de los sectores especulativos como la construcción en España, coordinación de los sistemas fiscales y de la gestión económica en la UE, apoyo a los parados y a la economía real, apoyo público a inversiones en sectores con futuro como las energías renovables o la biotecnología (puede decirse que el gobierno de Obama es pionero en esta línea).

Sin embargo, otras propuestas deberían darse en torno a otras crisis de más largo alcance que se están dando entrelazadas con la financiera.
En primer lugar la crisis alimentaria, que ha aumentado las muertes y enfermedades en los países que están sumidos en la pobreza. Las subidas y los posteriores descensos del precio de los alimentos están relacionadas con los aumentos de la demanda y cambios de los hábitos alimenticios hacia el consumo de proteínas animales en países como China e India, con los abandonos de cultivos dirigidos a la alimentación para producir biocombustibles, con la supresión de cultivos dirigidos al mercado local para centrarse en el mercado mundial, con la protección de sus productos agrícolas por la UE y EEUU, y, para aumentar la irracionalidad, con la especulación en las bolsas de alimentos. Todos estos factores inciden en los precios de los alimentos, pero la tendencia es hacia el aumento del hambre en las zonas que ya la sufrían, especialmente África, sea por ausencia de cosechas locales, sea por aumento de los precios en el mercado internacional. El aumento de la población mundial no es fácil que sea acompañado por un aumento semejante de los alimentos y de su adecuada distribución.
Un observador extraterrestre se mostraría confundido por las prioridades que manifestamos en la Tierra. ¿No debería de ser la alimentación y la salud para toda la humanidad la primera de nuestras prioridades? El deterioro de las condiciones de vida en países africanos y asiáticos producirá una cadena de consecuencias, aumento de la mortalidad, inestabilidad social en estos países, emigraciones hacia el primer mundo por un efecto de huida. No cabe solucionar la oferta alimenticia a través de donaciones de la ONU o del primer mundo, ni tampoco cabe esperar la solución a través de nuevas técnicas agrícolas, como las biotecnológicas. No hay solución de fondo sin cambios en la agricultura y en el mercado mundial. Este es un asunto que debería abordar la izquierda: ¿qué hacer con la producción agrícola del primer mundo? ¿cómo mantener en la Organización del Comercio Mundial la protección de los productos agrícolas del primer mundo y la libre circulación de los industriales?

En segundo lugar debería abordarse la crisis energética. Los combustibles fósiles suponían, en 2004, un 79,4% de la energía primaria consumida, el petróleo el 34,9%. El consumo de energía es básico para cualquier tipo de civilización, pero lo que caracteriza a la nuestra es un consumo cada vez más alto; en realidad se registra un crecimiento exponencial que es incompatible con unos recursos limitados.
Dentro de los combustibles fósiles el petróleo es el más importante y sus derivados alimentan el transporte en su totalidad. Es también el petróleo el combustible que parece cercano a su pico de producción según casi todos los analistas, es decir, que cada vez se tendrá menor producción mientras continúa acentuándose la demanda. No se trata de que el petróleo vaya a desaparecer de repente, sino que a medida que desciende la producción el precio subirá, los yacimientos serán cada vez más costosos de explotar y en consecuencia será cada vez más difícil que haya sangre para alimentar el sistema.
Las mercancías basadas en un precio bajo del transporte, la movilidad basada en el coche privado y en el avión, las ciudades extensas, la calefacción y refrigeración generalizada, son algunas de las bases que han mantenido la civilización de los países desarrollados y que ya no se pueden generalizar a la población mundial. En el futuro no parece que puedan mantenerse, ni aún para los que actualmente usamos mucha energía y muy barata.

