Trasversales
Luis M. Sáenz

Los visitantes se fueron: escenarios durante y después de las JMJ

Revista Trasversales número 23 agosto 2011

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Los visitantes se fueron: escenarios de las JMJ

1. En una asamblea popular en mi barrio, una señora mayor muy enfadada se acercó gritando, inmediatamente se le paso el megáfono para que hablase. Acusó al movimiento 15M de que el 17 de agosto, en la manifestación laicista, en vez de parar en Sol, donde según ella acababa la manifestación, nos empeñamos en seguir adelante y en agredir a los peregrinos. Podríamos haberla dicho que...

- el M15M no era convocante de la manifestación;
- Sol era donde queríamos acabar la manifestación pero que la Delegación de Gobierno lo prohibió imponiendo el retorno a Tirso de Molina a través de callejuelas peligrosamente estrechas;
- al llegar a Sol nos encontramos con un tapón que impedía nuestro paso, formado por centenares de individuos que, sin duda, no representaban a todos los peregrinos pero sí a una parte no insignificante de ellos;
- sólo ante nuestro empeño y decisión y pasado un buen rato la policía que contemplaba pasivamente la ocupación ilegal del espacio por el que debía pasar una manifestación legal, lo que podría haber dado lugar a choques violentos si no hubiésemos mantenido la cabeza fría, se decidió a alejar un poco a los agresivos jotaemejeros y hacer un estrechísimo pasillo para que pasase la manifestación legalmente autorizada;
- de forma totalmente pacífica, ante esa discriminación y abuso, las personas manifestantes, poco a poco y sin violencia lograron ampliar un poco más el espacio de que se disponía y conducir a los provocadores -más algunos chavales extranjeros, incluso menores, a veces encabezados por curas, que no entendían lo que pasaba- hacia el centro de la plaza;
- está documentado que la presencia allí de esa "juventud del Papa" no fue casual pues se habían difundido convocatorias explícitas para boicotear la manifestación, lo que también puedo atestiguar por las conversaciones que mantenían parte de los jotaemejeros que viajaron en el mismo vagón de metro;
- en muchísimas ocasiones, en Sol y en otras zonas recorridas por la manifestación, pequeños grupos de dos, tres o cuatro jotaemejeros se mezclaban con miles de manifestantes sin que nadie les tocase un pelo;
- la caverna papista no ha sido capaz de documentar un sólo caso de agresiones física contra "la juventud del Papa;
- hay varias agresiones de signo muy diferente perfectamente documentadas, como la cuchillada dada en la mano a Martín Sagrera o la agresión de un cura a Shangai Lily;
- ese día en Sol a un joven manifestante le partió la nariz un matón, al parecer retirado por la policía sin detenerle;
- un voluntario de las JMJ, químico de profesión, declaró por Internet sus intenciones de asesinar con armas químicas a cientos de las personas que nos manifestaríamos el 17 de agosto, y que, tras ser detenido, asombrosamente en muy poco tiempo se encontró en la calle de nuevo (¡imaginad que la amenaza hubiese sido al revés, que algún energúmeno diciéndose de izquierdas o ateo hubiese hecho una amenaza similar contra uno de los actos multitudinarios de las JMJ!);
- las otras agresiones documentadas son las de la policía, como puede verse en numerosos vídeos en los que queda claro que ninguna necesidad había de ello;
- a partir de un momento dado, la policía no dejó salir de Sol a nadie que no pareciese peregrino, cargando después brutalmente para desalojar la plaza;
- a una de las compañeras presentes en la asamblea no la habían dejado salir de Sol, pese a pedírselo insistentemente a un policía, que después la apaleó para echarla de la plaza.

