Trasversales
Ángel Rodríguez Kauth

Y al final se confirmó lo del genocidio


Revista Trasversales número 26 agosto 2012 (web)



¡Y por fin se hizo público lo que la inmensa mayoría de los habitantes de Argentina y del mundo ya conocíamos… pero sobre los que todavía no existían certezas!

El ex dictador Jorge R. Videla -ex militar y ex presidente de facto- al fin reconoció que el gobierno cívico-militar-clerical-empresarial que él encabezó desde el golpe de Estado del 24 de marzo de 1976, en nombre de una Junta Militar, en la cual participaron las tres Fuerzas Armadas de la República, tuvo la capacidad de asesinar “a 7000 u 8000 personas”, según le confió al periodista C. Reato (1). Esto ocurrió durante una serie de entrevistas, entre octubre de 2011 y marzo de 2012, que el ex dictador le concedió en la prisión federal de Campo de Mayo, lugar adonde fue condenado a cumplir prisión perpetua por los crímenes de lesa humanidad cometidos durante su tristemente célebre gestión.

Sobre el libro de Reato no cabe mucho por agregar, ya que en el mismo el genocida Videla lo dice casi todo lo que queríamos conocer, así que en estas páginas solamente vamos a anotar algunas consideraciones a partir de los dichos de Videla. ¡Qué no tienen desperdicio!

1.- Videla reconoció lo que nunca antes había admitido, ni siquiera en los juicios a los que fue sometido, su responsabilidad política y militar en la lucha contra la subversión. La mayoría de las veces se negó a declarar en aquellos juicios que se vienen sucediendo ininterrumpidamente en diferentes juzgados federales del país.

Obvio es que, curiosamente, el genocida Videla se olvidó de recordar a más de 22.000 muertos y desaparecidos durante su mando de un Poder Ejecutivo que usurpó, lesionando así su juramento de lealtad a la Constitución Nacional, la cual no tuvo escrúpulos de violar en los tristes episodios de marzo de 1976, con los que se inauguraron los más dramáticos momentos que se vivieron en la Argentina para el pueblo llano, es decir, los habitantes de a pie.

Y el olvido de más de 22 mil personas desaparecidas y muertas no es algo desdeñable numéricamente ni tampoco es un hecho que no lo dijera por casualidad o por esas rengueras de la memoria que suceden cuando aqueja la senilidad. Esa diferencia numérica le sirve a él y a todos los de su laya, sean militares o civiles, para poner en tela de juicio e intentar que sean ignoradas las denuncias de los organismos de derechos humanos que desde hace añares vienen denunciando la desaparición forzada de unas 30 mil personas. Esto del olvido o ignorancia de más de 22 mil desapariciones forzadas y el “mero” reconocimiento de sólo 7 u 8 mil muertos es como que le sacara un peso de la conciencia, que lo deja liberado de tanta culpa y la misma se ha reducido a menos de un tercio, lo cual no es poca cosa al tener que pasar horas rezando los rosarios que le deben haber dado de penitencia sus curas amigos.

Y hablé del peso de la conciencia de un genocida, torturador, secuestrador, ladrón (y lo que se me queda entre las teclas del procesador) y cabe preguntarse, de una manera eufemística, si es que tiene conciencia, ya que en las entrevistas no expresó arrepentimiento alguno por los crímenes de los que se hizo responsable en su condición de Comandante en Jefe de las Fuerzas de la Represión.

2.- El degradado General reconoció que los cuerpos de los asesinados fueron “desaparecidos”, con el objeto que no se produjesen protestas de los militantes amigos de las víctimas y, por añadidura, que si eso se llegaba a saber en el exterior él y sus cómplices temían que entonces iban a producirse reclamos internacionales de los organismos de derechos humanos, como así también de los gobiernos preocupados por la situación de los derechos humanos y la condición aberrante que se vivía en el país. Cabe hacer notar que a fines de los años ’70 la mayoría de los gobiernos europeos estaban preocupados por el tema de la violación de los derechos humanos en la región sudamericana y, esa preocupación, los llevaba a ocuparse de cerrar las fronteras a la Argentina a los mercados de comercio exterior, en especial los que se referían a la provisión de materiales bélicos que sería usados en la lucha contra los enemigos del régimen al interior del país.

