Trasversales
Beatriz Gimeno

Feo cuento de Navidad

Revista Trasversales número 16, diciembre 2009

Textos de la autora
en Trasversales

Artículo  publicado originalmente en El Plural, bajo licencia Creative Commons



Más allá de los grandes temas políticos de siempre, esta semana me ha llamado la atención una noticia aparentemente pequeña. El domingo un joven encontró un bebé abandonado en un portal y llamó al Samur. De la noticia, varias cosas llaman poderosamente mi atención. En primer lugar la redacción de la nota periodística induce a considerar al joven que encontró al recién nacido un héroe: “Ella (la novia del chico) está muy orgullosa de su héroe. Es la que le insiste para que se deje hacer una foto. "Has hecho algo muy bueno, esto se tiene que saber", le dice”, se lee en la noticia. Me parece bien que la chica en cuestión esté muy orgullosa de su chico, pero me parece excesivo que la redactora utilice la palabra “héroe” y me parece que es la redacción de la noticia la que induce a considerar al chico bajo esa luz.

Si llamar al Samur porque se ha encontrado a un bebé abandonado es propio de un héroe, pues no me extraña nada que algunos héroes, fabricados por la prensa, después nos salgan ranas. Me parece peligrosa esa necesidad de la prensa, de toda ella, de espectacularizar cualquier noticia y cualquier comportamiento simplemente normal. La noticia (en este caso mala, pero llamativa) hubiese sido que una persona hubiese encontrado a un recién nacido abandonado y hubiese pasado de largo; eso sí hubiese sido digno de un titular. Lo contrario es lo que hubiese hecho, y sin esfuerzo, prácticamente todo el mundo.

Pero después, el joven que ha llamado al Samur, envalentonado con su propio comportamiento y animado seguramente por su novia y por la reportera que le ha hecho héroe declara: “Ojalá encuentren a la madre y vaya a la cárcel, hay que ser muy mala persona para hacer eso". Ya. Pues yo pienso que hay que ser muy mala persona para pensar eso. Hay que ser muy mala persona para querer meter en la cárcel a una mujer que ha pasado por un embarazo que no ha sabido o no ha podido evitar y que, seguramente, ha ocultado a todos, aunque ella lo ha sentido mes a mes; que después ha dado a luz sola, sin ninguna ayuda médica, sola con su miedo y con su desesperación; y que finalmente se ha sentido tan sola y tan desvalida, tan inerme ante las circunstancias, con tan poco control sobre su vida que ha tenido que abandonar a su hijo en un portal. Hay que ser muy mala persona para no ver que en esta historia hay dos víctimas y no sólo una, y que de las dos, la mujer tiene, seguramente, peor futuro que el niño que será adoptado por una familia que le querrá. Hay que ser mala persona para querer que esa mujer acabe en la cárcel y para no sentir absolutamente ninguna empatía por su realidad.

Lo que me preocupa de esta historia son dos cosas: la facilidad con que fabricamos héroes de pacotilla y la necesidad de que éstos tengan que existir para poder vender las historias más banales. En segundo lugar me preocupa la tendencia –favorecida por la discusión sobre el aborto- a que los embriones, fetos o niños recién nacidos invisibilicen a las mujeres, a las madres, cuyas necesidades o circunstancias vitales son progresivamente eclipsadas no por los bebés en sí o por los embriones, sino por la representación ficticia e interesada que ciertos sectores sociales han impuesto de los mismos. Así las mujeres, de nuevo, al quedar embarazadas dejamos de ser seres humanos para ser solamente madres, sometidas al dictado de nuestros úteros y de la ideología que sobre la reproducción están imponiendo algunos sectores sociales.

En fin, me gustaría que esta historia acabara bien. Que ese niño crezca feliz junto a alguien que lo quiera mucho y que esa mujer consiga reconciliarse consigo misma y construirse un mejor futuro en el que no tenga cabida una situación como la que le ha llevado a parir sola y a abandonar a su hijo. Y a todos los que me leéis os deseo un buen 2010.



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