Trasversales
Yasmina Elhamdi

Silenciando la Revolución

Revista Trasversales número 23 verano 2011

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La intervención de la OTAN en Libia es hoy por hoy uno de los hechos más controvertidos del panorama global. Cierto es que la controversia la generan más las opiniones al respecto de la misma que se producen casi a diario en diversos medios de comunicación que la intervención en sí.

Si bien existen (existimos) numerosas voces que afirman que la zona de exclusión aérea ha sido y es la única vía efectiva, aunque no desinteresada, de salvaguardar la vida de la población libia también hay otras que claman en su contra por considerarla la mayoría de las veces, una injerencia contra un Estado soberano motivada por el afán de expoliar el petróleo libio.

Este debate tiene la virtud de alejar del espectro mediático la existencia en Libia de una sociedad capaz de luchar hasta la muerte por enterrar a un régimen dictatorial, cleptócrata, corrupto y sanguinario y  de relegar al olvido, por ende, sus demandas.

Sobra decir que tantas opiniones a favor y en contra no son siempre ruido. Hay personas críticas con la intervención capaces de sostener un debate serio pero que, en última instancia, se ve motivado por su particular rechazo a la OTAN (algo legítimo por otra parte) y que una vez más, no tiene en cuenta la aprobación de la intervención por parte del único órgano que representa de manera legítima a la sociedad libia en su conjunto, el Consejo Nacional Transitorio.

Además, lo que subyace al grueso de los discursos anti intervención es el acallamiento de la voz del pueblo libio, que se ha manifestado desde el primer momento de la Revolución a favor de la creación de un Estado de Derecho  democrático, libre y  soberano, al que le exigen ser capaz de garantizar de forma efectiva los derechos y libertades civiles y políticos que la ciudadanía debe (quiere) detentar, en ausencia de coacción, coerción y violencia.

Sin embargo son much@s los que nos alertan en diversos artículos, blogs y un sinfín de espacios, de los terribles peligros y amenazas que acechan a los habitantes de este país africano que, hasta hace no mucho, se hallaba relegado al ostracismo mediático e informativo (incluso académico, literario…etc) Este ostracismo acabó provocando un desconocimiento sobre Libia, una suerte de vacío,  que es aprovechado por much@s para sustentar sus opiniones sobre lo que consideran una guerra por petróleo.

Para ello su estrategia suele consistir en hablarnos de la bonanza económica en la que la ciudadanía libia se encontraba felizmente sumergida y en lo excelentes que eran el sistema educativo y sanitario. Y ello porque se hallaban gobernados por uno de los pocos regímenes del mundo que reconocía que el petróleo no le pertenecía a él sino a la población.

Nos presentan así la conversión de la ficción socialista y antiimperialista del régimen de Gaddafi en mito, pero situando, curiosamente, todo análisis dentro de parámetros economicistas y midiendo el bienestar de manera cuantitativa. Bienestar que  gira siempre alrededor del sacrosanto petróleo.

Ficción porque el socialismo de Gaddafi sólo puede ser probado en la teoría. En la práctica creó un consorcio y un entramado empresarial mediante el que desviaba todos los beneficios de la extracción y venta del crudo directamente a sus bolsillos y a los de su familia. Su enriquecimiento ha sido tan palpable que no es necesario ni buscar en cables de Wikileaks. Cualquier interesado pudo leer en los periódicos que tras su “conflicto” con Suiza sacó de los bancos de ese país alrededor de…y también hemos sabido que sus hijos gastaban millones de dólares en fiestas y conciertos como el de Beyoncé.

No dicen nada sin embargo de las personas detenidas y encarceladas en las redadas indiscriminadas que se prolongaron durante 2 años en Benghazi (1994-1996) y en las que se apresó a muchos de las personas que fueron posteriormente asesinadas en la cárcel de Abu Salim, ni de la concentración pacífica frente al consulado italiano, también en Benghazi en la que los Comités Revolucionarios acabaron con la vida de al menos 33 jóvenes. Tampoco recuerdan los ahorcamientos públicos más lejanos en el tiempo (1977) pero igualmente crueles y cuya única intención era difundir el terror en la sociedad para aplacar posibles protestas. Tampoco hablan de los cientos de presos que cumplieron condena hace más de 10 años pero que seguían en la cárcel, ni de los presos que ni siquiera tuvieron juicio. Ni de los juicios farsa, esos en los que el delito es la invención de los acusadores y que en Libia se sucedían con relativa asiduidad.

