Trasversales
Beatriz Gimeno

Simplezas para recordar

Revista Trasversales número 25, febrero 2012

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Las personas de izquierdas nos empeñamos en argumentar mucho lo que pensamos; tenemos la infantil manía de creer que si demostramos que tenemos razón, que los argumentos que damos son ciertos, si presentamos datos incontestables, convenceremos a quienes nos escuchen. Esto no es exactamente así porque, entre otras cosas, la política, al menos la actual, no es un debate. Se puede debatir entre sectores del mismo espectro ideológico; se pude debatir cuando se tiene algo en común, cuando se comparte cierto imaginario ideológico, pero cuando no se comparte ni el vocabulario, ni el imaginario cultural, ni se maneja el mismo significado para los conceptos, ni se tiene una idea siquiera parecida del mundo…entonces no hay debate posible. Entre la izquierda y la derecha no puede haber debate: hay una guerra cultural y cuanto antes lo comprendamos mejor. Luchamos por imponer, democráticamente, visiones antitéticas del mundo. Y hace décadas que la izquierda renunció a ganar esa guerra. Es necesario que la izquierda entienda que esa batalla hay que darla en todo caso y que las mayorías parlamentarias importan poco si no se gana la batalla cultural (perdón por el lenguaje bélico, no se me ocurre otra palabra). Debido a que el PSOE renunció durante sus dos legislaturas (y mucho antes) a ganar la batalla cultural: feminismo, impuestos, medio ambiente, política exterior, fraude fiscal, corrupción… es por lo que hoy el PP es hegemónico. Cuando se gana la batalla cultural tarde o temprano se gana la de los votos.

Ellos no debaten ni intentan convencer a nadie con la verdad. Es tan evidente que mienten y manipulan que la cosa resultaría ridícula si no fuera porque sus mentiras son mucho más efectivas que nuestras verdades, especialmente si renunciamos a extenderlas y pensamos que basta con legislar, porque no basta. Por ejemplo: a los antiabortistas no les importa nada que se aborten más o menos fetos o embriones, esos fetos o embriones les dan exactamente igual porque esa no es la cuestión. La verdad  -con cifras y datos contrastados, y ellos lo saben perfectamente- demostraría que las leyes que regulan de manera segura el aborto contribuyen a que éste descienda, y no a que crezca, que con leyes antiabortistas crece el número de abortos y crece el número de mujeres que mueren; que una buena información sexual y fácil acceso a los anticonceptivos hacen que descienda radicalmente el número de abortos o, si lo prefieren, de fetos y embriones muertos. Si por los fetos fuese, la derecha se encargaría de que hubiera buena educación sexual, fáciles anticonceptivos y leyes de aborto seguras. Pero es que esa no es la cuestión. La cuestión que ellos no mencionan, por supuesto, es que lo único que les importa es que las mujeres sean dueñas de sus cuerpos y de sus vidas. Porque una sociedad de mujeres y hombres iguales no es la sociedad que quieren. Por eso siempre ha sido inútil contraponer cifras y datos ciertos a fotos de fetos desmembrados, porque ahí perdemos. Sólo educando, de verdad, en igualdad y en sexualidad se puede ganar esta batalla. Las leyes solas no bastan.

Esto sirve con todo. Con la economía especialmente. Es inútil esforzarse en demostrar ahora, está más que demostrado, que los ajustes brutales no van a hacer crecer la economía, que no van a traer más trabajo, sino menos, que el control obsesivo del déficit nos conduce a la recesión. Es inútil citar a Keynes. Ellos conocen de sobra a Keynes, lo habrán incluso estudiado en esas Escuelas de Negocios donde aprenden seguramente que Keynes es lo que hay que evitar. Todo lo que dicen los economistas de izquierdas que va a pasar y que está pasando lo saben también, ¿o son tontos? Pues no. Lo que pasa es que ésta es una guerra económica. La izquierda defiende los intereses de la mayoría, especialmente de los más pobres, es decir, de los que no tienen voz. La derecha defiende los intereses de los ricos, muy pocos, pero muy poderosos y con mucha voz.; con capacidad para imponer y extender sus intereses. Pero como resulta que sus intereses son muy minoritarios tienen que hacer un enorme esfuerzo de manipulación para que la mayoría de la gente termine aceptando esos intereses muy minoritarios como propios. Por eso la derecha nunca renuncia a la batalla cultural porque les es vital. Lo que está ocurriendo en Europa parece una cuestión técnica que la gente normal no podemos entender, parece cosa de brokers, de economistas, de licenciados en importantes y caras universidades, pero en realidad no es más que la eterna guerra de los ricos por hacerse más ricos y por desposeer a la inmensa mayoría. Estamos viviendo el asalto final de una guerra larga contra el estado del bienestar y un cierto concepto de distribución de la riqueza.

Ahora es inútil tratar de convencer a nadie con cifras y datos aunque sean reales e incontestables porque la lucha no se desarrolla en el terreno de las cifras y datos, sino en el de las ideas. Cuando la izquierda gobierna se achica y renuncia a dar la batalla por extender sus ideas, mientras que la derecha redobla sus esfuerzos, su dinero, sus medios de comunicación, para extender las suyas. Por mucho que la izquierda gobierne y legisle, si no da la batalla cultural perderá; y perderá por muchos años porque ellos, la derecha, han ganado, además de los votos, la batalla de las ideas.


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