Trasversales
Luis M. Sáenz

Libia, rebeliones y regímenes

Revista Trasversales número 23,  septiembre 2011

Textos del autor en Trasversales



Ahora, cuando todo indica que estamos ante la derrota definitiva de la tiranía gadafista, aunque aún quede quede algún foco ocupado por sus partidarios, me parece el momento oportuno para hacer algunas reflexiones generales sobre la actitud a tomar ante las rebeliones sociales y ante los regímenes que puedan sucederlas.
Simplificando un poco, entre lo que, por usar algún término reconocible, pero cada vez menos operativo, podríamos llamar "las izquierdas", ha habido tres posturas (con muchos matices):
a) Quienes han apoyado a Gadafi y han planteado que la prioridad era oponerse a la "guerra imperialista".
b) Quienes han apoyado la rebelión popular pero han dicho que había que oponerse también a la intervención de la OTAN.
c) Quienes hemos apoyado la rebelión popular y hemos defendido su derecho a establecer las alianzas que fuesen necesarias para impedir que fuese masacrada y aplastada.

Gadafi ha sido derrotado. En líneas generales, desde la posición (a) se lamenta y se apoya una supuesta "resistencia" gadafista, desde la (b) se felicitan de la derrota de Gadafi pero se sigue considerando que había que oponerse a la intervención de la OTAN, y desde la posición (c) también nos felicitamos de la victoria popular y seguimos pensando que, lamentablemente, sin la intervención Gadafi habría masacrado al pueblo rebelde, lo que a su vez habría tenido muy malas consecuencias para las rebeliones sociales en toda la zona. Los hechos no pueden deshacer el embrollo, pues, obviando la postura (a) que, pura y simplemente, se sitúa en un bando distinto a (b) y (c), ni quienes pensamos (c) podemos demostrar irrefutablemente que si no hubiese habido intervención Gadafi habría arrasado Bengasi y los territorios liberados, ni quienes piensan (b) pueden demostrar que la rebelión podría haber ganado sin intervención. Tampoco podemos tirarnos de forma oportunista los muertos a la cara, porque tanto la intervención como la no-intervención causaban muertos (salvo que se piense que dejar que maten a alguien pudiéndolo impedir no es una forma de causar muertes). A mi entender, la diferencia esencial entre (b) y (c) residía en prioridades: ¿qué era más importante en esas circunstancias, que el pueblo libio derrotase a Gadafi o mantener una postura contraria a cualquier intervención de las potencias capitalistas? Pero de ese tema ya he tratado en otros artículos.
Así que quiero adoptar otra perspectiva, más vinculada a lo que viene que a lo ya pasado, diferenciando la postura ante una rebelión popular contra un "viejo régimen" y la postura ante el "nuevo régimen" que puede sustituir al antiguo. Son dos problemas diferentes.

En primer lugar, considero que cuando una sociedad -no un "partido", o una "corriente política"- se alza contra un régimen que le oprime y reprime, se apoya. Sí, se apoya, incluso aunque no nos gusten los dirigentes que tenga. Se apoya porque cuando la gente oprimida se rebela contra los opresores no cabe dudar de en qué bando estar. Es así de sencillo. Si Solidarnosc se alzó contra el estalinismo polaco, se le apoyaba, aunque muchos de sus líderes fueran vaticanistas. Si el pueblo iraní se alzó contra el régimen del Sha, se le apoyaba, aunque hubiese influencia islamista. Si en Gaza hay movilizaciones contra el colonialismo racista israelí, se apoyan, aunque allí ganase las elecciones una fuerza tan reaccionaria como Hamas. Por descontado, eso no implica apoyar a ese tipo de líderes ni callar lo que se opina de ellos, pero en tanto y en cuanto se trate de una sublevación social contra un régimen opresor, se apoya la sublevación.
No estoy diciendo que se apoye cualquier sublevación que choque  con un régimen político opresor, estoy diciendo que si la esencia de la sublevación es oponerse a la opresión de ese régimen, entonces se apoya. Pongo un ejemplo: si en Libia hubiera habido una sublevación islamista para exigir que se imponga el uso del burka y, a consecuencia de eso, se enfrentan con el gadafismo para imponer el burka, eso no se apoya; pero si en Libia hay una rebelión popular con exigencias democráticas cuyo objetivo esencial y yo diría que casi único es poner fin al régimen de Gadafi, se apoya aunque entre los combatientes haya islamistas que luego puedan querer imponer el burka (y no digo que eso se esté dando, al menos de forma significativa, pero quiero ponerme en lo peor para mi postura).