No sólo se hacían desaparecer los cuerpos de los que habían sido fusilados, también se lo hicieron, como medida estratégica indicada en el párrafo anterior, con los guerrilleros muertos en combate. El caso paradigmático fue el de Mario Roberto Santucho, comandante del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) caído en un enfrentamiento en julio de 1976 contra los represores que habían usurpado el poder político. Así lo cuenta Videla en pág. 67: “Era una persona que generaba expectativas; la aparición de ese cuerpo iba a dar lugar a homenajes, a celebraciones (sic). Era una figura que había que opacar. Fue una decisión mía, pero compartida por las tres fuerzas en la Junta Militar. No sé qué pasó con su cuerpo”.

3.- Resulta por demás curiosa, sino imbécil, la diferenciación que hace en la pág. 36 sobre una orden inmoral en el Ejército... o cualquier fuerza armada. Para él es inmoral que un oficial superior le ordene a un Capitán de Intendencia que coimee al carnicero y que se repartan la coima; pero no es inmoral que se le ordene a un subordinado matar a un civil, ya que en “una guerra se trata de matar y eso no es inmoral”. Resulta por demás curiosa la diferencia que hace entre coimear y matar. ¡Será por eso que ahora es pobre, según los dichos de Reato, y encima está preso!

Más adelante, en págs. 126 y 127 arremete contra el general Martín Balza, quien en un programa periodístico había dicho: “Nadie está obligado a cumplir una orden inmoral o que se aparte de las leyes o reglamentos militares. Sin eufemismos, digo claramente: delinque quien vulnera la Constitución Nacional. Delinque quien imparte órdenes inmorales. Delinque quien cumple órdenes inmorales. Delinque quien para cumplir un fin que cree justo emplea medios injustos e inmorales”. Creo que este último pone en su lugar la concepción antojadiza y atrabiliaria del dictador sobre lo moral e inmoral.

4.- En pág. 37 Videla presenta una flagrante contradicción en sus dichos: “creo que en el contexto de la guerra contra la subversión un oficial no tenía escapatoria si quería seguir en el ejército, y que no cabía la calificación de orden inmoral. No es que estaban bajo coerción irresistible”. En esos dichos hasta el lector menos inteligente será capaz de observar que un oficial del Ejército, si quería continuar con su carrera militar, estaba irresistiblemente bajo coerción para cumplir con las órdenes inmorales que les bajaban sus superiores.

Para lograr el objetivo de sumisión de sus fuerzas, añade en la pág. 56 que él alentó la obediencia de sus subordinados “de manera tácita como una orden superior no escrita que creara la certeza en los mandos inferiores de que nadie sufriría ningún reproche… yo me hago cargo de todos esos hechos”. Y según Reato “en el contexto de aquella época fue la mejor solución que encontraron”.

Según Videla (pág. 62) él nunca recomendó la aplicación de la “Disposición Final”. Y, para terminar de embarrar sus declaraciones agrega Videla en la pág. 57 algo que reproduciré porque no tiene desperdicio “que no había otra solución; estábamos de acuerdo en que era el precio a pagar para ganar la guerra y necesitábamos que no fuera evidente para que la sociedad no se diera cuenta. Había que eliminar a un conjunto grande de personas que no podían ser llevadas a la justicia ni tampoco fusiladas. El dilema era cómo hacerlo para que a la sociedad le pasara desapercibido. La solución fue sutil -la desaparición de personas-, que creaba una sensación ambigua en la gente: no estaban, no se sabía que había pasado con ellos, yo los definí alguna vez como ‘una entelequia’. Por eso, para no provocar protestas dentro y fuera del país, sobre la marcha se llegó a la decisión de que esa gente desapareciera; cada desaparición puede ser entendida ciertamente como el enmascaramiento, el disimulo, de una muerte”. ¡Pavada de sutileza la de matar y hacer desaparecer a miles de personas. Eso de la entelequia se hizo famoso cuando en una conferencia de prensa gesticulaba repitiendo lo mismo, como demostrando la más supina ignorancia sobre lo que había ocurrido con aquellos por los cuales se le reclamaba.

