Trasversales
Rolando Astarita

Reflexiones sobre la crisis del euro

Revista Trasversales número 24 diciembre 2011

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La crisis del euro brinda la oportunidad de analizar la relación entre la mundialización del capital y las políticas de los Estados, y el rol de la moneda; así como sobre la dinámica de las crisis financieras.

Tipo de cambio, productividad y euro

Desde el punto de vista de la teoría del valor trabajo puede decirse que el trasfondo de la crisis del euro consiste en que la moneda única ha conectado espacios nacionales con productividades promedio muy desiguales. Es que el nivel más básico, o “estructural”, de determinación del tipo de cambio, está ligado a las productividades relativas. Como he analizado en otros trabajos, es esta determinación de fondo la que explica, por ejemplo, por qué los países subdesarrollados -atrasados tecnológicamente- tienden a un tipo de cambio real alto.

(Aclaración: en lo que sigue el tipo de cambio real es igual al tipo de cambio nominal multiplicado por el índice de precios externos, dividido por el nivel de precios internos. El tipo de cambio real mide así el poder de compra de la moneda en términos de canastas. El tipo de cambio nominal es el precio del dólar en términos de la moneda del país considerado. Por este motivo una suba del tipo de cambio real equivale a una depreciación, en términos reales, de la moneda bajo consideración).

El tipo de cambio alto implica que en los países atrasados los salarios son relativamente bajos (en términos de la moneda mundial, por ejemplo el dólar). De la misma manera, cuando una moneda se deprecia en términos reales, ello significa que determinada cantidad de horas de trabajo del país atrasado se traducen en la generación de menos horas de valor, en el mercado mundial, que antes de la depreciación. Dada la creciente internacionalización de la economía – la relación entre comercio mundial y pbi mundial pasó de poco menos del 16% en 1985 a 30% en 2008-, la competitividad relativa y el tipo de cambio real, cobran una importancia difícil de exagerar.

Por otra parte, y en un segundo nivel de determinación, el tipo de cambio se vincula a las variables económicas fundamentales. Estas son, por lo menos, la cuenta corriente; el estado de las reservas; el nivel de deuda externa (incluyendo su estructura temporal); las inversiones y su destino; la rentabilidad del capital; el crecimiento del país; las variaciones de las monedas de los socios comerciales principales; y tasa de interés. Por último, en un tercer nivel de determinación, encontramos los movimientos financieros especulativos. Según el punto de vista que defendemos aquí, la especulación no genera tendencias, pero se monta sobre éstas y las profundizan.

A partir de este esquema, podemos decir entonces que la contradicción básica del sistema del euro es que el euro ha unificado países con productividades muy desiguales, y ha estimulado movimientos en las variables macroeconómicas que agudizaron los desequilibrios. Sin que, por otro lado, hubiera posibilidad de accionar mecanismos políticos compensadores. Con este telón de fondo, los movimientos especulativos agudizaron el problema. Vemos la cuestión con algún detalle.

En lo que respecta a la productividad, hay una fuerte ventaja del capital germano (habría que agregar Países Bajos, Finlandia, parcialmente Francia) con relación a los países más débiles, en especial Grecia, Portugal y hasta cierto punto España e Italia. Esta diferencia estaba presente al momento del lanzamiento del euro y no se achicó en los años que siguieron. Italia y España experimentaron una pronunciada caída en el crecimiento de la productividad del trabajo entre 1999 y 2008; de hecho, en promedio, prácticamente no creció en ninguno de estos países. En Grecia, en cambio, se incrementó la productividad, pero no se achicó la brecha con Alemania. A su vez esta situación se vio agravada por la evolución de las variables macroeconómicas. Es que desde el lanzamiento del euro hubo una fuerte caída de las tasas de interés en los países más débiles, lo que alimentó booms de demanda -bienes de consumo y/o construcción residencial, según los casos- en Grecia, Irlanda y España. Lo cual empujó hacia arriba los costos salariales y los precios internos en relación con los otros países europeos, en especial Alemania, con sus efectos sobre los tipos de cambio reales.

Como consecuencia de estas evoluciones, no es de extrañar que en términos reales el euro se depreciara para algunos, y se apreciara para otros países. Entre el primer trimestre de 2001 y el tercero de 2008 el tipo de cambio real aumentó (lo que implica mejora de competitividad) para Alemania, Austria y Finlandia, en aproximadamente un 2% a 3% [vease, también para los datos que siguen, Di Mauro, F., K. Forster y A. Lima (2010): “The Global Downturn and its Impact on Euro Area Exports and Competitiveness”, European Central Bank, Occasional Paper Series 119, October.  IMF (2011): Global Financial Stability Report. September]. Sin embargo, se apreció en términos reales un 10% para el conjunto de la zona del euro, desde casi un 5% para Italia, al 14% para España y, en el extremo, 24% para Irlanda. Naturalmente, esto afectó las competitividades relativas, no solo con respecto a Alemania, sino también con respecto a otras partes del mundo. En este punto debe tenerse en cuenta que precisamente los países con menor desarrollo tecnológico relativo compiten con los países que más se concentran en la producción de tipo trabajo intensivo. Por ejemplo, Portugal es el país de la zona del euro con mayor grado de solapamiento con China en especialización exportadora (medida para 72 industrias), con más del 50%. Le siguen España, Italia, Grecia y Austria. No es casual que Portugal, Italia y Grecia fueran los que más porciones de mercado perdieran cuando estalló la crisis. El caso de Grecia lo hemos tratado en otra nota (ver aquí). El de Portugal también es ilustrativo. Con precios y salarios más altos, la liberación de las importaciones de textiles asiáticos en los 90 perjudicó de lleno a la economía; luego la entrada de China en la OMC aumentó la presión competitiva. Hoy los capitales exigen que se flexibilice el trabajo, y bajen los costos laborales, y se desregularicen los servicios. Algo similar se está pidiendo para Italia, el único país de la zona del euro que experimentó incluso una caída de su pbi por habitante en los 2000.

