"Un individuo, un grupo, un partido o una clase que "objetivamente"
mira para otro lado mientras hombres ebrios de sangre masacran a personas
indefensas está condenado por la historia a la putrefacción
y a ser pasto de los gusanos aún en vida" (León Trotsky)
Un supuesto izquierdismo se ha enredado de nuevo en un falso dilema político:
la creencia de que para no dar un apoyo total a la "intervención
liberal" francobritánica en Libia, debe oponerse estridentemente
a ésta y a cada cosa específica que hagan ambos Estados. Al
menos, a todas las acciones militares. De hecho, ese dilema se lo han inventado
ellos mismos.
Por supuesto, los socialistas no deben
dar apoyo político positivo a los gobiernos y a los capitalistas que
dominan en Gran Bretaña, Francia, EEUU, la ONU, Libia o en cualquier
otro lugar. Incluso cuando parece que lo que están haciendo puede tener,
o es probable que tenga, resultados deseables, siempre actúan por
sus propias razones, no por las nuestras.
Por supuesto, su preocupación "humanitaria" para evitar que Gadafi
asesine a los rebeldes libios no es ajena a su preocupación por el
petróleo libio. Por supuesto que son hipócritas. Por supuesto
que usan dobles raseros. Por supuesto, no debemos darles crédito
político o aprobar cualquier cosa que hagan. Por supuesto,
no podemos confiar en que hagan lo que dicen estar haciendo y en que sólo
hagan eso.
Por supuesto, también, que la zona de exclusión aérea
aplicada al régimen de Gadafi podría, en determinadas condiciones,
convertirse en invasión y ocupación. Cuando se produce
una escalada bélica, los combatientes se encuentran ante situaciones
que no previeron. Por supuesto, se despliega una lógica política
entre sus propias necesidades y los intereses de las grandes potencias.
En 1882 el gobierno liberal de Gladstone ocupó Egipto "temporalmente",
pero Gran Bretaña se mantuvo allí durante 70 años,
hasta 1952. Darles apoyo sería repetir la experiencia de aquellos
que, respecto a Irak, dieron ardiente apoyo a EEUU. En otras palabras, sería
una estupidez y, para los socialistas revolucionarios, políticamente
autodestructivo.
Sin embargo, tenemos que observar la
situación tal como es. La ONU, con Gran Bretaña y Francia como
instrumentos, se ha fijado objetivos muy limitados en Libia. No hay razón
alguna para pensar que las "grandes potencias" quieren ocupar Libia o están
haciendo algo distinto a una limitada operación de policial internacional
en lo que ven como "frontera sur" de Europa. Aún tienen muy frescas
las amargas lecciones de sus torpezas en Irak.
Lo que están haciendo ha impedido, al menos hasta el momento, la
inmediata masacre a gran escala con la que el coronel Gadafi amenazó
a sus adversarios, a los que prometió un trato "sin piedad". ¿En
nombre de qué, entonces, podríamos oponernos a lo que en este
momento están haciendo en Libia? ¿En nombre de qué alternativa
deberíamos pedirles que detengan el uso de su fuerza aérea cuando
ésta ha evitado que Gadafi masacre a un número incalculable
de personas de su propio pueblo? Esa es la pregunta decisiva en todas estas
situaciones.
Sí, ¿por qué?
¿Les decimos que dejen que Gadafi mate su propio pueblo porque pensamos
que está bien que lo haga? ¿Porque somos pacifistas, pura y
simplemente, y nos oponemos a una acción militar de cualquier tipo
en cualquier situación? ¿Porque queremos que Gadafi recupere
el control sobre toda Libia? ¿Porque acciones que en sí mismas
pueden parecer adecuadas no lo son realmente si las llevan a cabo aquellos
de los que, con razón, desconfiamos, aquellos a los que querríamos
derrocar? ¿Porque defendemos, por principios y en toda circunstancia
la autodeterminación de cualquier Estado frente a la intervención
de Estados más poderosos? ¿Porque manejamos como un fetiche
consignas del tipo "fuera tropas" (de donde sea). sostenidas más allá
de la historia y de las circunstancias?
Obviamente, esto reduce todo al absurdo.
O, más bien, lleva a las últimas consecuencias la lógica
según la cual para ser de izquierdas hay que oponerse a Francia y Gran
Bretaña, sin importar las consecuencias.
