Trasversales
Paolo Do

Ataque al corazón de Europa

Revista Trasversales número 19 verano 2010




Es innegable que la entrada de China, hace diez años, en la OMC ha cambiado profundamente ese país. Al mismo tiempo, parece fuera de toda duda que tal entrada y el nuevo protagonismo del Celeste Imperio han transformado la propia geografía de la globalización tal como la hemos conocido hasta ahora.
El papel del nacionalismo en China no disminuyó con su entrada en el espacio global, más bien se ha fortalecido. Esto nos debería llevar a reflexionar, no tanto sobre un nuevo protagonismo o una reactivación del Estado-nación, sino más bien sobre la problematización del funcionamiento actual de un anómalo país de más de 1.300 millones de personas que ha hecho del mando sobre la fuerza de trabajo y de la gestión del capital global sus dos ejes motores.
Cuando las consecuencias sociales de la entrada en la OMC y de la globalización representan en realidad un progresivo declive de la ideología marxista-comunista como instrumento de cohesión social y de impulso modernizador, la emergencia del nacionalismo chino parece más bien una especie de transición en la crisis de las ideologías de la revolución. No sólo podemos decir que la modernidad de China se fundamenta sobre el control de un capitalismo monopolista y multinacional, sino que también parece que el propio capital global ha asumido las funciones de mando y soberanía que fueron propias del Estado-nación.

Para el mando capitalista y para una China que parece salir de la periferia de la producción mundial, la rápida formación de una nueva clase de trabajadores, plenamente integrada en los circuitos globales, es una amenaza de reforzamiento del poder de la clase productora a escala mundial.
Quizá pueda considerarse que si desde Asia no se ha invertido un solo yuan en bonos griegos, prefiriendo antes bien la quiebra, haya sido como respuesta a esa amenaza. El nombre de esa amenaza es el Estado de bienestar europeo, en cuya salvación no quieren aventurarse ni China ni un capital multinacional.
Hoy, la dominación sobre la fuerza laboral mundial de la nueva división del trabajo emergente pasa, por consiguiente, por la deflación y por duros recortes en el Estado de bienestar europeo, como queda claramente descrito en el presupuesto anticrisis por importe de 700.000 millones de euros. La receta de ajuste europea no es otra sino el ataque a los logros alcanzados por las luchas obreras en las últimas décadas; desmantelamiento que debe leerse en el marco de las nuevas relaciones de fuerza entre el centro y la periferia de la producción mundial.
Con la crisis griega, nos enfrentamos con el rediseño de una nueva geografía de las ganancias y de los poderes. Privatización, mercantilización y paulatina privatización del gasto social (pensiones, educación y salud) no sólo son el nuevo terreno de la acumulación de capital, sino que, aún más, también expresan el surgimiento de un esfuerzo multipolar sin precedentes para gestionar una fuerza de trabajo global.
17 de mayo de 2010


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