Por otra parte, el capital alemán bajó los costos no sólo por avance tecnológico, sino también porque aprovechó las posibilidades de outsourcing que le abrió la caída de los regímenes stalinistas de Europa del Este. En estos países los salarios son bajos, las reglamentaciones laborales o ambientales son laxas o inexistentes, de manera que el capital se beneficia de una alta tasa de explotación del trabajo. Esta conjunción de factores favoreció la posición exportadora de Alemania, tanto hacia el resto de la zona del euro, como hacia el resto del mundo. Hoy es el mayor exportador de bienes después de China. La industria alemana provee esencialmente de equipos y máquinas al mundo, en primer lugar a China; una parte importante de ella está compuesta por medianas y pequeñas empresas, que constituyen la base social del apoyo a las políticas de Merkel contrarias a aumentar el auxilio financiero a los países en problemas. Finlandia y Países Bajos, por su parte, también mantuvieron fuerte productividad, gracias a tecnología. El caso de Francia es en algún sentido singular, ya que entre 1999 y 2008 no apreció su tipo de cambio en términos reales de manera significativa, y no compite en productos que se solapan con las exportaciones chinas. Sin embargo, perdió muchas posiciones en el mercado mundial.

Como resultado de lo anterior, en los últimos años Alemania, ha tenido superávits en cuenta corriente superiores al 5% del pbi. Austria, Bélgica, Finlandia, Luxemburgo y Países Bajos también tuvieron superávit. Pero España, Portugal, Grecia, Italia e Irlanda experimentaron déficit de cuenta corriente crecientes. Francia pasó de superavit moderado (2% en 2001) a déficit en 2011 (2%). Los déficits fueron financiados con las entradas de capitales; y el incremento del endeudamiento público, en el caso de Grecia. En estas condiciones, la crisis debía afectar de lleno a los países más débiles, precipitando las crisis de las deudas soberanas. Debe tenerse en cuenta que con la recesión inevitablemente aumentan los déficit fiscales. Esto sucede tanto porque baja la recaudación -al caer la actividad y las ganancias- como también porque aumentan gastos sociales más o menos automáticos (por ejemplo, seguros de desempleo). Pero en esas condiciones, se agravan también las condiciones para financiar los déficit, y aumenta la tasa de interés que se requiere de los gobiernos. Todo concurre entonces a que se desate una crisis de deuda, que a su vez repercute en el sistema financiero de conjunto, y de aquí reactúa sobre el resto de la economía. Puede verse entonces que la crisis del euro tiene raíces en problemas vinculados a lo que es la ley del sistema capitalista, a saber, que sobreviven los capitales que tiene éxito en la lucha competitiva -en última instancia, en la extracción de plusvalor- y los Estados que generan las mejores condiciones para que eso suceda.

La dinámica de la crisis financiera

La crisis de la deuda y financiera de la zona del euro estalló con fuerza en Grecia hace dos años, y desde entonces no ha dejado de agravarse. Después de los griegos siguieron Portugal e Irlanda, obligando a rescates de urgencia. Y en 2011 los problemas se extendieron a Italia, España, Bélgica e incluso Francia. El problema más agudo se presentó en Italia, donde la tasa de interés requerida por los inversores para prestarle al gobierno llegó, en julio, por primera vez al 6%. Italia posee la deuda pública más alta de Europa (y la tercera en el mundo): es de 1,9 billones de euros y equivale al 120% del pbi. En 2012 debe enfrentar vencimientos por unos 306.000 millones de euros, además de financiar su déficit. Naturalmente, en la medida en que aumenta la tasa de interés, el peso de la deuda se hace cada vez mayor, lo que incrementa el peligro de default. Lo cual golpearía de lleno al sistema bancario europeo, dado que muchos bancos tienen fuertes tenencias de bonos italianos en sus carteras. Aunque no se trata sólo de los bancos: las compañías de seguro, por ejemplo, tienen mucha deuda soberana y bancaria. Un colapso de los títulos los afectaría también de pleno.

Si bien después de julio la crisis tuvo un respiro, el progresivo estancamiento de la economía europea puso en primer plano la eventual caída de Grecia, con posibilidades de que repercutiera en otros países. Urgidos por la gravedad de la situación, el 27 de octubre Sarkozy y Merkel anunciaron un acuerdo para “salvar al euro”. Por el mismo se establecía que los tenedores de bonos griegos debían admitir una pérdida del 50%, y se imponían nuevas y más duras medidas de austeridad a Grecia. Además, las autoridades de la UE establecieron que el recorte de los bonos griegos no disparara los pagos establecidos por los contratos CDS (Credit Defautl Swap, una especie de seguro contra default). Pero esto aumentó la desconfianza hacia los títulos públicos de los gobiernos más endeudados, particularmente los bonos italianos. Paralelamente, George Papandreou proponía un referéndum en Grecia acerca de las medidas de austeridad. En una exhibición de convicciones democráticas, Merkel, Sarkozy y el resto de los gobiernos, y el establishment, pusieron el grito en el cielo. Los pueblos pueden votar presidentes, pero no tienen que opinar acerca de los temas que importan. Papandreou, lógicamente, se tuvo que ir de apuro, con los activos cayendo de nuevo en picada. En este clima, la tasa exigida al gobierno italiano pasó al 7%.

