Trasversales
Jesús Jaén Urueña

Trabajadores de la Sanidad y trabajadores con conciencia de clase

Revista Trasversales número 19 octubre 2010



La burguesía ha despojado de su aureola a todas las actividades que hasta entonces se tenían por venerables y dignas de piadoso respeto. Al médico, al jurisconsulto, al sacerdote, al poeta, al sabio, al científico, los ha convertido en sus trabajadores asalariados”.

Karl Marx El Manifiesto Comunista

El balance de la huelga general del 29 de septiembre reflejó la realidad, diseñó un mapa de la situación del movimiento obrero con sus desigualdades y complejidades. En este artículo no vamos a desarrollar esta temática sino que nos vamos a ceñir a una experiencia más específica: la sanidad en Madrid. De ella pretendemos extraer algunas conclusiones y analizar las causas, cuáles fueron las razones para que en la sanidad solamente un 5% de trabajadores (aproximadamente) secundase el llamamiento a la huelga. Estamos hablando de un sector con cerca de sesenta mil trabajadores entre todas las categorías (médicos, enfermeras, técnicos, personal no sanitario, etc). Esto quiere decir que a la huelga fueron alrededor de tres mil personas más o menos en todo Madrid. De entre ellos unos centenares de médicos y enfermeras, y, una mayoría de personal no sanitario (administrativos, celadores, mantenimiento, lavanderías, cocinas o limpiezas según estén o no externalizadas). No se cuenta el personal de contratas como la limpieza o cafeterías que, como veremos, tuvo un seguimiento mucho más masivo pero éstos no pertenecen al SERMAS (Servicio Madrileño de Salud).

Nosotros creemos que las causas de este fracaso en el sector de la sanidad madrileña son varias, y de diversa consideración. Vamos a intentar hacer un esfuerzo de sistematización ya que nos ayudará a comprender la realidad en la que estamos trabajando.

Primera causa: la coyuntura política.

La huelga general es una herramienta de lucha de las clases trabajadoras, pero por su carácter general se transforma en un instrumento político. Sea cual sea la situación, lo que viene a cuestionar es el papel del Gobierno de turno, de las instituciones del Estado y el papel dirigente de las clases dominantes. Y esto es así objetivamente independiente de la voluntad de los dirigentes que la han convocado. Es un día donde el Capital tiene que ceder a los trabajadores el control de las fábricas, del transporte o de la propia TV. Por eso es absolutamente coherente que los obreros salgan a la calle después de paralizar las empresas para que, con los piquetes se detenga el conjunto de la economía.

No por casualidad, los principales propagandistas y voceros contra la huelga del 29-S fueron la derecha política a través de todos sus medios de comunicación. Para el día 30 ya tenían todos los titulares preparados “Fracasó la HG” ¡que coincidencia! La derecha, como legítima defensora de los intereses de las clases dominantes, es la que se juega más en el envite. Bueno, eso no quiere decir que el PSOE sea neutral; Felipe González en 1988 fue absolutamente beligerante. Zapatero ha querido ser más comedido porque intenta que el bloque social que le ha votado no termine por resquebrajarse.

La huelga del 29-S era muy difícil de llevar a cabo porque el contexto político era y sigue siendo claramente reaccionario. En lo político todo indica la llegada al poder del PP tanto en ayuntamientos, comunidades y gobierno central. La izquierda política está rota a causa de las políticas del PSOE y de la falta de alternativas a su izquierda (en particular por parte de IU). Todos los datos de la situación son malos, desde las dificultades para sacar adelante las leyes más progresivas como las del aborto hasta la dinámica de la llamada cuestión nacional. Además, existe un elemento muy alarmante en la coyuntura europea y española que es el ascenso de la extrema derecha. A la victoria conseguida en Suecia deberíamos sumarle que si aquí aún no han despuntado es porque el “magma PP” hoy en día lo abarca absolutamente todo, desde una derecha conservadora hasta una extrema derecha xenófoba y franquista.

