Trasversales
Francisco Javier Vivas

Vencidos, pero no convencidos

Revista Trasversales número 23 octubre 2011


Con la escenografía de costumbre -las banderas a los lados de la mesa y el cartel con el hacha y la serpiente al fondo-, tres encapuchad@s (que no falte la cuota de fanatismo femenino) tocados con una boina -¡qué redundancia!- han anunciado, en nombre de ETA, el cese definitivo de las acciones armadas. Sea en buena hora; se esperaba pero llega tarde, muy tarde.
La escena, por conocida, no deja de ser chocante. Los uniformes negros y las capuchas blancas confieren a los portavoces de ETA un aire fantasmal propio de estas fechas -estamos en Halloween-, que expresa, hoy más que nunca, la correspondencia entre el fondo y la forma. ETA ha dejado de ser un fantasma en la vida vasca, una sombra amenazante para sus enemigos y adversarios y también para sus seguidores, pero seguirá comportándose como tal mientras no se disuelva y entregue las armas, y lo sigue siendo en el popular sentido metafórico de alardear, al tratar de vendernos la fantasmada de que, por fin, ha logrado vencer -se supone que a tiros- la resistencia del gobierno español y del francés, que, inducidos por los acuerdos de una Conferencia Internacional, se ven obligados a negociar la cesión de una parte de sus respectivos territorios para reconocer Euskal Herría.
El comunicado de ETA, redactado en los términos habituales, está escrito para ser divulgado a la opinión pública, pero está dirigido a su entorno, a la gente que vive políticamente inmersa en la burbuja abertzale, refractaria a cualquier información que llegue del exterior. Esa comunidad de creyentes dentro de la sociedad vasca ha sido alimentada intelectualmente durante décadas por una intensa propaganda que no dudaba del triunfo de su causa ni del camino marcado por la vanguardia armada.
Hoy, esa vanguardia ha sido reducida a la impotencia por la acción combinada de dos estados, cuya existencia, en un documento de 1963, se estimaba en veinte años más, ante la emergencia de la Europa de las etnias. Han pasado casi 50 años desde entonces y los resultados perceptibles para cualquier persona ajena a ese cerrado mundo no son los señalados por ETA. A no ser que piensen que el desmantelamiento de la Organización hasta llegar a la parálisis, los 700 militante encarcelados, los exiliados y los casi 900 muertos, entre las víctimas de los atentados y los propios muertos de la banda, y el rechazo casi general de la sociedad vasca al terrorismo, tuvieran como objetivo hacer de Bildu la segunda opción electoral de Euskadi, porque eso ya lo era Herri Batasuna hace 30 años.
El resultado de las actividades de ETA durante los 50 años de su existencia sólo puede calificarse de desastre. Lo que en principio se concibió como lucha de liberación nacional contra España y Francia, se convirtió en un conflicto civil en Euskadi, donde se ha producido el mayor número de muertos, y en concreto en Guipúzcoa, la provincia más abertzale. Así que ha sido un desastre para Euskadi, un desastre para España, un desastre para sus partidarios y para la propia Organización, que hoy agoniza entre proclamas de triunfo.
Pero en el comunicado, ETA esconde su responsabilidad, no ya ante los familiares y las víctimas de su criminal actividad, lo cual era de esperar, sino ante sus propios seguidores. Aunque nunca lo han hecho, trabajo tienen sus dirigentes para explicar en qué se equivocaron para alcanzar, con un altísimo coste en daño humano (y económico), tan parcos resultados en 50 años y admitir que no fue la crudeza de la lucha la que se llevó a muchas compañeras y compañeros para siempre y a otros a la cárcel o al exilio, sino el pertinaz fanatismo de una actividad política insensata, en sus medios y en sus metas.


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