Trasversales
José Luis Redondo

Por un futuro sin crecimiento

Revista Trasversales número 20,  otoño 2010

Textos del autor
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El debate actual parece consistir en la disyuntiva entre estimular la economía, propuesta de Estados Unidos, o estabilizarla frenando el déficit, en lo que está empeñada la Unión Europea. La propuesta europea se basa en el fundamentamentalismo liberal y en la paranoia alemana de miedo a la inflación.  Es probable que con estas medidas Europa apenas crezca. Ya que, aunque coyunturalmente, se va a dejar de crecer, es el momento para lanzar respuestas a los problemas que el mundo va a tener a medio y largo plazo, respuestas que los gobiernos van aplazando continuamente.
Debería ser una evidencia que no puede crecerse indefinidamente en un planeta con recursos finitos. Se trata de los límites, de los recursos minerales, sobre todo del petróleo, límites de los alimentos y del agua. Límites porque los recursos no crecen y sí la población que accede a ellos. Límites también porque los efectos están degradando el medio ambiente y con él las posibilidades de existencia de los seres vivos, entre ellos de los seres humanos. Desaparición de especies a ritmo acelerado, destrucción de bosques, escasez de agua potable, aumento de los gases de efecto invernadero, sobre todo de CO2, con las catástrofes climáticas que se avecinan.

Así, habría que combatir dos mitos del modelo actual del capitalismo:
- La inevitable necesidad del crecimiento
- El consumo siempre creciente como aumento del bienestar
El primero va ligado a la dinámica del capital que se alimenta con el aumento de la tasa de ganancia. El segundo, al modelo de capitalismo que desde la Segunda Guerra Mundial ha invadido el mundo. ¿Se les puede combatir, no sólo ideológicamente sino en la práctica? ¿Hay algún punto clave por donde deba comenzarse? En mi opinión el modelo de civilización occidental se basa en la energía, que ha permitido el aumento de la productividad del trabajo, mediada por las tecnologías, y, por tanto, el aumento en la producción de “objetos”. La energía, desde la revolución industrial, se ha producido a partir de combustibles fósiles, carbón, petróleo y gas. Recursos no renovables, que en el caso del petróleo está cerca de su declive. Recursos que fundamentalmente se queman para producir calor y gases de efecto invernadero. Es un mínimo principio de precaución la restricción del uso de estos combustibles para combatir el cambio climático, en lo que la UE va de avanzada.

Así que se trata de limitar la utilización de combustibles fósiles y, mas allá, de todo el consumo energético, ya que las energías renovables no pueden sustituirlos. Hay diversas líneas de actuación posibles: reducir su uso aislando edificios, desplazar el transporte privado al público, propiciar el consumo de mercancías de producción cercana frente a las lejanas (que no tienen en cuenta los costes de un recurso cada vez más escaso como el petróleo). Para esto pueden utilizarse impuestos ecológicos que graven el derroche (quien contamina paga) hasta imposiciones desde los organismos públicos como restricciones a la utilización del coche en las ciudades, temperaturas reguladas en los centros públicos, etc. Por otra parte, hay que impulsar el uso de fuentes renovables, nuevos sectores con la energía del aire y del sol. Ya la energía eólica es competitiva, de la solar promete la termosolar y la fotovoltaica está aumentando su rendimiento. Las  viviendas deberían ser energéticamente autosuficientes. Los coches híbridos ya podrían implantarse y los eléctricos exigen una inversión en infraestructuras para su alimentación. Todo esto supondría nuevos sectores tecnológicos y nuevos puestos de trabajo.

Suele señalarse que como los problemas son globales también deberían serlo las soluciones, así que no se toman medidas esperando el acuerdo de la mayoría de los países. Sin perjuicio de acuerdos lo más globales posibles, todo cambio se produce a partir de algún foco y la UE está en condiciones tecnológicas de comenzarlos. Aunque el mayor consumo energético se ha dado en EEUU y Europa, los países emergentes se han convertido en nuevos devoradores de energía, sobre todo China, India y Brasil. Estos países también tendrían que entrar en acuerdos sobre el cambio climático, como el que habría que conseguir en la nueva reunión del Foro en Méjico. Autores como Giddens (La política del cambio climático, Alianza Editorial) plantean cambios en esta línea, aunque de forma reformista y con cierto pesimismo sobre su viabilidad.

Igualmente se impone el reciclaje y la recuperación de recursos no renovables, como los metales, frente a la obsolescencia de los productos en una civilización del deshecho y del aumento de la basura.
La UE puede ser la punta de lanza de un cambio hacia un mundo sin crecimiento o en decrecimiento económico pero con desarrollo de nuevas formas de vida, de cambio profundo del modelo civilizatorio. Sin embargo, el enorme desequilibrio entre los países, el hambre, las enfermedades, las enormes deficiencias sociales, exigen cambio a nivel mundial. Cuestiones como la deuda de los países africanos, el hambre y los déficit alimentarios debidos a cosechas insuficientes, a las sequías e inundaciones en aumento por el cambio climático, las enfermedades epidémicas y la falta de una educación elemental exigen respuestas mundiales y obligaciones reales de los países desarrollados. Los Objetivos del Milenio, impulsados por la ONU, están lejos de cumplirse. No es posible cambiar de vida en el mundo desarrollado con carencias de este calibre, así que tendremos que decrecer a la vez que otros crecen, al tiempo que se mantiene el equilibrio de los recursos.