Todo eso y muchas más cosas podríamos haberla contado. Por ejemplo, yo podría haberle contado dos angustiosas experiencias relacionadas con el comportamiento incivilizado de centenares de papistas que pusieron en peligro la vida de otras personas con su enloquecido y desconsiderado intento de imitar el milagro de los panes y los peces y seguir entrando, con abanderado y todo, en vagones donde ya viajábamos aplastados, todo ello alentado por la irresponsabilidad de la dirección del metro madrileño, que, por ejemplo, el viernes 19 de agosto, mientras que en los andenes y salidas de la línea 7 en Alonso Martínez se vivía una situación de extremo riesgo, con la gente llamando al 112 o a sus personas cercanas para advertirlo, hacía que los luminosos de las otras estaciones del metro aconsejasen dirigirse a la estación de Alonso Martínez para participar en un acto de las JMJ. Por cierto, en ese caso yo estaba fuera del metro y, tras mi fracaso en convencer al personal del metro, impotente ante la avalancha y las órdenes recibidas, y a algunos policías que estaban por la zona, para que al menos impidiesen la entrada de más gente en esa estación hasta poder desalojar los andenes de la línea 7, me puse en una de las bocas a rogar a los peregrinos que por favor esperasen y no entrasen, cosa que no sólo ignoraron sino que incluso fue ridiculizado por una mujer con raro atuendo (quizá de monja, pero no puedo asegurarlo) que les incitó a seguir entrando.

Pero, volviendo a la señora que recriminó a nuestra asamblea popular, en cuanto terminó de hablar se largó, pese a la invitación a quedarse a seguir intercambiando nuestros puntos de vista. Es lo que tiene poseer la "verdad absoluta".

2. Tras esa intromisión, la asamblea popular trató de detectar las razones de las infundadas acusaciones vertidas contra quienes criticábamos tal o cual aspecto de la visita de Ratzinger, de las prohibiciones impuestas por la Delegada del Gobierno, de la desprotección descarada de nuestro derechos y de una represión injustificada (varias personas de las presentes en la asamblea enseñaron las marcas de los golpes recibidos), tan injustificada que tras el apoyo incondicional dado a ella por José Blanco, portavoz del Gobierno, a la vista de las pruebas documentales hasta el propio equipo de Rubalcaba, en desesperada y inútil búsqueda del voto irremediablemente perdido, tuvo que pedir que se investigase lo ocurrido.

Creo que una conclusión bastante compartida fue que estaban tratando de criminalizarnos ante una parte de la población, haciéndonos aparecer como gente violenta, y de conseguir que quienes simpatizan con el movimiento no se atreva a participar en sus acciones por temor a la represión policial. El M15M sigue siendo tan pacífico y abierto como cuando nació y ha hecho un esfuerzo enorme para aislar inmediatamente a los provocadores.
En ese sentido, es fundamental desactivar esa estrategia, en primer lugar, con un esfuerzo de comunicación con toda la sociedad. Sí, hay montones de vídeos grabados que demuestran lo correcto y tranquilo de nuestro comportamiento, así como las agresiones sufridas a manos de extremistas papistas y de la propia policía. Pero muchas personas no ven esos vídeos, sino la televisión. Así que tenemos que hacer un extraordinario esfuerzo informativo para que se sepa lo ocurrido.

Además, para desarticular esta estrategia de criminalización tenemos que evitar que la respuesta a la represión, que hay que darla, les permita apretar aún más las tuercas. Por un lado, corremos el riesgo de que una parte del movimiento, quizá la más activa, tenga que pasarse todos los días en protestas por la represión de ayer, lo que perturba el funcionamiento de las comisiones y asambleas y nos desvía de la acción positiva, afirmativa de nuestras aspiraciones. Tampoco parece conveniente que nos aboquen a que si un día hay una movilización por un tema social concreto de, por ejemplo, diez mil personas, su represión sea contestada con una movilización de 2000 al día siguiente, y, visto que también es reprimida, en un tercer día haya otra protesta de 800. No tengo soluciones fáciles a esto, dado que tampoco cabe la pasividad ante las violaciones de nuestros derechos, pero entiendo que debería ser motivo de reflexión, quizá dando prioridad a la organización de actividades y movilizaciones en torno a las demandas social y políticas consensuadas, por ejemplo en torno a la vivienda, la sanidad, la educación, el agua, las redadas identitarias, etc.

