Ana Vega Poesías Revista Trasversales número 21 invierno 2010-2011 Ana Vega (Oviedo, 1977) ha publicado El cuaderno griego (Universos, 2008), Breve testimonio de una mirada (Amargord, 2009) y Realidad Paralela (Groenlandia, ed. Digital). Colaboradora de diversas revistas literarias. Ha participado en diversos proyectos conjuntos con artistas plásticos como Juan Falcón. Más información: http://elcuadernogriego.blogspot.com
El final del cuento
en homenaje a Inés Toledo y su libro El final del cuento A veces tengo sensación de batalla perdida, de general con hombres muertos a sus pies, con manos ensangrentadas pero inútiles… Cansancio acumulado. Elaboración de tácticas y estrategias estudiadas con precisión de bisturí y a las que siempre vence el caos del mundo más cotidiano. A veces siento que ni los cuchillos más afilados logran cortar bien la carne. Siento que poco o nada tiene sentido. Y sin embargo, en contadas ocasiones, veo con claridad, exacta, de halcón desde las alturas, cómo la verdad vence al cobarde; cómo el triunfo está asegurado desde el principio para aquéllos que se mantuvieron firmes, los locos, los salvajes, los que no se dejan domesticar: los más cuerdos entonces. Y sé que noches de cuchillo y ruido ensordecedor les preceden, espinas bajo sus pies, clavos ardiendo siempre en sus manos y muñecas rotas. Al final del cuento la paz llega a los ojos del indómito con la facilidad con la que el cielo abre sus puertas tras la tormenta. Benditos sean aquellos que han logrado sobrevivir al desierto. Bajarme de la cruz Bajarme de la cruz, arrancar los clavos, lamer la sangre con la lengua y enfrentarme a la mujer que soy, pese a todo, pese a todos, tiene un precio demasiado alto. Algunas permanecen clavadas de por vida. La mentira No saben. No entienden. Ellos. Los que gritan fuera, los que no escuchan. Aquéllos que se empeñan en cerrar los ojos ante la mentira. La verdad del hombre duele demasiado. El hombre se convierte en hombre cuando decide seguir sus propias normas. Ningún dios puso sus manos sobre ningún niño herido nunca. La peste de este siglo es la ceguera que todos nos imponemos cada día para salvarnos. No hay dignidad en eso. No hay dignidad en tragar saliva y seguir caminando como si nada. |