Pero una tasa en alza equivale a bonos en baja. En estas circunstancias es frecuente que se pongan en acción mecanismos “aceleradores” de la crisis, por los cuales cada variable que empeora afecta negativamente a las otras, y viceversa. Se trata de procesos acumulativos, que evolucionan con una dinámica que hasta cierto punto es independiente de la voluntad de los actores. Es que, en primer lugar, la caída de los precios de los bonos significa el deterioro del activo de los bancos, y esto afecta a las inversiones que el banco realizó con su capital y a las que hizo tomando dinero en los mercados de dinero, o con los depósitos. Más en general, la recesión, aunada a la crisis de la deuda, aumenta la desconfianza en el sistema bancario de conjunto, lo cual lleva a su progresivo debilitamiento, agudizando los problemas. Por ejemplo, los bancos griegos han estado perdiendo depósitos durante meses. Lo mismo ha sucedido con los depósitos en Irlanda, que estuvieron cayendo desde 2009. Esto explica que durante los últimos meses los bancos de Grecia, Irlanda y también Portugal, hayan recurrido a la ventanilla de redescuento del BCE. En Italia, algunas grandes empresas también estuvieron moviendo depósitos.

Iliquidez y acelerador

En este cuadro no es de extrañar que aumenten los costos y las dificultades para conseguir fondos. Por un lado, porque muchos bancos reducen el fondeo hacia otros bancos, ya sea para reducir los riesgos de crédito, o hacerse de liquidez por precaución. Los préstamos entre bancos representan aproximadamente la cuarta parte del total del financiamiento del sector bancario (IMF, 2011). En segundo lugar, instituciones como compañías de seguros, fondos de pensión y fondos del mercado de dinero, que representan aproximadamente un quinto del financiamiento de los bancos, también restringen la provisión de fondos. De hecho, los fondos del mercado de dinero de EEUU han reducido fuertemente el fondeo a los bancos de la zona del euro (ídem). Precisemos que estos fondos monetarios, o money market funds prestan a corto plazo, y se consideran muy seguros, ya que por ley el valor de sus activos no puede ser menor que el de sus pasivos (esto se expresa diciendo que el valor del activo neto no puede ser menor a un dólar). Fitch Ratings calcula que de los 2,6 billones de dólares que manejan estos fondos, más de un tercio está invertido en deuda de empresas europeas. En consecuencia, una quiebra financiera puede ocasionar que no puedan devolver un dólar por cada dólar invertido. Lo cual, con toda probabilidad, llevaría al retiro masivo de fondos, afectando a los mercados de corto plazo de los cuales dependen las empresas de EEUU para pagar salarios y comprar insumos. Los bancos estadounidenses también se verían fuertemente afectados.

Ante el aumento de las dificultades para fondearse, aumentan las tasas que deben cobrar los bancos, y se incrementan las dificultades de empresas y de consumidores para conseguir créditos, o para renovar los créditos. De ahí que también las empresas empiecen a priorizar la liquidez, y restrinjan sus gastos de inversión. Lo mismo sucede con los consumos de bienes durables, y en general con todos los consumos que se pueden postergar. Lo cual agrava la recesión; que a su vez empuja hacia abajo al sistema bancario y financiero.

Pero desde el punto de vista de la dinámica financiera, el panorama todavía se complica porque con la caída de los títulos se producen los llamados “margin calls”, esto es, el llamado a reponer garantías. Es que habitualmente los títulos, en particular los gubernamentales de poco riesgo, se utilizan como colaterales para muchas operaciones. Por ejemplo, si un banco necesita un préstamo, puede entregar títulos como colaterales, y pagar una tasa más baja. Sin embargo, en la operación le piden un margen, sea en títulos, o en efectivo. El problema es que cuando caen los valores de los títulos, quienes han prestado dinero, o los corredores que actúan a cuenta de los prestamistas, pueden emitir un margin call, por el cual llaman a los prestatarios a aumentar la garantía, o en caso contrario, a liquidar su posición. Si los prestatarios no aumentan el margen, los corredores, y en general los prestamistas, liquidarán los títulos en el mercado. Pero en la medida en que esto se repite en muchos puntos, se desata un efecto cascada: se liquidan masivamente títulos, lo que hunde más los precios, provocando nuevos margin calls. La caída es en espiral. Desde noviembre, en particular, los margin calls han aumentado por todos lados.

