Trasversales
Lois Valsa

2036 OMENA-G: El otoño del patriarca en la corte de la cándida Esperanza

Revista Trasversales número 18, primavera 2010

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Pretendo que haya un teatro popular pero muy exigente en contenidos y forma, cosas que a veces van muy separadas… el equilibrio entre ética y estética… Siempre hemos ido a la contra, cosa que por higiene debe hacer el teatro… Moliére es el maestro, su Tartufo es la gran crónica de la impostura... Hoy toda la sociedad hace impostura y todo sigue igual, porque los niveles de hipocresía son muy altos.... y él trabajaba para Luis XIV y yo para Esperanza Aguirre
 
Albert Boadella, director artístico de los Teatros del Canal
Elpais.com, 26/02/09

Todo eso tiene algo de falso y se acaba pareciendo al neurótico obsesivo que habla sin parar y se agita sin cesar precisamente para asegurarse de que algo -lo que de verdad importa- no se manifieste, se quede quieto
Slavos ZIZEK, En defensa de la intolerancia

Esta vez fui a ver la última obra de los ahora llamados Joglars (sin el Els de toda la vida) con la idea de que quizá, aparte de remontar el desde mi punto de vista bajo nivel de sus últimas piezas escénicas, sólo defendidas acríticamente por su adepto y/o adicto público fiel, incluidos críticos, habían alcanzado ya tal grado de sabiduría que incluso iban a ser capaces, además de enfrentarse al abismo de su mortal decrepitud, de llegar a reírse de sí mismos. La decepción fue supina ya que más bien me encontré con un grupo en otro tiempo mítico que continúa su línea descendente. ¿O se trata ya de decadencia después de haber alcanzado hace tiempo su máximo esplendor? Porque en esta obra, que ha estado programada en los Teatros del Canal de Madrid del cuatro de marzo al cuatro de abril de 2010 como inicio de la celebración de su 50º aniversario que se cumplirá en 2011 (en 2036 sería el 75º aniversario), veo una enorme dispersión de ideas por no decir la pura carencia de ellas; o si se quiere, para los que no quieran entenderlo o entiendan lo que digo como muy despreciativo, la falta de una idea directriz o un eje que articule toda una trama repetitiva y verborreica, pletórica de fuegos de artificio o simplemente palos de ciego sobre la vejez que estos tunantes viejecillos dan continuamente a diestra dirigidos por el Gran Maestro de la Orden del Juglarismo. De tal forma que su discurso sobre el negro y desolador futuro de la Federación Iberik (España) acabe de rebote cerniéndose como oscuro presagio sobre la decadencia del proceso creativo de un grupo que no alcanza lo que prometía.

 En su obra anterior (La Cena), cuyo desencadenante, según Boadella, había sido una conferencia de Al Gore al que el director de golpe consideró un farsante (a él parece que le han atraído siempre los grandes embaucadores: ¿a qué se deberá tal atracción?), intentaba “una sátira sobre los falsos profetas apocalípticos defensores del medio ambiente y sobre la filosofía del buenismo y la cocina ecológica”. Muchos críticos adeptos la alabaron como una nueva cumbre del grupo con la que al decir de Boadella daba palos “a esa nueva clase política que se sitúa en una posición frívola frente a la ecología y el cambio climático, y también hay una sátira hacia esa religión que convierte en dioses a ciertos gurús de la cocina”. Sin embargo, Marcos Ordóñez, en Babelia, ya le daba suficientes pistas a Boadella como para cambiar de rumbo en la próxima: “La Cena de Els Joglars, en los teatros del Canal, se diría una nota a pie de página (o un descarte) de El retablo de las maravillas”; y al tiempo le traía a colación, además de al gran Berlanga, a Muñoz Seca y a Pemán. A mi manera de ver, aquella obra ya era fastuosa pero endeble porque, bajo unas pretendidas diatribas eco-gastronómicas contra progres ecologistas y cocineros de diseño, no se cocía ni ventilaba nada importante. En ella había personajes muy poco creíbles pero en general eran muy bien interpretados por los magníficos actores (“necesita que el progre sea un cretino inverosímil y el neococinero un demente criminal”, decía el crítico citado añorante de los días de Teledeum, al tiempo que sí destacaba la gran creación del maestro Rada-Fontseré). Al final les dejaba caer una buena advertencia: “Por si ha estado usted muy ocupado entre los seis meses de ensayos y la inauguración del templo (por cierto, muy feo, muy caro y muy sordo: a partir de la fila diez cuesta entender a sus muy entrenados actores) le recomiendo que abra más los ojos: no le hará falta mirar muy lejos”.

