José Luis Carretero Por la movilización del trabajo Revista Trasversales número 24 diciembre 2012 Otros textos del autor en Trasversales José Luis Carretero Miramar es profesor de Formación y Orientación Laboral. Afiliado al sindicato Solidaridad Obrera. Miembro del Instituto de Ciencias Económicas y de la Autogestión (ICEA).
En las últimas décadas distintas modificaciones
legales han ido arrinconando a la clase trabajadora y haciéndola perder
su poder social. Ese proceso se ha acelerado hasta lo insoportable en el último
año La tan traída y llevada flexibilidad
(aún en su forma maquillada: la flexiseguridad) no ha hecho otra cosa
que debilitar y precarizar a los sectores más numerosos de la clase
trabajadora. Al fin y al cabo, no se trata de otra cosa que de arrumbar la
posición del trabajador en el centro de trabajo, haciéndole
someterse a todas las órdenes del empleador, sean cuales sean. De hecho
los números cantan, hasta el extremo de que la brecha entre pobres
y ricos en nuestra sociedad se ha disparado al nivel más alto de los
últimos 30 años. Así, la renta media del 10 % más
rico del país multiplica en 11,9 veces la del 10
% más pobre, y el índice de Gini (construcción
estadística que mide la desigualdad) del Estado Español es superior
al de Polonia, Grecia o Estonia.
La contratación temporal (que sigue siendo la que más
se realiza cada año), el trabajo a tiempo parcial manipulado para convertirlo
en “trabajo a la carta”, la contratación indefinida con derechos recortados
(el llamado “contrato de fomento”), las Empresas de Trabajo Temporal y las
agencias privadas de colocación, la subcontratación, el despido
prácticamente libre y pobremente indemnizado, la legalización
y la tolerancia con las “zonas grises” con las que los empresarios consiguen
lisa y llanamente huir del cumplimiento de los derechos laborales (falsos
autónomos, becarios, migrantes…); todo ello ha servido para hacer que
la precariedad campara a sus anchas en el mercado de trabajo español.
La época del trabajador con contrato fijo y con derechos ha llegado
a su fin. Eso sólo lo ven unos cuantos, a los que se ataca llamándoles
“privilegiados” porque mantienen, en la cuerda floja, algunos derechos que
deberíamos tener todos. Un mal ejemplo, dicen los medios de comunicación
pagados por los patrones.
La realidad laboral para la mayoría de la población
es la de una relación siempre débil con el puesto de trabajo,
ante la espada de Damocles del despido facilitado; la de la rotación
acelerada de períodos de trabajo y paro; la de la ausencia de todo
derecho laboral; la de interminables jornadas y falta de seguridad e higiene;
o la del desempleo puro y duro, utilizado por el empresariado para imposibilitar
toda reivindicación del elemento asalariado.
La reforma laboral ha sancionado y profundizado este escenario.
La reforma de la negociación colectiva pretende llevarlo aún
más lejos al impedir todo contrapoder sindical en el ámbito
laboral y al intentar enfrentar a unos trabajadores contra otros (esa es,
al fin y al cabo, la finalidad de que los convenios se negocien en la empresa
y no en el sector). La reforma de las pensiones promete a los jóvenes,
después de una vida de precariedad y trabajo sin derechos, una ancianidad
con míseras prestaciones
Y la dinámica de agresiones a la posición de
la clase trabajadora no cesa: las llamadas “zonas grises” se han agrandado
recientemente con la legalización de la posibilidad de realizar contratos
de prácticas “no laborales” al amparo del Servicio
Público de Empleo, con una retribución del 80 % del IPREM (Indicador
Público de Renta de Efectos Múltiples, un índice que
aprueba cada año el Gobierno), es decir, en la actualidad 426 euros,
para titulados de FP o Universidad con una experiencia laboral menor de tres
meses, y que tengan entre 18 y 25 años. La duración de estas
“becas” será de
Esta forma de contratación “no laboral” (como reitera
la norma legal, como si por repetir el sinsentido pudiera eliminarse las condiciones
de ajeneidad y dependencia en que se va a producir la prestación y,
por tanto, su condición claramente asalariada), se combina con la
eliminación “temporal” del límite de edad para la realización
de los contratos para
Y las próximas reformas del nuevo gobierno, en cumplimiento
de las órdenes de los financieros que crearon la crisis y ahora pretenden
que la paguemos, navegarán en la misma dirección.
La lista de exigencias que componen el “Cuaderno de Quejas”
empresarial es interminable y comporta una transformación social radical
y revolucionaria. Piensan que la crisis es una oportunidad de obtener sus
objetivos máximos y, espoleados por las cantidades sin fin que han
de extraerse a nuestra sociedad para pagar las deudas del festín especulador
de las entidades financieras, que alcanzan al menos los 800.000 millones de
euros (de los cuales 715.000 millones consisten en la deuda privada, que en
breve será convertida en pública por mecanismos como el del
“banco malo” del que habla Rajoy) pretenden iniciar el camino para mutar nuestra
sociedad a la imagen y semejanza de un modelo que comporta la eliminación
de todo mecanismo democrático y el acaparamiento de toda la riqueza
social por una minoría compuesta de grandes financieros, oligarcas
rentistas y agentes del gran Capital transnacional.
La clase trabajadora, en el marco de ese programa, será
condenada a la pobreza y la precariedad, y gran parte de la clase media será
proletarizada a marchas forzadas, piensen lo que piensen al respecto muchos
de sus miembros, que creen que el actual régimen de acumulación
aún puede regalarles algo y no se dan cuenta de la dimensión
de la transformación en curso.
Pero ya es suficiente. Es la hora de una respuesta contundente.
No podemos ceder más. Estamos transitando el camino
a un empobrecimiento generalizado y fatal. Aunque hay motivos para una esperanza
necesaria. Las resistencias a las amargas recetas que pretenden
imponernos empiezan a aparecer por todos lados: desde las costas de Túnez
o Egipto a las calles griegas o las plazas de nuestro país. La resistencia
es un hecho. Difusa, débil, titubeante, como todo ser que acaba de
nacer. Expandiéndose desde un Mediterráneo cuyos pobladores
más conscientes (y demasiadas veces minoritarios) siempre reivindicaron
las ideas de la democracia (es mentira, no la inventó Ronald Reagan),
de la libertad del individuo y de la vida colectiva cooperante, efusiva y
libertaria. Alcanzando a todos los rincones de un mundo que amenaza con entrar
en ebullición. Diseminándose con fragmentos de códigos
cambiantes y plurales, pero que remiten siempre a la misma idea: la cooperación
es la alternativa al mando, tenemos el derecho a decidir, somos el 99 %.
Por ello, en este contexto, luchar por defender los derechos
del Trabajo y acabar con la precariedad, devolver la dignidad a la clase trabajadora
y negarse a pagar una deuda que otros han contraído, es la única
apuesta que puede inaugurar un futuro mejor para todos nosotros.
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