Trasversales
José M. Roca

Sigue la fiesta... nacional

Revista Trasversales número 16,  diciembre 2009

Textos del autor
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A poco que se rasque, brota de una u otra manera la España eterna. La que ahora asoma es la que explica su historia en el Cossío; la España goyesca, la de Pepehillo, Pedro Romero y Costillares, la de Marcial Lalanda, Chicuelo y Belmonte; la de  Manolete, Bienvenida y Dominguín; del Viti y de Mondeño, que se hizo fraile; la del arte grotesco del Platanito, que pedía una oportunidad (perdida) cuando el toreo se convirtió en un soporte importante del turismo de masas con Manuel Benítez, El Cordobés, que tenía escaso arte y poca técnica, pero mucha hambre. Y eso es hoy la fiesta nacional: una actividad que permite a algunos salir de la pobreza y, sobre todo, una extensa industria, que, a pesar de los buenos espadas -José Tomás tiene cientos de seguidores catalanes-, según muchos aficionados vende productos adulterados; se quejan de que sobra la pasta y falta la casta.

En Barcelona, que no hace tanto tiempo tenía dos plazas de toros y la sombra de Balañá, en el Parlament se discute si se acepta una iniciativa legislativa popular para suprimir las corridas de toros en Cataluña. La propuesta parte de grupos ecologistas, y especialmente de los animalistas, y cuenta con el apoyo claro de ERC y de Iniciativa per Catalunya, con el apoyo emboscado de Convergencia Democrática y de una parte del PSC, y con la rotunda oposición del PP y de Ciutadans.

Pero albergo la sospecha de que detrás de la presentación de esa iniciativa legislativa lo que se plantea no es un debate sobre la relación de los humanos con los animales, ni sobre la posible ética de las bestias, ni sobre el maltrato a los animales (a todos, no sólo a los toros bravos), sino la utilización por los nacionalistas de la causa de la protección de los animales. No se trata de discutir si se acaba con una industria al prohibir matar animales públicamente en un festejo, pues de las vacas y las terneras sacrificadas sin fiesta para alimento humano nadie habla, ni de los millones de cerdos y corderos con un destino similar, sino de prescindir de una fiesta considerada española en la que se matan toros de lidia, porque no conviene como una seña de la identidad catalana, que se prefiere asociar a la producción de fuet y de butifarra y a las galletas de Camprodón. Lo que la alianza de la izquierda y los nacionalistas pretende es marcar otra diferencia con el resto de España, que se percibe como antigua, tradicional y brutal en el trato con los animales, frente a una Cataluña cultivada y postmoderna.

Lo que está en el fondo de la propuesta es otro paso es la construcción de la nación que los nacionalistas tienen en la cabeza, plasmada en la búsqueda de diferencias que permiten hablar de un cuerpo social, y sobre todo electoral, distinto, cuyos intereses y aspiraciones los nacionalistas se proponen administrar en exclusiva como si fuera su masía.

Lo que no se entiende muy bien es qué pinta ahí la izquierda, entretenida en ese folclore como si no tuviera otras cosas que ofrecer (que a lo mejor no las tiene).


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