Un segundo motivo para apoyar las sublevaciones populares contra régimen tiránicos es que esa es la mejor manera de influir a favor de los sectores más avanzados de la revolución y de disminuir la influencia de los sectores más reaccionarios. Algunos se rajan las vestiduras por el entusiasta recibimiento dado a Sarkozy o a Cameron en la Libia liberada. ¿Y qué quieren, que la población de Bengasi, que sabe perfectamente que sin la intervención habría sido asaltada a horca y cuchillo por las tropas gadafistas, organice una fiesta en honor de Chávez, Castro, Lula, Putin o Daniel Ortega? Da lo mismo lo que se opine de cualquiera de los personajes europeos o latinoamericanos que acabo de citar (el que menos antipático me cae es Lula), pero sólo un imbécil o un cínico puede esperar que la población libia salga a la calle quemando fotos de Sarkozy o Cameron y portando altares con imágenes de Ortega, Chávez o de los dirigentes de China o Rusia. Si queremos que personas que viven en otros lugares no nos vean con malos ojos es condición necesaria que les apoyemos frente a sus tiranos. Así de simple es.

¿Y el régimen? ¿Qué pasa con el nuevo régimen? Ese es otro problema totalmente distinto. Para empezar, de todo régimen político hay que desconfiar, ya que todo Estado marca una separación elitista entre gobernados y gobernantes, que se entrelaza con las diferencias de clase que atraviesan la estructura social. Mientras las instituciones de administración social tengan forma estatal no serán instituciones de autogobierno y autogestión social. Por descontado, el régimen que está surgiendo en Libia también será una estructura elitista, vinculada a las clases privilegiadas, cosa que por otra parte pasa con todos los Estados del mundo. Apoyar una sublevación popular es una cosa y apoyar a un régimen político que sustituya al régimen derrocado por la sublevación no son, en ningún caso, la misma cosa, ni mucho menos. Ahora bien, no por ello hay que ser indiferente a cómo es el nuevo régimen, por el contrario eso es muy importante para la vida de la gente. Cuanto más abierto y más democrático, cuantas más libertades políticas y derechos sociales allá, mucho mejor.

Yo no estoy en condiciones de evaluar con precisión las tensiones existentes en torno al diseño del nuevo régimen  ni de situar las corrientes en liza. Mucho menos aún puedo prever el resultado que esto tendrá. Un aspecto de gran relevancia será la situación en que queden los derechos de las mujeres. Si en este aspecto hubiese retroceso, habría que oponerse abiertamente y ejercer todas las formas posibles de presión para que eso no sea así. No obstante, tengo la impresión de que algunos comentaristas están sacando conclusiones al menos precipitadas. Se ha anunciado que la religión oficial de la República Libia será la musulmana, en lo que desde luego  no estoy de acuerdo pues considero que ningún Estado debe tener religión oficial y expreso toda mi solidaridad con el activismo laicista que pueda existir hoy en Libia; ahora bien, con Gadafi el islám ya era la religión oficial. Lo más inquietante son algunas declaraciones según las cuales la sharia podría ser fuente de inspiración legislativa. En todo caso, lo que está por decidir en los próximos meses es la expresión concreta que toman los derechos políticos y los derechos de las mujeres. Incluso aunque hubiese una mayoría islamista (es decir, de un movimiento político que fundamente explícitamente su proyecto en una versión dada del Islam) eso puede adoptar muchas variantes, pues, por ejemplo, el islamismo gobernante en Turquía es diferente al islamismo talibán o de Al Qaeda, aunque no estoy seguro de si es por convencimiento o por contexto. Digamos que soy adversario del islamismo político en cualquier variante, pero que no excluyo ni niego que haya o puedan haber variantes de él menos reaccionarias que el Tea Party, por ejemplo, o que ciertas formaciones de la "democracia cristiana". Hoy por hoy, la hipótesis que me parece más probable es que el nuevo régimen exprese una nueva coalición entre élites reaccionarias y burguesas, que usurparán el esfuerzo popular para derrocar a Gadafi, pero que sea más abierto, más plural y menos represivo que el de Gadafi, es decir, menos malo. No excluyo, sin embargo, que las cosas evolucionen de forma diferente, ya sea para bien, ya para mal.