El comportamiento de quienes nos hemos movilizado para protestar por tal o cual aspecto de la visita del Papa ha sido irreprochable, mucho más de lo esperable a la vista de lo ocurrido. En ese sentido, no creo que haya que hacerse ninguna autocrítica, lo que no quiere decir que hayamos acertado en todo y que no podamos aprender de errores, pero esos errores en ningún caso se han situado en el terreno de la intolerancia y la provocación. Hemos sufrido violencia física, y no hemos respondido a ella con violencia. Pero ante la violencia verbal y política que hemos sufrido, estamos en pleno derecho, por descontado, de contestar y desenmascarar a quienes así nos agreden. Hablamos de gente, la jerarquía eclesiástica en primer lugar, que nos ha llamado parásitos, de gente que querría que el divorcio civil sea prohibido (aunque no la anulación de las bodas católicas por ellos mismos), que quiere obligar a parir a niñas de 12 años violadas y que no quieren ser madres en esas condiciones, que no admite en su estructura de poder a las mujeres, que considera intrínsicamente perversa la homosexualidad, que quieren prohibir matrimonio y adopción a lesbianas y gays y que ha hecho frente común en la ONU con estados islamistas y con otras tiranías para impedir declaraciones por la despenalización mundial de la homosexualidad, castigada con la pena de muerte en varios países, gente que ha tratado de obstaculizar por todos los medios a su alcance el uso del preservativo incluso en países donde el SIDA afecta a una gran parte de la población, gente que no ha colaborado con las autoridades públicas para la detección y juicio de quienes han abusado en su seno de niñas y niños, gente con un propio "código penal" en el que el abuso sexual sobre niñas y niños tiene un castigo menor, gente que en algún caso ha venido decir que si una mujer aborta se entiende que algunos hombres la violen, gente que hace sufrir a millones de personas... Hablamos de gente que quiere que su moral particular se haga ley universal. Sólo faltaría que no pudiésemos gritar "menos curas, más cultura" o que eso se considere una ofensa.

3. Nada más lejos de mi intención que igualar a todas las personas participantes en las JMJ con la jerarquía eclesiástica. Aunque creo que entre ellas había una fuertísima presencia fundamentalista, dogmática y ultraderechista, cosa confirmada por el número de asistentes al acto de los "kikos", también había jóvenes católicos que no comparten todo lo que dice y hace la jerarquía eclesiástica, jóvenes con quienes gentes ateas como yo hemos convergido en otras luchas sociales, gente con la que se podría hablar y de la que podríamos aprender cosas.

El primer obstáculo para ese diálogo ha sido la propia lógica de las JMJ. En esas supuestas jornadas de "la juventud", las y los jóvenes son meros espectadores, asistentes a una sucesión de actos organizados entre la jerarquía eclesiástica y empresas transnacionales; en ellas no han tenido espacios en los hablar entre ellos mismos, así que menos aún para hablar con otra gente. Otra dificultad era la manera de organizarse y visitar la ciudad adoptada, totalmente autocentrada, en grupos de diez, veinte o treinta, más o menos uniformados, siguiendo a una bandera y frecuentemente con alguna especie de "comisario" en su seno, lo que desde luego no anima a la confraternización sino más bien a salir huyendo cada vez que nos cruzábamos con uno de esos destacamentos.

A mi entender, ha habido otro obstáculo, derivado de un error cometido por quienes formamos parte del movimiento laicista que ha protestado ante determinados aspectos de la visita del Papa. Dentro del movimiento la línea de trabajo hegemónica ha sido centrar todos los esfuerzos en la crítica de la financiación pública de la visita del Papa. Comparto, desde luego, esa crítica, ya que no me parece justificado el uso que se ha dado a colegios y polideportivos públicos, ni la creación de bonos de transporte especiales con un descuento del 80% o más respecto a lo habitual, ni la colocación de propaganda confesional en instituciones públicas de la Comunidad de Madrid o del Gobierno de España, ni los enormes beneficios fiscales que tendrán las grandes empresas patrocinadoras del evento, etc. Estoy de acuerdo, sin duda.