En lo social la situación es parecida o peor (no sabemos hasta qué punto el 29-S ha podido cambiar la correlación de fuerzas pero creemos que no. Miremos a Francia que llevan convocadas siete huelgas generales contra la subida de la edad de jubilación hasta los 62 años). Nos referimos concretamente a la dramática situación del desempleo que existe en este país. El hecho de que uno de cada cinco trabajadores esté desempleado es una losa enorme para los trabajadores que ven con temor el fantasma de la desocupación. Gracias a esto se han llevado a cabo estos dos últimos años un brutal reajuste de las plantillas en cientos y cientos de empresas. También esto, podría explicar la escasa respuesta que tuvo la huelga del 8-J contra los recortes salariales en la función pública.

Para sintetizar diremos que cada trabajador tiene un revolver apuntando en su cabeza que es el paro.

Este contexto reaccionario dentro del escenario político y social ha venido acompañado, claro está, por un giro a la derecha de las clases medias y trabajadoras. No nos hace falta echar mano del barómetro de las encuestas, nos vale con pulsar cada día la opinión en la calle, la de los compañeros y compañeras que trabajan a diario con nosotros y que, todos los días nos dan señales alarmantes de derechización. Los comentarios racistas contra los trabajadores inmigrantes es uno de los más destacados pero no el único. Los vómitos contra políticos y sindicalistas (a veces más que justificados) ocultan un mensaje sibilinamente reaccionario cuando no, claramente neofascista. Resulta llamativo que casi nunca se señale culpables de la crisis a los que la han originado (la oligarquía financiera a través de los grandes bancos y el papel de las instituciones económico políticas supranacionales como por ejemplo el Banco Mundial o el FMI).

Casi todos los días recibo algún mensaje xenófobo –incluso de compañeros- que vienen navegando por Internet a los que he decidido devolver con el acompañamiento de “los huevos de la serpiente”. Zapatero es defenestrado y vapuleado diariamente en Facebook pero no todas las críticas apuntan al lugar adecuado, muy al contrario se le dice “blando” con la emigración, los vascos o catalanes. Es curioso que mucha gente se fije en que hay que pagar traductores en el Senado para las lenguas oficiales y sin embargo, no se debata apenas que un directivo del BBVA, Telefónica o BSCH se jubile con una liquidación de 80 millones de euros y una pensión insultante mientras, se le critica al Gobierno que todavía mantenga subsidios sociales a parados y paradas de larga duración o se vea completamente natural que se recorten las partidas presupuestarias para el desarrollo del mundo pobre mientras no se toca el presupuesto de la Casa Real.

¿Qué es todo esto sino un tremendo y dramático retroceso de la conciencia política? Podríamos seguir enumerando ejemplos como los gastos que se destinan a mantener la guerra en Afganistán o las inyecciones financieras a las Cajas de Ahorro pero no queremos ser aburridos. Esto, es lo que nos encontramos todos los días. Y no es el comentario exclusivo de uno o dos fachas del trabajo sino una “atmosfera” político social que me resulta asfixiante, insoportable. Un hedor a ideología ultrarreaccionaria que solo se puede combatir desde posiciones coherentemente antagónicas de izquierda.

Segunda causa: el papel de los Sindicatos de la Sanidad

Sin ahondar demasiado en la crisis de relación entre trabajadores y sindicatos vamos a intentar señalar algunos aspectos. Hay en la sanidad dos grandes sindicatos profesionales o corporativos que son el sindicato de enfermería y el sindicato de médicos. Además existe el sindicato de auxiliares de enfermería y otros como CSIT-UP y CSIF que también forman parte del sindicalismo amarillo. Todos estos sindicatos bajo la crítica a UGT y CCOO ocultan un planteamiento corporativo, es decir, la defensa única y exclusivamente de sus profesionales o, mejor dicho, de la categoría profesional a la que dicen defender. De cara a la HG del 29-S ninguno de ellos la apoyó. Los argumentos fueron variados y variopintos (un abanico que iba desde “el respeto” a los que no quieran hacer huelga, hasta “a nosotros no nos van a engañar”).