5.- En pág. 45 dice que la justicia ordinaria no iba a servir para ser aplicada a los subversivos, ya que se tenía la experiencia de lo mal que habían terminado las “Cámaras de Terror” que funcionaron como tribunales especiales para juzgar a los “terroristas” de la época de la dictadura del General Onganía y sus cómplices subsiguiente hasta 1973 (pese a que la Constitución Nacional vigente por entonces, como también todas las que tuvimos en el país, prohibía explícitamente a los tribunales especiales). Todos los condenados por esos tribunales especiales recuperaron su libertad en la noche del 25 de mayo de 1973, luego de asumir el gobierno constitucional de H. Cámpora. Y Videla, junto a sus cómplices de la Armada y la Aeronáutica, no deseaba que sucediese algo semejante con los enemigos internos que ellos “cazaran” con vida en sus operativos de “lucha contra la subversión”. Recordemos que “cazar” era un eufemismo que se utilizó en algunos “grupos de tareas” antes de salir a buscar enemigos internos en sus domicilios.

Si no se los había eliminado en un enfrentamiento anterior, entonces para los genocidas era preferible matarlos secretamente y hacer desaparecer los cuerpos arrojándolos de aviones, a veces aún vivos luego de haber sido sometidos a sesiones de tortura, para no dejar rastros de la ignominia cometida. ¡Y el agua del río o mar no deja rastros, lava todo, menos los retorcijones que provocan las culpas!

En el punto siguiente veremos que otro genocida, Riveros, coincide con estos argumentos y agrega que los detenidos no podían ser sometidos a la justicia militar.

6.- Videla confiesa que entre los militares, para justificar su sed de sangre contra los enemigos al interior del país, nunca se recurrió a utilizar los términos, que se hicieron célebres durante el nazismo, de “solución final”, sino que se utilizó la de “Disposición Final”, como si en última instancia y a los efectos prácticos no resultaran lo mismo. Dice el ex dictador sanguinario, en pág. 54, que las mencionadas “son dos palabras muy militares y significan sacar de servicio una cosa por inservible. Cuando, por ejemplo, se habla de una ropa que ya no se usa o no sirve porque está gastada, pasa a Disposición Final. Ya no tiene vida útil”.

En el párrafo trascripto Videla nos da una prueba más que acabada de su concepción cristiana de la vida, en particular de lo humano. Para él una persona es igual a una cosa y de tal modo produce un proceso de reificación o cosificación total de la persona. Resulta notable que -al igual que un calzoncillo usado por un soldado durante un año- y que luego se tira como trapo viejo e inútil al fuego que se haya hecho lo mismo con las personas que consideraban que no tenían vida útil y eran irrecuperables. A ellos se los tiraba al Río de la Plata, al mar, a un dique, al fuego que les prendían a las cubiertas gastadas de sus vehículos, en cementerios bajo el rótulo NN o en fosas comunes donde previamente se los quemaba con el objeto que sus cadáveres no pudiesen ser identificados con posterioridad.

El citado párrafo del asesino Videla revela su entendimiento de un catolicismo inescrupuloso que aún permite que algunos de sus fieles se consideren cruzados de una guerra santa; ésa es la religión de la cual continúa siendo un fervoroso devoto dentro de la cárcel, ya que todas las tardes, a las 19 horas, reza un rosario.

Pero no fue Videla el único que pensaba así, Reato nos transcribe en la pág. 61 el relato de un “halcón” como lo fue el ex General Riveros, que tuvo la comandancia represora de la Zona 4, quien abunda sobre los testimonios de Videla brutalmente en cuanto al tratamiento usado contra los prisioneros que consideraban ‘irrecuperables’ al señalar que “Los terroristas detenidos que fueran miembros activos de las organizaciones ERP y Montoneros debían ser aniquilados, o sea eliminados, procedimiento aplicable por no caberles la aplicación de las leyes de guerra dado que no eran soldados regulares sino partisanos o combatientes irregulares que, como tales, estaban excluidos de ese tratamiento”. Realmente las palabras del genocida Riveros no merecen comentario alguno ya que ellas son por demás elocuentes sobre la ferocidad con que actuaron en la trágica noche con que se oscureció a las personas para actuar libremente y al país para ser un Estado de derecho.

A los arbitrariamente llamados subversivos o guerrilleros se les negó el derecho a la justicia que, paradójicamente, los represores actualmente gozan.