En esta obra de nuevo intenta conjugar temáticas y planos muy diferentes en un ejercicio funambulista de irse por las ramas una y otra vez, entre otras razones por carecer de una sólida base textual (¡ni puñetera falta que hace!, dirá el sumo sacerdote) que vertebre las disparatadas acciones de estas marionetas autistas cuyos hilos mueve a su aire el ególatra Boadella (quien nos dirá, seguro, que no es así, que es un trabajo muy “colectivo”). ¡Pues no, señor Albert! Porque así pasa lo que pasa hasta alcanzar la confusión y el vacío casi total de ideas que, sin embargo, se intenta encubrir con una parafernalia audiovisual (imagen grabada) hueca y pesadísima por sí misma y por vista ya un montón de veces (por ejemplo el par de azafatas científicas de su obra M-7 Catalonia); y muy alejada por cierto de las potentes imágenes visuales de sus obras de antaño (Ubu, Teledeum, Columbi Lapsus…), llenas de fuerza al tiempo que brillantes a las que el grupo nos había acostumbrado; en la obra anterior aquella en la que por falta de mobiliario enviado a las favelas de Brasil los congregados tenían que sentarse en el suelo o las referidas al maestro Rada (“Es como un vendedor de crecepelos del Oeste, un caradura de esos que abundan”, decía de su personaje Ramón Fontseré). Aquí brillan escenas y personajes pero sobre todo por su ausencia. ¡Una pena! Por hacer una comparación: en M7 Catalonia, de hace nada menos que treinta años, con aquellos viejecitos catalanes proyectados en el futuro para ridiculizar lo contemporáneo, ya se habían reído de sí mismos y nos habían hecho reír mucho más y mejor que ahora.

Se puede entender, quizá en un intento de explicar el para mí, y no sólo para mí desde luego, bajo nivel de esta aburridísima obra, que el director siga ocupadísimo en su burocrática tarea de dirigir los Teatros del Canal cuya dirección artística se ha reservado la Comunidad de Madrid y que Esperanza Aguirre le ha encomendado. Sinceramente no creo que esté siempre tumbado en la poltrona, al menos tal como aparecía en el video de la inauguración de estos costosísimos teatros (¡cien milloncejos de euros de nada han costado estos teatros de propiedad pública gestionados por una empresa privada!) porque el gran Boadella es un hiperactivo nato. Por otra parte, cuando he escuchado sus largas peroratas, por otra parte llenas siempre de inteligencia, y que a mí me suenan algo cínicas no se por qué, nunca he llegado a tener claro si quien hablaba era el flamante director de los Teatros del Canal o el bufón de toda la vida, si era el burócrata en ejercicio o el fundador/director de la mítica compañía catalana Els Joglars, siempre oculto el personaje bajo una máscara bipolar o tripolar, según los casos, y de la que él tiene a bien presumir. Con tal ingente ocupación de atender a tantos personajes a un tiempo quizá no le quede mucho tiempo libre para exprimirse las meninges en la tarea de desarrollar y pulir una base textual sobre la que levantar este espectáculo lleno de tics reiterativos (hasta las “cachas”) que sólo llegan a funcionar a ratitos sobre todo gracias al trabajo de todos sus estupendos actores formados desde sus inicios en la pantomima. Con la “vitriólica” propuesta (“el sarcasmo es nuestra seña de identidad”, declara pomposamente Boadella a El País) de reírse de sí mismos lo único que a mi manera de ver acaban haciendo es repetir lo mismo y lo que ya hemos visto y disfrutado un montón de veces. ¡Nada nuevo sino más de lo mismo muy envejecido!