No obstante, me pondré en lo peor. ¿Puede suceder a Gadafi un régimen peor, al menos pasado cierto tiempo? ¿Un régimen, por ejemplo, de tipo talibán? No me parece nada probable, a decir verdad, pero nada se puede excluir, como no excluyo, por decir algo que puede parecer disparatado, que Francia tenga en unos años una presidenta fascista si las izquierdas no tienen mayoría absoluta (¿qué ocurriría si pasasen a segunda vuelta un(a) candidat@ socialista y una fascista? ¿cómo se comportarían en segunda vuelta los votantes de la "derecha tradicional" francesa, ajena a la tradición de "disciplina republicana" y posiblemente más hostil a "la gauche" que al fascismo?). Pues bien, incluso así lo justo habría sido apoyar la revolución libia. Por ejemplo, el régimen teocrático iraní es peor que el régimen corrupto y dictatorial del Sha; el régimen estalinista alcanzó unos niveles de brutalidad muy superiores a los del zarismo tardío, pese a que éste era brutal. ¿Eso descalifica a la revolución iraní de 1979 y a la revolución de obrer@s, campesin@s y soldados en la Rusia de 1917? No, en absoluto. Esas sublevaciones populares fueron dignas de apoyo, aunque fueran incalificables los regímenes estatales que se formaron después, que no eran expresión de la multitud revolucionaria tal como se expresó en la sublevación sino de nuevos proyectos reaccionarios que, por diversas razones, lograron las revoluciones y desataron una nueva contrarrevolución. Para una mentalidad "politicista", entre las sublevaciones populares y los regímenes posteriores a ellas hay una identidad, una continuidad orgánica, sin embargo eso no es así, muy por el contrario esa transición implica siempre una ruptura, una separación, más o menos profunda, entre la espontaneidad y la creatividad social de la sublevación, por un lado, y la usurpación de la potencia constituyente de la multitud por unas élites que dicen representarlas. De hecho, las verdaderas fronteras dejan a un lado a Stalin y los zares, y a otro lado al pueblo revolucionario de 1917 y a quienes combatieron a Stalin. Frente a la falsa identidad de ideologías y siglas hay que reivindicar la continuidad de las luchas sociales.

Ya he dicho que no es indiferente cómo sea el nuevo régimen que surgirá en Libia. En ese sentido, sigo esperando que la nueva Libia será mejor que la Libia de Gadafi. No estoy seguro de ello 100%, pero me inclino a pensarlo así. De hecho, estaría casi totalmente seguro de ello si no fuese por la incertidumbre creada respecto al lugar que tendrán en la nueva Libia las mujeres, que tuvieron un enorme protagonismo en la movilización social inicial pero que, como suele ocurrir, fueron en parte invisibilizadas por la dinámica bélica. Pero la oposicion a cualquier deriva reaccionaria del nuevo régimen sólo podrá hacerse, dentro y fuera de Libia, desde la reivindicación de la revolución.

También se ha vuelto a plantear un problema ético-político: las relaciones con los actos de brutalidad del bando al que se apoya en un  conflicto armado. La guerra es un escenario en que con mucha facilidad se desata lo peor que llevamos dentro los seres humanos. Dado que la guerra siempre es un mal, pero que no hacerla puede ser en ciertos casos un mal peor, en muchas ocasiones ni puede ni debe eludirse la elección de bando. Sin embargo, esa elección no debe ser acrítica ni fanática. Magnificar los crímenes del adversario y ocultar los del bando "propio", bajo la excusa de que no es el momento, es inadmisible. Pero con demasiada frecuencia grupos o individuos se lanzan a relatos unilaterales (falsos, ciertos pero exagerados o totalmente ciertos pero silenciando otros) sobre los desmanes de un bando convirtiendo ese relato es su único argumento político real para apoyar al otro o para desentenderse o apuntarse de una "neutralidad" que en muchos casos sólo es aparente. A mi entender, no deben ocultarse  los hechos de barbarie de ningún bando, pues aquellos cometidos por el bando al que apoyamos deben inquietarnos, debemos condenarlos y debemos pedir que se investiguen y castiguen. A la vez, hay que valorar el lugar de esos actos en el proyecto que representa un bando: por ejemplo, el holocausto judío formaba parte del proyecto nazi y no es preciso saber nada más sobre el nazismo para concluir que debía ser combatido sin concesiones.

En el caso libio, pese a que no tengo demasiado información, la opinión provisional que me he hecho sobre las atrocidades que se atribuyen a la sublevación popular es que los sectores simpatizantes con el gadafismo las han exagerado mucho, pero que sí ha habido atrocidades que deben ser condenadas y castigadas, por ejemplo el asesinato de detenidos, aunque desde luego no parece que haya nada similar ni de lejos a las fosas comunes con centenares de víctimas de la represión del antiguo régimen.