7.- Si bien Videla en muchas ocasiones, tanto en el libro que comentamos como en los sucesivos juicios penales a los que fue sometido, intentó salvar de culpa y cargo a los subordinados que estaban bajo sus órdenes como Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas, sin embargo en las páginas 62 y 63 dice lo siguiente: “La responsabilidad de cada caso recayó sobre el comandante de la zona, que utilizó el método que creyó más apropiado. Cada comandante tuvo autonomía para encontrar el método más rápido y menos riesgoso. Nadie estuvo en contra de eso ni en el Ejército ni en las Fuerzas Armadas; no generó ninguna discusión. Hubo problemas en algunos casos por la resonancia del personaje. A mí, los comandantes o jefes de zona no me pedían permiso para proceder, yo consentía por omisión”. Evidentemente que con esta declaración el senil represor no hace otra cosa que “pasarles la pelota” de la responsabilidad por los métodos usados por la represión a cada comandante, ya que él les había dejado vía libre para que actuasen a su antojo, es decir, liberó a los perros de presa para cazar y destruir el objetivo propuesto.

8.- Un hecho por demás especial, por no decir clasista, es el que se dio con el tratamiento diferencial para detenidos comprometidos con “la subversión o la guerrilla” que fueran hijos de jefes superiores y los de aquellos hijos que pertenecieran a rangos menores. Así lo ejemplifica con claridad en la pág. 63 al relatar que en una visita a Córdoba el comandante del Tercer Cuerpo de Ejército (el general Luciano Menéndez, siempre repudiado por aquellos que nos tocó estar bajo la égida de su mentalidad perversa) le dijo: “El hijo de Escobar andaba en malas juntas y los liquidamos anoche”. Se trataba nada más que del hijo de un coronel que había sido compañero de promoción de ambos. En cambio, “Una vez nos avisan de la Escuela de Mecánica de la Armada, la ESMA: ‘Lo tenemos al hijo de Laplane, está metido hasta la cabeza y es irrecuperable. ¿Qué hacemos? ¿Lo fusilamos o qué?. Para abreviar, como se trataba del hijo de un general se tramitaron las cosas para que viajase a Israel, ya que la mujer del joven era judía. La ESMA era lugar emblemático como espacio de concentración, tortura y muerte durante la última dictadura militar-empresaria-cívico-clerical.

Para terminar con este punto vale la pena destacar una observación al pasar dejada por el genocida cuando recuerda el caso del hijo del coronel Escobar que él sabía que si Escobar venía a preguntarle por su hijo, le tendría que responder: “De ese tema no quiero hablar”. Y eso también lo bajó como una orden para el resto de sus sicarios; por esa razón es que los encargados de la represión cada vez que recibían a un familiar que se acercaba temerosamente a sus despachos a reclamar por el destino de sus parientes, entonces ellos debían poner la mejor cara de póker y no dar respuesta alguna a las inquietudes presentadas. Esta misma actitud asumieron obispos, comisarios, gendarmes y hasta de curas de sotana negra, que eligieron su modelito al estilo del que pasean los cuervos. Aquí debo reconocer que por primera vez en mi larga vida de lector de muchas cosas, sentí asco en las páginas siguientes cuando se reproducen palabras del cobarde represor tucumano Domingo Bussi. Ahí debí suspender la lectura para proteger mi salud mental.

9.- Asimismo Videla reconoce en el libro de Reato que las Fuerzas Armadas mataron a civiles y, lo que es más interesante aún, que el golpe militar que él encabezó fue un error político, ya que no era necesario “para combatir la subversión". Este era un problema que devanaba los sesos a los militares. Al respecto, no debe olvidarse que para la “doctrina de la seguridad nacional” inspirada por los EE. UU. y enseñada desde la Escuela de las Américas –en Panamá- el objetivo prioritario y casi único era “liquidar” –sin eufemismo alguno- a los cheguevaristas y a los filocomunistas que crecían como hongos en Latinoamérica bajo el modelo de la exitosa revolución cubana. Y el gobierno del Proceso cumplió con la consigna emanada de sus patrones del norte del continente.

10.- Una perla más en las curiosas lecturas que hace Videla sobre lo que ocurría; en este caso acerca de los famosos Centros Clandestinos de Detención que eran más de 300 en todo el país. Sobre esos Centros centenares de testigos han ratificado su existencia durante la maratónica serie de juicios que se les siguen a los represores en Argentina. Al respecto vale anotar que nuestro país es el único en el mundo que ha llevado al banquillo de los acusados a los represores para darles a ellos la justicia que les negaron a los que consideraban “subversivos” o “guerrilleros” o que simplemente “pensaban feo”.

