Trasversales
Benjamín Lajo Cosido

Por sus vidas, no lo olviden

Revista Trasversales número 17, abril 2010

Textos del autor en Trasversales



La Burguesía, dijo el revolucionario Buenaventura Durruti en una entrevista realizada por el periodista canadiense del periódico Toronto, Van Passen, en el verano de 1936, si es necesario, se abrazará al fascismo antes de abandonar sus privilegios. Y así fue. Era consciente de que eso es lo que ocurriría al finalizar la Guerra Civil. Incluso aquellos burgueses que dudaron al comenzar el conflicto y parecían estar dispuestos a mantener su lealtad al legítimo gobierno republicano, fueron desertando de sus principios y decidieron dar su apoyo a los militares golpistas sublevados: bien como comprometidos quintacolumnistas en las retaguardias republicanas o bien pasándose directamente a sus zonas ocupadas.
Setenta años después, tras cuarenta años de dictadura franquista y treinta de una democracia que ha sido desde "La Transición un fiasco" que nos hemos creído, más por ganas que por real. Los nostálgicos de aquellos tenebrosos años del franquismo han aleccionado bien a sus descendientes en lo referente a su intolerante memoria, algo que no hicieron los perdedores "porque aún no estábamos preparados". No me sorprende, pues en unión y lealtad aquellos se han mantenido firmes y rectos, como les gusta aparentar, aunque, acorralados por sus corruptelas y amparados en la desidia o el conformismo (que son parientes) de un sistema nada convincente pero conveniente a sus abusos. Han decido quitarse la máscara que cubría su verdadero rostro y dar un paso más tachando de guerracivilista a todo hijo viviente que se atreva a frenar o ponga en entredicho lo que son. ¿Y qué son?. se preguntarán los que sigan leyendo estas palabras que me gustaría no haber escrito, ya que eso me demuestra que una vez más los poderosos, los peces grandes, se comen a los pequeños; a los parias que nos negamos ser dominados por su mafioso poder. A ser su cebo por una incomprensible aunque latente indecisión.
Oír a Mariano Rajoy, Esperanza Aguirre, María de Cospedal y a toda esa tropa que huele a José María Aznar y a Manuel Fraga, de Democracia, Justicia, Sentido Común, es cuando menos, un insulto. Un escupitajo en la cara a las víctimas de los demócratas y de sus familias cuando tratan de recuperar los restos de los suyos enterrados en fosas comunes y reclaman la revisión de sus casos sumarísimos, como si despertar esa memoria silenciada fuera en sí un ataque a valores que no dudan en utilizar pero en los que no creen ni han defendido jamás.
El problema que, personalmente, veo en este enquistado asunto es que a los que correspondía defender la libertad y recordar al incipiente futuro tras la muerte del dictador que sus vidas fueron presas del miedo y la injusticia durante cuarenta años hasta que nos sangrasen los oídos, no lo hicieron o lo hicieron mal. Guardaron silencio para no tener que recordar su triste pasado, pensando que iba a ser mejor olvidarlo. Pues vaya tino. Mientras, la derecha reaccionaria amamantó a sus cachorros con la leche del veneno necesario para criar a sus retoños a la espera de tiempos mejores. Y han llegado. La crisis y los escándalos financieros (la segunda cosa propició la otra) han sido el punto de ignición para que nos mostraran de qué pasta (gansa) están hechos. Nos hablan de soluciones siendo ellos el problema. Dicen que son víctimas actuando de verdugos. Muy atentos ellos porque en sus listas negras no falte ningún Rojo. Es decir, todos los que somos de otro palo que el suyo. No comprenden más ideologías y sistemas que el propio: uno, puro, duro y recto; eso sí, de cara a la galería, que ellos saben rogar a dios blandiendo un mazo.
Su delirio es patente cuando arremeten contra fiscales, policías judiciales y jueces, hacia gran parte de la sociedad, hasta conseguir que uno de ellos se atreve a pedirles que rindan cuentas por los crímenes y torturas que infligieron en el pasado sus padres y sus abuelos, cuando se sienten abrumados por las manchas que no pueden lavar ni vergüenzas que no es posible esconder. Sus actividades especuladoras han hecho santo al mismo Al Capone. Llenando de ladrillos nuestros parajes, depredando por conseguir suelo a todo lo que se deje devorar. Continúan hipnotizando a la masa con conspiraciones y manipulaciones amnésicas que abonan con sus perversas intenciones de perpetuar su hegemonía social a cualquier precio. Son linces en comprar voluntades, como lo son vendiendo urbanizaciones con campos de golf, cuyo suelo, previamente, ha sido concedido por sus correligionarios de partido a precio de amigos en los ayuntamientos donde gobiernan. Casos como los de Valencia, Madrid, Castellón o Mallorca, por citar los más importantes dada su repercusión mediática (que esa es otra), son el prototipo de los burgueses a los que alude Durruti visionariamente al iniciar este escrito. Sus descendientes naturales...
Una pregunta que me hago constantemente: sus abuelos tradicionalistas, ¿también jugaban al golf? A que no. Estaban demasiado ocupados en firmar sentencias de muerte y encarcelando a los vencidos. A los desafectos del gran Movimiento Nacional. A los que resistieron y por ello pagaron con sus vidas y con su porvenir. En mi periferia agudizo mis oídos más que nunca a la espera de que una traca, y no de fiesta, me despierte. Porque quien ha probado la democracia, aunque sea de baja intensidad, sabe que la esclavitud perjudica al estómago y provoca úlcera gástrica. Que mata. Y también sé que defender la libertad, espanta al miedo y nos hace fuertes.


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