 Con toda esta enorme ceremonia de la confusión (la misma confusión política-teatral de su vida real, que ha evolucionado desde el “anarquismo teatrero e intelectual” hasta un descarado neoliberalanarquismo palaciego se mimetiza y refleja especialmente en esta obra) se pierde la oportunidad de llevar el tema de su vejez en el Ogar del Artista a otro puerto imaginario más creativo, y desde luego menos aburrido y pesado que éste. En Els Joglars esto es imperdonable. Porque aunque aquí no se meten con la Iglesia es un pecado mortal no reírse con este grupo. Con lo que, a mi manera de ver, sólo llegan a rozar las nubes en la parte final con el gran tema de sus frustraciones, que alcanza su momento cumbre, curiosamente, cuando todo el mundo, por primera vez en la obra, deja de reírse de estupideces, con el baile del gran Ramón Fontseré, cuyo sueño frustrado era ser el Burt Lancaster de El Gatopardo para bailar el vals con Claudia Cardinale. Y la mayoría de sus estupendos actores no se merecen desde luego esta raquítica y tosca obra de su jefe. Pienso que quizá sobre la memoria de sus éxitos y de sus frustraciones (memoria y frustración, grandezas y flaquezas, éxito y fragilidad) podía haber pivotado todo este panfleto (que alguna reseña ha visto en estado de gracia) publicitario con altas dosis de cacao mental. Pero Boadella, en lugar de reírse a fondo de sí mismos tal como parecía indicar su propuesta, se dedica a atacar de nuevo con ojeriza a la progresía como el “neurótico obsesivo” que no para de hablar y se agita sin cesar para lograr que lo que de verdad importa no salga a la luz, o sea profundizar en ellos mismos y de atreverse a parodiar a “la mano que les da de comer”.

En este sentido, es notoria la arbitrariedad de Boadella al acometer esta obra en la que da mandobles siempre a siniestra y nunca a diestra sobre todo cuando toca un tema tan goloso como es el de la sanidad, en proceso de privatización acelerado en la Comunidad de Madrid ¡Le daría mucho juego! Pero prefiere ser “diplomático”:  Es cierto que hoy tenemos que tener todos los artistas un alto sentido de la diplomacia, porque se produce una convivencia complicada con los nuevos mecenas, que son las administraciones públicas. No siempre es fácil encontrar un equilibrio, no se puede morder constantemente la mano que te da de comer. De ahí que hayamos intentado ser muy autosuficientes. No hay que olvidar que sólo un 6% de nuestro presupuesto anual es subvencionado. Por otra parte, no sabríamos una obra sin hacer un reparto de personajes justo. Y ahora casi somos censores de la realidad, porque si la contamos tal cual es, igual no nos creen (Entrevista de El País, 03/03/10). Su “diplomacia” es muy manifiesta en 2036 Omena- G porque su “sarcasmo” se escora, curiosamente, y en toda la obra, hacia la izquierda cuando tenía una gran oportunidad de dar merecidos palos a diestra y a siniestra. ¡La terrible realidad sanitaria de la Comunidad de Madrid, su exilio dorado como sabemos, ha quedado ciertamente censurada! Y esta obra es reaccionaria hasta decir basta, a pesar o por el “progresista final eutanásico” que ya no escandaliza ni a su público más “conservador” que, sin embargo, ha disfrutado de lo lindo viendo sus reiteradas y manidas descargas contra la siniestra olvidando con alevosía a la diestra. Con cinismo, o con hipocresía, justifica todo, y se queda tan pancho: “Es que he sido conservador toda mi vida”. ¡Boadella a todas luces ha perdido su independencia!