A su vez, al aumentar la incertidumbre y la desconfianza, los bancos y otros inversores tratan de deshacerse de los títulos afectados y se pasan a otros que consideran más seguros; por ejemplo, venden los bonos italianos para comprar títulos alemanes o del Tesoro de EEUU. Además, aumenta el costo de los contratos Credit Default Swap; hacia mediados de año los CDS bancarios de la zona del euro habían aumentado al 4% (esto es, 400 puntos básicos), en linea con el aumento de la tasa de las deudas soberanas. Todo contribuye a que se profundice la caída de los activos, y suba todavía más la tasa a la que toman prestado los gobiernos con más deudas; lo cual impulsa al alza el resto de las tasas, entre ellas, las que pagan los bancos por los depósitos o por obtener préstamos en el mercado monetario. Paralelamente, y a consecuencia de lo anterior, se hunden los precios de las acciones bancarias. En septiembre la cotización bursátil de los bancos de la UE había declinado más del 40% (FMI, septiembre 2011). Desde entonces continuó cayendo. Esto hace más problemática la recapitalización de los bancos; las acciones de muchos bancos europeos están por debajo de los valores libros, o contables. Con este panorama, no es de extrañar que muchos reclamen al Banco Central Europeo que actúe como prestamista de última instancia, inyectando liquidez. Pero el BCE se niega (ver infra).

Caída de los valores y los bancos

De todas formas, la inyección de liquidez no evitaría la desvalorización de los activos, ni los problemas que enfrentan los bancos ante esta perspectiva. El problema de la capitalización de los bancos parece grave, aunque nadie sabe con certeza cuánto habrá que recapitalizar. The Economist (15/10/11) calcula que con una recuperación de la deuda griega del 30%, y en un escenario económico adverso en 2012, los bancos europeos deberían proveerse de alrededor de 150.000 millones de euros, para tener un ratio de capital con respecto a los activos (ponderados por el riesgo) del 8%; las disposiciones establecidas dicen que para julio la ratio debería subir al 9%. Los bancos griegos serían, naturalmente, los más afectados. Pero también los sistemas bancarios de Gran Bretaña, España, Alemania y Francia tienen serios problemas y estarían necesitando entre 18.000 y 26.000 millones de euros cada uno. En el caso de España, el problema grave no es el stock de deuda soberana que poseen los bancos, sino los créditos a los desarrolladores inmobiliarios, muchos de ellos incobrables. A comienzos de 2011 se calculaba que eran unos 323.000 millones, que equivalía al 31% del pbi; con los créditos a la construcción, la cifra llegaba al 42% (The Economist, 15/01/11). Esta situación afecta entonces a la deuda pública española, y ésta a su vez afecta a las tasas a las que se pueden fondear los bancos.

Como resultado de lo descrito, hay bancos europeos muy comprometidos. Entre ellos, el Royal Bank of Scotland, Deutsche Bank y Société Générale. Algunos bancos deberían recoger capital por un valor equivalente a entre un cuarto y la mitad de sus actuales valores de mercado. Por eso, algunas entidades están vendiendo ramas o sucursales de fuera de la zona europea para hacerse de capital. Por ejemplo, Santander vendió su unidad en Colombia por 1160 millones de dólares. Deutsche Bank y KBC de Alemania están considerando desprenderse de partes de sus negocios. Pero con esto las ganancias se verán afectadas, ya que los bancos se desprenden de las partes más rentables. Ganancias en baja significa que habrá menos disponible para provisionar por la desvalorización de los activos. Pero por otro lado, vender activos se ha convertido en una manera de hacerse de capital, dada la caída que han tenido los precios de sus acciones (una explicación de cómo ha jugado esto, junto al apalancamiento, en la crisis de Lehman, aquí). Además, a fin de mejorar sus ratios de capital, los bancos reducen los préstamos.

En la medida en que se endurecen las condiciones del crédito, se agravan los problemas para las empresas; lo cual hace más difícil la devolución de los créditos tomados; lo cual vuelve a repercutir sobre los balances bancarios. Y como dijimos, todo esto potencia la caída de la demanda, y con ello la recesión. Por supuesto, si el euro finalmente se hunde, los problemas derivados de la desvalorización masiva y la ruptura de contratos se multiplicarán. En ese caso, un escenario del tipo de la Gran Depresión, sería factible.

Soluciones capitalistas frente a la crisis

Desde el estallido de la crisis han venido confrontando, de manera más o menos abierta, dos orientaciones dentro de las clases dominantes. La primera, encarnada por el gobierno de Alemania y el Banco Central Europeo (bajo influencia del Bundesbank), acompaña las recetas del “ajuste” con un marcado acento en la estabilidad del euro. Por eso, todavía en julio de este año el BCE subió la tasa de interés del 1,25% al 1,5%, con el argumento de que la inflación superaba el 2%, y sólo en noviembre comenzó a bajarla, cuando el agravamiento de la crisis ya era inocultable. Si bien no llega a los extremos abiertamente deflacionistas, al estilo de von Mises y Rothbard, el peso está puesto en “mantener la estabilidad de precios”, para lo cual se postula intervenciones “medidas” en los mercados. En particular, ha habido una negativa sistemática a que el BCE compre masivamente bonos de los gobiernos más endeudados.