En los últimos años ha aumentado el consumo de gas, pero éste es un recurso semejante al del petróleo cuya duración va a depender de su consumo. El petróleo no es fácil de sustituir, no existe actualmente ninguna alternativa a su utilización en el transporte.
En la producción de energía eléctrica se habla de la nuclear y de las renovables como alternativa. De hecho se está relanzando la energía nuclear, el lobby de las centrales está apoyándola, para el proceso de transición hacia otro modelo energético. Sin embargo, para que pueda ser alternativa real se necesitarían miles de centrales (El espejismo nuclear. M. Coderch y N. Almiron) y nadie con dos dedos de frente se plantea esta opción. Además se sabe que la rentabilidad de estas centrales no es real y sólo se hace posible con el apoyo del Estado al precio del Kw.h y a la amortización de los activos. El problema más grande de esta energía es el daño que puede producir un accidente, pero sobre todo el que no se sabe qué hacer con los residuos radiactivos peligrosos durante miles de años. Además nadie parece tener en cuenta que el uranio se agotaría pronto si se usa masivamente.
Los combustibles fósiles no sólo irán agotándose, sino que suponen un grave peligro. Estos combustibles dan al quemarse dióxido de carbono y otros gases de efecto invernadero. El aumento de la temperatura media de la atmósfera que producen estos gases ha intentado negarse por el lobby petrolífero y el gobierno de Bush. Parece que con Obama se van a aceptar en EEUU, el mayor productor, las medidas de contención del tratado de Kioto. Estas medidas y las que puedan implantarse en el futuro sólo van a disminuir la subida de la temperatura. Desgraciadamente todos los datos científicos muestran un deshielo más rápido de los casquetes polares y por lo tanto una subida del nivel del mar. Los desastres que puede producir el cambio climático en poblaciones litorales o la variación del régimen de lluvias y sequías, afectarán a la población mundial pero sobre todo a los habitantes depauperados de África y Asia.
De nuevo en este asunto se quieren poner parches, buscando enterrar los gases de efecto invernadero en vez de disminuir su producción.
Las energías renovables son las únicas que pueden sustituir parcialmente al petróleo, pero parece imposible que den respuesta al consumo actual, sobre todo en el transporte. Debe señalarse que una energía distribuida como la solar, en vez de ser utilizada ligada a edificios y pequeños centros, se intenta concentrar a través de los huertos solares. Una tecnología que se dirige hacia otras formas de localización habitacional se fuerza para adaptarla a la estructura actual, lo que tiene de revolucionario se intenta utilizar al servicio del derroche.
No parece que ni la crisis alimentaria ni la de la energía estén entre los problemas urgentes abordados por las fuerzas políticas de izquierda. Son preocupaciones de los movimientos sociales, campesinos y ecologistas, de las ONG, pero sólo en tono menor de dirigentes políticos o partidos de los países democráticos.
Si la humanidad quiere procurarse un futuro viable y no dar lugar a la guerra de todos contra todos tendrán que tomarse medidas ya. La crisis actual debería servir para proponer actuaciones que se dirijan hacia otro modelo cultural y civilizatorio. No se trata de utopías sino de dar los primeros pasos para avanzar en otra dirección.
¿Cuál es esta dirección? ¿hacia dónde dirigirse? Un mínimo de análisis racional pone de relieve que el consumo desbocado y la distribución desigual de los bienes están en la raíz de las crisis y del desorden mundial. Es el capitalismo de consumo.
La multiplicación y obsolescencia de los objetos, innecesarios en su mayor parte, llevan al agotamiento de las fuentes de energía y de materiales básicos, al deterioro del medio ambiente, con la ayuda de los medios de comunicación para el aumento irracional del consumo. Es una civilización que mide la riqueza por el aumento del PIB y para la que el estancamiento de la economía se convierte en un desastre. Es verdad que parar parcialmente la máquina supone cierre de empresas, despidos, paro y pobreza. También es verdad que el crecimiento sin límites, en un mundo de recursos limitados, nos lleva al desastre. ¿No puede pensarse en parar o en hacer decrecer el PIB y en reorganizar la producción y los recursos? Menor número de mercancías supone menor número de horas trabajadas, pero sólo causará más parados si no se distribuye el trabajo. Menor circulación mundial de mercancías supone disminución del transporte pero mayor aumento de la producción y de las mercancías locales. Mayor equilibrio en la distribución de la riqueza supone menor lujo pero también menor número de muertos de enfermedades y de hambre.
Una transformación que, más que utópica, es necesaria, y nos lleva a un discurso muy diferente al actualmente vigente. No se trata de consumir más para que la máquina del Capital vuelva a funcionar de igual forma, se trata de cambiar las necesidades. Se trata de resolver las necesidades básicas de la población que no las tiene cubiertas, al tiempo que los habitantes de los países ricos crecen en lo cualitativo aunque tengan que decrecer en lo material. Puede tenerse más educación, mayores disfrutes culturales y de ocio, más tiempo para las relaciones sociales, aunque se posean menor número de objetos. Las necesidades cambian con la situación social y por lo tanto éste es un proceso retroactivo.
Hay que empezar a cambiar ya y la crisis puede servir para poner las primeras piedras del nuevo edificio. Los cambios necesarios, los cambio urgentes, tienen que llevarse a cabo desde la presión de la mayoría. Hay que cambiar las convicciones, la mayoría de la población debe percibir lo que es necesario para el presente y sobre todo para el futuro.
Un impulso de cambio, que debe conseguirse con la participación democrática, las acciones transversales, las nuevas formas de organización y acción a través de Internet y de las nuevas tecnologías. Las propuestas son diversas porque lo son los problemas, hoy día no es posible la centralización y las síntesis que pretenden los partidos políticos. Es la presión de una opinión mayoritaria la que puede actuar por muy distintos caminos, pero es urgente dar los primeros pasos para salir de la crisis de civilización que nos está afectando.
Las izquierdas deberían utilizar esta crisis para dar otros mensajes, porque los que están dando son semejantes a los de aquellos que han llevado al sistema a este desastre. Es decir, volver de nuevo a la miseria de lo mismo.

Marzo de 2009





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