Trasversales
Beatriz Gimeno

Hay que cambiarlo todo

Revista Trasversales número 21, invierno 2010-2011

Textos de la autora
en Trasversales



La crisis que estamos viviendo no es sólo una crisis económica producida por unos y cuyas consecuencias, de manera injusta, vamos a pagar la mayoría. Esta crisis es distinta a otras que ya ha vivido el capitalismo porque detrás de ella hay una profunda crisis de valores; de valores de vida. Si no cambiamos esos valores vendrán otras crisis que se agravarán cada vez más con crisis medioambientales, con crisis sanitarias, con crisis del agua, de la pobreza etc. Ésta es una crisis producida, además de por la avaricia de los que manejan el poder financiero, porque la ciudadanía de los países desarrollados ha cambiado en cincuenta años todos sus valores y se ha convertido en la materia casi inerte sobre la que el capitalismo esculpe sus designios. Se dice que hemos pasado de ser ciudadanos a ser consumidores, pero es más que eso, nos hemos convertido en una sociedad de “deudores”, en palabras de Bauman, empujados a consumir no sólo para alcanzar una supuesta felicidad, sino también porque el consumo es lo que mueve la economía, al parecer. Lo que se nos dice es que sólo más consumo nos sacará de la crisis. Eso no hará sino traernos otra crisis y, finalmente, el desastre. Y en este camino se produce no sólo el agotamiento del planeta, de los recursos, sino que por el camino se crean desigualdades insoportables, mucho dolor humano.

La vida humana se ha convertido en una espiral de consumo pagado a base de deudas contraídas con los bancos. No importa que no tengamos con qué pagar lo que queremos: la casa, el coche enorme, las vacaciones lejanas… si no se tiene se pide un crédito que es lo que venden los bancos. La vida se ha convertido en un tiempo en el que la principal preocupación (de los que tienen trabajo) es comprar y tener: tener casa o dos casas, coche o coches y siempre más grandes; el ocio es consumo, las estaciones atmosféricas vienen determinadas por los ciclos de consumo-rebajas en los grandes almacenes, las vacaciones tienen que ser siempre a lugares lejanísimos de los que no sabemos nada ni nos importa, en lugar de viajar a playas o montañas más cercanas. El asunto es ir y volver y hacer muchos kilómetros. Coger el AVE para no hacer nada, coger el avión para ir a una playa exactamente igual que las de aquí. Ir siempre y a toda costa más rápido y más lejos sin ninguna razón para esas prisas.

Los paisajes han desaparecido enterrados bajo adosados que ha comprado gente que no puede pagarlos y que se instalan a vivir allí a distancias enormes de sus centros de trabajo, por lo que cada miembro de la familia necesita un coche que transita a la misma hora por atestadas autopistas que ya no dan abasto; para remediar eso se construyen nuevas autopistas que a su vez se quedarán pequeñas en dos días. Y mientras… ayudas a los coches, ayudas a los pisos, ayuda para consumir, ayuda para endeudarse de por vida, pero ninguna ayuda si después no puedes pagar. Si no puedes pagar, entonces a quien se ayuda es a los bancos, los ciudadanos que se las compongan como puedan, a éstos se les retiran incluso las ayudas más necesarias. Te ayudan a consumir, pero nadie ayuda a los que no tienen que comer, a los que no tienen que beber, a los que no tienen cómo vacunarse o aprender a leer.
Los partidos de la izquierda tradicional o bien se muestran absolutamente sumisos a los mercados si están en el poder o si no están en el poder protestan, pero las recetas que ofrecen ya no sirven. Ya no se trata únicamente de aplicar recetas diferentes, aunque obviamente no todas las recetas son iguales. Se trata de contribuir a propiciar un cambio de valores radical que conduzca a intentar transformar la sociedad por medio de cosas que no están de moda pero que hay que recuperar: cierta mesura, la solidaridad activa, la equidad, la fraternidad, la razón en definitiva. Y hacerlo aunque para ello haya que decir cosas que, aparentemente, quiten votos. Alguien tiene que decir que las minas de carbón hay que cerrarlas, que no se pueden dar ayudas al automóvil, sino al transporte público; alguien tiene que decir que sí, que las edificaciones en las playas tienen que derribarse, que no se pueden poner chiringuitos, que no se pueden construir más AVEs sino invertir en las líneas convencionales, que los adosados son una plaga a exterminar aunque a la gente le encanten. Alguien tiene que ser lo suficientemente lúcido para entender que es mejor enfrentarse al futuro ahora, aunque duela, y tratar de ponerle remedio antes que esperar otra crisis, y otra, y otra, que termine por sumir en la pobreza a millones de personas.

Nada de lo que nos están diciendo es cierto. Ni es verdad que haya que hacer el mercado más flexible, es decir, con despido más barato y fácil, para que haya más trabajo; ni es verdad que las pensiones sean insostenibles, ni es verdad que haya que despedir a mucha gente, sacrificarla, antes de encontrar un llamado “equilibrio” que habrá dejado muchas vidas humanas tiradas en el camino, vidas irrecuperables. Nada de eso es cierto. Se han construido cientos de miles de casas más de las necesarias y ya no es posible que los bancos, es decir, eso que se llama los mercados, ganen tanto como ganaban antes si no sacrifican a miles, cientos de miles o millones de personas. Y en ese sacrificio estamos.
Hay que volcarse en ofrecer mejor calidad de vida para las personas y no vidas con más cosas. Lo que haya que pagar habrá que pagarlo entre todos, pero de verdad; los que tienen más tendrán que pagar mucho más para que los que tienen menos dispongan de oportunidades. Pero si esto es así, entonces las palabras “sacrificio” o “solidaridad” tendrán sentido y no como las emplean ahora los políticos, como una burla: en la etapa del sacrificio los ricos se hacen más ricos y los pobres cada vez más pobres.
Está claro que se trata de intentar algo que no se ha hecho antes, pero como no se ha hecho tampoco ha fracasado. Hay que intentarlo porque las recetas tradicionales están agotadas. Tenemos que encontrar la manera de organizar nuestras sociedades fraternalmente, de volver a ser ciudadanos y ciudadanas y no accionistas, deudores, consumidores. De preocuparnos por lo que compartimos y no porque lo que cada uno/a pueda atesorar, de negarnos a que nos privaticen la vida porque es una manera de dejar que nos la roben; de volver a entender que “la sociedad” es nuestra casa, que debemos protegerla y pedir que nos proteja y que proteja también a los más débiles, que entre todos nos cuidemos de que nadie sea excluido ni convertido en un excedente humano.


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