También se ha dado a entender que se había desatado una "caza del negro", que había dado pie a que trabajadores extranjeros fuesen perseguidos como mercenarios gadafistas. Creo que también en este caso la verdad es matizada, pues ni hay una masacre de población negra ni sería cierto decir que no pasa nada o negar que un racismo existente ya en tiempos de Gadafi no está dando lugar a actos injustos y en algún caso criminales. A mi entender este tema ha sido tratado de forma muy correcta por Gabriele Del Grande, que, en una de sus crónicas señala que "... la piel negra sigue siendo vista como primer indicio de culpabilidad. Sin embargo, en la ciudad [Tripoli] no se ha producido la anunciada masacre" y expone que mientras que la población negra arraigada en Libia no tiene grandes dificultades los peligros se multiplican para los recién llegados que carecen de raíces en el país. En todo caso, lo que se está poniendo ya en primer plano, en la medida de que se consolida la derrota gadafista, es qué actitud tendrá el nuevo régimen ante la tortura o los abusos policiales contra la población. Por mi parte, me daría una gran satisfacción que se aboliese la pena de muerte, aunque no soy muy optimista al respecto. Creo que la pena de muerte es una institución bárbara e inhumana, pero no se trata de un problema exclusivamente libio, ya que debemos recordar su vigencia en Estados Unidos, Cuba, Arabia Saudí, China... y, ante todo, que aquí, en España, la pena de muerte en tiempos de guerra es constitucional, aunque no sea legal.

Quizá algunos digan que no podemos tomar partido por un bando que comete crímenes. Pero no es así, lo que no podemos es ocultar o apoyar los crímenes cometidos por "nuestro bando". Para mí es indudable que cualquier persona mínimamente democrática debía apoyar la lucha popular contra el franquismo en la guerra de 1936-1939. Pero hay que ser muy cínico para negar que en el bando antifranquista también se cometieron crímenes horrendos, aunque con una diferencia cuantitativa manifiesta respecto al franquismo, y con una diferencia cualitativa: la criminalidad era inherente al propio proyecto franquista, mientras que ni el anarquismo, el socialismo, el comunismo antiestalinista o el republicanismo conllevan en sí mismos criminalidad alguna, a diferencia del estalinismo que sí se constituyó en un proyecto político criminal, pero que en España era entonces socialmente minoritario aunque alcanzó gran influencia política a causa de factores externos. Pero sí, en el bando antifranquista también hubo actos de barbarie, como las matanzas de presos de noviembre de 1936, detenidas a comienzos de diciembre por el anarquista Melchor Rodríguez García. Tan cierto como que la causa del antifranquismo era entonces la causa de la humanidad y debe ser recordada y reivindicada lo es que en su seno también se cometieron crímenes. Pues bien, la causa de la sublevación libia es una causa justa aunque algunos de sus partidarios hayan cometido actos injustos y crímenes, que deben juzgarse con más rigor cuando hayan sido ordenados por mandos políticos o militares. No se debe ni olvidar lo primero, lo justo de la causa, ni ocultar lo segundo, que la defensa de una causa justa a veces se convierte en excusa para asesinos, descontrolados unas veces, muy organizados otras.

En resumen, lo que aquí he querido decir es que hay que felicitarse del triunfo de la sublevación libia, aunque en su transcurso puedan haberse cometido actos que debemos condenar pese a que no sean equiparables a décadas de represión y tiranía gadafista. Que el futuro de Libia está abierto, que depende del pueblo libio y del apoyo que podamos prestarle. Que identificarse con la rebelión popular no equivale a identificarse con el régimen que suceda al gadafista, del que podemos esperar que, como todo Estado, sea un sistema elitista y reaccionario, aunque, no obstante, de ninguna manera podemos ser indiferentes ante los rasgos que tome ese nuevo Estado. Por ello, si durante meses he expresado mi solidaridad con el pueblo libio rebelde en general, ahora toca expresarla con aquella parte de él que aspire a una Libia democrática, con libertades políticas, no teocrática, en la que las mujeres amplien sus derechos, en la que las torturas, los asesinatos y las detenciones arbitrarias desaparezcan, en la que puedan nacer sindicatos independientes del Estado. Es un nuevo tiempo que requiere nuevos criterios de valoración.

Eso sí, pase lo que pase habrá sido justo estar del lado del pueblo torturado contra Gadafi. Lo que no será justo en el futuro es estar del lado de cualquiera que vuelva a torturar al pueblo o a un sector de él.


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