Trasversales
Luca Casarini

¡Viva la revolución iraní!

Revista Trasversales número 16 enero 2010

Original en italiano, bajo licencia Creative Commons, en Global Project



Según la costumbre, el último día del año es tiempo de balance. Un compendio de acontecimientos fluyen al igual que los fotogramas de una película, para llegar a toda prisa al final y cerrar el año viejo, pues para que el año nuevo llegue bien dispuesto necesita aire y tener todo el escenario a su disposición. Aunque es obvio que el 31 de diciembre es un día como cualquier otro, que sigue al 30 y precede al 1.
Los números, la aritmética. Pero también es evidente que la carga simbólica, siempre poderosa cuando de números se trata, convierte ese casillero del calendario en algo único y diferente de los demás. Y por tanto, más allá de todo purismo, recurriré a la costumbre y al simbolismo.

El año que se cerró y el que ya ha empezado hablan en iraní para quienes creen en un mundo mejor. En las calles en rebelión, llenas de gente que con el fuego de las barricadas desgarra los grisáceos humos del fascismo, allí donde desgraciadamente corre la sangre y entra en escena la brutalidad del poder, allí vive la esperanza. Pero no como un sentimiento conciliador, armonioso y, al fin y al cabo, inútil.
Es una esperanza dura,  que se mueve velozmente de plaza en plaza, con la respiración entrecortada, intoxicada por el gas y ahogada de tanto correr. Una esperanza concreta de cambiar el mundo, que sólo puede nacer, para tener alguna oportunidad en nuestro tiempo, en esas latitudes. La revolución iraní es la revolución dentro del mundo islámico, y eso la convierte en la más importante de todas. Hubo un tiempo en que se decía que Palestina era el nodo paradigmático en Oriente Medio, y que alrededor de ella y de la resolución de ese conflicto podría cambiar el curso de los acontecimientos en la era posterior al muro de Berlín. Hoy en día, simbólica y prácticamente, el año 2009 culmina con un cambio definitivo de ese paradigma: en Irán, en la Universidad de Teherán y los blogueros, en las familias y en los estudiantes en ese país increíblemente lleno de vida, está la única posibilidad, por ahora, de cambiar el mundo.

El equilibro entre bloques contrapuestos y la rigidez de la Guerra Fría parecen ahora ridículamente simples. Frente a la guerra global permanente, que teje la red en la que viajamos y en la que se modifican y chocan los flujos de energía que contribuyen a la construcción fractal y caótica del imperio, parecen prehistóricos los años en que el oso soviético se repartía el mundo con el águila estadounidense. Ahora sabemos que la crisis sistémica del capitalismo ha introducido, ante todo, una precariedad permanente. Nosotros, que pensábamos que la precariedad era el nuevo signo de la división artificial del mundo en clases, estábamos equivocados: el capital se ha ligado tan profundamente a nuestras vidas que también él se ha precarizado. Incapaz de planificar, voraz hasta el punto de dañarse a sí mismo, ansioso de perseguir cualquier cosa perdiendo en ello el aliento y la brújula.
En este contexto, terrible teniendo en cuenta las consecuencias objetivas y potenciales, los hijos de los ricos banqueros africanos crecidos en lujosos apartamentos del Westend londinense, se convirtieron en matadores de hombres, mujeres y niños en nombre de Alá. Estaba deprimido, dicen las páginas de su correspondencia con otros "hermanos y hermanas" de esa enorme madraza digital que puede llegar a ser Internet. ¿Quién no querría preguntar a este deprimido hijo de papá por qué no ha comenzado por su padre, el banquero, esa cruzada que pretende eliminar a todos? Pero la verdad, desconcertante y herética, es que Mutallab era tan hijo de nuestro indivisible y caótico mundo como del banquero. Al igual que lo son los fanáticos neofascistas que, tras el signo del Islam, gobiernan directa o indirectamente, parte del planeta.
También China es un producto global, completamente nuestro. Es la mayor empresa existente, un consejo de  administración único y monopolista, el Partido Comunista de China, instalado en el  continente más poblado. Se han fusionado condenas a muerte y turbocapitalismo, retratos de Mao y sobreexplotación de hombres, mujeres, niños y medio ambiente, creando un monstruo cuyo rostro nos había sido descrito en las novelas de Dick o en las películas de Scott y Wachowsky. No existe ningún "fuera" respecto al lugar que ocupamos. Ya no hay desarrollo y subdesarrollo, ni diversidad de tradiciones y culturas que puedan justificar "una visión diferente de la vida".