Veamos la interpretación que hace Videla de lo Centros Clandestinos de Detención en pág. 72: “Los detenidos eran alojados en lugares no comunes por razones de seguridad, que debían ser muy rigurosas, y además para tenerlos a mano para apretarlos cada vez que lo necesitáramos a cambio de nada o de algo. Son mal llamados Centros Clandestinos de Detención, o los Lugares de Reunión de Detenidos, que era el término reglamentario”. Realmente uno no entiende bien si Videla es un geniecillo del mal que se cree la diferenciación lingüística que hace, o es un imbécil que piensa que por cambiarle el nombre a las cosas no se trataba de lugares de secuestro, tortura –a la que él llama “apriete”- y en muchos casos centros de muerte de los detenidos, aquellos que no tuvieron la suerte de ser puestos a la orden del Poder Ejecutivo Nacional.

Videla intenta separar lo que se hacía en sus “Lugares” de lo que ocurría en la ESMA, haciendo único responsable de lo que allí pasaba al almirante Massera por sus ambiciones políticas ulteriores, según sus dichos de pág. 73. Por eso en la ESMA se torturaba hasta “quebrar” al detenido para que apoyase los delirios de líder de Massera. “Yo tenía una idea de que algo de eso estaba pasando en la ESMA, pero era una cuestión de ellos”.

11.- En la pág. 74 y siguientes Videla se introduce a hacer “profundas” disquisiciones sobre lo que en la lengua especializada de los servicios secretos se llama con mucho eufemismo inteligencia militar. Así se devana los sesos para explicar lo que esa tarea significa y su importancia para conocer las actividades del enemigo y hasta dice que “la inteligencia actúa siempre en secreto”. Y hasta explica como trabaja una estructura celular para la guerrilla ¡descubrió la pólvora!

Se lo interroga si el trabajo de contrainteligencia fue enseñado por la llamada “doctrina francesa”. En los Lugares de Detención se aplicaban tormentos, aunque en la pág. 76 dice que “El Ejército no enseña a torturar. Pero también es cierto que había manuales del ejército francés basados en la guerra de Argelia que motivaron la instalación, dentro del Estado Mayor del Ejército de una comisión de oficiales franceses para colaborar con el departamento Doctrina del Ejército”. Continúa diciendo que los que más influyeron fueron los franceses “por haber llegado primero y por la experiencia emblemática en Argelia”, aunque reconoce que también hubieron enseñanzas de los militares estadounidenses que llegaron después de Vietnam. Luego de leer esto, y aunque produzca asco saber que se torturó de maneras que no vale la pena relatar y que todos los lectores conocen, no queda más que comprender que, en definitiva, perdieron la “guerra” debido a que fueron asesorados por quienes venían de dos derrotas estrepitosas: la derrota emblemática de los franceses en Argelia y la pateadura que los gringos recibieron una pateadura que aún les duele en Vietnam a manos de guerrilleros desarrapados conducidos por un general salido de entre las malezas del comunismo indochino, como lo fue Giap.

Cuando Videla, al igual que muchos desconocedores de la época que adhieren al apoyo de los militares huidos de Francia tras las derrotas en las colonias, insiste en la influencia que tuvieron los militares galos para transmitir enseñanzas de la lucha contra la insurgencia de las guerrillas, lo que en realidad hace es sacarles el sayo de la responsabilidad a sus mandantes estadounidenses. Es necesario recordar que en 1946 se instala la Escuela de las Américas con el propósito hipócrita de mantener la "estabilidad democrática" en los países del sur del continente y en otras partes del mundo donde tuviesen ellos intereses económicos. Allí, durante la década del '60 ya se utilizaban manuales en inglés y español que propiciaban la tortura, las ejecuciones y la extorsión como técnicas para combatir la guerrilla. Se enseñaba cómo hacer arrestos falsos, técnicas de interrogatorios inhumanos, métodos para extorsionar y como torturar, entre otras nimiedades por el estilo. Y todo eso para combatir la extensión del comunismo en Latinoamérica, inspirado en las legendarias figuras del Che Guevara y Fidel Castro.

Entre otros alumnos argentinos que pasaron por el centro, que funcionó hasta 1984 en Panamá y luego fue llevado a Georgia, estuvieron entre otros el temulento ex general Leopoldo F. Galtieri que fue uno de los supervisores del combate contra el enemigo interior y al que asistió, en 1971, Roberto Eduardo Viola. Este último fue el hombre de confianza de Videla en el Ejército a punto tal que lo dejó como heredero en la Presidencia de la Junta Militar.

