Trasversales
Beatriz Gimeno

De naufragio en naufragio

Revista Trasversales número 25, enero 2012

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Ante lo que es un evidente y brutal retroceso civilizatorio, tengo la sensación de que estamos inermes, cansados, desanimados, vacíos. Seguro que existe una explicación sociológica al hecho de que la gente pareciera ser capaz de enfrentarse más al último PSOE que a este PP. Podemos aventurar razones y seguro que todas influyen en este desánimo, pero me parece a mí que es más difícil protestar contra quienes hacen lo que todo el mundo sabe que van a hacer; contra los que se comportan o gobiernan como se espera de ellos. Está, además, el cansancio, la sensación de inutilidad y está, creo que es importante, la pérdida completa de referentes ideológicos. La mayoría de la gente sabe si es de izquierdas o de derechas, pero mucha de ella lo sabe de una manera intuitiva. Cada vez más me encuentro a gente que dice que es de izquierdas pero que tiene discursos claramente neoliberales o de derecha moderada. Basan su adscripción ideológica en cuestiones tangenciales como ser creyentes o no, llevar vidas “de orden” o más desordenadas, ser de orientación sexual no mayoritaria, etc.
El problema es que la socialdemocracia europea lleva treinta años utilizando todas sus herramientas, que han sido muchas, para desarmar/vaciar ideológicamente a la izquierda social; a los suyos. Ahora, cuando la derecha se prepara para dar un golpe definitivo a todas las conquistas sociales, cuando la propia democracia está casi desaparecida, estamos inermes frente al discurso de la derecha porque se ha convertido en hegemónico, porque es único y porque incluso lo esgrimen personas que se supone que son de izquierdas.

Que la izquierda lleva años haciendo un discurso económico claramente de derechas es sabido. El ejemplo de los impuestos es paradigmático, han convencido a la gente de que los impuestos son siempre malos en cualquier caso, que lo ideal es bajarlos. Su esfuerzo ha ido dirigido, en lugar de a enseñar para qué sirven los impuestos y por qué son importantes, a convencer de que la izquierda también puede bajarlos. Este discurso, que es letal para hacer políticas redistributivas de izquierdas, se sigue manteniendo aún ahora. Cuando el PP sube los impuestos porque es completamente imprescindible, incluso IU protesta (ya sé que no es la subida que queremos, pero aun ésta es necesaria). Podían, en todo caso, haber aprovechado el momento para explicar qué reforma fiscal aplicarían ellos desde la izquierda, pero no lo hacen. Ahí siguen, aferrados a la denuncia de los impuestos en general y al miserable cortoplacismo electoral que nos lleva al desastre. Sólo les falta prometer que cuando vuelvan a gobernar los volverán a bajar. La gente ahora no tolera ningún impuesto pero está dispuesta a tolerar los recortes que vengan con tal de que los impuestos no se toquen.
El concepto de “redistribución de la renta” o de “igualdad económica” ha desaparecido por supuesto de cualquier programa electoral, pero también de los discursos públicos; como mucho se habla de “igualdad de oportunidades”, que es al fin y al cabo, lo que dice la derecha. La igualdad de oportunidades sin una mínima igualdad económica es una falacia, no existe y esa diferencia, la propia de un discurso de izquierdas, ahora ya no se hace. Ahora es sólo “igualdad de oportunidades”, sin más. Podemos seguir: La izquierda mayoritaria comenzó las privatizaciones en la gestión de los hospitales, no nos rasguemos ahora las vestiduras porque otros acaben lo empezado. Defendió que la gestión privada era una buena solución y defendió la idea del Estado pequeño. En las últimas décadas, la socialdemocracia ha contribuido a empequeñecer el papel del Estado y a limitarlo a ser una especie de último recurso de caridad para los más pobres; en lugar de un gran edificio organizado para gestionar la igualdad y los recursos de todos y todas. Por no hablar de la cuestión del déficit público que ellos constitucionalizaron como el demonio y ahora, en el mismo camino, otros criminalizan. Entre todos han conseguido que el déficit público cuya existencia no tiene por qué ser necesariamente mala o lo peor, ahora lo sea.

La dejación no es sólo económica, es cultural también y es tan importante como la anterior. La izquierda no ha sabido combatir el discurso de “más seguridad”, netamente de derechas. Teniendo en cuenta sólo las encuestas y sin hacer ningún tipo de pedagogía social han contribuido a un aumento completamente injusto y reaccionario de las leyes penales como única solución a una, por otra parte, inexistente inseguridad ciudadana. No se han opuesto o incluso se han sumado con entusiasmo al clima que existe ahora en el que cada vez que hay un crimen horrible la venganza es la que acapara el papel de la justicia y la familia el papel del Estado. Ahora resulta muy difícil enfrentarse al casi unánime clamor social que se produce tras cada crimen. Como si las penas desproporcionadas fueran a acabar con todos los crímenes y todos los delitos. Decir esto me ha costado incluso amistades. El concepto progresista de que los delincuentes, incluso los peores, tienen ciertos derechos ha desaparecido; de que las leyes tienen que proteger la presunción de inocencia, los derechos de los detenidos o imputados, de que es la justicia la que juzga y no la masa enrabietada, que no se puede condenar sin pruebas firmes, de que hay que respetar el principio de legalidad, de que no es posible una sociedad absolutamente segura…todo eso ha desaparecido.
Lo mismo ha ocurrido con la inmigración. En España, el PSOE ha aprobado duras leyes antiinmigración sin ninguna medida que pudiera, al menos, contrarrestar el racismo o la xenofobia que crecen imparables. Ha mantenido Centros de Internamiento (los tristemente famosos CIES) que son pequeños infiernos que violan los derechos humanos. No se han opuesto, al contrario, a las leyes racistas que han tomado algunos dirigentes europeos, han callado cobardes. Y han aprobado endurecimientos de penas que rozan lo anticonstitucional. En estas circunstancias, en toda Europa lo normal es que la derecha arrolle, que M. Le Pen suba imparable en las encuestas o que muchos partidos fascistas europeos lleguen a los parlamentos nacionales. Por todas partes, también aquí, crece el apoyo a la cadena perpetua, a la pena de muerte y al endurecimiento radical de las penas a los menores.

En España y dentro de esa renuncia a la batalla cultural hay que incluir la renuncia a una verdadera reivindicación de la memoria histórica, la condena del franquismo, el resarcimiento de los luchadores demócratas. La respuesta no se ha hecho esperar: las calles españolas se llenan de nombres de fascistas y Fraga muere sin que nadie emita otra cosa que alabanzas. Tampoco se han dado pasos hacia la separación de la Iglesia y el Estado, fundamental en democracia; ni hacia una verdadera separación de poderes, inexistente en España.
Y mientras, dos candidatos ya más que quemados y sin ninguna diferencia ideológica se pelean para dirigir los restos del naufragio hacia otro naufragio. Yo tenía la esperanza de que la derrota significase, aquí y en Europa, el comienzo de una cierta recuperación ideológica. Parece que todavía no.


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