Francisco Javier Vivas Si la nobleza no obliga, las leyes sí Revista Trasversales número 24 diciembre 2011 Otros textos del autor A medida que se van conociendo más
datos sobre los oscuros negocios de Iñaki Urdangarín, crecen
la sorpresa y una entendible indignación popular, dadas las vigentes
medidas de austeridad, pero también las expectativas ante una serie
de preguntas sobre los motivos que han guiado su conducta. Es posible que Urdangarín haya sido víctima de dos creencias muy extendidas en nuestros días. La primera es el desmedido amor al dinero, y que el éxito personal en la vida se mide por la fama, el poder y el dinero. La fama, o el conocimiento público, especialmente en las revistas del corazón, lo tiene por sus relaciones; el poder lo tiene su suegro, pero el dinero le faltaba y era una carencia insoportable, pues parecía difícil de admitir el hecho de estar casado con una infanta y no ser millonario. Llevado de esa urgencia, probablemente Urdangarín ha sucumbido al sueño de ser rico en poco tiempo. En este aspecto, el duque de Palma, aún no imputado en una causa que se instruye por supuesta prevaricación, falsedad documental, malversación de caudales públicos y fraude, se ha revelado como un ambicioso emprendedor, pero con un estilo que se prodiga en este país, en particular en las filas de la derecha, para lucrarse con dinero del erario público: es el emprendedor de negocios turbios realizados al amparo de la Administración a través de concursos amañados, adjudicaciones a dedo y contratos confidenciales; del tráfico de influencias, del sobreprecio y la comisión, en los que ha participado una parte no desdeñable de la clase política, que además se ha visto premiada por sus electores. En fecha reciente hemos visto cómo han obtenido un mayoritario respaldo electoral listas en las que figuraban personas implicadas en casos de corrupción, y estamos en puertas de que un partido salpicado de casos de corrupción en todas las latitudes gobierne España con mayoría absoluta en ambas cámaras. Como un joven moderno y un título
de nobleza reciente, Iñaki Urdangarín, duque de Palma, es posible
que no se haya sentido concernido por usos que, antaño, junto con los
privilegios, imponía tal condición -nobleza obliga-, pero se
debería de haber visto moderado en sus impulsos por su relación
con la infanta. Su comportamiento no ha sido ejemplar, han indicado desde
la Casa Real. Efectivamente, no lo ha sido como yerno del rey, pero tampoco
como empresario y, sobre todo, como ciudadano. Y en esto, aunque de momento
no está implicado, no se distingue de otros implicados en la abultada
lista de casos, que, en función del cargo y del nombre, han utilizado
dinero público para enriquecerse al margen de la ley.
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