Aquí, se me ocurre la reflexión metafísica sobre si va antes el huevo o la gallina, es decir, que no se sabe muy bien si los planteamientos antisolidarios de estos sindicatos van por delante de sus afiliados o votantes, o al revés, que ellos van por detrás y se van adaptando a lo que la gente diga. Yo, más bien me inclino por esto último, porque tengo la impresión de que aunque apoyasen la huelga sus afiliados no les iban a hacer ni caso; como de hecho también pasó con los afiliados de CCOO, UGT o la CGT y a nosotros los del MATS. Tendríamos así un problema más profundo porque el escaso seguimiento de los trabajadores sanitarios a la huelga no tiene que ver con la postura de sus dirigentes (eso es tangencial) sino sobre todo con la conciencia de los propios trabajadores del sector. (Dada que esa es mi opinión, los puntos posteriores van a ser dedicados a la explicación).

Es decir, que si bien los sindicatos corporativos no han sido una ayuda, tampoco podemos decir que resulten decisivos a la hora del no seguimiento de la huelga. No obstante es muy importante que reflejemos su papel porque durante todos estos años a lo que han jugado es a la defensa de los intereses profesionales exclusivamente, pero además, imbuidos de los peores métodos burocráticos. Ellos, han sembrado la división entre los trabajadores del sector, han potenciado una conciencia individualista de defensa de lo “tuyo”, han ahondado con sus pactos la diferencias entre categorías y dentro de una misma categoría (fijos, interinos, contratados), alimentan diariamente un discurso sindical falsamente apolítico para confrontarse con CCOO y UGT. Ellos, están igual de subvencionados que los otros sindicatos llamados “de clase” por parte de la Administración, sus cuentas son igual de oscuras, sus liberados son igual de parásitos y su práctica, lejos de elevar la conciencia de los trabajadores, lo que hace es estrecharla en un sindicalismo de servicios y de asistencia profesional.

Pero tanta o más responsabilidad tienen las direcciones y gran parte de los sindicalistas de UGT y CCOO. En primer lugar porque se trata de los dos grandes aparatos a nivel estatal. Estos sindicatos (y cuando hablamos de ellos no nos referimos a muchos afiliados muy luchadores y honestos; así como de muchos representantes de estos sindicatos en algunos centros) por su trayectoria a lo largo de todos estos años, por su colaboración –como los otros sindicatos- con la Administración, por sus pactos y acuerdos han sembrado una profunda desconfianza en la mayoría de los trabajadores.

¿Cómo olvidarse que han sido ellos también los que permitieron la aprobación del Estatuto para el personal sanitario o la entrada de empresas privadas y la gestión privada en los nuevos hospitales? ¿Cómo olvidarse del abandono de cada una de las luchas concretas que los trabajadores han planteado de forma espontánea como la huelga de los Técnicos? Es tanta la desconfianza que han creado con su absentismo para organizar la lucha que solamente podían superarse (y se superaron a sí mismos) mediante un comportamiento y una actitud burocrática ante los trabajadores. Un comportamiento que ya no solo está instalado en las cúpulas sino que recorre las estructuras sindicales donde los liberados y delegados (no todos por supuesto) están adocenados y al servicio de esa política paralizadora de sus dirigentes.

He ahí porqué, lamentablemente, cuando Esperanza Aguirre habló de reducir los liberados, se granjeó el apoyo de una mayoría de trabajadores y trabajadoras de la sanidad madrileña. El sindicalismo en la sanidad madrileña está desprestigiado –más aún que en otros sectores- con una gran responsabilidad de los propios sindicatos.

