Trasversales
Juan Manuel Vera

Los mercados imaginados y la economía real

Revista Trasversales número 25, marzo 2012





Nunca se ha hablado tanto de una institución llamada mercado y nunca ha sido tan inexistente. La profesión de los economistas ha acabado siendo una subespecie de la brujería o de la magia, extrayendo de una teoría fantasiosa las bases metodológicas de las recetas que ofrecen al mundo real en beneficio de las élites sociales.

Para la tradición económica neoclásica, en condiciones de competencia perfecta, el mercado permite que la concurrencia entre compradores y vendedores independientes llegue a unos precios de equilibrio que aseguran que toda oferta encuentre su demanda en un mercado donde todos tienen la misma información y nadie dispone de capacidad de dominarlo, asegurando el pleno empleo de los recursos sociales. Se trata de una teoría elegante que, sobre todo a través de sus formalizaciones matemáticas, ha llegado a un grado de sofisticación tan vaporoso como el mundo maravilloso que describe. El hecho de que en la realidad no exista ese tipo de mercados es un pequeño detalle que no parece hacer dudar a muchos profesionales de la economía de los principios en que se basa toda la construcción de la teoría académica. En el mismo mundo ideal en el que un marxista ortodoxo buscaría el cumplimiento de la ley del valor, gracias a la cual el precio de las mercancías se acabará ajustando al trabajo socialmente necesario para producirlas, también a través del mercado.

Son ideas a desechar. Como las de quienes piensan la crisis actual como un mero ciclo de negocios. O las de quienes distinguen entre un capital productivo (supuestamente bueno) y un capital financiero (especulativo).

Como explicación del capitalismo del siglo XXI todo eso me parece irrelevante. El mundo económico real es un mundo en el que los llamados mercados son dominios de oligopolios que segmentan y se reparten la demanda. La competencia no existe entre productores independientes sino entre un puñado más o menos grande, según el sector de actividad, de grandes corporaciones en régimen oligopólico o directamente monopolista. Pensemos en los principales productos manufacturados, industriales o tecnológicos. O en los productores y distribuidores de materias primas. En ningún caso encontraremos nada parecido a un mercado de libre competencia. En el caso de los llamados “mercados” financieros, se trata de un mero reparto “del negocio” entre bancos y otras instituciones financieras.

En condiciones reales los precios no expresan ningún equilibrio de mercado ni los costes de producción (ni siquiera de la forma más imaginativa en que podamos pensarlo) sino el reparto entre los oligopolios de la demanda solvente. Si se piensa en el precio de venta en Europa o Estados Unidos de un producto manufacturado producido en condiciones tipo-China, multiplicando n veces por su coste original en costes de marketing y costes de distribución oligopolísitica, se entiende claramente que el mundo económico de verdad no es un verdadero mercado de productores. El capitalismo actual es un sistema obsesionado por asegurar la rentabilidad de los capitales, su valorarización, buscando desesperadamente, en esta época de crisis, ganancias distributivas (por ejemplo, la reducción de los salarios reales de los trabajadores) que son meramente transitorias ante la dificultad creciente de asegurar una demanda global capaz de permitir beneficios futuros por la realización de la masa de mercancías necesarias para asegurar de nuevo su reproducción.

Se impone la realidad de un capital global cuyo único móvil es la ganancia inmediata, cueste lo que cueste. Es una cuestión de supervivencia, a costa de la marginación de todos los seres humanos que sea preciso.

Todo ello sería evidente en términos de un conocimiento económico que tendiera a pensar en la realidad y no a ocultarla, desprendiéndose de la ilusión de que el capitalismo actual es un verdadero mercado. Deberíamos hablar menos de mercados. Y más de capitalismo, de corporaciones, de oligopolios, de élites y de competencia monopolística. Ello contribuiría a que estuviéramos en mejores condiciones para entender la catástrofe a la que un capitalismo sin frenos nos puede conducir.



Madrid, 21 de marzo de 2012








 

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