Trasversales
Beatriz Gimeno

El 15-M

Revista Trasversales número 23, agosto 2011

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Desde que estalló el 15M, desde el éxito de la primera manifestación, he podido observar que hay gente que desde la izquierda sospecha de la bondad del movimiento y se refiere a él con un tono displicente, con un desprecio que no han mostrado sesudos intelectuales, incluido un premio Nobel. Estas personas parece que están deseando que el movimiento se desinfle y puedan por fin certificar que no hay otra vía de participación democrática que la suya, la de los partidos, la de siempre. Pero conozco también a militantes del PSOE que están más que encantados con el 15M y le atribuyen a este no sólo el necesario y ansiado giro a la izquierda del partido, sino la posibilidad también de imaginar otras políticas y otras maneras de hacerla. Después del éxito de la última manifestación en julio y en mitad de un puente, y después del éxito de las últimas movilizaciones, está claro que el 15M está muy vivo y va a seguir vivo mientras persistan las razones que le hicieron nacer. En realidad, el 15M es lo mejor que le ha pasado a la izquierda en mucho tiempo.

Otras de las críticas se centran en decir que el 15M no concreta sus reivindicaciones, es decir, que no se sabe muy bien lo que piden. Es una crítica injusta porque se sabe perfectamente lo que piden; generalizando mucho: un nuevo pacto social alejado del neoliberalismo; una petición inimaginable hace poco tiempo. El 15M no es un partido y no tiene por qué hacer un programa electoral. El 15M denuncia, identifica, señala culpables y víctimas, pone nombre a cosas que permanecían innombradas, explica, imagina, sueña. Son los partidos los que tienen que recoger, si quieren, en sus propuestas electorales medidas para atajar el malestar ciudadano que ha puesto de manifiesto este Movimiento.

También se dice que el 15M es equidistante entre la derecha y la izquierda. Es verdad que el 15M ha supuesto una impugnación completa a la clase política, a toda ella. La crítica radical a la corrupción, al funcionamiento esclerotizado de los partidos y de la democracia en sí, es buena y era necesaria.  La desafección de la gente por el sistema en general es más que evidente. Por lo demás, el 15M no es en absoluto equidistante y es un movimiento claramente de izquierdas, compuesto por gente de izquierdas y que intenta transformar la sociedad desde la izquierda. Por eso sólo los partidos de izquierdas han intentado recoger las propuestas salidas de las asambleas populares. La derecha ni está ni se la espera.

Una de las principales virtudes del 15M es llamar a las cosas por su nombre; por ejemplo, que el sistema capitalista no funciona, que es injusto (“no es una crisis, es el sistema”). El capitalismo había llegado a ser como el aire, que no se ve y que es insustituible. Ya sé que no se trata de un descubrimiento, pero su éxito es haberlo sacado a la calle de manera comprensible y verdadera, el haberlo pronunciado con las palabras no de los teóricos, no de los políticos profesionales, sino de la gente que está verdaderamente indignada y que sufre las consecuencias de las políticas neoliberales. El 15M ha señalado con el dedo a los culpables, ha dicho bien alto que lo que estamos padeciendo es nada más que las consecuencias de una determinada organización económica y social del mundo y que por supuesto hay otras maneras de organizarse social y económicamente, que esto no es irremediable.

Otra virtud es que se ha descendido de las cifras macroeconómicas y de los términos técnicos que la mayoría de la gente ni entiende ni sabe cómo enfrentar, a la realidad. El 15M ha puesto cara y ha hecho cuerpo y carne de la injusticia; ya no es un problema de deuda pública, sino de familias que se quedan sin casa; ya no es el déficit, sino que los banqueros ganan más y la gente corriente gana menos. Parecerá una perogrullada, pero antes del 15M habían conseguido enredarnos en una maraña de términos ininteligibles que en realidad sólo camuflan la desigualdad y el dolor de un sistema radicalmente injusto. Es un viejo truco del poder, de todos los poderes, pero el 15M llamó a las cosas por su nombre y nos dejó ver que todo es fácil de entender.

El 15M ha demostrado que la ciudadanía puede y debe ser protagonista de los cambios y de la democracia también. Este es otro de sus logros, haber puesto palabras justas al deterioro de la democracia que estamos viviendo. Deterioro por la injusticia de nuestro sistema electoral, pero también por la calidad de aquella, en caída libre por la insoportable corrupción, por la prevalencia del poder económico sobre el poder político; y también porque la democracia parece descansar solo en unos partidos envejecidos, convertidos en una plutocracia impenetrable que presentan, elección tras elección, una agenda política vacía en la que ni siquiera es necesario creer, tal es la sensación instalada de que las promesas electorales se hacen para incumplirlas. La esencia de la democracia, que los políticos sean la correa de trasmisión de las aspiraciones ciudadanas reales, parece ahora perdida. La reivindicación de la mejora en la calidad de la democracia es esencial y el 15M ha hecho de ello una cuestión principal. Esta mejora es básica para que la democracia siga siendo el mejor de los sistemas posibles.

Además, el 15M ha reivindicado con energía la defensa de unos básicos de vida que el neoliberalismo está empeñado en destruir, que la derecha está empeñada en destruir y que la izquierda no ha defendido con la suficiente energía. La convicción de que sin esos derechos básicos (sanidad, educación, vivienda, cultura, trabajo, igualdad…) no se puede vivir es, naturalmente, antiliberal y no veo en qué podría coincidir la derecha con ninguna de estas reivindicaciones, empeñada como está en arrebatárnoslas. Pero naturalmente que es también una impugnación a una izquierda que sólo hace seguidismo del dictado de los mercados.

No veo la equidistancia y no veo tampoco como nadie de izquierdas podría no estar entusiásticamente a favor de este movimiento que ya ha producido además algunos frutos. Ha obligado al PSOE a hacer un discurso en el que ha tenido en cuenta lo que el Movimiento dice, incluida la petición de reforma electoral, asunto este que hasta hace meses hubiera sido imposible siquiera discutir; pero también ha cambiado radicalmente el discurso (nos lo creamos o no) haciendo un intento de recuperar, al menos sobre el papel, políticas de izquierda. También ha obligado al gobierno a tomar algunas medidas, claramente insuficientes, pero que jamás hubiera tomado antes sin la presión de la calle como el aumento del salario inembargable, la Ley de Acceso a la Información si es que finalmente sale, o la posibilidad de tomar algunas medidas que faciliten la iniciativa popular y por tanto la participación ciudadana. El 15M ya ha cambiado la realidad de la política.

Finalmente, lo que a mí me parece muy importante y creo que no se está teniendo en cuenta es que en estos tiempos en los que en parte por culpa de la crisis y de la manera injusta de resolverla el populismo y los discursos xenófobos y de extrema derecha campan a sus anchas por Europa, este movimiento ha convertido la indignación no en frustración y odio, sino en esperanza política y deseo de verdadera justicia. Aunque sólo fuera por eso, cualquier persona de izquierdas tendría que sumarse con entusiasmo a lo que nos proponen y colaborar en lo posible para que el cambio que el 15M propone sea una realidad. Por eso de aquí al 15 de octubre, fecha de la movilización global que el Movimiento está ya preparando con sus marchas a Bruselas, tenemos dos meses para intentar que dicha fecha sea un éxito y que marque un antes y un después en la izquierda. Lo mejor está por llegar.

Beatriz Gimeno es escritora y expresidenta de la FELGT (Federación Española de Lesbianas, Gays y Transexuales)



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