Trasversales
Pablo Sánchez

Comentarios desde “La Vía para el futuro de la humanidad”

Revista Trasversales número 24 noviembre 2011





“La Vía para el futuro de la humanidad”

Edgar Morin. Ed. Paidos.2010

La última obra de E. Morin se enfrenta al mundo actual y propone soluciones para actuar, vías, caminos para la humanidad.
En su primera parte hace un análisis de la situación y de la segunda a la cuarta parte propone reformas del pensamiento y la educación, de la sociedad y de la vida.
Ya en la primera parte se plantean propuestas, vías, al tiempo que se realiza el análisis del presente. Considera los problemas vitales de la Tierra: el peligro nuclear, la degradación de la biosfera, la economía global desprovista de control, las hambrunas y los conflictos étnicos-religiosos.
Ante ellos esgrime una serie de reformas que pueden comenzarse ya, tanto desde cada habitante de la Tierra como de la humanidad en su conjunto. Cambios hacia un pensamiento integrador de las diferencias y más complejo, otra educación, otra sociedad (ciudad, salud, agricultura, alimentación, trabajo) y por último otra vida, moral, familiar y en edades que van desde la adolescencia a la vejez y a la muerte. Razona desde su característica utilización de la dialéctica, globalizando y desglobalizando los problemas.

Sin embargo, desde mi punto de vista, este intento laico de proponer otro mundo como posible, sirve poco para actuar. Aunque puede hacer a algunos vivir de otra forma y empezar otras experiencias, como algunas de las que están en marcha y que se señalan en el libro. Puede achacarse a la obra que no jerarquiza los problemas, no señala los puntos débiles del sistema y en consecuencia no se sabe por donde comenzar una transformación colectiva, se considera todo entrelazado, del pensamiento a un nuevo tipo de ciudad.
Si la humanidad se encuentra en una encrucijada, de civilización occidental y de sistema capitalista, hay que buscar cuáles son los elementos esenciales de esta crisis.

Parece que esta civilización, que en su esencia es global, puede seguir adelante con la diseminación de armas nucleares y con reactores que pueden convertirse en emisores de radiación, aceptar lamentándolo la pérdida de especies y el cambio climático, aguardar tranquilamente a que se estabilice la economía y se vuelva a crecer, soportar hipócritamente las hambrunas con medidas de ayudas siempre insuficientes y aguantar o provocar conflictos étnicos-religiosos que van desde el yijadismo hasta las inmigraciones. La humanidad embarcada en el tren del capitalismo y del productivismo avanza dejando de lado catástrofes parciales hacia un horizonte degradador.

El productivismo científico-técnico que comienza con la ilustración y el capitalismo industrial se mueve por la energía. Las máquinas, que nos rodean en el hogar, el transporte, la fábrica, funcionan con energía. Es la vida del maquinismo, sin su consumo creciente no existiría esta civilización. Energía quiere decir sobre todo combustibles fósiles y sobre todo petróleo. Por ello se busca en mares profundos o se va a intentar encontrar en el círculo polar ártico, accesible por el calentamiento de los mares. Ante su escasez se buscan alternativas, las más viables y las  más respetuosas con el medio ambiente, son las energías renovables. El discurso que viene haciéndose es que estas energías pueden combinarse con las tradicionales en una transición energética. Hay que señalar que esto no es cierto, en el desarrollo actual de estas energías podrían llegar a producir la energía eléctrica pero no responder al transporte actual. Menos pueden servir para satisfacer el crecimiento de los países emergentes, sobre todo China e India. Este es un punto débil de esta civilización, sin energía en crecimiento no hay crecimiento global. Sin embargo, lo que más miedo da a los poderes políticos y económicos es que la economía mundial entre en recesión. El punto clave es que el capitalismo como sistema global sólo puede mantenerse vendiendo más mercancías físicas o virtuales, aumentar la productividad del trabajo y con ella la ganancia del Capital.

Por lo tanto hay que mantener que el productivismo y el capitalismo que actualmente le impulsa (antes también en los países llamados comunistas) no es compatible con las posibilidades de la Tierra. Esto tiene implicaciones sobre el consumo y la forma de vida de los países desarrollados y sobre el crecimiento de los demás en esta misma vía. Lo que no es posible hay que cambiarlo antes de que se produzcan catástrofes, en las que guerras y dictaduras pueden ser el punto de llegada.
Por otra parte, más allá de las hambrunas en África, de la desigualdad y de la pobreza, está la alimentación global de la humanidad. El crecimiento demográfico va hacia los 9000 millones de personas a mediados de siglo, que difícilmente pueden alimentarse con la producción agrícola actual y con el modelo de alimentación cárnica americana y europea. A  medida que se tiene conciencia de que la humanidad es un todo, de que somos habitantes de un planeta limitado, se demandan respuestas globales. Una hambruna generalizada unida a los desastres del cambio climático producirían desplazamientos de millones de personas en un panorama apocalíptico.

Gobernar la economía, con la masa flotante del capital financiero, parece difícil, gobernar el mundo está muy lejos de la clase política que gobierna los Estados. El único órgano político mundial es la ONU y no deja de se una asamblea declarativa, con un Consejo operativo pero paralizado por los intereses de los Estados que tienen derecho de veto, lo mismo ocurre con el G-20. Los Estados son totalmente insuficientes para afrontar la crisis que es global, tampoco parece que puedan hacerlo ni EEUU, que ha perdido su hegemonía, ni menos una UE paralizada por los intereses de cada Estado y cercana a una descomposición que podría empezar por la caída del euro.
Sólo la conciencia global de la mayoría de la población, de la Multitud que diría Negri, puede frenar la máquina y ponerla a marchar en otra vía. Conciencia que sólo se hará presente y se pondrá en acción si se enfrenta a la unión de capitalistas, gestores empresariales, dirigentes políticos en el poder y creadores de opiniones hoy hegemónicos, que mantienen la ilusión de que esta vía es la única y la correcta.



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