Trasversales
Beatriz Gimeno

Ecologismo y feminismo: Ecofeminismo

Revista Trasversales número 24, dicembre 2011

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Feminismo y ecologismo son dos filosofías, dos éticas, dos teorías críticas de la sociedad, dos sensibilidades que tienen que encontrarse necesariamente porque el futuro tiene que ser ecologista y feminista o no será. Más allá de que cualquier idea de justicia es inconcebible si deja fuera de la misma a la mitad de la humanidad, lo cierto es que ecologismo y feminismo apenas se han relacionado hasta ahora. Sin embargo sus agendas tienen que complementarse necesariamente y cuanto antes lo entendamos mejor. Ninguno partimos de cero y ambos, tanto el ecologismo como el feminismo,  tienen ya una historia, una praxis y saberes acumulados que nos permiten trabajar hacia una agenda común más necesaria hoy que nunca. Concretamente, el ecofeminismo viene teorizándose desde los años 70.

Siendo tanto el feminismo como el ecologismo teorizaciones complejas y plurales que integran distintas corrientes en su seno podríamos decir que además de la defensa de la igualdad propia de cualquier ética progresista, el punto nodal, y también problemático, entre ambos es la relación de las mujeres con la naturaleza y con ciertos valores llamados hasta ahora femeninos y relacionados con la ética del cuidado. La vinculación de las mujeres con la naturaleza es una de las características del patriarcado que surge a partir de la dualidad naturaleza-cultura que identifica al varón con cultura y civilización en el arte, la filosofía, la ciencia…y a las mujeres con el mundo de lo natural y que concibe el mundo, a partir de ahí,  como dos esferas  de existencia separadas que se relacionan de manera jerárquica. Es evidente que una goza de privilegios sociales, materiales, simbólicos y la otra no. El ecofeminismo ha denunciado esta asociación y por el contrario ha señalado que en el orden simbólico patriarcal la dominación de la naturaleza y de las mujeres están conectadas; el ecofeminismo considera que la dominación y explotación de las mujeres y la dominación y explotación de la naturaleza tienen un origen común: una visión androcéntrica de la vida en la que el varón busca dominar el mundo (y las mujeres son parte de ese mundo) y en la que éste construye su subjetividad y construye la sociedad a partir del dominio de ambas.

Sin embargo, la  relación de las mujeres con los recursos naturales es real en una gran parte del mundo. Tan real que sin igualdad de género es imposible conseguir la sostenibilidad porque lo cierto es que gran parte de la gestión de esos recursos está en manos de las mujeres. Esta es la razón de que desde hace tiempo las agencias internacionales, desde Naciones Unidas hasta la FAO hayan tratado de unir ambas agendas: ecologismo y feminismo en una misma lucha.   Las mujeres son la llave. El andropocentrismo imperante, que es también androcéntrico, ha creado un sistema de producción insostenible. El coste negativo de este sistema recae en gran parte sobre las mujeres y con ellas, por tanto, hay que buscar la solución. En lo que hace a los países del Sur, las mujeres son las principales productoras de comida, las encargadas de trabajar la tierra, mantener las semillas, recolectar los frutos, conseguir agua…… Entre un 60 y un 80% de la producción de alimentos en estos países recae en las mujeres. Por eso son también las mujeres las más afectadas por las consecuencias que el cambio climático está dejando en la agricultura de subsistencia, son ellas las más afectadas, junto con sus hijos, por el hambre; son también las más afectadas por la deforestación, por las consecuencias de la misma en la agricultura, en la recogida de leña, en la gestión del agua. De ahí que sean ellas las principales luchadoras por la reforestación y la conservación de los bosques.

Y, sin embargo, las mujeres no son las titulares de las tierras que cultivan, ni de las cosechas, ni son las encargadas de tomar las decisiones respecto a sus vidas y a esos recursos. En general, ellas gestionan de manera más racional los recursos medioambientales porque son las encargadas de gestionarlas no sólo para ellas, sino para sus familias. El control por parte de las mujeres de los recursos es el que saca de la pobreza a las familias. Por eso buscan cuidar los recursos naturales y no explotarlos hasta agotarlos. Sin tener en cuenta a las mujeres como sujetos activos de esta gestión, el cambio no es posible.

