Trasversales
Manuel Martínez Chicharro

Cataluña/España

Revista Trasversales número 18 primavera 2010

Manuel Martínez Chicharro es autor del libro “Homenaje a Barcelona, 1961/62”



La discusión sobre los derechos históricos de Cataluña a ser una nación independiente me parece poco relevante: hay múltiples argumentos en uno y otro sentido y cualquier polémica al respecto podría ser interminable. Más relevancia tiene el hecho de poseer una lengua propia, aunque esto no implique necesariamente que deba tener un Estado propio. Lo fundamental es, sin duda, la voluntad de sus habitantes, de su pueblo, y en buena lógica esto se calibra con un referendo, que hoy por hoy no es posible porque la Constitución establece que el Estado español es indivisible e incluso amenazadoramente proclama al Ejército garante de la unidad.
Los nacionalistas catalanes no piden un referendo, aunque jueguen con el tema. Saben que actualmente no es posible celebrarlo y que, de poder realizarse, los tanteos recientemente hechos y los resultados electorales vienen demostrando que estarían lejos de conseguir una mayoría cualificada, como ha reconocido recientemente Artur Mas. Su estrategia para alcanzar su objetivo es acertada. De momento y después de cuarenta años de inicua opresión consiguieron rápidamente normalizar su idioma y una autonomía importante. Desde esta situación cuentan con poder asimilar y “catalanizar” a toda su población, que incluye una cuantiosa inmigración procedente del resto de España, sobre todo en la segunda mitad del siglo XX, que en su mayor parte es opuesta a la secesión, pero cuyos hijos no siempre lo son. Los también cuantiosos inmigrantes recientes de otras naciones (el 15% de la población) no pueden votar y en cualquier caso  cabe suponer que su posición sería de indiferencia, pero sus hijos empezarán a poder hacerlo en una o dos décadas y tendrán un peso que podría ser decisivo.
Mas existe otro factor a tener muy en cuenta: la voluntad del conjunto de los españoles que en su día tendría que pronunciarse mediante referendo. Es evidente que hoy una mayoría de los españoles es hostil a la secesión de Cataluña e incluso algunos (demasiados) piensan que la unidad de España, al igual que el matrimonio para los católicos, es sagrada. Ahora bien, una evolución hacia posiciones más razonables es posible en un plazo que puede no ser largo, lo que sólo se conseguirá con actitudes prudentes y persuasivas, no con exigencias y cajas destempladas. Lo explicaré con un ejemplo.
Carod Rovira es bien conocido, y poco apreciado, fuera de Cataluña, pero pocos recuerdan que fue sobre todo él quien consiguió convencer a Terra Lliure, los independentistas radicales que dieron un tiro en una pierna a Jiménez Losantos, de que abandonaran la lucha armada y se disolvieran, prestando así un importante servicio a Cataluña y a España. Pues bien, en un programa televisado que permitía preguntas del público asistente, Carod Rovira fue interpelado por un joven salmantino, creo que un estudiante, que le llamó don José Luis, al que éste respondió exigiendo que pronunciara su nombre en catalán, exigencia que no puedo repetir en su literalidad, pero que tenía un tono francamente antipático. El joven salmantino, que iba de buena fe, quedó totalmente desconcertado y la repercusión del incidente en millones de españoles no catalanes que estaban viendo el programa fue muy negativa. Hubiera bastado que don José Luis hubiera dicho algo así como “mire usted, los catalanes llevamos muchos siglos llamándonos Yosep Lluis, que no es difícil de pronunciar para un castellano, y ya que somos vecinos, a mí me gustaría mucho que me llamase así” para que el efecto en el joven y en la audiencia hubiera sido positivo, o al menos neutro, para su causa.
En cualquier caso, en el deseado (y hoy aburrido) contexto europeo, la independencia catalana a efectos económicos sería poco visible. Cierto es que algunos nacionalistas calculan fabulosas cifras de transferencias económicas catalanas hacia el resto  del Estado español, pero la conocida economista-estadística Carmen Alcaide ha escrito que, dada la enorme imbricación económica existente, el impacto  económico que tendría la independencia es inevaluable. Cualesquiera que fueran los criterios utilizados, serían discutibles. Esto no obsta para que sea evidente que hay una transferencia de rentas de Cataluña a otras zonas del Estado español menos desarrolladas, lo que está bien y, naturalmente, sucede lo mismo a otras comunidades. El problema es la dificultad de evaluación, a lo que se añade que algunos independentistas que entienden la necesidad de la cooperación internacional no asumen de igual modo la cooperación con otras zonas de España
La relación Cataluña/España es conflictiva y va a seguir siéndolo, al menos a corto plazo. El Tribunal Constitucional, que ha devenido en sí mismo en un gran embrollo jurídico-político, en ningún caso va a zanjar el problema y el empeño de la derecha más agreste en hacer valer su desproporcionada influencia en el poder judicial puede hacer inviable la única salida al problema hoy visible: un recorte moderado del Estatuto, que enfurecería a los radicales -sean catalanistas o españolistas- pero que permitiría que la tensión no subiera excesivamente de tono y que su desenlace -que es incierto- continuara por vías pacíficas, civilizadas y con la democracia por delante, que es lo que de momento hay que conseguir.
Donde la independencia sería muy visible es en las representaciones deportivas y otras cuestiones más o menos simbólicas, lo cual no quiere decir que no tengan importancia porque por más que muchos presumamos de ser ciudadanos del mundo y no de una patria, hay que reconocer que el nacionalismo –un sentimiento un tanto irracional- en mayor o menor grado a todos nos afecta. Yo mismo, sin ir más lejos, nunca asisto a competiciones deportivas ni las veo en televisión, con la excepción del fútbol; si no tengo nada importante que hacer veo en televisión los partidos internacionales de la selección española, los Real Madrid-Barça e incluso los finales de copa. Pues bien, tengo que reconocer que en el último campeonato europeo de fútbol y pese a comprender que el hecho de que once profesionales del deporte hagan bien su trabajo es poco relevante para el país, me lo pasé muy bien viendo la merecida victoria española, mucho mejor que si los buenos y victoriosos jugadores hubieran sido los alemanes; por cierto, puestos a “hacer patria”, en la final “merecimos” ganarlos al menos por dos a cero, y no sólo por uno.


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