Trasversales
Miquel Monserrat

Melancolía

Revista Trasversales número 25,  abril 2012

Textos del autor
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Me quito la gorra ante Kirsten Dunst, Charlotte Rampling y Charlotte Gainsbourg, ante su rabia, ante su desolación, ante la “irracional” lucidez con la que las dos primeras desvelan la “racional” imbecilidad de un mundo, de un orden “macho”, y ante el desmoronamiento de la “normalidad” de la tercera, ante ellas, que son sus personajes tanto como sus personajes son ellas, no por triviales y, si las hubiera, irrelevantes referencias autobiográficas o “identificaciones” externas a la obra, sino porque actuar así no es fingir, actuar así es vivir. No asistimos a una “re-presentación” sino a un acontecer creado y filmado.

Otra vez Lars von Trier, personaje que incurre a veces en odiosos comportamientos públicos, cuya gravedad no puede minusvalorarse bajo la justificación de que son una “provocación”, pero cuya obra no puede descalificarse sin más por ello y que, a mi gusto, se encuentra entre lo más creativo del cine en los últimos 30 años. No diré que Melancolía sea la mejor película de 2011, porque no he visto todas y porque daría vana “objetividad” a los gustos; sí es la película que más me ha emocionado en 2011 y sí es, para mí, un clásico, esto es, una de esas obras que se instalan en nuestra vida, no de las que te llevarías a una “isla desierta” sino de las que nos acompañan siempre aunque carezcamos del “objeto” proyectable.

En un mundo de poder, cuyo antídoto, anestesiante más bien, ante la muerte es mortificar la vida, la locura de Dunst o Rampling es creativa, rompe el ciclo de repetición incesante de lo mismo, crea vida-vida, no vida-zombi. Recurriendo a una metáfora política, es una rebelión ajena a la parodia que opone programa a programa, sistema a sistema, doctrina a doctrina, es la rebelión profunda, salida de las tripas, que grita “a la mierda”, que sí es algo personal, la rebelión de quienes deciden “perder el tiempo” porque no quieren que su tiempo se mida en oro o por reloj, porque no quieren perder vida, la de quienes asumen la muerte y al hacerlo se les hace insoportable posponer una y otra vez el deseo, “vender” una vez más a la normalidad sucesivas piezas de vida como si esas pérdidas no fueran irreversibles. Esa vinculación entre vida y muerte, entre aceptación de la muerte y rebelión por la vida, se manifiesta a través de la relación entre las “dos partes” de la película, entre la supuesta locura femenina que pone “patas arriba” el orden zombi masculinizado, el orden de la vida sin alma, y la serenidad que apacigua y ordena la tragedia, lo inevitable.

En muchas reseñas se ha relacionado esta película con otra también extraordinaria, El árbol de la vida, y, en efecto, tienen que ver en estética y contenidos, pero desde perspectivas éticas y narrativas diferentes. En algún caso se ha calificado a Melancolía como “El árbol de la muerte”, lo que no me parece equivocado siempre que no se interprete como que Malick da un mensaje optimista y positivo, mientras que Trier lo daría pesimista y negativo. Por el contrario, creo que la película de Malick es totalmente desoladora, pese al fragmento de onírico feliz reencuentro en la playa, para mí prescindible y dañina para la obra, mientras que la de Trier, en la que no sobra absolutamente nada, es vitalista e inyecta ánimo. ¿O es que alguien no sabía que la muerte es irremediable y que la propia especie humana desaparecerá? En realidad, la primera parte de Melancolía, con sus ritos de “inmortalidad”, es la más feroz y cruel, mientras que la segunda, atea, es la más “amable” y sagrada.

Termino como empecé: la fuerza de los personajes de mujeres en las películas de Trier. En la mayor parte de ellas, son la columna vertebral de la narración, la fuerza transformadora, el foco creador de “desorden creador”. En Melancolía también es así, quizá con mayor rotundidad que en el resto de su cine. Trier es calificado con frecuencia de misógino, no comparto esa consideración, ni siquiera para Anticristo, la más acusada. Ya di mi opinión al respecto en esta misma revista (“Las brujas y el anticristo”), pero también remito a un texto de Karina Longworth, para quien Anticristo es una película de terror... feminista.

Desde luego, Melancolía es feminista, lo que no quiere decir ni mucho menos que su autor lo sea. Ese feminismo latente deriva del respeto a la lógica de los personajes, pues, en efecto, las mujeres son mucho más interesantes, singulares y transgresoras que los hombres, “más genéricos”, como escribió mi amigo Ignacio hace algún tiempo.


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