Tercera causa: la división y jerarquización de las categorías profesionales.

Entramos ahora en uno de los dos problemas más profundos, estructurales y complejos que tenemos los trabajadores de la sanidad. Hasta ahora en el recorrido que hemos venido haciendo, las causas anteriores podían más o menos ser comunes a otros colectivos de trabajadores como por ejemplo la industria o el transporte, pero hay aspectos muy específicos de las sanidad que explican que dentro del desigual desarrollo de esta convocatoria, sea aquí donde se dé uno de los peores índices de seguimiento.

Tenemos también que señalar que las tendencias corporativas y profesionales de la sanidad cada vez se vislumbran más en otros sectores laborales. Por ejemplo la tendencia en Metro o Renfe a las huelgas de conductores; esto quiere decir que se abre una brecha cada vez mayor, tanto en las diferencias salariales como en la unidad de los trabajadores. Las huelgas de los controladores aéreos es desde mi punto de vista un caso mucho más claro, por lo poco que sé, tengo la impresión de que –independientemente de lo justas que puedan ser sus demandas- este colectivo se comporta como una élite dentro del mundo del trabajo (habría que ver por ejemplo si se sumaron a la convocatoria del 29-S).

En el caso de la sanidad, donde más se acentúan las diferenciaciones es sobre todo en la cúspide del vértice de la pirámide social, empezando por los médicos. Un colectivo que en otras etapas fue proclive a posturas progresistas o incluso de izquierdas, en particular los médicos de Atención Primaria que tienen un contacto mucho mayor con la sociedad que por ejemplo los cirujanos o especialistas de hospitales (espero que ningún amigo, amiga o compañero/a se sienta aludido por un punto de vista muy sociológico). Pero esta dinámica de interesarnos solo por lo “tuyo” no es patrimonio de médicos ya que cada vez se da con mayor naturalidad entre otras categorías como las auxiliares, los celadores y por supuesto las enfermeras.

A la jerarquización natural de la estructura laboral y profesional de la sanidad se le ha venido sumando en los últimos años una mayor división entre categorías y una mayor fragmentación dentro de una misma categoría. Podríamos decir que la Administración lo que busca es lo opuesto de la frase del Manifiesto Comunista con la que encabezamos este artículo, es decir mientras hay una tendencia histórica a la proletarización de las clases medias y trabajadores cualificados, la Administración Pública “desproletariza” haciendo suya la viejísima consigna de divide y vencerás. Y lo hace mediante una política salarial que potencia las diferencias entre las categorías y dentro de la misma premia a las fijas estatutarias frente a las personas contratadas o interinas. Diferencias que llegan a suponer dentro de una misma categoría de cerca de mil euros aproximadamente, porque han introducido conceptos variables como la “carrera profesional” o la “productividad variable”, que para un celador es de 269 euros y para un director gerente 19.100 (este es un concepto no mensual por supuesto). De esta manera teniendo contentos a los más fuertes de las categorías profesionales más fuertes ya no solamente han quebrado la unidad de los trabajadores sino incluso la propia unidad de los profesionales de una misma categoría.

Con tanta división salarial y profesional que no hace sino aumentarse, a lo que estamos asistiendo es a una orgía corporativista que abarca todo el abanico sanitario, desde el médico que lucha por su estatus hasta el celador que demanda no ser destruido por la inmersión en el sector de empresas privadas. ¿Hay alguna solidaridad entre el celador con el médico y, lo que sería un poco más natural, el médico con el celador? La respuesta es sencilla. NO. De la misma manera que tampoco el celador se siente solidario con los trabajadores de contratas como hostelería, limpieza o mantenimiento cuando negocian su convenio o cuando directamente son despedidos por su patronal.

Pero la diferencia es que mientras éstos trabajadores de contratas permanecieron unidos cara a la huelga general y la apoyaron, el personal de la sanidad se ausentó completamente, y el apoyo de unos pocos fue más de carácter político que sindical (sería interesante hacer una encuesta entre los que hicieron la huelga, sí sus motivaciones eran más sociales y políticas que estrictamente sindicales).

