Trasversales
Miquel Monserrat

Las brujas y el anticristo

Revista Trasversales número 15,  verano 2009

Textos del autor
en Trasversales


"Una legión de esposas maltratadas y de amantes apaleadas, de mujeres maltrechas y de niños desdichados podría haberle dicho que se equivocaba, que existe una pertinaz ceguera en la idea de que una persona puede redimir a otra. La gente debe redimirse a sí misma, pero algunos no desean la redención, o no la reconocen cuando ésta arroja su luz sobre ellos"

Charlie Parker, personaje de "El poder de las tinieblas", John Connolly, Maxi/Tusquets, Barcelona, 2008



Amiga lectora, amigo lector, si no has visto esta película y no te gusta saber lo que "ocurre" en ellas antes de verlas, aconsejo que no sigas adelante y te vayas a ver Antichrist. Lo que quiero decir sobre esta obra no admite demasiados circunloquios.

Además de la más bella, desgarradora y pudorosa representación fílmica de la muerte violenta, aunque accidental, de un niño, Antichrist contiene una de las más salvajes, feroces, malvadas y terribles escenas criminales de la historia del cine: un estrangulamiento. Muchos condenan esta película por morbosa, sádica, masoquista, violenta o misógina, y se ceban en los actos de Ella, ya sea su automutilación o el argollamiento salvaje, desmesurado y enloquecido, de estética daliniana, mientras pasan por alto la esencial escena del frío y "racionalista" estrangulamiento. Más aún, tuve la impresión de que a algunos esa larga secuencia les devolvía el sosiego y poco les faltaba para aplaudir la oportuna llegada salvadora del séptimo de caballería. "Muerta la perra se acabó la rabia"; y, en efecto, tras el estrangulamiento parece volver "la tranquilidad" y la armonía (aparente) entre el hombre y el bosque, rota en la escena final de la película, tal vez el más bello homenaje cinematográfico nunca hecho a la multitud de mujeres torturadas y exterminadas a lo largo de la historia de la humanidad, equiparable, aunque con estilos muy diferentes, a lo que en el ámbito literario representa "La parte de los crímenes" en el libro 2666 de Roberto Bolaño. En esa escena estremecedora, a mi entender esencial, se alzan las víctimas del ginocidio, pero no sólo como víctimas, sino también como potencia ilimitada, como "brujas", es decir, como mujeres con poderes.

En cierto sentido, Antichrist es una película de terror clásico, que reflexiona sobre el abismo radical sobre el que se balancea toda vida, sobre la tensión con una naturaleza a la que sin embargo pertenecemos, sobre los hombres y las mujeres, etcétera. En el "género" de terror es habitual que haya una o varias potenciales víctimas y un "monstruo" o amenaza, persona, bestia o demonio. Habitualmente el monstruo es derrotado, tras haber causado un montón de víctimas, aunque suele quedar vivo y coleando el personaje principal. Pero en algunas triunfa "el mal", como tantas veces ocurre en la vida... y en esta película.

Situar una obra de Lars von Trier dentro de tipos y subtipos genéricos, es, en cierto modo imposible. Pero pueden hacerse analogías parciales, aunque las dificultades son grandes. Trier nunca dice en sus películas qué es lo que hay que pensar. Digo que no lo dice, no que lo oculte. No hace cine de "vísceras", sino de "piel", cuyo sentido es la posibilidad de crear sentido a partir de él. Además, en Trier las relaciones entre "el bien" y "el mal" son muy complejas; siendo su cine esencialmente ético, no banaliza el mal ni predica la indeferencia: existe "lo malo", pero no es fácil catalogar a las personas en "buenas" y "malas". Antichrist está abierta a innumerables lecturas, siendo ambos personajes víctimas y verdugos, locos y cuerdos, pero no en igual grado y cualidad.

El cine de Trier no puede verse desde la neutralidad. No te dice qué partido debes tomar, pero tampoco permite que no tomes partido. Sería una banalidad decir que Trier se "lava las manos" y pide que nos las manchemos. Por el contrario, el compromiso de Lars von Trier es radical, extremo, cómo si en cada película le fuese la vida. Pero la función del arte no es transmitirnos el compromiso del autor, sino comprometernos de una manera que sólo puede ser propia, salvo que nuestra relación con la "obra cultural" sea meramente la de especta(cula)dores.