La segunda orientación, defendida por el gobierno de EEUU, el capital financiero, revistas del establishment como The Economist, buena parte de la comunidad académica (en particular los nuevos keynesianos) y los gobiernos europeos con más problemas, dice que los bancos centrales deben actuar como prestamistas de última instancia, e inyectar masivamente liquidez (como lo hizo la Reserva Federal luego de la caída de Lehman). Si no lo hacen, pueden caer empresas solventes por dificultades de liquidez, desatando pánicos bancarios incontrolados. Además, sigue el argumento, cuando se entra en un proceso deflacionario la demanda se precipita en espiral hacia abajo; y hasta que la economía no toca fondo (y nadie sabe a ciencia cierta dónde se encuentra), el gasto no vuelve a fluir. Algunos también sostienen que, tomada de conjunto, la situación fiscal de la zona del euro no es más grave que la de EEUU o Gran Bretaña, ya que el stock de deuda representa el 88% del PBI y el déficit el 4%. Por eso proponen que el BCE emita eurobonos; lo que implicaría que los países con mejor crédito deberían garantizar las deudas de los más débiles. Asimismo se propone que Alemania estimule las importaciones, a fin de aumentar la demanda de los productos de los países que están realizando el ajuste. Dado que el sector financiero aboga por esta salida, alguna gente de izquierda podría pensar que en esta puja Alemania representa al sector más progresista. Después de todo, fue Merkel la que declaró que “debemos restablecer la primacía de la política por sobre los mercados” (mayo 2010).

Sin embargo, y a pesar de la aspereza de algunas discusiones, se trata de líneas con coincidencias de fondo. Es que todos están de acuerdo en que las empresas menos productivas deben ir “a desguace”; en que hay que eliminar sobrecapacidad (producto de la sobreinversión anterior); y en que las desvalorizaciones de activos y el desapalancamiento son tan necesarios como inevitables. Que es la sustancia de toda crisis: “en una crisis se produce… una desvalorización o destrucción general del capital” (Marx, 1989, t. 1, p. 406). Y por sobre todas las cosas, hay coincidencia en avanzar en las “reformas estructurales” sobre el trabajo y las masas populares, que garantizarían “una recuperación sólida”. Aquí subyace una exigencia del “capital en general”, que se transmite por medio de la desocupación y la movilidad de las inversiones. Podemos explicarla con el ejemplo de Fiat, la mayor empleadora privada italiana. La dirección de la empresa dice que sus plantas en Italia son entre un 15% a 20% menos eficientes que las que posee en Polonia, Serbia y Turquía, y que por esta razón hace trabajar a las italianas a solo el 33% de su capacidad (The Economist, 5/11/11). En consecuencia, reclama un mayor poder para desplazar trabajadores entre las líneas de montaje; y quiere negociar sin intervención del sindicato. Lo importante es que, presionados por la desocupación y la crisis, los trabajadores han empezado a ceder a estas exigencias. Así, el 13 de Diciembre de 2011 la dirección firmó un convenio colectivo con 85.000 trabajadores por el cual se alargan los turnos y se reducen los descansos, a cambio de la promesa de una inversión de 20.000 millones de euros. Esto es lo que llamamos el “chantaje” de la huelga de inversiones. Los propietarios de los medios de producción imponen sus exigencias, en medio de la desesperación por la falta de trabajo, con la amenaza de no invertir. Y la política de Fiat es la que se proyecta en el nuevo gobierno de Monti. En gobierno procura modificar la legislación para facilitar el despido de trabajadores y eliminar la disposición que establece que, previa sentencia de una corte del trabajo, aquellos que hayan sido despedidos erróneamente, deben ser reinstalados en sus puestos con pagos retroactivos totales. Políticas similares se están instrumentando en muchos países de la zona del euro, al calor de la crisis (ver infra). El ascenso a los gobiernos de los “tecnócratas” Papademos en Grecia y Monti en Italia, es la expresión de esta “lógica del capital y de la rentabilidad”, por sobre los discursos acerca del “comando de la política”. Es el contenido último de la lucha “por la competitividad”. Es que en la década que va hasta el 2010 los costos laborales en todas las naciones del euro superaron a las de Alemania. Mientras los costos laborales horarios en Alemania aumentaron, en promedio, al 1,7% anual, en Portugal lo hicieron al 2,9%; en Italia al 3,4%; en Grecia al 3,1%; y en España al 4,1% (según estudios del instituto del sindicato alemán IMK, en base a estadísticas de la UE). Por lo tanto, ahora se trata de reducirlos, y para esto se despliega una ofensiva en la que todas las fracciones del capital coinciden. Las diferencias a nivel de la clase dirigente pasan por las formas y los ritmos. Alemania utiliza la presión de los mercados financieros, en la creencia de que las políticas monetarias o fiscales expansivas no garantizan que los ajustes vayan hasta el final. Sus críticos ven, con alarma, que está tensando demasiado la cuerda, y que el proceso debería tener otros tiempos. Además, sobrevuela el temor a que se dispare una espiral descontrolada de desvalorizaciones. Pero esto también, en alguna medida, es admitido por el BCE. El 19 de diciembre la dirección del banco reconoció que era posible el derrumbe simultáneo de uno o más bancos europeos, e inyectó 489.000 millones de euros -equivalente al 5% del pbi de la zona del euro- en el sistema bancario. De todas formas, no soluciona ningún problema de fondo, y menos para la clase trabajadora. E incluso desde el punto de vista del alivio al crédito, el remedio es muy parcial. Es que dada la incertidumbre y la gravedad de la crisis, la tendencia de muchos bancos no es a invertir en bonos, u otorgar créditos, sino mantenerse líquidos, en previsión de los problemas futuros.

