Tras escribir este texto han surgido
noticias que ponen en duda que el referéndum se celebre. En todo caso,
eso no afecta al fondo de lo que aquí se comenta
La decisión del primer ministro griego Yorgos Papandreu, de someter
a un referéndum las condiciones del rescate de la economía
de Grecia ha enfriado la euforia bursátil que siguió a la última
reunión de Bruselas y ha provocado un inexplicable terremoto en la
Unión Europea, cuando la opción de consultar a los ciudadanos
no debería parecer una temeridad, como se ha dicho, sino una
obligación de los gobiernos democráticos ante situaciones difíciles.
Y esta lo es. Si son los ciudadanos rasos quienes están pagando, desde
hace dos años, con las medidas de austeridad los errores de su clase
política y los abusos de su clase empresarial, ellos son quienes deben
decidir sobre lo que les espera, que son nuevas penalidades para décadas,
con o sin rescate.
Ante la convocatoria del referéndum griego, se acusa a Papadreu de
actuar en clave exclusivamente nacionalista y de poner en peligro la moneda
única, como si el mandatario griego hubiera sido el primero en poner
los intereses de su país, o de su partido, por delante de los de la
Unión Europea. Ahí tenemos al euroexcéptico Cameron exigiendo,
desde fuera del euro, claridad y rapidez a Bruselas, cuando lo que debería
de hacer es convocar un referéndum, que el 70% de los ingleses demanda,
para decidir si el Reino Unido se queda o se va de una vez de la UE. O tenemos
a todo el conjunto de países de la Unión supeditado a las medidas
en clave nacional de Alemania y de Francia. Merkel actúa más
como dirigente alemana que como primera mandataria europea, papel no institucional
que se ha arrogado por la capacidad económica de su país y
por la debilidad política de sus homólogos. Doña Ángela
es una nueva Kaiserin en una Europa en vías de germanización,
y el pequeño Nicolás (genial Sempé) la sigue para no
perder un ápice de grandeur.
La canciller de hierro actúa en clave nacionalista para proteger
las inversiones de los bancos alemanes en deuda griega, pero también
ha actuado así en el pasado: en clave partidista al posponer medidas
para toda la Unión pensando en las elecciones a los lander, y en clave
nacionalista al incumplir los acuerdos del Pacto de Estabilidad (Maastrich)
superando el límite de la deuda (60% del PIB) desde 2002 a 2010, y
el límite del déficit (3% del PIB) desde 2002 a 2005, en total
14 veces. Y otro tanto ha ocurrido en Francia, que desde 2002 a 2004 y desde
2008 a 2010 superó el límite del déficit, y desde 2003
a 2010, superó el límite de deuda. En total 14 veces. No se
entiende, por lo tanto, tanta exigencia a los gobiernos de Grecia, Portugal
o España para que cumplan lo que no han cumplido ni el gobierno alemán
ni el francés.
Sarkozy ha pedido a Papandreu que dé explicaciones en la reunión
del G-20. Pero sobre todo debe darlas en otro sitio, ¿o es que Sarkozy
ya da por muertas las instituciones de la Unión Europea?
Esta es otra de las consecuencias de la crisis: el capital financiero, moviéndose
a sus anchas buscando la máxima rentabilidad en el mínimo lapso
de tiempo, ha logrado desregular las instituciones políticas existentes.
Un selecto grupo de financieros multinacionales, escondidos tras en la impersonal
denominación de <mercados>, impone cada día sus criterios
sobre la voluntad de 7.000 millones de personas al actuar sobre las finanzas
del mundo.
Y la Unión Europea es una de las estructuras económicas y
políticas que ha sucumbido al envite; sus instituciones parecen haberse
esfumado ante un nuevo gobierno de facto, surgido de un golpe de mano palaciego,
que ha concentrado todo el poder en un triunvirato formado por Ángela
Merkel, Nicolás Sarkozy y Jean Claude Trichet (ahora reemplazado por
el banquero Mario Draghi, con un expediente poco limpio, pero da lo mismo,
pues su currículo en los años dorados de Goldman Sachs es adecuado
para el trabajo que va a realizar).
Es difícil saber a qué se debe realmente la decisión
de Papandreu, si se trata de una respuesta a las tensiones internas del Pasok,
a la intención de aplacar de alguna manera el malestar que los griegos
muestran a diario en las calles o al intento de salir de un situación
difícil comprometiendo a la derecha, que está teniendo un comportamiento
irresponsable. En todo caso es una decisión que entraña riesgos,
qué duda cabe, pero revela talante democrático y confianza en
la ciudadanía. Y hasta ahora, las medidas dictadas por el triunvirato
han dado resultados negativos, pues no trataban de salvar a los griegos, sino
a los euros.
Papandreu ha hecho bien en intentar otra salida y escapar de la consabida
respuesta de que no hay alternativa. Debería cundir el ejemplo.