Vista la situación, creo que este gran bufón necesita a estas bajuras algo de intemperie para que pueda encontrar de nuevo su añejo filón creativo muy distinto del filón del cual se está desnutriendo. Su sátira la entronca con la comedia griega de Aristófanes, pero estas avispas cojoneras no se atreven ni a picar a quien tienen que picar, a llevar a cabo una auténtica risa “catártica” total. Porque yo al menos nunca me había sentido tan fuera de una obra de Els Joglars ni había tenido tanto sopor con ligeros despertares-conatos de decepción e indignación como en esta última que acabo de sufrir y que cuando salga el próximo número de la revista ya andará de gira (a lo mejor la reponen por obra y gracia de la Gran Señora para honrar a uno de sus más dilectos paladines). Tengo que confesar que me aburrí a diferencia de una gran parte del público del día del estreno (los estrenos son, con alguna excepción, el día de la gran adulación y de la mentira) que les ríe las gracias con frecuencia (y corta con aplausos, proceder aplaudístico que se repite ya por desgracia en todos los espectáculos sean del tipo que sean y que a mí me tiene desconcertado) hasta cuando dicen algo tan español y castizo como “con dos cojones”. ¿Será porque su españolísimo tema llega a rozar incluso lo castizo y lo “cutre” y lo “casposo”? Por otra parte, todos sabemos que Els Joglars es un grupo bastante intocable para la crítica adepta y adicta que vive de sus hazañas del pasado, incluso para críticos de izquierda que los ponen siempre por las nubes hagan lo que hagan mientras que otros críticos les dan una de cal y otra de arena navegando entre dos aguas. ¡Esta vez lo van a tener sin duda más crudo!

Por último, Boadella ha defendido el teatro como un ritual sacro-religioso. ¡Y para sus fieles es desde luego una auténtica religión cuyas prédicas espectaculares, sean cuales sean, no dejan de escuchar embobados! ¿Cómo razonar, pues, frente a tales creencias? Por ello, no sé por qué me ha venido a la memoria, finalmente, aunque en un sentido mucho más amplio, un magnífico artículo en el que Félix de Azúa, reanimado por la lectura de un libro de artículos de Tony Judt (“Sobre el olvidado siglo XX”), denunciaba valiente y lúcidamente, con el corazón en la mano, los mitos totalitarios de una izquierda que a su manera de ver hoy ha dejado de existir (A favor de la memoria histórica, El País, 20/02/10). Y hace poco, ha salido otro artículo de Mónika Zgustova (¿Por qué no aprendemos a escuchar?, El País, 24/03/10), que incidía también más o menos en el tema pero desde el punto de vista de una escritora checa que cuestiona la visión que los intelectuales occidentales tenían de los regímenes de los países del Este a partir de vivencias no directas. Quizá, en parte por eso, esa misma izquierda ha vivido de muchos de esos mitos, entre ellos la “eterna” revolución cubana, ahora puesta de nuevo en cuestión por la muerte de un disidente cubano que llevaba a cabo una huelga de hambre. Y, por otro lado, todos sabemos que otro mito de la izquierda ha sido Els Joglars de quien decían que ha practicado la disidencia frente al “pensamiento único” que es siempre el del poder. Y los “progres” fustigados por Boadella, curiosamente la mayoría del público hasta hace poco seguidor del grupo, además de cantarles loas sin parar, incluso se han dejado dar, con un gustirrinín masoquista que no deja de llamar mi atención, latigazos satíricos. ¡Nunca les han importado sus puyas con tal de que viniesen de su grupo amado! Por lo que, en definitiva, ya es hora, pues, de replantearse la cuestión de Els Joglars como grupo independiente y “disidente”. Els Joglars ha sido y es ante todo una religión/secta/tribu, con sus creyentes/adeptos/gran familia expandida, que, como todas las Religiones/Iglesias, también debe ser cuestionado..
 

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