Sigue hacia abajo

La crisis financiera agrava la caída de la demanda y del producto, lo que a su vez empeora la situación financiera. Según los economistas de Barclay, en el cuarto trimestre de 2011 el pbi de la zona del área estaría contrayéndose un 1,4%; y caería otro 0,6% en el primero de 2012. Las exportaciones del área del euro bajaron en octubre un 1,9%, lideradas por Alemania y España; la construcción cayó en octubre por tercer mes consecutivo; y la venta de automóviles tuvo la mayor caída en los últimos cinco meses. En la Unión Europea la desocupación alcanza a 23,5 millones de personas (más de 16 millones de la zona del euro). El desempleo juvenil aumentó más de 5 millones, y es de aproximadamente el 25% en diez países. Los desocupados de largo plazo representan el 40% del total de desempleados. Según la UE, en 2010 unas 115 millones de personas, el 23% de la población, estaban en riesgo de pobreza o exclusión social; el 8% de los que tienen trabajo están en riesgo de pobreza. La UE prevé una economía estancada también en 2012, con un crecimiento del pbi de sólo el 0,5%.

Las mecánicas de los “ajustes” agravan la crisis de demanda, según los países. Grecia lo pone en evidencia. En 2010 el gobierno griego redujo el déficit en 5 puntos del pbi, a pesar de una caída de la economía del 4%. Para esto, despidió miles de empleados públicos, bajó los salarios y redujo beneficios sociales. Pero el déficit en 2011 sería del 9% del pbi, cuando la meta era bajarlo al 7,5%. Es que al caer la demanda, caen el producto y los ingresos, lo que afecta al déficit; de manera que se encaran nuevos ajustes, y todo vuelve a empezar. El pbi caería un 6% en 2011 y se proyecta que caiga otro 2,5%, por lo menos, en 2012. El desempleo (julio) llega al 16,5%; y el déficit de cuenta corriente equivale al 10% del pbi, a pesar de la depresión. La tasa de interés para los bonos gubernamentales a 10 años supera el 29%, lo que hace que el pago de los servicios de la deuda sea prácticamente imposible. Desde el punto de vista de la competitividad, el FMI admite que los costos laborales han bajado, pero no por aumento de tecnología, sino por caída de los salarios (2,5% en general, 3% en el sector manufacturero). El tipo de cambio real, de hecho, no ha mejorado. El panorama se ensombrece aún más en el sector bancario. A lo largo del año los bancos habrían perdido depósitos por 32.000 millones de euros (equivalente al 16,5% de los depósitos que existía a fines de 2010). Los créditos que no se pueden recuperar alcanzan al 12,8% del total de los préstamos. Además, los bancos deben absorber las pérdidas por el 50% de descuento del valor de los bonos del gobierno. La salida es entonces huir hacia adelante: apurar privatizaciones, reducir el poder de los sindicatos en las negociaciones laborales, liberalizar más los mercados, y seguir “ajustando” para abajo lo salarios. “Trabajar más y cobrar menos” es la receta de la ciencia económica que se ha puesto en práctica.

Sólo un poco mejor es la situación en España. Una mejora de las exportaciones permitió que el pbi tuviera una modesta recuperación, del 1,6%, hasta mitad de 2011. Pero desde entonces la economía se detuvo; el pbi crecería en 2011 menos del 1%, y se estancaría en 2012. Miles de viviendas siguen sin venderse, producto de la sobreinversión y de la burbuja previa a 2007. Decenas de miles de personas perdieron sus viviendas, y han quedado endeudadas de por vida con los bancos. El desempleo llega al 23%, y entre la juventud al 48%. La reformas aquí también pasan por disminuir los beneficios sociales (la edad de retiro se elevó de 65 a 67 años); bajar los salarios de los empleados del Estado (ya disminuyeron 5% en promedio); reducir el poder de los sindicato e impulsar las negociaciones salariales por empresas; achicar el presupuesto a educación pública; y bajar los costos de los despidos. Además, se busca impedir que los salarios aumenten según la inflación, y se pretende condicionar las futuras subas a mejoras de la productividad. En palabras del FMI, en acuerdo con el gobierno español, que los salarios aumenten según los precios “es inconsistente con la unión monetaria”. El nuevo gobierno conservador solo profundizó lo que ya venía.

El panorama no cambia en Portugal. Aquí también el gobierno está embarcado en las benditas “reformas estructurales”, con el apoyo del FMI y del capital de conjunto. Entre otras medidas, se dispusieron las condiciones para facilitar privatizaciones; y se comenzó la reforma del mercado laboral, abaratando los costos para contratar y despedir. El pbi estaría cayendo en 2011 más un 2,2%, y se proyecta una caída del 2% en 2012; el desempleo ronda el 12%; el déficit de cuenta corriente es del 8,6% y el déficit estatal roza el 6%, a pesar de todos los “ajustes”.

Por otra parte, al momento de escribir esta nota se multiplican los síntomas de, por lo menos, una fuerte desaceleración de la economía mundial. China crece a tasas más bajas, y lo mismo parece estar sucediendo con India. La economía de Brasil se estancó en el último trimestre. En Japón se ha debilitado la demanda, en particular por el debilitamiento de las exportaciones. El único rayo de luz en este cuadro viene de EEUU, donde han caído los pedidos de subsidios por desocupación; se aceleró la producción manufacturera, según informes de bancos regionales de la Reserva Federal; y hay signos de alivio en la construcción de viviendas. Pero por ahora no alcanza a revertir la tendencia a la desaceleración de la demanda mundial o, peor, a una recesión. Lo cual afectaría de lleno a Alemania, la economía clave de la zona del euro. Nunca debe perderse de vista la dependencia alemana de la demanda de sus exportaciones; según el FMI, un 1% de crecimiento de los socios comerciales implica un crecimiento del 0,5% del pbi germano. La recuperación de Alemania a partir de mediados de 2009 estuvo tirada por la demanda de sus exportaciones; ahora asistiríamos al escenario inverso. La perspectiva para las economías más débiles es, por supuesto, peor. La caída que experimentó el euro en los últimos meses no alcanza a mejorar sus posiciones competitivas.

