Trasversales
José M. Roca

Pasto de tiburones

Revista Trasversales número 19, septiembre 2010

Textos del autor
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El viaje de Zapatero a Nueva York para entrevistarse con representantes de lo más granado del capitalismo mundial es un signo de estos tiempos aciagos. En un desayuno a puerta cerrada con directivos de los bancos de negocios y  fondos de inversión más importantes de EE.UU., el Jefe del Gobierno español ha dado cuenta de las medidas de ajuste adoptadas desde que recibiera sus avisos la pasada primavera. Ante tal tribunal, Zapatero se examinó sirviendo en bandeja, como se ofreció a Salomé la cabeza del Bautista, la reforma laboral, la rebaja salarial de los empleados públicos, la congelación de las pensiones,  la reforma del sistema de pensiones y la merma general del gasto público, que convierten a las capas económicamente más débiles de la población española en pasto de los tiburones de Wall Street, donde se originó la crisis financiera que ha sido una de las causas del endeudamiento de los países por la decisión de los gobiernos de hacerle frente con ingentes cantidades de dinero público. Como si tratara de aplacar la ira de un dios sanguinario, Zapatero ofreció a los causantes de la crisis el empeoramiento de las condiciones de vida y trabajo de millones personas, con tal de que, antes de llevarnos a la quiebra por sus ansias de dinero, nos permitan sanear el sistema capitalista con un capitalismo más despótico y descarnado.
Si el estallido de la crisis en el país con el sector financiero más evolucionado del mundo y su posterior deriva hacia una recesión económica casi general plantea la labor de poner en solfa las corrientes económicas dominantes en los últimos treinta años, difundidas desde fundaciones, universidades, cátedras y departamentos de economía, escuelas de negocios y prensa especializada, la solución a la crisis ofrecida por los gobiernos occidentales, en particular, por socialdemócratas y laboristas, obliga a revisar las teorías sobre la gobernanza global puestas de moda por sus intelectuales.  
No es un recurso retórico preguntarse qué lugar ocupa hoy la política en los países industriales y democráticos, y cuál es la función de los gobiernos en países como EE.UU., España o los que forman la Unión Europea. ¿Para quién deben gobernar los representantes políticos? ¿Por qué intereses deben velar? ¿Qué necesidades sociales deben satisfacer? ¿Qué deben proporcionar a los ciudadanos? ¿Deben acentuar las desigualdades sociales o paliarlas? ¿Deben apoyar las corrientes económicas dominantes u oponerse a ellas? ¿Les debe guiar el bienestar de los ciudadanos o el interés de los mercados? ¿Deben prestar atención preferente a los grupos sociales económicamente mejor situados, o dedicarla a los más débiles?

Estas preguntas y otras semejantes, así como las oportunas respuestas están al margen de la agenda política; están fuera de lugar en un momento en que, por las decisiones que el Gobierno está adoptando, y cuyas consecuencias los ciudadanos van a arrostrar, deberían figurar en el primer plano de la actualidad y dar a lugar a un debate público, en España y a ser posible en Europa, sobre el origen y los responsables de la crisis y cómo salir de ella. Al revés de esto, los gobiernos conservadores de la UE se han alineado sin titubeos con las exigencias del mercado financiero y lo mismo ha hecho nuestro Gobierno, que ha aplicado el programa económico del Partido Popular, aún cuando los dirigentes de éste se muestren insatisfechos con ello.
Cuando gobiernos democráticamente elegidos se convierten en dóciles correas de transmisión de los mercados y la opinión de los ciudadanos se margina en tan graves momentos, es obligado pensar que hemos llegado a la situación que ya apuntaba un informe sobre la ingobernabilidad de las democracias, elaborado, en 1975, por Michel Crozier y Samuel Huntington para la recién fundada Comisión Trilateral. Lo que vino después, con la llamada revolución conservadora, fue crear las condiciones jurídicas y lograr el asentimiento social para la supeditar la política democrática a la libre circulación del capital privado a escala mundial, pues, en el sistema capitalista, cuando los capitalistas actúan como tales están más interesados en multiplicar el beneficio económico que en promover la democracia y la libertad de los ciudadanos, que pueden ser sacrificadas en aras del primero.
El grado en que lo consigan depende de nosotros, los ciudadanos, y en particular de los asalariados; un primer paso para pararles los pies es secundar el día 29 la huelga general. Así que no seamos dócilmente pasto de tiburones.


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