El Ayuntamiento de Barcelona pretende endurecer la ordenanza existente y
prohibir totalmente el ejercicio de la prostitución en la calle. Esta
medida se toma a propuesta del PP y CiU la asume como propia. Antes de esto,
la prostitución estaba prohibida en la calle en determinados supuestos:
si monopolizaba el espacio público, si la negociación entre
prostituta y cliente se producía a menos de 200 metros de un colegio
y si el acto sexual se realizaba en la calle. Excepto en el último
caso, -en principio está prohibido para todo el mundo-, los otros dos
supuestos son hipócritas y subjetivos y ponían a las mujeres
que ejercen la prostitución a merced de la policía y de cualquiera
a quién le molestara su presencia.
Ahora se da una vuelta de tuerca a la situación y se pretende prohibir
totalmente, además de multar tanto a la mujer como al cliente. Como
casi siempre que se aborda el asunto de la prostitución la hipocresía
y la doble moral es la que manda en todas las instancias y, como siempre,
no parece posible que nadie se ponga de acuerdo en nada. Diré antes
que nada, porque siempre es necesario, que estoy en contra de cualquier regulación
de la prostitución y que ésta es una institución de desigualdad,
aunque no comparto tampoco las supuestas soluciones que suelen darse desde
los dos al parecer únicos ángulos en los que suele contemplarse
la cuestión: regulación, abolición. Aún así
creo que hay cuestiones que hay que abordar como por ejemplo que no
puede mantenerse que las prostitutas son víctimas, como asumen tanto
una parte del feminismo como la misma ordenanza que se pretende aprobar, y
después no solidarizarse con ellas cuando las multan. O son víctimas
o no. Si lo son no comprendo por qué no se visibiliza una activa solidaridad
y protesta contra estas multas injustas, o contra la persecución policial,
o se protesta por la invisibilización de los asesinatos de prostitutas,
que es violencia de género y que nadie reivindica como tal. Mi opinión
es que estas mujeres son víctimas de muchas situaciones injustas: pobreza,
desigualdad, discriminación, marginación, leyes de extranjería,
control policial etc. y que por tanto tenemos que oponernos a cualquier medida
que las victimice o las oprima aun más.
Prohibir la prostitución que se ejerce en la calle es cargar injustamente
contra el eslabón más débil de la cadena y favorecer
a los empresarios y dueños de los prostíbulos que estarán
en este momento frotándose las manos. Persiguiendo, dificultando la
prostitución en la calle sin ofrecer una estrategia integral de apoyo
a las mujeres que quieran abandonar la actividad, así como una estrategia,
también integral de lucha social y política contra esta práctica
supone, simplemente, dejar a los empresarios el campo libre para que se hagan
no sólo con el negocio, sino también para que sean más
libres para explotar a las mujeres que, expulsadas de la calle, no tendrán
más remedio que someterse a dicha explotación.
A las mujeres que ejercen la prostitución en la calle se las coloca
en condiciones de ilegalidad, lo que les obliga a estar atentas no sólo
a los potenciales peligros que pueden venir por parte de los clientes, sino
además a los que pueden venir por parte de la policía que, en
realidad, debería protegerlas y no acosarlas. La expulsión de
la calle –pero no de los negocios privados- supone para estas mujeres mucha
mayor vulnerabilidad y no sólo por ver ahora un peligro en la policía,
sino porque les dificulta también el acceso a los servicios públicos
y a los programas de apoyo que puedan existir. Las precariza, vulnerabiliza,
invisibiliza y las deja en una situación de mucha mayor indefensión
sin que nadie parezca preocuparse o solidarizarse con ellas.
Lo que se pretende, no nos engañemos es esconderlas y también,
a mí no me cabe ninguna duda, favorecer el negocio en manos de los
empresarios. Porque si se las esconde no las vemos, y si no las vemos, si
no son visibles ni siquiera para quienes tratan de apoyarlas con alternativas
o para quienes trabajan con ellas, entonces no es posible saber en qué
estado se encuentran o ayudarlas si necesitan o piden ayuda, y apoyarlas si
necesitan apoyo. Se las deja, simplemente, en manos de los empresarios y
las mafias. Y esto ante la indiferencia de casi todo el mundo. Dado lo enormemente
complejo del problema, la primera y más urgente actuación, desde
mi punto de vista, es la solidaridad activa con ellas, solidaridad con ellas
y no sobre ellas.
Beatriz Gimeno es escritora y expresidenta de la FELGT (Federación
Española de Lesbianas, Gays y Transexuales)