Otra diferencia importante también entre unos trabajadores y otros es que mientras los sectores de base de esta pirámide social se sienten aún obreros o asalariados, es decir, un trabajador más del sector de servicios; no es ese el caso para una gran parte de los médicos e incluso de las enfermeras que se autodefinen como “profesionales de la salud”. No se reconocen como parte de una Clase social (como un o una trabajador/a de la sanidad) que tienen intereses comunes a los de un conductor del metro, una limpiadora, un trabajador del metal o una maestra de escuela. Esta enorme carencia y retroceso yo la denominaría como ausencia de conciencia de clase.

Aquí por supuesto, inciden de manera decisiva dos aspectos, uno material que es el salario y las condiciones laborales de un médico muy por encima de la renta per cápita de este país, y, en segundo lugar, lo que comentamos en el punto dos, el giro a la derecha de un sector importante de trabajadores y de las clases medias entre los que se encuentran los de la sanidad madrileña. Resulta paradójico como muchos trabajadores de mi hospital repiten como papagayos los argumentos de Intereconomía que como todo el mundo sabe es una cadena privada de la derecha más conservadora. Sí hiciéramos una encuesta entre médicos seguramente nos daríamos cuenta que sus posturas políticas oscilarían entre conservadoras y moderadas de derecha o centro derecha.

En conclusión, hay una importante cantidad de trabajadores de la sanidad que por un lado no se reconocen como parte de las clases trabajadoras sino como “las nuevas clases medias”. En segundo lugar, y consecuencia de lo anterior, lejos de identificar al enemigo de clase (oligarquías o capitalistas) como su propio enemigo y responsable de la crisis económica y social, miran “hacia abajo” echando la culpa a los inmigrantes (de que se aprovechan de la sanidad pública, de los recursos de la seguridad social, de las ayudas escolares, etc.). En resumen los acusan de ser los responsables del mayor gasto y del déficit público; del deterioro de la sanidad o de los servicios públicos. Este clima social y político es el nido para que los huevos de la serpiente (xenofobia) salgan del cascarón y se conviertan en hidra de mil cabezas.

Así mismo, la pérdida de conciencia de clase, pero también de la conciencia social lleva a negar lo evidente, a pensar que las razones de fondo de su buen salario y de los derechos que disfrutas no son el fruto de grandes luchas sino el resultado de su capacidad intelectual, su destreza o habilidad como profesional. Para ellos la sociedad es una referencia virtual porque lo verdaderamente importante son las circunstancias personales que rodean al individuo.”Yo he llegado hasta aquí por mi propio esfuerzo” (es una verdad a medias) porque “Tú has llegado aquí gracias a un movimiento social y obrero que durante décadas luchó contra el franquismo, conquistó una seguridad social, una sanidad universal y una enseñanza libre y gratuita”. Muchos y muchas murieron por defender esos derechos.

Resistencia social. Restablecimiento de valores

Me gustaría concluir este artículo diciendo que a pesar de que la situación está muy mal se puede cambiar (aunque también es susceptible de empeorar). La historia nos ha enseñado que los ciclos cambian en función del impulso o no de la lucha social y la lucha de la clase trabajadora.

Los seres humanos pensamos que nuestro presente es único e irrepetible, y aunque en parte es así, las comparaciones de esta coyuntura histórica con otras son más que reconocibles. El milenarismo o los catastrofismos también forman parte de los presentes de cada momento histórico. En mi opinión la diferencia sustancial con otras épocas es la capacidad destructiva del ser humano para crear una crisis ecológica sin precedentes. Por lo demás, siempre ha habido momentos de crisis, hambrunas, fenómenos migratorios, revueltas sociales, revoluciones y contrarrevoluciones.