Es verdad, la presencia de los refugiados y derrotados franceses entre 1955 y 1976 influyó en los espacios militares y también entre los católicos fundamentalistas. Ellos llegaron como fugitivos de la justicia de su país a consecuencia de su participación en la OAS como resultado de la independencia de Argelia luego de combatir al Frente de Liberación Nacional, y ya aquí participaron parcialmente en la construcción militar y policial del terrorismo de Estado que se puso en marcha en Argentina desde 1974 bajo la mano de López Rega.

Hasta el final del segundo capítulo, desde la pág. 75 hasta la 93, Reato no retoma las declaraciones que le hizo Videla sino que repasa como eran las operaciones de las fuerzas represoras durante los años de plomo. En su opinión fueron tan culpables unos como otros, es decir, se hace cargo de “la teoría de los demonios” que, en última instancia termina por justificar los métodos utilizados por la represión, pero sin considerar el valor de los métodos usados por los insurgentes. Si a éstos se los quebraba para sacarles información, estaba bien; en cambio si eso lo hacían sus enemigos estaba mal. En definitiva, para el autor del libro de los dos demonios mencionados sólo queda uno como tal: los subversivos, los insurgentes, los guerrilleros. Para Reato, los terroristas de Estado estuvieron mal en la metodología que usaron de secuestros, torturas y muertes, mientras que los militares estuvieron bien ya que se defendían de quienes los atacaban, secuestraban y mataban y, en definitiva, Reato cae en aquello que dijo Maquiavelo: “Y en las acciones de los hombres, y particularmente de los príncipes, donde no hay apelación posible, se atiende a los resultadso”, lo que significa que “el fin justifica los medios”.

Y en las primeras páginas del tercer capítulo, sobre las listas de los desaparecidos, continúa con idéntica tónica. Aunque seguiremos descubriendo algunas perlas sueltas en las declaraciones de Videla.

12.- En pág. 100: “No hay listas con el destino final de los desaparecidos. Podría haber listas parciales, pero desprolijas”. Me parece desopilante que un militar de carrera que ha llegado a la más alta graduación se atreva a señalar que no tienen listas de lo que hacían y hasta que de haberlo era algo desprolijo. ¡Si en el servicio militar, a los humildes y desorientados soldaditos esos milicos graduados en el Colegio Militar nos volvían locos con castigos si no hacíamos todo lo que se nos ordenaba! ¡Y si hasta la cama no estaba prolijamente tendida teníamos una sanción disciplinaria! Y ellos, generales, almirantes, brigadieres y otras yerbas que se adornaban el pecho y otras partes de su anatomía con medallas de utilería ganadas en ridículas ceremonias de escritorio no pudieron hacer prolijamente una cosa tan simple como la lista de desaparecidos. Por fortuna, el 29 de abril de 2011 la jueza federal de San Martín que investiga el robo de recién nacidos, por el cual en julio de 2012 se condenó a Videla a 50 años de prisión, ordenó el allanamiento de los domicilios de los ex generales Videla, Albano Harguindeguy y Omar Riveros, este último Comandante del Cuerpo IV de Ejército, en la Ciudad de Buenos Aires y el Gran Buenos, que dirigió centros clandestinos como El Campito y el hospital militar de Campo de Mayo donde luego del parto de detenidas-desaparecidas se les robaban los bebés. Pues bien, en dichos domicilios se encontraron carpetas tituladas "estrictamente secreto y confidencial" y también casetes de video y audio y documentos con la leyenda "Pautas de la Junta Militar al Poder Ejecutivo Nacional para ejercicio de la acción de gobierno". En lo que se refiere a este tema de las listas y el robo de bebés, Videla le ha mentido a Reato. ¡Qué otra cosa se puede esperar de un personaje de tan baja calaña!

Pero hay algo más que vale como perla negra. Obsérvese que desde el inicio de la entrevista el genocida habla de los desaparecidos y reconoce que no están vivos, cuando en 1977 había dicho una frase, llena de aspavientos, que hizo historia cuando definió a los desaparecidos como "una entelequia, porque no están, no existen”, cuando le preguntaron en una conferencia de prensa sobre los millares de secuestrados desaparecidos. Resultaría risible, si no fuese por el objeto al que se refirió como una entelequia, que el milico de “cuerpo a tierra” y “salto de rana” se haya metido con un concepto aristotélico que seguramente obtuvo de la referencia que algún capellán le hiciera sobre Tomás de Aquino.