Sin embargo, no comparto la centralidad dada a ese eje.
En primer lugar, porque el respeto a la libertad de expresión y a la libertad de pensamiento no significa que tengamos que abstenernos de calificar y de contraponernos a quienes nos insultan, a quienes propagan doctrinas liberticidas y a quienes quieren modificar las leyes civiles para privarnos de derechos.
Y en segundo lugar, porque justamente estos últimos aspectos son los únicos que podrían haber propiciado un diálogo fértil con la mejor franja de las l@s peregrin@s. En las condiciones en que han viajado y se han movido por Madrid, era casi imposible darles una explicación razonable de que no estábamos contra su presencia, de que tampoco queremos negar a su iglesia un uso razonable de los espacios públicos (en el mismo sentido que podamos usarlos al hacer una manifestación, por ejemplo, o solicitar un local para un acto en una entidad pública), de que aunque ellos habían pagado a la organización de la JMJ éstaá no pagaba por los lugares en que les enviaba a dormir, de que su bono transporte era a costa de subir un 50% el billete de metro al resto, etc. Eso era muy complicado y resulta difícil pensar que las justas críticas que hemos hecho pudieran entenderlas y compartirlas. Sin embargo, pese a las dificultades ya antes citadas ligadas a la estructura propia de las JMJ, podría haberse abierto un diálogo más fructífero en torno a aquello en lo que la mejor y más generosa juventud católica está más alejada de sus jerarquías, los modos de vida.

A mi entender, sin abandonar la crítica a la financiación pública de las jornadas y a la financiación permanente que reciben en España, el mensaje central y más fructífero habría sido algo así como: "No me importa en qué dios crees y te doy la bienvenida a España, pero protesto contra tu Papa y contra los líderes de tu iglesia porque quieren interferir en mi vida, quieren que la ley prohíba el divorcio, a ti nadie te va a obligarte a divorciarte pero yo quiero poder hacerlo; quieren que lesbianas y gays perdamos nuestros derechos, como el de casarnos o adoptar, cuando yo no he pedido que los católicos perdáis derechos que yo tenga; quieren que yo, mujer, no pueda interrumpir mi embarazo en ninguna circunstancia y tratan de que la ley me lo impida; quieren que las mujeres tengamos un lugar subordinado en la sociedad como demuestra que en la Iglesia Católica las chicas no podáis ser curas y quedéis fuera de la jerarquía de mando; quieren que yo, enfermo terminal, no pueda decidir sobre el momento de mi muerte en nombre de una glorificación del dolor y del sacrificio que no comparto; han hecho lo posible para impedir el uso de preservativos, tan útiles para evitar embarazos no deseados y enfermedades de transmisión sexual...". Cada una de estas ideas sí daría pie a un diálogo fructífero. Lo de "esa mochila la he pagado yo", grito que me parece ingenioso y adecuado, y que compartí, habría sido más fructifero subordinado a una voluntad de diálogo y controversia más amplia, a un mensaje más potente "Mi vida la decido yo, no tu Papa, ¿y la tuya?".

Realmente, si trato de ponerme en la piel de un(a) joven católic@ no fundamentalista y que se mueve con sentimientos de generosidad y solidaridad, creo que escucharía con más atención a alguien que se me acercase diciendo "mira, soy lesbiana (o gay), amo a una mujer, (u hombre), quiero casarme con ella/él, y en común queremos tener hij@, ¿me puedes explicar por qué queréis quitarme el derecho a hacerlo, no os dais cuenta del daño que causáis?", que si viene diciendo "nos estáis saliendo muy caro, así que vuestra doctrina no me importa pero pagaros lo vuestro". Porque su doctrina y su política sí importan, es lo que más importa y lo que define a la Iglesia Católica como una nefasta institución reaccionaria y opresora. Incluso en un Estado plenamente laicista seguiría siéndolo y tendríamos que defender nuestros derechos frente a ella.


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