En este aspecto los alimentos y el agua son claves. El sistema de comercio mundial ha estimulado el cambio de la agricultura tradicional en el mundo subdesarrollado, desde una agricultura de subsistencia a la de productos para el mercado mundial, al mismo tiempo que en la UE y en EEUU se subvenciona la producción agrícola, a lo que hay que añadir la especulación en las bolsas de alimentos, como está pasando de nuevo con el trigo. Esto tiene que cambiar, la autosuficiencia debe ser la primera meta y debería impulsarse y protegerse. De momento la producción de alimentos parece suficiente para alimentar a la humanidad, aunque repartidos desigualmente, pero no debe perderse de vista que el crecimiento demográfico puede hacerlos  insuficientes durante este siglo si se mantienen las tendencias actuales de crecimiento. El agua potable es un bien escaso y con déficit en muchos países. Debido a las sequías periódicas, como en el Subsahel, a la contaminación de los ríos o a su ausencia, va a ser una fuente de conflictos, como ya pasa en Oriente Medio. La tendencia del Sistema, con las recomendaciones del FMI, es hacia su privatización y su conversión en mercancía, pero sólo su gestión pública puede garantizar el suministro para todas las poblaciones, medidas como la desalación y el reciclaje son esenciales. (Susan George. Sus crisis, nuestras soluciones. Ed. Icaria e Intermón). No se trata solamente de justicia, que afecta desde los gobernantes al último ciudadano, sino que de continuar afectará al mundo desarrollado. Con fenómenos como el aumento de inmigrantes, guerras y crisis de todo tipo.

El segundo gran eje a considerar sería combatir el consumo, la mayor posesión de objetos no parece que dé la felicidad pero produce adicción. Hay que cambiar desde el consumo de objetos hacia la realización de actividades culturales y sociales. El deseo humano es infinito pero las necesidades se producen socialmente, sólo desde hace cuarenta años se ha establecido la sociedad de consumo en la que vivimos en el primer mundo. También aquí se pueden tomar medidas desde lo “público”: asegurar la durabilidad de los bienes, gravar el consumo, regular la publicidad, fomentar otras actividades.
Es evidente que si se consume menos objetos, habrá una producción menor y menos puestos de trabajo, aunque puedan aumentar en el ámbito del bienestar, la salud, la educación, actividades culturales y sociales. A menor trabajo sólo puede responderse con más equidad en los ingresos y con el reparto de trabajo. Las respuestas actuales aumentando el tiempo de trabajo de unos y manteniendo en el paro a otros sólo pueden dar lugar a  fenómenos de exclusión y de conflictos sociales. Hay que estudiar la posibilidad de una renta básica, ligada a un fuerte cambio en el sistema impositivo. Así el trabajo dejaría de ser la categoría central de inserción social (Manifiesto Utopía. Ed. Icaria)

No está claro si transformaciones de esta naturaleza, de cambio civilizatorio, que se oponen a la forma actual de capitalismo, pueden suponer el final de éste o solamente su control. En cualquier caso, no parece que puedan ser compatibles con la desregulación actual, con el poder de agencias financieras y multinacionales. Hay que pensar en un aumento decisivo del control político, desde lo local a lo global. Un peso mucho mayor de municipios, estados, uniones de estados y agencias mundiales como la ONU.
Es evidente que de una crisis duradera de crecimiento puede salirse a través de un control democrático, con participación más profunda de los ciudadanos, o a través de procesos autoritarios imponiendo restricciones desde poderes no controlados o incluso con caos y guerras de todos contra todos.
Para abordar una gran transformación de manera democrática sería fundamental poder lanzarla desde lo “público”, los Estados, la UE. Un proyecto pactado con agentes sociales y ciudadanos, conseguir la ilusión  de búsqueda de un futuro mejor sin deteriorar el presente. Para poder abordarlo se necesita utilizar el crédito, no puede ser que la banca tenga que ser ayudada por los Estados y el crédito no pueda ser usado para fines generales. Es necesario el control, al menos, del crédito, bancos públicos y obligaciones a la banca privada para ponerla al servicio de una gran transformación social (Susan George, obra citada). Más allá se necesita una “planificación” que favorezca unas líneas de desarrollo, de I+D+i, de inversión en nuevas tecnologías y en sectores de atención a los ciudadanos.
No puede pensarse que puedan acometerse cambios tan profundos sin la implicación y presión de todos, hacen falta fuerzas políticas que lo propicien, medios de comunicación que lo apoyen y aumento de la democracia. Ya se han ensayado inicios de democracia directa en lo local, presupuestos participativos en los ayuntamientos y consultas on line, hace falta generalizarlos en el nivel local. Hay que dar pasos también en otros niveles, comunidades autónomas, Estados y la UE.

Estabilidad y falta de crecimiento sí, pero para otro mundo.

Septiembre 2010


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