Más continuemos con los dichos de Videla y encontraremos que al final de la misma pág. y siguiente dice que las listas “eran una ensalada… hechas en base a las denuncias de gente… desaparecida… entre ellas: terroristas desertores…; terroristas ajusticiados por [sus] organizaciones mediante un juicio secreto de guerra; terroristas ejecutados por las fuerzas del orden…; el borracho que se cayó al Río de la Plata en una noche de tormenta, etcétera”. Realmente lo que Videla presenta con su declaración es un auténtico rollo, tiene el desparpajo de mezclar a jóvenes militantes políticos portadores de ideales con un borracho. Continúa Videla, en el mismo párrafo, diciendo que a la Junta le preocupaba “el tema de las listas” y esto los llevaba “a la pregunta final: ¿Dónde están los restos de cada uno? Y no teníamos respuesta?” Frente a eso dice con cinismo que no tenían respuesta alguna, cuando tenían los registros bien documentados. A mi juicio no los querían dar a conocer como un modo perverso más para torturar a los interesados en saber el destino final de los desaparecidos que buscaban. Pero démosles el beneficio de la duda, quizá no deseaban publicar las listas para no tener que reconocer que Fulano de Tal fue arrojado a las aguas del Río de la Plata, Mengano fue quemado y así sucesivamente. Prefieren guardar silencio a tener que aceptar todas las barbaridades que cometieron en aras de defender una patria con los valores occidentales y cristianos. Mi asesinado amigo Ignacio Martín-Baró llamaba a esos valores “accidentales y cretinos”.

Seguidamente Reato dedica varias páginas a los comentarios del asesino Harguindeguy sobre el tema de las listas, que no los voy a tratar en este escrito debido a que no hacen al sentido del mismo, que es el del otro asesino: Videla.

De cualquier forma, el tema de las listas de desaparecidos parece que ya no tiene solución: el ex presidente de facto R. Bignone antes de abandonar el poder que investía ordenó una gran fogata con ellas. Esta es la versión que hacen correr los que estuvieron comprometidos con la represión ilegal, sin embargo no se pierden las esperanzas que como tantas otras veces mientan y las listas las tengan bien ocultas.

13.- En el quinto capítulo Videla, pág. 112, se explaya sobre la “Operación bolsa” que refiere a las listas de gente a secuestrar, que confeccionaron tres meses antes del golpe de Estado, que debían ser prominentes dirigentes para que no opusieran resistencia el día del asalto al gobierno.

Asimismo la pág. 115 la dedica a relatar como salvó su vida, y la Nación perdió la suya por largo tiempo, de un atentado de Montoneros, lo cual no tiene mayor relevancia ya que fue de pura suerte, aunque aprovecha para descargar sus dardos ponzoñosos contra el periodista Horacio Verbitsky. También insiste en su teoría de que los grupos subversivos esperaban el golpe de Estado como una forma de acentuar las contradicciones, aunque no preveían que la represión iba a ser tan feroz como resultó ser. Seguidamente habla de cuan fluidas eran las relaciones que mantenían los militares con los dirigentes sindicales de la época, Lorenzo Miguel y Casildo Herreras, en las cuales el primero las mantenía aceitadas con la Marina y el segundo con el Ejército.

En pág. 119 recuerda al irrecordable palíndromo (Menem) diciendo que “No había nada contra Menem; siguió detenido sólo porque tenía patillas largas… No era un hombre peligroso”. Respecto a Isabelita afirma que “La señora llevaba el apellido de Perón y, a pesar de su incapacidad, estando libre podía movilizar voluntades políticas y gremiales contra el gobierno militar. Por eso permaneció presa”, durante casi cinco años y medio. Y, ya después del golpe guarda un mal recuerdo de Alfonsín que lo hizo “un preso político por una caprichosa decisión política de [él] que quiso vengar en mi persona… la derrota infligida a la subversión terrorista, de la cual él era aliado”. ¡No me caben dudas que la Inteligencia militar no lo abasteció de datos certeros! En estas declaraciones no deja de reconocer que él fue un cruzado en la lucha contra el terrorismo marxista. Luego, en la pág. 124, arremete contra “El matrimonio Kirchner”, los que con la sanción de la nueva legislación que hace imprescriptibles los delitos de lesa humanidad anulando el arrodillamiento de Alfonsín con las “leyes de obediencia debida y punto final”. Para Videla el matrimonio Kirchner “lo que hacen es con un espíritu de absoluta revancha… Aquí no hay justicia, sino venganza. La república está desaparecida”. Debo reconocer que a mis 71 años no recuerdo haber vivido bajo un gobierno mejor que el del kirchnerismo, esto es tanto en protección de los derechos humanos como en libertades políticas y en una situación económica inmejorable para la mayoría de la población.