Los hombres, las mujeres, los niños, los bienes comunes: todo está "dentro", y no hay ningún lugar exterior desde el que llevar, con guerras y destrucción, la democracia a algún lugar. La democracia, entendida como el deseo irreprimible de libertad y felicidad, siempre se manifiesta como movimiento, como tendencia, nunca como hecho consumado. Como en Irán en estas últimas horas, su carácter absoluto barre cualquier modelo, cualquier planificación objetiva, cualquier conveniencia. En Irán, la mayor dificultad para el régimen es que, como dice Haleh Esfandiari, no hay un líder de la insurrección. Sí, está Moussavi, está la oposición institucional a la odiosa dictadura de los sacerdotes islámicos pro-nucleares, pero en realidad todo está impulsado por la gente, por la multitud. Y a ésta no la guían, sino que la siguen.
Los dictadores no pueden acabar con esto asesinando a diez dirigentes. Y nadie sabe cuando, cómo y dónde va a suceder algo, pues sólo depende de los propios sentimientos, el instinto, la indignación y la ira de millones de personas. Irán es nuestra esperanza. Si queremos derrotar a los Mutallab y a la sociedad que quienes son como él quieren imponer exterminando a millones de personas, la nueva revolución iraní debe triunfar. Y también debe triunfar la revolución iraní si queremos derrotar la idea representada en la "guerra justa", ahora encarnada en Obama, Premio Nobel; esto es, la idea de que el mundo es global porque tiene un centro y una periferia, la casa (blanca) del amo con un jardín salvaje alrededor, una megalópolis eficiente y organizada, rodeada por apestosos y terribles barrios habitados por miles de millones de personas.

Horrorizan los comunistas ortodoxos, los que ven en Chávez, cercano amigo de Ahmadinejad, como nuevo ejemplo de socialismo liberador, y que, como él, piensan que "el enemigo de mi enemigo siempre es mi amigo". Ellos, los "verdaderos comunistas", ya han catalogado como manipulación y conspiración del imperialismo (Estados Unidos) a esta Onda Verde, que se opone a la arrogancia de la gerontocracia de los ayatolas y al sadismo de un hombre como Ahmadinejad, al que basta mirar para comprender que es un miserable, también deprimido.
Sin embargo, nunca ha sido tan claro que EEUU no está apoyando la insurgencia, sino que, más bien, la está perjudicando. Si atacan el Yemen, eso significa que Obama ha decidido truncarla. ¿De qué podría alimentarse el buitre de esta dictadura si no fuese por los cadáveres que la "guerra del Satán occidental" esparce por el mundo? ¿Cómo podría Ahmadinejad convencer a diez millones de personas, habitantes de las aldeas rurales y destinados a la pobreza y a la obediencia, para arrojarse armas en mano contra quienes viven y se rebelan en la metrópoli? Y esos príncipes sauditas y sus derivaciones radicales y fanáticas, como Bin Laden, que rebosan petróleo y dólares y que viven en una especie de lujo al que calificar de repugnante se queda corto, ¿cómo podrían convencer a sus súbditos, saqueados y esclavizados, de que el enemigo es otro?
Por ese motivo 2010 se abre con esperanza para quienes quieren cambiar el mundo. Nuestras hermanas y nuestros hermanas iraníes están haciendo una revolución también para nosotros. Y través de sus ojos podemos ver que otro mundo es posible.

1 de enero de 2010



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