Se puede decir de formas complicadas pero también se puede
decir de manera simple: si los partidos que ganan las elecciones hacen todo
lo que dijeron que no harían para ganarlas, ¿qué legitimidad
tienen después para aplicar sus mentiras? El programa electoral del
PP era una mentira de arriba abajo y, como tal mentira, completamente intencionada.
Los futuros gobernantes sí que sabían lo que iban a hacer en
cuanto ganaran, como se le escapó al portavoz del PP en la Comisión
de Sanidad del Senado Jesús Aguirre o al propio Rajoy (“haré
lo que tenga que hacer aunque haya dicho lo contrario”). El hecho de que tuvieran
que mentir indica que sabían de sobra que de decir la verdad puede
que no hubieran ganado las elecciones, es decir, que se reconoce que la mayoría
de la gente, si tuviéramos alguna capacidad de elegir, elegiríamos
otra cosa distinta a ésta que se nos está imponiendo. Se nos
hurta así la posibilidad real de elegir qué tipo de política
queremos
Esto nos lleva a la deslegitimación entera de un gobierno salido
de una especie de tomadura de pelo intencionada, pero también de un
sistema que parece pensado para que los gobiernos hagan lo contrario de lo
que quieren sus respectivas ciudadanías. La siguiente pregunta es:
si no gobiernan para hacer lo que la mayoría de la gente quiere como
se supone que ocurre en democracia ¿para quién gobiernan? Pues
para los beneficiarios de las políticas que, fraudulentamente y hurtadas
al voto, desarrollan, es decir, para los poderes financieros. La crisis no
es más que una excusa, el verdadero objetivo no es otro que provocar
un cambio completo de modelo. No es verdad que no haya dinero: no hay
dinero para la sanidad pública, pero si para dárselo a los
bancos. No es muy complicado de entender ni de ver. Por tanto, aceptado lo
anterior, no es verdad tampoco que estos gobernantes estén equivocando
sus políticas. No están equivocados, saben muy bien lo que
hacen. El objetivo es acabar con el modelo social (más o menos social)
construido después de la Segunda Guerra Mundial, convertirnos en una
sociedad de consumidores en la que el estado no sea más que el responsable
de reprimir la disidencia, garantizar “su” orden y gestionar algunas cuestiones
ineludibles, pocas, así como de organizar un poco el tráfago
de intereses privados.
Es inútil tratar de demostrar con argumentos que la política
que hacen está equivocada y nos lleva al desastre. Primero por lo dicho,
porque no están equivocados, sólo nos mienten. Y segundo porque,
además, el capitalismo es irracional y lleva, con seguridad, a la
catástrofe. No se le puede detener con razones porque es un tren sin
frenos destinado a autoaniquilarse, con el inconveniente de que nuestras
vidas van en ese tren. Al capitalismo hay que frenarle con un levantamiento
democrático, con la insumisión popular, pero no se convencerá
a ninguno de sus sacerdotes, es decir, gobernantes, con razones. La razón
está excluida de esta ecuación.
Leía hace poco en El despertar de la historia de Alan Badiou
la descripción que el filósofo hace de lo que podrían
ser las órdenes que los poderes financieros dan a los respectivos
gobiernos y que estos cumplen, con mayor o menor entusiasmo según
se llamen de derechas o presuntamente socialistas, pero que todos cumplen.
Las órdenes que darían estos que el filósofo francés
llama bandidos o mafiosos serían de este tenor: “Privaticen todo.
Supriman la ayuda a los débiles, a los solitarios, a los enfermos,
a los parados. Supriman toda ayuda a todos menos a los bancos. No asistan
a los pobres, dejen morir a los viejos. Bajen el salario de los pobres y
los impuestos a los ricos. Que todo el mundo trabaje hasta los 90 años.
Enseñen matemáticas solo a los traders, a leer sólo
a los grandes propietarios, historia sólo a los ideólogos a
nuestro servicio”.
¿Os suena esa música? Pues ese es el plan. No hay más
razón aquí que el interés de esa oligarquía que
está en disposición de dar esas órdenes. También
sabemos que la mayoría de quienes nos gobiernan están a su servicio.
Y si esto suena crudo no hay más que ver el tráfico de políticos
de todos los partidos desde la política a los consejos de administración
de financieras, petroleras, eléctricas o farmacéuticas. Ser
ministro, ministra o alto cargo, privatizar algo, o dar enormes beneficios
a una empresa y acabar después asesorando a la misma empresa que poco
antes se ha puesto en manos privadas o se ha beneficiado, ya ni nos asombra.
La inmensa mayoría (sé que no todos) de los políticos
que han tenido verdadero poder pasan del cargo público a formar parte
de la casta de los ricos, sin solución de continuidad. Parece que
ser asesor muy bien pagado es la salida de los que antes han gobernado y
tenemos derecho a temernos que no se les contrata para que asesoren a estas
empresas sobre cómo distribuir de manera más justa y equitativa
la riqueza o cómo atender de verdad al interés general.
Pero esto se puede parar. Por mucho que los medios se empeñen en
llamar “radicales” a quienes no aceptamos que este orden de cosas sea inevitable
podemos llenar las urnas de votos radicales cuando toque, y podemos mientras
echarnos a la calle este 12 de mayo y tantas veces como sea necesario y podemos
negarnos a seguir las órdenes y podemos rebelarnos y podemos despojarnos
del miedo que tratan de infundirnos y podemos tejer redes solidarias y de
conocimiento, y podemos leer y podemos escribir y podemos explicar y hablar.
Y podemos ocupar el espacio público que es nuestro, y podemos
ocupar, en fin, la democracia que nos están robando, junto con todo
lo demás. Podemos, como dice Eduardo Galeano, buscar los soles que
hay en la noche escondida, que no se ven, pero que, de golpe, iluminan los
caminos.
Beatriz Gimeno es escritora y expresidenta de la FELGT (Federación
Española de Lesbianas, Gays y Transexuales)
http://beatrizgimeno.es