Trasversales
Beatriz Gimeno

¿Quién teme a la revolución?

Revista Trasversales número 21, marzo 2011

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Dossier Revolución árabe

Me temo que la teme todo el mundo. Y si es cierto que sigo teniendo mis dudas respecto a la intervención armada en Libia, también tengo la borrosa sensación de que la izquierda, en la que creo y a la que espero, ha dejado pasar una buena oportunidad de ponerse al frente de la defensa de las revoluciones árabes, sin matices, y que ha dejado pasar también la oportunidad de demostrar que se ha librado de viejos lastres que son propios de otro mundo -no de este- y que ha llevado a mucha gente a la desafección, justo ahora, cuando la izquierda es más necesaria que nunca.

Aunque las potencias occidentales digan que apoyan la lucha por la democracia, ya sabemos que esto es según convenga, no hay que insistir en ello, es demasiado obvio. Por lo mismo es evidente que estas revoluciones no les gustan y que hubieran preferido que no se produjeran y las razones que tienen ahora para intervenir son de todo tipo: prevenir la llegada de inmigrantes, tomar posiciones ante el nuevo régimen, cálculos electorales (caso de Merkel y Sarkozy) y también cierta presión de sus opiniones públicas. Pero no me cabe duda de que hubieran preferido que las revueltas no se produjeran.

Para empezar porque el hecho de que estas revoluciones no tengan nada que ver con la religión deja a occidente sin la excusa del islamismo radical que tan útil ha sido para justificar cambios actuaciones contrarias a los derechos humanos. En segundo lugar, además, estas son sus dictaduras, apoyadas y mantenidas por ellos durante décadas. Con estas dictaduras amigas occidente se ha apropiado de los recursos naturales cuyos beneficios no han revertido en los pueblos que los poseen, sino en unas pocas familias. Además, les hemos vendido ingentes cantidades de armamento y han controlado la inmigración tal como queríamos. Y por último, y se está hablando muy poco de esto, gracias a estas dictaduras, EE.UU e Israel han podido mantener el estatu quo de la región respecto al estado israelí. Lo cierto es que la mayoría de estos gobiernos han sido cómplices, más o menos disimulados, de las políticas israelíes y norteamericanas.

Caen Túnez y Egipto, se mueven Bahrein, Yemen, Siria, Libia, Arabia Saudí. Si caen todos, y no en manos de islamistas fanáticos como Irán, sino que se convierten en democracias va a resultar mucho más difícil mantener las políticas proisraelíes. Con los tiranos es fácil negociar, sólo piden seguir en el poder y poder seguir robando impunemente; es fácil comprar sus votos en la ONU o sus políticas, pero hacer eso con una democracia es más difícil en cuanto que éstas dependen en parte de su opinión pública; una opinión pública completamente propalestina. Ahora Israel ya no será la única democracia de la zona como lleva décadas vendiéndose, sino que estará rodeada de democracias que pueden exigir a EE.UU cambios en su política hacia Israel, por ejemplo que se cumplan las resoluciones de la ONU, y lo pueden exigir negociando, por ejemplo, con su petróleo.

Pienso, además, que a las potencias occidentales estas revoluciones no les gustan nada porque son un mal ejemplo. Si un pueblo sin armas, sólo con su determinación de no ceder puede derrocar a un régimen enquistado eso es un aprendizaje que cualquiera se puede aplicar. Es una enseñanza que ningún gobierno querría que se extendiera. ¿Y si aprendemos eso aquí? ¿Y si nos negamos, por ejemplo, a que nos gobiernen los mercados? Los pueblos árabes nos han enseñado en estos días que no es necesario tener armas, que se puede hacer desde abajo, que nada es inevitable y que siempre hay alternativas. No se si hay muchos ejemplos en la historia en la que un país provoque un cambio de régimen poniéndose por miles, por cientos de miles, en una plaza y no moviéndose de ahí.

Respecto a la izquierda que se opone a la intervención el problema (hay muchas excepciones) es que da la impresión de que estas revoluciones tampoco les han gustado mucho. En lugar de tomar la bandera de unas revoluciones populares de las que podríamos tomar ejemplo se vuelcan contra la intervención por razones muy dispares. Algunas las comparto, especialmente la desconfianza hacia las potencias interventoras. Pero aunque han declarado que se oponen con igual fuerza a la intervención que a Gadafi, lo cierto es que en lugar de poner de manifiesto, en primer plano, la hipocresía de quienes sí recibieron al dictador con todo tipo de honores y le protegieron hasta el final, envían videos y fotos por las redes sociales tratando de demostrar que Gadafi no es el dictador horrible que se pretende y que la revuelta está instigada por los EE.UU.

La izquierda no apoya claramente estas revoluciones porque no las siente suyas; porque lo que los manifestantes piden se aleja de los parámetros tradicionales de las revoluciones populares. Pero hay además, no nos engañemos, restos de una política de la guerra fría en la que hemos apoyado a dictadores sólo porque se opusieron a los EE.UU hace 40 años como es el caso de Gadafi. Y el mundo ha cambiado desde entonces. Necesitamos una izquierda que demuestre que se ha deshecho de modos de actuar y de pensar que no se corresponden con los cambios vertiginosos que el mundo ha vivido, que comprende la nueva situación. Necesitamos una izquierda que se de cuenta de que EE.UU. no es el enemigo y cualquier antinorteamericano un amigo. El enemigo a combatir ahora por la izquierda es el neoliberalismo globalizado que no tiene patria. Pero el enemigo tiene que serlo también Irán por ejemplo, al que una parte de la izquierda apoya, y todos los regimenes violadores de los derechos humanos. Necesitamos una izquierda que demuestre que ha entendido que la guerra fría se ha acabado, que apoya la legalidad internacional con la intención de que ésta se cumpla siempre y en todo caso (también la que afecta a Israel); que la exigencia de relaciones internacionales éticas y justas es su marca en todo momento y no que las haga depender de cálculos políticos que no tienen nada que ver con la justicia.

Creo que la izquierda ha perdido la oportunidad de subrayar que si allí se han levantado contra una dictadura, aquí podríamos levantarnos contra la dictadura de los mercados; que no hay régimen que no pueda derrocarse (ni siquiera un régimen económico injusto como éste) que las revoluciones pacíficas son posibles, que la democracia tiene que ser mucho más que introducir el voto en las urnas, que puede que el hartazgo popular y la sensación de humillación no tengan que ver siempre con la pobreza, sino con la convicción de que estos políticos, estos partidos y este sistema electoral no representan la voluntad popular, sino que sólo representan a los bancos. En realidad, en los pueblos árabes ha pasado algo parecido a lo que pasó en Islandia, sólo que en Islandia no se liaron a tiros. Un pueblo que se pone en una plaza y dice Basta. La izquierda ha perdido la oportunidad de unirse a la idea de que a veces los pueblos dicen que por ahí no pasan, y no pasan.

Y finalmente, todo esto puede irse al traste. Las potencias atacan al ejército de Gadafi en lo que puede ser una manera de controlar el proceso y una maniobra de distracción mientras las dictaduras asesinan en Yemen o Siria, y la izquierda protestando contra la intervención en lugar de volcarse en el seguimiento de las revoluciones para que no sean traicionadas como puede ocurrir. Pero el resultado final no empeñará que el proceso vivido sea visto en el futuro como una grandiosa oportunidad.



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