¿Nacionalismo en puertas?

Si bien el capital europeo sigue apostando a la moneda única, la mecánica de la crisis hace que la perspectiva del derrumbe del euro sea cada vez más concreta. Ante este escenario, es lícito preguntarse si Europa camina hacia un fraccionamiento en bloques, o incluso países, embarcados en furiosas guerras competitivas. Recordemos que el fracaso, en 1931, del intento de vuelta al patrón oro, dio lugar a zonas monetarias (de la libra, el marco, el franco, el dólar), lo que contribuyó a la exacerbación de las rivalidades nacionales, al hundimiento del comercio, y a profundizar la caída del producto mundial. ¿Estamos en vísperas de un escenario parecido? Además, ¿marcaría esto el viraje hacia políticas cerradamente nacionalistas, liquidando así cualquier proyecto de moneda europea común?

Es claro que los problemas que están enfrentando los países más débiles de la zona del euro aumentan la tentación de salirse del euro. Es la salida que proponen partidos y corrientes, tanto de derecha como de izquierda, y los antecedentes parecen avalarla. Por ejemplo, en septiembre de 1992 Italia debió abandonar el European Exchange Rate Mechanism (un sistema de monedas atadas). En los años que siguieron la lira cayó 40% contra el marco alemán, Italia pasó a tener superávit, y se recuperó el crecimiento. Y yendo más lejos en el tiempo, muchos recuerdan que la devaluación del dólar en 1933 ayudó a EEUU a recuperarse; o que España, que no estaba bajo el patrón oro y devaluó, sufrió en menor medida la depresión. ¿Por qué hoy no pueden hacer algo parecido los países de la zona del euro en problemas? Muchos envidian la posición de Polonia: con una moneda depreciada y bajos costos laborales, es competitiva en Europa. Aunque todos sean conscientes de que las devaluaciones generalizadas no conducen a ningún lado, con estas ideas cobrando impulso, el fraccionamiento de Europa es una posibilidad. El veto del primer ministro británico, Cameron, a la reforma fiscal de la UE, parece apuntar en el mismo sentido. En la última cumbre de la UE Cameron demandó garantías para que la City de Londres estuviera exceptuada de futuras regulaciones europeas (o de la imposición de un impuesto Tobin, que también se consideró en la UE; para una discusión sobre el impuesto Tobin, ver aquí). Pero siendo importantes estos elementos, pensamos sin embargo que los factores económicos y sociales que estuvieron detrás de la creación de la moneda única seguirían presentes, aun cuando colapsara el euro. En este sentido, es significativo que el gobierno de Polonia, si bien hoy no pretende entrar al euro, no descarta hacerlo en un futuro. También es sintomático que la comunidad de negocios británica esté dividida en torno a lo que hizo Cameron. La queja es que alejó la posibilidad de que Gran Bretaña incida en futuras regulaciones, y además se señala que el aislamiento no trae ningún beneficio. Por otra parte, después del veto británico, 23 países de la UE, liderados por Alemania, intentarán acordar un nuevo tratado internacional; y Berlín quiere fortalecer la Comisión Europea y la Corte de Justicia Europea, dándoles poder para intervenir en los países. Lo cual está evidenciando que así como hay impulsos de vuelta al nacionalismo, también opera la tendencia contraria.

Tendencias a la mundialización y contratendencias

Para poner lo anterior en perspectiva, hay que partir de que el euro ha sido una respuesta a los problemas que le planteó al capital europeo la globalización, esto es, la internacionalización del capital. En otros términos, el proyecto de la unidad europea expresa una necesidad profunda de los capitales, y por eso se ha mantenido vigente, pese las tensiones y contradicciones. Es que si bien la globalización no anuló las referencias geográficas y nacionales de los capitales, ni eliminó los conflictos en torno a zonas de influencia, cuotas de mercado o campos de inversión, colocó, sin embargo, estos conflictos en un plano distinto del que existía, por ejemplo, en la década de los 30; o aún al de los años 50 o 60. Aquí operan dos factores. Por un lado, está la tendencia a la expansión transfronteras, impulsada por la búsqueda de ampliar los mercados y los campos de inversión. Pero por otro lado, está el hecho de que los capitales no han perdido sus referencias nacionales. El capital completamente transnacionalizado, esto es, aquél que ha perdido toda referencia a un espacio geopolítico determinado, es por ahora más bien atípico. Las grandes corporaciones, aunque tienen estrategias e inversiones globales, no dejan de tener una relación privilegiada con “sus” Estados nacionales. Los intereses de IBM o Ford no están representados de la misma manera por la política de Washington, que por la de Pekín o Londres. Y estas referencias y apoyos políticos nacionales son claves en la lucha competitiva mundializada. Lo cual explica que haya tanto un impulso del capital “en general”, esto es, considerado en su hermandad, a establecer políticas comunes -liberalización de los flujos de inversiones y comercio, defensa de la propiedad privada, etc.- a nivel planetario, y que al mismo tiempo se subyazcan intereses geopolíticos y surjan tensiones entre los Estados que despliegan políticas a favor de “sus” capitales. En este punto es necesario tener un enfoque dialéctico, esto es, entender que actúan tendencias contrapuestas, dentro del mismo fenómeno.

