Trasversales
Beatriz Gimeno

Ejerciendo la democracia

Revista Trasversales número 26, septiembre 2012( web)

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Llevo un tiempo discutiendo con amigas y amigos sobre las manifestaciones y protestas que están teniendo lugar y especialmente las que se han producido esta misma semana. Discutimos no sólo por las manifestaciones que se han produc ido en la calle, sino también las protestas que se suceden en forma de manifiestos de todo tipo y que circulan por las redes sociales. Tanto en unas como en otros, es obvio el hartazgo y la crítica a la clase política en general a la que parece culparse de la situación que estamos viviendo. Algunos de mis amigos se indignan con lo que consideran una generalización injusta y abusiva, además de peligrosa. Suelen decir que atacar a los políticos despejará el campo para que manden los mercados. La respuesta que surge sin pensar es: “¿más?”

Yo tampoco comparto que todos los políticos y todos los partidos son iguales. Me saca de quicio que se expanda la idea de que es el número de diputados o de concejales, o los coches oficiales o los sueldos de la mayoría de los políticos la causa de la crisis. Es cierto que el culpable de esta crisis es el poder financiero y económico, banqueros y especuladores, y es verdad que es muy peligroso dejar que se extienda la idea de que sobran los políticos. Es posible que haya mucho de simplificación en la idea de que los culpables son los políticos; es sabido que el populismo de derechas está siempre dispuesto a culpar a la política de los males que afectan a la ciudadanía y que es muy rápido en ofrecer soluciones que bajo la supuesta crítica a los políticos esconden una deslegitimación de la política democrática en general.

Pero también es simplista decir que los políticos no tienen la culpa de nada, como si no hubieran sido determinadas políticas las que han entregado la democracia a los poderes económicos y a los especuladores. ¿O es que no hay decisiones políticas detrás de las leyes que en los años 80 desregularizaron el mercado y lo convirtieron en un terreno sin ley o, mejor dicho, en donde no rige más ley que la ley del que más tiene? Obviamente no es la política lo que sobra, sino que es esta manera de hacer política la que se ha deslegitimado porque ha fallado en su función; porque si asumimos que la clase política es completamente inocente de lo que está pasando, esto nos llevaría a concluir que también es completamente inútil para enfrentarse a lo que está pasando.

La clase política, contra los que finalmente y con cierta razón se dirige la ira popular, no es inocente. Los políticos son las personas elegidas para gestionar nuestros intereses, los de la gente corriente. Si los poderes económicos hacen y deshacen a su antojo y tienen el poder de hacer quebrar países enteros (y vidas completas) es porque los políticos se lo han permitido; si la democracia está secuestrada por los poderes financieros es porque los responsables de protegerla la han dejado en manos del secuestrador, si la economía se ha convertido en pura especulación es porque se han aprobado leyes que lo han favorecido, porque se han derogado todos los mecanismos de control que antes servían de freno a la inmensa codicia de los poderosos; porque los responsables de proteger el patrimonio común se han dedicado más a engordar las arcas de los ricos que a cuidar de lo público.

Hace unas pocas semanas estuve de visita en el Parlamento Europeo. La sensación que me traje fue penosa. El Parlamento Europeo es una ciudad artificial dentro de otra ciudad artificial, como es Bruselas, repleta de una casta de miles de funcionarios absolutamente privilegiados y completamente alejados de la realidad, inanes e inermes ante la verdadera política. No estoy diciendo que no trabajen, que muchos sí lo hacen; no estoy diciendo sean corruptos, que supongo que la mayoría no lo son. Pero hay algo perverso en su completo alejamiento de las vidas de la gente que les ha votado y a quienes se supone que tienen que defender. Me sorprendió incluso su completo desconocimiento de la realidad más allá de las paredes de su parlamento, más allá de los muchos informes y papeles que deben leerse, de las muchísimas reuniones, comisiones y comités en los que deben emplear sus horas. Viven en una pura irrealidad o, peor aun, viven inmersos en una realidad paralela, la suya, la de su casta.

Y me temo que este alejamiento de la realidad es común a toda la clase política, no importa de qué partido sean o a qué parlamento pertenezcan. Esto tiene que ver con el hecho de que la inmensa mayoría de estos profesionales de la política han comenzado su carrera de muy jóvenes y no han hecho, ni van a hacer, ni sabrían hacer, otra cosa en la vida. Se han convertido en una casta privilegiada y casi vitalicia que ha perdido en gran parte el sentido de la realidad; y la realidad son nuestras vidas. Más allá de los casos de corrupción, su alejamiento de la realidad se manifiesta constantemente en ese aferrarse a privilegios que la mayoría de la ciudadanía vivimos como intolerables, en ese derroche grosero del dinero público en el todos los partidos se han visto inmersos y en la sensación que tenemos de que la mayoría de ellos y de ellas, son incapaces de hacer siquiera un diagnóstico coherente de la situación y se limitan a hacer “lo que tienen que hacer”, es decir, lo que les mandan. Yo tengo la sensación de que son como pollos sin cabeza que ahora –demasiado tarde- ya no saben qué agujero tienen que tapar antes de que la inundación nos ahogue a todos. Así que como los políticos han renunciado a hacer política es normal que queramos otros políticos.

Por si fuera poco, todo parece preparado para que en caso de hartazgo no haya manera de “penetrar” en el sistema; unas reglas electorales que cada vez en mayor medida impiden que la voluntad de la ciudadanía se traslade a donde se toman decisiones políticas, unas instituciones anquilosadas, cerradas sobre sí mismas, autistas y que parecen de otro mundo –uno privilegiado-, hacen que lo único que nos quede para protestar sea la calle. Las personas que hemos salido estos días a protestar contra la clase política naturalmente que somos demócratas y, por serlo, queremos que se nos permita votar la posibilidad de cambiar este sistema por completo. ¿No podemos votar esto? Entonces esta no es la democracia que queremos.

Muchas personas somos conscientes de los riesgos inherentes al proceso de deslegitimación de las instituciones actuales que se ha abierto y que parece imparable. El peligro del populismo, de las aventuras neofascistas, es cierto y lo vemos en otros países. Pero también vemos la otra cara: un aumento de la consciencia política y nuevos proyectos capaces de recoger las exigencias sociales. En todo caso, son riesgos que hay que afrontar si queremos recuperar una democracia que sentimos que se nos ha arrebatado. Las personas que están en el parlamento y en las instituciones, en cambio, parecen no ser conscientes en absoluto de hasta qué punto de hartazgo nos están llevando. El peligro no es que la gente exija poder tener algún control sobre sus vidas o sobre las condiciones de participación social efectiva, el peligro es que las personas encargadas de gestionar esto sigan sin enterarse, a su bola, como se dice vulgarmente.

Beatriz Gimeno es escritora y expresidenta de la FELGT (Federación Española de Lesbianas, Gays y Transexuales)
http://beatrizgimeno.es


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