Trasversales
Carmen Castro

Más allá del debate Austeridad vs Crecimiento

Revista Trasversales número 26 junio 2012

Carmen Castro es directora de http://singenerodedudas.com

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Como en muchos otros temas, lo más interesante del debate que se nos ofrece sobre crecimiento o austeridad es conseguir desvelar lo que oculta el mismo: el cambio de modelo de sociedad que hace tiempo se viene gestando.
La estrategia de socialización del miedo, impulsada desde EEUU ante la supuesta amenza terrorista, dio sus frutos, propiciando el desarrollo de las politicas de guerra camufladas en operaciones de invasión militar por la ‘democratización’ de territorios. Y con ello se crearon también las bases para una creciente aceptación social a la renuncia de derechos civiles y sociales en favor de condiciones de mayor seguridad. Desde entonces, la parafernalia política puesta en funcionamiento ha ido consiguiendo distraer la atención del cambio hacia un nuevo escenario de moral reaccionaria. Para ello se han servido de la denostación del Estado del Bienestar, de la ridiculización del ‘buenismo’ del modelo social europeo, de la falacia demográfica con la que han argumentado la supuesta insostenibilidad del sistema público de pensiones, y también de la estigmatización de los derechos de las mujeres y de los derechos LGTB. Nada de ello encaja en su lógica de orden social.
Las políticas económicas de corte neoliberal han sido el instrumento posibilitador de las ‘reformas estructurales’ proclamadas por las oligarquías financieras y dirigidas a limitar el rol público del Estado a ser correa de transmisión de los intereses de las mismas y a conseguir la libertad de movimiento para las empresas, a costa de una reducción drástica del gasto social y del resurgir de la represión del Estado para mantener el orden público que requiere su estatus quo.

La pauta parece ser la misma: primero se crea un problema o una situación de máxima alerta, luego se ofrecen ‘soluciones’ que puedan considerarse como un ‘mal menor’ y que por lo tanto diluyan la resistencia ciudadana para acabar aceptando la reforma impuesta como algo necesario. Así se ha fraguado lo que Paul Krugman define como el Gran engaño europeo, la creencia de que la crisis europea se debe ante todo a la irresponsabilidad fiscal. “Los países incurren en déficits presupuestarios excesivos —nos dice el cuento— y se endeudan en exceso, por lo que ahora lo importante es establecer unas normas que impidan que la historia se vuelva a repetir”.
Así pues, la estrategia del miedo y la aplicación de lo que Naomi Klein ha conceptualizado como doctrina del shock son los facilitadores de todos estos cambios que estamos viviendo; la manipulación politica y la complicidad de los medios de comunicación convencionales son las herramientas básicas utilizadas para propagar la nueva doctrina y crear un ambiente propicio que justifique el papel del Estado en el mantenimiento de su nuevo orden público.

Esta receta ha sido aplicada, también, desde la irresponsabilidad de quienes gobiernan los Estados de la UE; el nuevo fundamentalismo del ‘déficit cero’ nacido de la crisis de la deuda pública nos aleja irremediablemente del llamado ‘bien común’ que caracterizaba hasta ahora al modelo social europeo. La orientación de las políticas públicas ya está abiertamente inserta en la ‘economía de oferta’ facilitando recursos para la lógica de acumulación capitalista del beneficio de empresas e intermediarios financieros. Sin embargo, los recortes en educación, investigación, innovación, sanidad, rentas salariales, pensiones, prestaciones sociales, políticas de igualdad y atención a la violencia de género provocarán un colapsamiento de la demanda, un atraso económico y una inestabilidad social que deja entrever un futuro nada esperanzador para Europa.
Fuimos muchas voces gritando ¡alerta! que la austeridad sólo traería destrucción de empleo y empobrecimiento y, que concretamente en España, los tijeretazos y la deriva económica no permitirían reactivar la actividad económica.

Tan evidente es el desastre que se está gestando, que cada vez hay más voces críticas, incluso desde el propio ‘estatus quo’, que ponen en cuestión las llamadas ‘políticas de austeridad fiscal’. La OIT rechaza rotundamente la austeridad e incluso el propio FMI y algunos países de la Eurozona empiezan a poner en duda la efectividad de su propia medicina y piden un giro político para volver a la senda del crecimiento económico sacralizado en el PIB.
¡Cuidado!, porque precisamente ésta puede ser otra trampa perversa a la que nos aboque la irresponsabilidad política.