Desde cualquier punto de vista humanitario, socialista o incluso desde
un liberalismo decente, es conveniente no permitir que las fuerzas de Gadafi,
formadas por personal militar bien preparado y por mercenarios, masacren
a los rebeldes, mal armados y con escasa o nula preparación militar.
No se trata de pensar que Gran Bretaña y Francia buscan hacer
el bien. Pero es posible y necesario distinguir entre las diversas actuaciones
de esas potencias. Algunas de las cosas que hacen son, desde nuestro punto
de vista, deseables y no deberíamos oponernos a ellas. Nuestra arraigada
oposición de clase no exige que nos opongamos y condenemos todo y
cada cosa que hacen. Tomemos un ejemplo histórico.
Gran Bretaña abolió la
trata de esclavos en 1808. Gran Bretaña no abolió la esclavitud
en colonias como Jamaica hasta 30 años después. Se trataba de
una Gran Bretaña en manos de la oligarquía corrupta que se
opuso a la república democrática de América en aquella
época, la Gran Bretaña que se había opuesto y combatido
a la revolución francesa, la que estaba en guerra con la Francia posrevolucionaria.
Los motivos de la clase dominante no eran puros y simples. Sin embargo,
Gran Bretaña hizo la guerra a la trata de esclavos en el mar. Detuvo
a buques llenos de carga humana donde muchas personas eran transportadas amontonadas
como sardinas, buques en los que sus capitanes arrojaban de forma rutinaria
a muchas personas vivas por la borda si el mal tiempo o la necesidad de aumentar
la velocidad se lo aconsejaba. Ese fue un buen trabajo, fuesen cuales fuesen
los motivos de Gran Bretaña. Reconocer que fue buen trabajo no obliga
a a nadie a dar apoyo retrospectivo a Gran Bretaña contra la Francia
napoleónica o contra los EEUU durante la guerra angloamericana de
1812.
Los argumentos empleados por los grupos
de izquierda cuyo punto de partida es que han de oponerse a Gran Bretaña
y Francia hagan lo que hagan, dan muestra de la insensatez de tal postura.
Para justificar oponerse, no a la ocupación, a la que si llegase
posiblemente los socialistas deberíamos oponernos, sino a esta limitada
acción policial para evitar la masacre, la web de Socialist Worker
despliega una lista de hipocresías de la clase dominante, dobles raseros,
etc., y señala las posibles malas consecuencias, tal vez la ocupación.
Incluso da el argumento de que bombardear los baluartes de Gadafi "podría
matar civiles inocentes", ¡como argumento para oponerse a una acción
dirigida a impedir masacres a gran escala! Es un ejemplo de una política
de autonegación, suicida, propia de gente que políticamente
están en una fase terminal de confusión.
En último término, su postura se reduce a la oposición
a lo que las principales burguesías imperialistas hagan. No importa
lo que pase. Sin duda hay que oponerse a mucho de lo que lo hacen, a la
mayor parte de lo que hacen. Pero confundir nuestra duradera y arraigada
oposición de clase a estas potencias con una oposición frontal
a cada cosa que hagan no es mantener una posición independiente ante
ellas, sino ser su servil imagen del espejo.
A partir del burdo impulso a oponerse
a cualquier cosa que hagan o digan esas potencias, la supuesta izquierda cae
en la insensatez. Y en una repulsiva insensatez. Eso no es una política
de clase independiente.
Sobre esta cuestión, la izquierda está paralizada por su
propia historia reciente. Cuando en 1999 la OTAN llevó a cabo una
acción policial para impedir que las tropas serbias masacrasen y
expulsasen a la población albanesa de Kosovo, vieja colonia de Serbia,
el SWP y otros lanzaron un movimiento contra la guerra que se centró
exclusivamente en la petición de detener los bombardeos sobre instalaciones
serbias, que eran los medios de coacción utilizados para forzar que
Serbia se retirase de Kosovo.En esa situación, se colocaron, completa
y conscientemente, del lado de un régimen serbio implicado en un
intento de genocidio (Workers’ Liberty 55,
April 1999).
Es imposible encontrar un ejemplo más
claro de las consecuencias letales del negativismo por principio, que sustituye
a una política independiente de la clase obrera que valora de manera
crítica e independiente lo que está pasando, una política
que aborda los problemas planteados y no se refugia en fórmulas predeterminadas
con las que elaborar políticas "antiimperialistas" insensatas y frecuentemente
reaccionarias, como los niños que se limitan a rellenar con un color
ya asignado zonas previamente marcadas.