Para detener el avance de la reacción van a ser necesarios muchos 29-S, muchos más potentes y en muchos países. De otra manera no es posible derrotar ya no solo al capitalismo sino al neoliberalismo. Éste es la verdadera hidra del siglo XXI porque se ha instalado entre nosotros como “una forma de vida”. Sus valores individualistas han ganado el terreno a la fraternidad o la solidaridad. La competitividad ha desplazado la justicia social. El consumismo es su receta frente a la crisis económica. Los sindicatos y las organizaciones obreras se baten en retirada frente a una ofensiva que intenta liquidar nuestros derechos históricos. La democracia política es una consulta formal porque quién gobierna realmente es la dictadura de los mercados y los organismos supranacionales. Los partidos políticos son máquinas publicitarias manejadas por el oráculo de los sondeos. La opinión pública no es un movimiento social participativo sino una masa amorfa de personas sentadas y aleccionadas por los medios de comunicación. Estos medios están gobernados y son propiedad de potentes multinacionales que a su vez son propiedad de otras potentes empresas con inversiones en sectores estratégicos o energéticos; que a su vez están interconectadas con otras empresas o incluso con las grandes mafias y traficantes de armas, drogas o redes de prostitución. Este es el neoliberalismo. Ninguna tregua puede tener un sistema de estas características.

Para hacerle frente hay al menos tres caminos reconocibles: la resistencia y la lucha social, empezando por los propios trabajadores. La lucha ideológica por defender los valores que van desde la revolución francesa hasta el internacionalismo, el ecosocialismo y el feminismo. Y la recuperación del gran movimiento de clase que precedió a todas las revoluciones contemporáneas desde la Comuna de París hasta Mayo del 68.

En esta perspectiva histórica es donde se inscribe nuestro modesto y minúsculo trabajo diario, porque los grandes acontecimientos son también el resultado de un proceso de acumulación de fuerzas de millones de personas que impulsan a la sociedad en un sentido opuesto a las del neoliberalismo. Cualquier paso es importante:

La gente se imagina que cuando todo está tranquilo es que todo está estancado. La propaganda continúa a pesar de todo. La siembra de ideas se hace precisamente cuando todo está tranquilo… Con los republicanos y los socialistas difundiendo sus doctrinas” (Mayhew)

Desde cada lugar de trabajo, hay que organizar esta resistencia, por pequeña que sea. Nosotros en la sanidad llevando otras ideas, otras propuestas, a las que los sindicatos mayoritarios nos vienen acostumbrando. Unas veces será una asamblea, otras una manifestación como aquella del 13 de octubre de 2008 en Madrid, otras una plataforma en defensa del empleo o de la sanidad pública, etc. Aunque nos parezca que todo esto cae en saco roto, que nuestro enemigo es invencible, siempre servirá; porque sí llegara el día en que todos nos quedáramos paralizados por la superioridad de los proyectos neoliberales, habríamos firmado nuestra acta de defunción.

Porque el neoliberalismo lo que busca es acabar con los trabajadores como una clase social que lucha, que defiende unos derechos y se organiza como tal. El neoliberalismo pretende, ese es su sueño, reducirnos a una masa acrítica de explotados sin derechos y consumidores de sus mercancías. Por eso exalta los valores individuales frente a los colectivos, prefiere un acuerdo personal a un convenio colectivo (tanto vales tanto te pago) prefiere la desregulación de las normas y la desaparición de todos los obstáculos. Prefiere que seamos “profesionales de la salud” que trabajadores de la salud. Quiere hacer desaparecer todas las señas de identidad de nuestra clase, la clase trabajadora, pero ¡ay! Paradojas del destino, todo ello reafirmando sus propias señas de identidad, sus valores, sus proyectos, y la firme determinación de seguir gobernando el mundo con un puñado de oligarcas y de transnacionales sin escrúpulos.

Madrid, Octubre de 2010



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