Que el crecimiento económico por sí mismo no trae justicia social es algo que descubrimos en la época previa al crack financiero. Las disparidades territoriales, las desigualdades de género, la polarización de rentas y riqueza, la feminización de la pobreza, las elevadas tasas de probreza infantil, la expoliación de los recursos naturales y energéticos, las vergonzantes hambrunas como la del cuerno de África o la incidencia de pandemias, como el cólera, más propias de otros siglos, son algunos de los indicadores que revelan la perversión de un sistema que ha ido avanzando en su estrategia global de inclusión corporativista y exclusión social.
Decíamos entonces que lo importante no es el crecimiento económico en sí mismo, sino el modelo de desarrollo que propicia; esto es, en qué se crece, cómo, para qué y, sobre todo, qué consecuencias tiene para las condiciones de sostenibilidad de la vida y el desarrollo humano. La alternativa no puede ser volver a ‘lo de antes’.

Así pues, estamos en el punto de tener que definir qué vamos a entender por ‘desarrollo’ y cómo queremos medir el ‘crecimiento’. Si decidimos interpetar la conceptualización del desarrollo tal y como promueve Amartya Sen, o sea, como el proceso que facilita la ampliación de libertades de manera igualitaria para todas las personas, indudablemente será necesario orientar la acción política hacia la reducción de la pobreza, la mejora del acceso a la justicia así como a la reducción de las brechas de bienestar existentes entre mujeres y hombres, de una manera eficiente y fácilmente contrastable. Y a este respecto: ¿Utilizaremos el mismo indicador que recoge el valor de la especulación financiera, la destrucción humana y medioambiental como una evolución favorable para la economía monetizada? ¿Nos decidiremos de una vez a elaborar indicadores que nos aporten una medicion del bienestar, calidad de vida, usos del tiempo y huella ecológica de nuestro sistema de produción? ¿Definiremos qué producción será socialmente deseable? ¿Nos limitaremos a continuar con la inercia de los sectores productivos del modelo actual? ¿Seguiremos esquilmando los recursos energéticos? ¿Apostaremos por la autosostenibilidad de las energías limpias? ¿Continuaremos en la lógica capitalista basada en la propiedad privada? ¿Favoreceremos iniciativas basadas en la colectivización de los medios y en la propiedad comunal? ¿Impulsaremos un debate participativo sobre cuáles serán los criterios de redistribución de los recursos y del trabajo, remunerado y no remunerado, para orientarnos hacia otro modelo de sociedad? ¿Seguiremos despreciando el potencial cuidador de los hombres?
Este es el intríngulis real del debate.

En mi opinión, la clave no está en la bipolaridad entre crecimiento/austeridad, porque es obvio que necesitaremos una combinación de ambas, desde otro planteamiento y con otros criterios y prioridades diferentes a los actuales. Y tampoco se trata de elegir entre crecimiento/decrecimiento, si no más bien de sentar las bases para avanzar hacia la economía de la igualdad, desde la lógica de la abundancia y de la sostenibilidad de la vida.

Los ejes de este cambio social pasarían por:
1) Cambiar el foco central del análisis económico, poniendo la sostenibilidad de la vida en el corazón de la agenda económica y política.
2) Considerar ‘el cuidado’ como una necesidad social.
3) Transformar la mercantilización de la vida y la existencia de trabajo forzosamente necesario para ‘malvivir’ en corresponsabilidad, producción socialmente deseable y distribución igualitaria de responsabilidades, oportunidades y resultados.
4) Apostar por la redistribución equitativa de los recursos, por la construcción de un bien común, por la gratuidad de los alimentos básicos, por la sostenibilidad medioambiental y por la calidad de la vida.
5) Establecer como principios de máxima prioridad la soberanía, la solidaridad, la cooperación, la reciprocidad y la complementariedad.
6) Acabar con las relaciones de poder desigual y con la violencia estructural del sistema heteropatriarcal.
7) Orientar las politicas públicas y muy especialmente la política fiscal, progresiva, la política monetaria, la política social y los derechos de conciliación hacia la igualdad de género.
8) Regular el mercado laboral desde la premisa de estar en función de las necesidades de la sostenibilidad del desarrollo y de la equidad.
9) Gobernanza económica y desfinanciarización de la economía.
10) Democratizar el ejercicio de ciudadanía política y el acceso a los recursos tecnológicos y de conocimiento.
Es posible imaginar otra forma de habitar este mundo y empezar a vivir desde ese nuevo lugar, y para ello necesitaremos salir de las trampas del sistema actual. El poder de las redes, la inteligencia colectiva y el empoderamiento político de una ciudadanía cada vez más corresponsable con la igualdad son nutrientes indispensables para abrir el camino de esta r-evolución.


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