Resulta divertida la lectura de la interpretación que hace del acto simbólico de Néstor Kirchner cuando ordenó retirar los cuadros de él y del temulento Bignone del Colegio Militar en 2004. Dice así en pág. 126: “Me pareció una chiquilinada, propia de un hombre que, más que la justicia, buscaba la revancha mediante la cual llegó a la ridiculez de querer cambiar la historia con la remoción de un cuadro una persona entorpecida por el deseo de venganza”. Sin duda que el genocida no entiende cosa alguna de simbolismos. Pero, con seguridad, él no hubiera dejado que se colgara un cuadro de Marx en su sacrosanto Colegio.

Luego Reato retoma el tema de cómo se confeccionaban las listas de los que iban a detener y, para eso, toma por algunas páginas y hasta el final del capítulo quinto las declaraciones que hiciera un oficial de Inteligencia del Ejército, el ex mayor Ernesto “Nabo” Barreiro, el cual dice que en el Tercer Cuerpo de Ejército, donde estaba afectado para 1976, “En la Universidad, profesores y alumnos pasaban mucha información”. Cosa que, por otra parte ocurrió en las universidades de todo el país.

Sobre las denuncias de profesores y alumnos universitarios no puedo dejar de dar fe con mi experiencia. Me denunciaron un alumno y una colega, el primero lo hizo cuando lo apresaron para dar tiempo a la fuga de un compañero montonero y la segunda de pura bronca que me tenía. Y en relación al “operativo” para llevarme de mi casa recuerdo que mi compañera lo definió como un “desfile a domicilio”, ya que entraban soldados y policías de civil por la puerta y por el patio del primer piso en que vivíamos. los que lo hacían desde las viviendas vecinas y descolgándose del techo, además de haber cortado la cuadra del domicilio en ambas esquinas con tanquetas y automóviles policiales. Todo ese despliegue de fuerzas para llevarse a un presunto subversivo al que dejaron en libertad 96 horas más tarde luego de haberme sometido a interrogatorios idiotas en el que las preguntas que me hicieron eran para confirmar si yo era comunista ¡algo sabido por todos los que me conocían en San Luis! Eso sí, luego de mi libertad quedé a disposición del jefe de la subzona de defensa 333 –el teniente coronel Loaldi, por desgracia ya fallecido por causas naturales y que así se salvó del escarnio público de uno o varios juicios por su participación en delitos de lesa humanidad- que cada día que me presentaba ante él frente a su escritorio tenía que hacerlo en posición de “firme” y con los dedos mayores de cada mano pegados a la costura del pantalón. A todo esto él leía algún artículo mío en revistas científicas pasando cada pág. con un abrepapeles, seguro para no contagiarse, mientras me decía enardecido “Ud. sabe Rodriguez Kauth que yo sé que Ud. es un comunista hijo de puta”, a lo que yo debía responder “sí mi teniente coronel” y así me tuvo seis meses, hasta que por fin lo trasladaron a otro destino.

Y, luego de este recordatorio personal, a partir de ahora pido disculpas a los lectores debido a que dejaré de pasear por las páginas donde aparecen las declaraciones de Videla. Lo hago por la sencilla razón de que quiero proteger mi salud integral, me da asco seguir recorriendo las páginas del libro de Reato, así que lo tiro a la mierda.


NOTAS


(1) REATO, C. (2012): Disposición final. Editorial Sudamericana, Buenos. Aires. En mi humilde opinión el libro se debiera llamar “Las confesiones de un genocida y las apostillas de un procesista”. Acerca de la primera parte no caben dudas al leer el subtítulo (La confesión de Videla sobre los desaparecidos) y en cuanto a la segunda (las apostillas) tampoco le quedarán dudas al lector al repasar las páginas del libro. Si bien Reato no dice en parte alguna que él coincide con los propósitos del “Proceso”, sin embargo eso se desprende cuando coincide con el genocida en sus críticas al kirchnerismo y en sus arrebatos contra los datos de Madres y Abuelas de Plaza de Mayo y las de los organismos de protección de los derechos humanos, entre otras cosas.







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