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Consejo editorial Trasversales

Cambio climático: se agota el tiempo

Revista Trasversales número 17 invierno 2009-2010



La Conferencia de Copenhague se ha zanjado con un rotundo fracaso. En ausencia de eficaces instituciones internacionales, los Gobiernos han mostrado su incapacidad para llegar a acuerdos que permitan al menos frenar unos efectos que ya son claramente perceptibles y que a largo plazo se prevén espantosos.
El fracaso se debe a la presión de las grandes corporaciones empresariales, a los intereses de los Estados y a las estrategias de los países industrializados más poderosos y de los que aspiran a serlo, a la debilidad y falta de representación política de la ciudadanía más consciente del problema y del movimiento ecologista, así como a la desorientación de las izquierdas. Copenhague ha mostrado la fuerza de quienes defienden el (des)orden establecido, pero también su incapacidad para dirigir el mundo y su insensibilidad ante cambios que, a no muy largo plazo, pueden tener consecuencias muy graves para toda la humanidad.

El Panel de Expertos (IPCC) prevé que, si en los próximos 50 años la temperatura del globo supera 2º C de subida media, los efectos pueden ser catastróficos. La tendencia actual producirá una subida mayor de 4º C, con efectos lo bastante graves como para intentar evitarlos: aumento del nivel del mar y desplazamiento de millones de personas, extensión de las zonas desérticas, más huracanes y mayores oscilaciones climáticas, deshielo de los polos.

En Copenhague se ha encomendado a los Estados reducir las emisiones de gases con efecto invernadero, sin determinar la proporción en que deben hacerlo los países desarrollados, responsables históricos del deterioro, y los países emergentes o en vías de desarrollo. China se ha convertido en el mayor emisor con el 21%, EEUU el 20% y la UE el 13%, sin embargo los mayores emisores per cápita son EEUU con el 18,7% y la UE con el 7,8%, frente a los 4,6% de China o el 1,2% de India. El IPCC sostiene que se necesita una reducción del 25% al 40%. La UE ha ido a Copenhague proponiendo una reducción de hasta el 30% para el 2020, sin que haya sido escuchada, aunque debiera haberla mantenido como compromiso unilateral, lo que le habría dado un papel de liderazgo.

¿Por qué la declaración de Copenhague es un rotundo fracaso? Es una declaración sin compromisos, no un tratado que obligue a las partes. No recoge cantidades en cuanto a la reducción de gases ni en cuanto a fondos de ayuda, que deberán ser completados en dos anexos, a finales de enero de 2010. Es cierto que, por señalar algo positivo, la declaración reconoce que el cambio climático es un efecto de la acción humana y que hay que reducir a 2º C el incremento de temperatura, desautorizando las tesis negacionistas, pero no sirve de mucho si no se hace nada. También propone que los países desarrollados aporten a los en vías en desarrollo 30.000 millones de dólares hasta el 2012, alcanzando los 100.000 millones en el 2020, pero remite a 2015 el cierre del acuerdo, sin garantías de cumplimiento ni de que esos fondos no se deduzcan de las ayudas al desarrollo. La voluntariedad y ambigüedad de los acuerdos pueden hacer  inviables sus supuestos propósitos.

El cambio climático, como también la actual crisis económica, está vinculado a un expoliador modelo productivo, basado en la creencia en que el planeta dispone de inagotables fuentes de energía y materias primas, así como de una infinita capacidad de recibir residuos sin deteriorarse. Para abordar el problema con posibilidades de éxito es necesario hacer frente al modelo que engendra tales consecuencias. Son necesarias y urgentes reformas, realistas y paulatinas, pero que preparen una metamorfosis de los modos de producción y de vida.
¿Qué obstáculos hay para llegar a un tratado con efectos reales? Todo esfuerzo está condenado al fracaso si no reducen sus emisiones China, EEUU y la UE, aunque Brasil, Indonesia, Rusia, India y Japón también son grandes emisores. En la Conferencia surgió una coalición negativa entre EEUU y China, que no quiere frenar el desarrollo de un capitalismo cuartelario basado en gran parte en el carbón y reacia a  someterse a control internacional. Otros obstáculos están en las transferencias tecnológicas y económicas hacia los países en desarrollo y en el papel a jugar por China, India, Rusia y Brasil.

Llegar a un acuerdo vinculante universal es difícil, pero es imprescindible un acuerdo de obligado cumplimiento que asegure una subida menor a 2º C, aunque no pueda acogerse al paraguas de una ONU que requiere unanimidad. En todo caso, eso implicaría cambios en una civilización que se apoya en la producción sin sentido y en el despilfarro energético, para tender hacia el ahorro y la eficacia energética, la extensión de energías alternativas, cambios en los transportes y en el consumo. Es decir, cambiar la forma de producir y la de vivir.
¿Hay posibilidad de evitar la catástrofe? ¿Sería posible un mejor acuerdo en la próxima Conferencia de México? Sí, pero no se hará realidad si sólo queda en manos de los Estados. Las elites políticas viven en connivencia con las elites económicas privadas o “públicas”, y ambas son indiferentes al largo plazo ante las premuras del poder y de las ganancias. Los Estados no dan la talla para afrontar desafíos transnacionales por esencia, pero las instituciones para una gobernanza transnacional no existen o, como la UE, no gozan de buena salud en estos momentos.

Es la hora de la ciudadanía, de la gente común. Todo va a depender de nuestra capacidad para movilizarnos y crear una opinión pública mundial que exija acuerdos responsables y cambios sustanciales que conjuguen sostenibilidad y justicia global. Y también, especialmente en determinados países, que asumamos que debemos renunciar a algunas cosas para ganar en otras mucho más importantes.



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