La sostenibilidad tiene también que ver en gran medida con los derechos sexuales y reproductivos. Dejando claro que estos son derechos humanos ineludibles desde el punto de vista de la justicia, en tanto que la sostenibilidad requiere de una reproducción responsable,  si estos derechos no son una realidad controlada por las mujeres, dicha sostenibilidad se hace imposible. El empoderamiento femenino es imprescindible para un modelo reproductivo sostenible.

En el tercio rico del mundo, ecologismo y feminismo tienen también una agenda común. La exigencia de otro modelo de desarrollo, de consumo, ocio, ética, trabajo etc. implica repensar absolutamente las relaciones afectivas, sexuales, familiares, laborales y sociales entre hombres y mujeres. El ecofeminismo pide el cambio de modelo productivo, pero este no será posible sin un cambio de modelo en la vida privada: menos consumo, otro tipo de ocio, otra manera igualitaria de repartir el trabajo de cuidado. El ecofeminismo pide universalizar esos trabajos sobre los que en gran parte descansa la calidad de vida de una sociedad y sin los que el trabajo productivo se desmoronaría. Esos trabajos que en la actualidad prestan las mujeres de manera gratuita o mal pagada y que no gozan de prestigio social ninguno. Para ello hay que repartir por igual todas las tareas en lo que se ha llamado corresponsabilidad. Los hombres tienen que cuidar, tienen que desaprender comportamientos sociales vinculados en exclusiva a la productividad, al trabajo, al consumo alienante y para ello tienen que relacionarse en igualdad con las mujeres que llevan siglos cuidando y encarnando, en exclusiva y sin desearlo, otros valores. Ni nosotras queremos ser cuidadoras a cambio de sueldos menores o de jornadas extenuantes, ni los hombres tienen que ser productivos a cambio de renunciar a vidas personales más plenas.  Las diferencias entre hombres y mujeres, generadas por la división sexual del trabajo, son diferencias generadas por el proceso productivo que asigna a las mujeres las tareas en el hogar o las no vinculadas al mercado o al trabajo productivo sino a lo que se ha llamado trabajo reproductivo. Si no cambiamos nosotros/as mismos/as no puede haber un cambio global.

Sin embargo el camino en común con los ecologistas no está siendo fácil. El feminismo ha desconfiado siempre del ecologismo porque a éste le está costando incorporar el conocimiento feminista. Una parte de él es ciego al género y otra parte mantiene una visión esencialista de las mujeres, defendiendo –sin escucharnos- que estamos más próximas a la naturaleza, no porque los roles de género y la cultura nos hayan situado en ese lugar, sino por efecto de la misma naturaleza, y desde ahí sus soluciones no van tanto en la reivindicación de la autonomía y el empoderamiento de las mujeres como en asumir planteamientos que tienen como centro una visión esencialista, romántica y obsoleta de lo que significa ser mujer. Nosotras, ecofeministas, sabemos que no hay una esencia de los sexos, la posición de las mujeres respecto a la naturaleza viene determinada por la división sexual del trabajo y la cultura. Históricamente esta supuesta vinculación especial, y supuestamente privilegiada, con la naturaleza ha servido para coaccionarnos, para tratarnos como objetos pasivos al servicio de la misma naturaleza. El feminismo es justamente una huida de esa naturalización impuesta.

Las ecofeministas defendemos y apoyamos una ética ambiental con una fuerte perspectiva de género. No queremos políticas específicas que sean un punto pequeño de los programas o de los manifiestos, no somos algo específico, también somos la humanidad y por tanto no  puede haber solución para la humanidad si dicha solución no lo es para nosotras. Para ello es necesario que el conocimiento feminista sea incorporado al saber ecologista. Si no se garantiza la plena autonomía de las mujeres sobre sí mismas, el incremento de su poder político y representativo, aumentando su control sobre los recursos naturales y materiales, su empoderamiento, en definitiva, si el ecologismo persiste en su mirada androcéntrica, falsamente neutra, no hará política ecológica.

El ecologismo político va a ser, antes o después, la gran fuerza social y política del futuro, no hay otro remedio. ¿Qué papel vamos a jugar las mujeres en ese escenario?  ¿Vamos a impulsar y a protagonizar el cambio en primera persona o vamos a seguir la estela de quienes dicen desear un cambio radical pero no acaban de comprender que sin el feminismo no es posible ese cambio?  Sin la igualdad entre los sexos no hay futuro ecológico posible; sin nosotras no hay futuro de ningún tipo.


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