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Consejo editorial de Trasversales

Hay que clamar Justicia

Revista Trasversales número 25 invierno 2011-2012



Las élites políticas y las élites económicas están en el mismo bando. Si hablamos de lo quieren que hablemos, perderemos. Si nos creemos que "no hay alternativa", no la habrá.
Hay crisis, no sólo estafa provocada por la inmoralidad de algunos. Crisis así son ineludibles en un sistema movido por los beneficios y por la competencia para obtenerlos. Ahora bien, esta crisis, colmada de antagonismos, tiene dos facetas vitales.
"Su crisis": en vez de invertir acumulan activos convertibles fácilmente en dinero efectivo sin desvalorización significativa o gastan más en productos de lujo; los eslabones más débiles del sistema productivo son liquidados o absorbidos, dando lugar a una concentración de capital en beneficio de los más poderosos; pueden caer grandes empresas y bancos, pero sus principales dueños y gestores tienen su riqueza a buen recaudo.


"Nuestra crisis", la de la gente común: millones de personas en paro y sin ingresos o con ingresos insuficientes, 350.000 desahucios desde 2007 en España, 250.000 pymes cerradas, empeoramiento de la legislación laboral e incumplimiento de ésta, atomización de la negociación colectiva, desmantelamiento de las políticas de igualdad entre mujeres y hombres, discriminación de la población inmigrante, deterioro de los sistemas públicos sanitario y educativo, incertidumbre, precariedades, proyectos frustrados.
El nexo entre "ambas crisis" es una política que busca preservar el poder de las élites pese a la crisis y trastocar los logros sociales, a costa de la reducción del salario y de la intensificación del trabajo, de bajar el nivel de vida de gran parte de la población, de la apropiación privada y privativa de bienes comunes, de la reducción de los gastos sociales, de un deterioro acelerado de las formas democráticas y un incremento de la represión y de las trabas contra la acción crítica y la libre expresión. Esa política es el consenso entre las élites europeas y mundiales, sean cuales sean las diferencias tácticas que las separen en otros aspectos.

El ataque al bienestar social y al bien común ha sido muy duro y lo que viene puede ser peor.

En España, la mayoría absoluta del PP no trae nada bueno. En el discurso de investidura de Rajoy y en sus primeras medidas queda claro su propósito de empeorar lo ya empeorado en la última fase de la segunda legislatura de Zapatero y de imponer nuevos recortes.

Sin embargo, algo grande ha ocurrido, en España y Egipto, en Túnez y Siria, en Israel y China, en Estados Unidos y Rusia: una rebelión social transnacional que trastoca el tablero del juego "politiquero", creadora de nuevas maneras, efecto y causa de una nueva conciencia social, no mayoritaria pero ya influyente.


Quizá aún no hayamos valorado lo bastante el "acontecimiento imposible" Global Change del 15 de octubre de 2011. La emergencia de ese movimiento "sin liderazgo" ni programa es en verdad el gran acontecimiento benéfico del siglo XXI. En el choque entre los planes elitistas y este movimiento (o movimientos) se juega el futuro. Eso no significa que nos sea indiferente la composición de gobiernos y parlamentos, o que actores tradicionales como partidos, sindicatos y otros colectivos deban ser ignorados o no vayan a jugar ningún papel, sino que su papel debe ser juzgado por sus actos y sus compromisos efectivos. Lo político debe ser mirado desde lo social. ¿De qué lado estás?, eso es lo que importa, no la ideología que dices profesar.

La preparación de la jornada planetaria del 15O dio lugar a una idea, discutible y a la vez impactante y genial: somos el 99%.


Discutible, porque entendida como identificación del 99% de la población con un proyecto de cambio emancipador es falsa y peligrosa (tales mayorías son imposibles y sólo surgen, como “apariencia”, en sociedades totalitarias). Pero su buen sentido no es describir cuantitativamente bandos en conflicto, sino desvelar que la inmensa mayoría de la sociedad mundial está desposeída de poder de decisión y de autonomía, en beneficio de una pequeñísima minoría. Somos el 99% prohibe dirigirse sólo a "los nuestros", caer en un bucle autoreferencial, sentirse vanguardia. Somos el 99% da prioridad al conflicto social; a la exigencia de dialogar con la inmensa mayoría, aunque sin temor al enfrentamiento frontal con derivas “populares” racistas, machistas, patrioteras, homófobas o insolidarias; al esfuerzo por informar, por convencer, por escuchar y aprender. Somos el 99% es voluntad de alianza social por el derecho inalienable a casa en que vivir, a ingresos mínimos garantizados, a la sanidad y a la educación, a la igualdad entre mujeres y hombres, a la democracia. Ahora y aquí, sin dilaciones.

El 15M y movimientos similares, que no representan a ningún "sujeto transformador" específico y que se desarrollan al margen de formas organizativas tradicionales, tienen el mérito inmenso de haber dado prioridad al conflicto social, de haber puesto en el centro lo social, el “arriba/abajo”, haciendo de ello "lo político" por excelencia y subordinando, sin ignorar, las relaciones con "la política de los políticos".


Más allá de tal o cual reivindicación concreta, lo común a los movimientos indignados es la aspiración a participar en la gestión y decisión de todo aquello que nos afecta. Su acierto radical ha sido no esperar a que nadie haga algo por nosotras y decirse “Lo que pueda hacerse, hagámoslo”.


Quizá no haya resultados inmediatos. Quizá las élites ganen las próximas batallas. Pero, como escribió Carlos Edmundo de Ory en una prosa, "Hay que clamar justicia inútilmente".


Nada más útil que esa inutilidad. No nos vayamos por las ramas ni dejemos que nos atrapen en tecnicismos que tratan de ocultar decisiones de clase, al servicio de las élites. Por nuestros derechos: casa, ingresos, sanidad, educación, igualdad...
 Alianza, Cooperación, Acción.
Clamemos justicia.


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