M. Enrique Ruiz del Rosal El papa, el laicismo y la democracia Revista Trasversales número 23, verano 2011 Otros textos del autor En la última, hasta ahora, carga
de la brigada acorazada episcopal, los obispos católicos llaman a desobedecer
la futura Ley de Muerte Digna, y aprovechan para poner en duda, una vez más,
la “legitimidad de los poderes públicos que la elabora y aprueba”. Al parecer, para los obispos españoles,
asalariados del Estado, si el Parlamento aprueba unos Presupuestos declarando
la visita de Benedicto XVI (B16, en adelante) “acontecimiento de excepcional
interés público”, en este caso estamos ante unos poderes públicos
legítimos. De esta forma, con claro desprecio de
la supuesta aconfesionalidad del Estado, nuestras administraciones públicas
y sus representantes contribuirán, como comparsas, a otra nueva edición
de Catolicircus, esa extraña amalgama de espectáculos confesionales,
beneficios comerciales, atracciones turísticas y aplastante cobertura
mediática en prensa y TV. Este masivo acto de proselitismo forzado
(por las autoridades religiosas y por los poderes públicos que dicen
representar a tod@s l@s ciudadan@s) lleva implícita una abrumadora
violencia sobre la libertad de conciencia de tod@s l@s que no sienten como
suyas las creencias católicas, e incluso de muchas personas que, siendo
católicas, no coinciden con la parafernalia y valores de este Catolicircus
puesto en marcha por la jerarquía católica. Esta calificación no obedece
a que les parezca escasamente democrática, con poca participación
y deliberación cívica entre los actores sociales concernidos,
o a que violente la libertad de conciencia de los individuos. Como ya sabemos,
los usos democráticos no juegan ningún papel en la práctica
diaria de la institución católica, ni en las vidas cotidianas
de sus jerarcas y pastores, como corresponde a una monarquía absoluta
de corte medieval como la Iglesia católica. Olvida la jerarquía episcopal
que en una democracia constitucional todas las creencias y convicciones, sean
o no religiosas, están situadas en el mismo plano, en condiciones de
igualdad jurídica, por lo que no es posible admitir certezas y creencias
dogmáticas que se impongan a tod@s l@s ciudadan@s. En eso consiste
el ejercicio de la autonomía respecto al poder dogmático de
cualquier religión o ideología. Y en eso consiste la dinámica
democrática: en una continua confrontación de convicciones y
valores, ejerciendo la libertad de conciencia, para buscar las mejores opciones
para la convivencia social. Estoy convencido de que cuando el recurso a la religión no es un factor de fortalecimiento de la democracia, de la libertad de conciencia y de la convivencia entre las diversas creencias y convicciones, se convierte en una forma de intentar sustituir la democracia por “otra cosa”. Y la historia nos ha dado múltiples ejemplos de ello. Rivas Vaciamadrid, julio 2011
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