La excelencia de los sistemas educativo y sanitario es otra de las falacias que Gaddafi ha logrado extender fuera de las fronteras de Libia por lo que tampoco sirve que en internet circulen cálculos  que hablan de aproximadamente 5 millones de dólares gastados por la población libia en los últimos 15 años en la sanidad de países extranjeros, ni de las cientos de horas gastadas leyendo el Libro Verde en las carreras universitarias.

Y no sirve porque, tras el argumento de que la intervención obedece a una guerra que ya estaba preparada subyace otro más determinista, y que presupone que en Libia sus habitantes no eran lo suficientemente racionales para saber si estaban siendo oprimidos, ni tenían la voluntariedad necesaria para alzarse contra esa opresión. Por eso siembran la duda en torno a la indefensión de los civiles que salieron desarmados en las primeras manifestaciones, para afirmar veladamente que el complot (o contubernio si se prefiere) estaba ya en marcha. Porque no nos engañemos, los libios son manipulables. Por eso se hallan expuestos a un futuro incierto y lleno de amenazas. A saber: una monarquía que, parece ser, lleva años planeando una vuelta triunfal; el radicalismo y fanatismo religioso personificado en Al Qaeda que muchos vinculan a Abdu el Jalil, presidente del Consejo Transitorio, o la partición del país.

Quienes alertan sobre estos posibles escenarios y peligros nos dibujan una comunidad (que no lo olvidemos, habita un país al norte de África) incapaz de articular un régimen político democrático y libre por sí sola, que a lo único que puede aspirar es a mantenerse inserta en el neocolonialismo. Bien sea bajo el gobierno de una monarquía de esas decimonónicas que tan bien se ajustan a nuestros parámetros de lo que resulta “exótico” o sumida en un conflicto interminable fruto de alguna cruzada que tal vez dé como resultado un gobierno de fanatismo religioso o fruto de rencillas tribales. Entre ambas alternativas aún tenemos la que nos habla la partición del país, sustentada en el argumento tan manido de que una vez controlados los pozos petrolíferos los “rebeldes” forzarán la división del país (seguramente por “consejo” de algún extranjero más ilustrado) pero que admite una lectura alternativa y cuyo núcleo radica en el pensamiento de que las personas en esa parte del globo terráqueo se mueven sólo por bajos instintos, en este caso la codicia.

Al fin y al cabo la exigencia de democracia, libertad y justicia es patrimonio de Occidente, que nadie lo olvide.

Sin embargo esta sociedad, que tan a la ligera cosifican, deforman y  manipulan y de la que sustraen todo raciocinio y voluntad, sigue luchando por acabar hasta con el más mínimo resquicio del régimen dictatorial de Gaddafi, y mientras lo hacen, reivindican con ello la veracidad de la Revolución que muchos quieren desterrar de Libia. Y es una Revolución porque se ha iniciado la renovación del sistema político de principio a fin. Esta sociedad ya está creando  un tejido social nuevo sobre la base de la conquista de los derechos y de las libertades, y por eso mismo no será fácil que vuelvan a robárselos, y que además está siendo crítica con la situación en la que se hallan. Sólo basta echar un vistazo a sus páginas en internet (Shabab Libya, Al Manara, Libia AlHura…) para escuchar y/o leer sus análisis sobre la misma, o visitar la página oficial del Consejo de Transición (www.ntclibya.com) para obtener información sobre las demandas socio – políticas de l@s libi@s.

Analizar críticamente el conflicto existente en la actualidad es una tarea necesaria. Pero quien quiera hacerlo debe alejarse de los determinismos culturales. De lo contrario, muchos los que escriben contra la intervención caerán en la trampa de articular representaciones y sustentar argumentos claramente coloniales mientras se proclaman valedores del antiimperialismo.

Cabe preguntarse cuando menos, qué intereses albergan estas personas y si alguna vez pusieron en práctica el pensamiento crítico y la reflexión que tanto nos exigen. Avisarles también de que la Libia que perdurará en el tiempo es la que sus ciudadanos y ciudadanas están construyendo, desde abajo, en comunidad, cooperando y colaborando y así recuperando su dignidad y la libertad y justicia que durante tanto tiempo se les ha negado. Será, en fin, la Libia Revolucionaria. Espero que sepan vivir con ello.


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