Es un cine al que repugna un mundo en blancos y negros, pero también un mundo en gris uniforme. Antimaniqueo pero beligerante. Nos contagia beligerancia, pero es nuestra beligerancia, no la suya. Recuperando la analogía parcial que antes he hecho sobre los finales del cine de terror, y con todos los matices ya citados, en Antichrist "la bestia" queda suelta. Él, y no Ella, es la bestia y verlo así es mi beligerancia; quizá lo vea así porque en Él he reconocido a mi propia bestia, aunque por ahora esté más o menos domada.

Él está poseído de una soberbia sin límites, paralela a una desmesurada sacralización de "la lógica". Él es el Poder. Él es el Saber. Él es Rey, Sacerdote y Curandero. Él es Mago, y por tanto odia y teme a las brujas. Él conoce lo que Ella necesita. Él maneja los hilos, como nos decía "Béla Lugosi" (Martin Landau) en Ed Wood.

Ella está loca, claro, aunque Él oiga hablar a los animales sin dudar de su cordura. Ella escucha, en su interior, la voz de todos los seres que van a morir, única fuente de bondad y compasión que tenemos los seres humanos pero que puede desquiciarnos si no somos capaces de dar sintonización adecuada a la universal oración de la vida condenada sin remedio a la masacre: por eso, porque oye desintonizada esa voz terrible y amorosa, Ella teme a la naturaleza, por mucho que Él se empeñe en convencerla de que ella es Naturaleza y él Lógica. Ella ha vivido la angustia y el sentimiento de culpa de una maternidad que asume pero duele; Ella se juzga "mala madre" y se culpa de la muerte accidental de su hijo; Ella se había volcado a estudiar el feminicidio a lo largo de la historia, pero, descalificada como "simplista" por Él, cuando descubre que no sólo existe la "caza de brujas" sino que también han existido siempre las brujas no logra reconocer la buena nueva liberadora y se pierde y asusta. Ella es culpable por estar follando mientras su hijo se precipitaba a la muerte y Ella es culpable por querer expulsar su dolor follando. Ella, como tantas mujeres, es poderosa, muy superior a Él, pero en su caso lo ignora o, más bien, acalla ese saber y pierde la oportunidad de hacerse Bruja.

Él quiere "salvarla". Incapaz de ayudarla como amigo y amante, desde el amor o el cariño, se impone -e impone- salvarla como terapeuta, profesión que ejerce aunque sin titulación. Sabe y comparte que eso lo prohíbe las reglas de su profesión, pero él, Dios, se autoexcluye, como poder soberano al que está permitido violar las reglas. ¿Salvarla, de qué? De la brujería, de ella misma y contra ella. No le corresponde a Ella elegir su cielo o su infierno. Le toca a Él. Fracasado como domesticador, finalmente el estrangulamiento se muestra como la única y mejor manera de lograrlo, en un acto maquínico en el que, en ausencia de guillotina o silla eléctrica, las manos, sin pasión, toman el lugar del aparato ejecutor.

En la película hay un punto de inflexión de grandes consecuencias. Ella se cura. Es decir, Ella dice que está curada, que quiere jugar, amar, reír. Se la ve feliz, contenta, sin miedo. ¿Pero quién es ella para decir que se ha curado? ¿Quién es ella para frustar la tarea del héroe? ¿Quién para decidir cuál es el estado de "salud" a alcanzar? La brutalidad de la violencia simbólica con la que entonces es llamada al orden, a "la cura", el cinismo del juego planteado por el Poder ("juguemos un rato a cambiar los papeles, juguemos a que tú eres la Lógica y yo la Naturaleza", dice el hombre), contiene ya en gérmenes todo lo que ocurrirá después, tanto, en Ella, el estallido de violencia sagrada, delirante, surreal, pre-política, con la que más que liberarse de Él busca atarse a Él "atándole", lo que la lleva a su destrucción, como el retorno del orden mediante la violencia instituida, calculada, fría, política, esto es, la pena de muerte.

Y, sin embargo, la naturaleza de la Lógica no es inmune a la lógica de la Naturaleza. No hay zoe (nuda vida) y bios (vida política, social), la exclusión crea la diferencia y marca a Ella como zoe y a Él como bios. Durante el "juego terapeútico" de intercambio de papeles, Él dice "quiero matarte". Juego de espejos: ¿quién dice qué? ¿Dice él que ella quiere matarle, o que debe querer matarle, o, en ese momento en que el Poder se convierte en "nudo Poder", sin reglas, esta proclamando que es él quien quiere matarla a ella, como hará? ¿Anuncio o incitación? Juego, en todo caso, del Poder, que vence.

Pero las Brujas existen, cada vez son más y siguen hozando, las vivas y las muertas a través del recuerdo de las vivas. Por eso los Magos tienen miedo.


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