La particularidad europea

La particularidad europea, sin embargo, es que el anclaje no puede quedar en lo estrictamente nacional, debido a la escala de la competencia, y de las empresas involucradas. En otras palabras, la Unión Europea, es expresión de la mundialización de los capitales, y de la necesidad de competir desde un vector “europeo arraigado”, esto es, más amplio que el meramente nacional. Refiriéndose a las razones subyacentes a la unidad europea, Lambert (1991) escribía: “En tanto la Comunidad se estancó en la década de 1979 y comienzos de la de 1980, el contexto económico mundial estaba cambiando. La creciente internacionalización del capital estaba anunciando una nueva fase de competencia internacional a nivel mundial más dura. Las empresas líderes (Philips, Fiat, Volvo…) que se habían convertido en 'europeas' al punto de pensar en términos de la Comunidad, o aún de toda Europa occidental como un hogar, ahora estimaban que las restricciones que subsistían entre los mercados dentro de Europa las dejarían en desventaja competitiva frente a sus rivales japoneses, estadounidenses o de países emergentes” [Lambert, J. (1991): “Europe: The Nation-State Dies Hard”, Capital & Class, Nº 43, pp. 9-24]. Por eso, desde mediados de la década de 1980 Jacques Dehors, presidente de la Comisión Europea, “tomó el plan del mercado único de los industriales más importantes” (ídem). La unidad favorecía al capital alemán, en primer lugar, pero también a los capitales de los países más débiles, que podían ganar en poder de negociación en los mercados globalizados, delegando soberanía a nivel regional.

La creación de la moneda europea se inscribe entonces en esta orientación global. Con el euro se buscó acabar con las devaluaciones competitivas al interior de Europa; dar seguridades a las inversiones intra-zona y facilitar la movilidad del capital (al eliminar el riesgo cambiario); y poner presión sobre el trabajo, que debería resignarse a aceptar la lógica de la moneda fuerte. Obsérvese que hoy, los discursos de los gobiernos presentan los planes de ajuste y las reformas estructurales, como el precio “natural” de pertenecer a la unión monetaria. En otro plano, el euro intentaba disputar, bajo la hegemonía del Bundesbank, el rol del dólar como dinero mundial. Un tema que tiene importancia para el señoraje a nivel internacional, así como para la emisión de activos financieros nominados en una moneda mundial. Pero los impulsos europeístas no quedaron en la moneda. También se evidenciaron en las fusiones e integraciones de capital a nivel europeo, y en proyectos conjuntos en competencia con los estadounidenses y otros. Son los casos de Airbus, en construcción de aviones; del sector aeroespacial; o de fusiones en aerolíneas y siderúrgicas. Sin embargo, siempre estuvieron acompañados de tensiones contrapuestas, surcadas por las rivalidades nacionales. Por ejemplo, en 2004 la empresa suiza Novartis tuvo que desistir de comprar Aventis, la mayor empresa farmacéutica de Francia, debido a que el gobierno francés la declaró “de interés nacional” y apoyó que fuera comprada por Sanofi, también francesa. Conflictos intra europeos de este tipo se han registrado también en telecomunicaciones, energéticas, fabricación de barcos, trenes y turbinas y bancos, entre otros sectores. Muchas veces las tendencias nacionales tienen raíces en los capitales más débiles, incapaces de enfrentar la internacionalización; así como en comunidades y sectores del trabajo amenazados por globalización. Las disputas entre Francia e Inglaterra sobre el presupuesto europeo y las subvenciones agrícolas, son un ejemplo de estos conflictos.

El cruce entre los impulsos a la unidad y los intereses nacionalmente centrados se han reflejado también en la tensión, siempre pronta a resurgir, entre la soberanía a nivel comunitario y las soberanías nacionales. Hoy, el conflicto se pone en un primer plano a partir de la demanda de sostener el euro. Es que no existe un presupuesto federal, ni instituciones para redistribuir recursos y absorber los desequilibrios de cuenta corriente entre los países miembros, o los shocks financieros inherentes a la crisis. De ahí que la mayor delegación de soberanías nacionales, impulsada por Alemania, da lugar a reacciones y al ascenso de corrientes nacionalistas. En la misma Alemania se evidencian las tendencias contradictorias. Los capitales medianos -que conforman la famosa Mittlestand industrial, y dominan nichos del mercado mundial- se oponen con más fuerza a los rescates, o a los eurobonos, que los capitales más internacionalizados. Pero de aquí no debería deducirse, mecánicamente, que lo nacional vaya a prevalecer definitivamente.

En conclusión, aun en el caso de que el euro se derrumbara, arrastrado por la crisis y las contradicciones nacionales, habría en el futuro nuevos impulsos a la unificación a escala europea. Es una necesidad que deriva, en última instancia, de la lógica de la competencia cada vez más mundializada.

Rolando Astarita
Buenos Aires, 2011
http://rolandoastarita.wordpress.com/


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