Trasversales
José M. Roca

Agoras

Revista Trasversales número 22, mayo 2011

Textos del autor
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La Puerta del Sol de Madrid, con unas improvisadas jaimas de plástico, que le dan un aire africano, pero también las principales plazas de muchas ciudades de España y de algunas del extranjero se han convertido de la noche a la mañana en bulliciosas ágoras, donde ciudadanos del pueblo llano, en su mayoría jóvenes pero no sólo, se reúnen y discuten sobre asuntos comunes: la crisis, los bancos, el paro, los estudios, la carestía, la falta de vivienda, los contratos precarios, la desigual distribución de la riqueza, la corrupción y la representación; discuten de economía y de política, abordando desde su punto de vista asuntos reservados a los expertos. Es decir, hablan de la vida, de la supervivencia en tiempos difíciles, de su papel en la sociedad que se está creando, o mejor dicho, destruyendo, y de un futuro cada día más incierto. Y, naturalmente, de la responsabilidad que los políticos profesionales han tenido en todo esto.

La que llamaban generación perdida se ha encontrado consigo misma y con ciudadanos de otras edades para plantear que la política vuelva a ser lo que debe ser: ocuparse de los asuntos comunes a favor de la comunidad, actividad que parece olvidada por quienes han hecho de la gestión pública una profesión particular y algunos un saneado negocio privado.

Este movimiento ha revelado que al menos una parte de los ciudadanos no se ha desentendido de la política; la llamada desafección ciudadana no es tal, lo que existe es la desafección de la clase política; son los políticos los que, utilizando la ortopedia de un sistema de representación política que lo favorece, se han alejado de quienes les votan y les pagan, y a quienes deben servir.

Esta es una de las veces en que se ha mostrado más claramente la separación entre la España oficial, de futuro asegurado, y la España real, de futuro más que negro. Y mientras la clase política, especialmente los dos grandes partidos, nos ha obsequiado con una campaña electoral de lo más soporífero, además de larga (llevamos ocho años en campaña electoral permanente), en esas plazas, en corrillos y asambleas, se respira vitalidad, desinteresada afición por la política, discusión abierta, intercambio de ideas e imaginación, que muestran  dónde está la vida y dónde la burocracia, donde está la sociedad real y dónde la imaginada en encuestas y sondeos, que es la que sirve de referencia a los políticos.

No sabemos en qué acabará todo esto, nadie sabe con anticipación cómo y cuándo termina un movimiento social; tampoco lo sabían los parisinos en 1968 ni los afroamericanos que en Estados Unidos exigían derechos civiles, ni las mujeres que exigían el derecho a abortar, pero es bueno que los jóvenes hayan empezado a moverse. Y no sólo protestan y denuncian, sino que tienen una larga lista de propuestas -un programa más concreto que el de Rajoy-, pero en estas vísperas electorales es apropiado destacar algunos de los cambios políticos que proponen: reformar la ley electoral para que el sistema sea realmente proporcional, listas abiertas y limpias de corruptos, una justicia realmente independiente, sin jueces más que amigos, ni magistrados que actúan al dictado de quien los nombró... No es para asustarse; es lo que pediría cualquier demócrata convencido, que fuera una persona decente.

No es de extrañar que la derecha esté nerviosa.


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