Trasversales
Francisco Javier Vivas

Mariano Eguna

Revista Trasversales número 26 octubre 2012 (web)

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Por fin Mariano Rajoy ha podido asistir en calidad de presidente del Gobierno al desfile militar del día de la Fiesta Nacional, antiguo día de la Raza, luego de la Hispanidad.

Como parte de la estrategia de acoso y derribo del Gobierno socialista, Rajoy llevaba varios años utilizando la jornada del 12 de Octubre para enardecer a sus votantes y alardear de que el Partido Popular era el único partido que defendía el interés nacional frente a Zapatero, que era el causante de la crisis económica del país y, en consecuencia, un mal gobernante y un mal español.

Somos España” decían, y sus más fanáticos seguidores se dedicaban, un año tras otro, a abuchear al Presidente del Gobierno en el día, precisamente, de la Fiesta Nacional, pero lo hacían porque, desde el 15 de marzo de 2004, ese era un gobierno ilegítimo. Vencedor en las urnas dos veces, sí, pero ilegítimo, porque quien debería gobernar España para siempre, por tradición, por credo y derecho de conquista, era la derecha de siglos, hoy representada por el Partido Popular.

De tanto leer (y creer) la prensa nacionalista, en el PP han acabado imitándoles y, como los vascos, también han querido instaurar su día del partido, pero en vez de buscarse una fecha adecuada a su doméstico propósito, han ocupado, como es su costumbre, una fiesta, que, si es nacional, no debería ser sólo suya. Se apropian de todo; son ladrones de símbolos, pero luego se extrañan de que exista gente que renuncie a ellos a causa de su contaminación ideológica. Sin embargo, la fecha del 12 de octubre, por la historia que tiene detrás, está bien escogida, pues es uno de los muchos lazos simbólicos pero indestructibles que unen al Partido Popular con el franquismo.

La jornada de la Fiesta Nacional nos coge en plena bronca, que es lo nuestro; lo que une verdaderamente a los habitantes de este desdichado país es la bronca, el deseo de herirnos, de hacernos sangre (hasta para aprender a leer); somos hermanos de sangre más que de leche (de la buena, hay poca, pues la producción nacional no cubre las necesidades del consumo interno; y de la mala, sobra).

Cuando, con la colaboración de algunos ministros, se torna más agrio el debate sobre la vigencia o el declive del Estado autonómico por el desafío soberanista planteado por el Presidente de la Generalitat catalana, el Gobierno convoca a la unidad de los españoles el día de la Fiesta Nacional con un lema de manual, sugerido por algún perezoso y bien remunerado asesor, puesto a dedo, experto en latiguillos y frases manidas.

Porque sabemos que la unión hace la fuerza y que juntos llegaremos muy lejos” dice una cuña repetida estos días. Vale, originalísima idea, en la que lo de llegar lejos está claro: además de a Berlín y a Bruselas a pedir dinero (no un rescate, ¡ojo!, sino un crédito), hasta Afganistán, si es preciso; y los parados, hasta Laponia para encontrar empleo. Pero cabe preguntarse por qué saben que la unión hace la fuerza, si no cultivan la unión. O dicho de otro modo: ¿saben cómo se hace la unión?, ¿Saben cómo se fragua la unidad de un país, cómo se genera una nación o cómo se suman voluntades? Cabe dudarlo, porque su práctica habitual es la contraria.

El PP pide unidad con el Gobierno frente a la crisis, pero atravesando la misma crisis no dio ni un momento de tregua al gobierno anterior, porque le interesaba más derribarlo para gobernar cuanto antes, que unir el país ante la crisis. Ahora, cuando podría unir al país, el Gobierno de Rajoy está firmemente empeñado en dividirlo, no sólo territorialmente por su intransigencia, sino por la renta, al haber optado por defender sin condiciones a la minoría formada por los ricos, los grandes empresarios, los inversores y la banca a costa de rebajar las condiciones de vida y trabajo de los asalariados, los funcionarios, las pequeñas empresas, los autónomos, los estudiantes, las mujeres, los enfermos y las personas que dependen de las ayudas del Estado, que está endeudado hasta las cejas para salvar a los bancos de sus locuras financieras.

Para el Partido Popular y para el Gobierno, el patriotismo empieza por arriba y se queda en los estratos altos de la población; España es pequeña y no caben todos los que sus documentos de identidad dicen que han nacido en ella. La nación española la forman los privilegiados, ya que patria y fortuna hacen buenas migas, en tanto que la desprotección y la falta de oportunidades, cuando no la persecución fiscal de las rentas más bajas, generan desafección.

Muchos jóvenes de los que acampan y protestan en calles y plazas, serían más patriotas si la patria les tratara mejor; bastaría con que les ofreciera la posibilidad de estudiar, formarse y trabajar en este país, que también es su patria, una patria que no han elegido, como tampoco la han podido elegir los afiliados del Partido Popular. Les bastaría con tener oportunidades reales, no mera propaganda, de acceder a una beca para estudiar, a una vivienda (sin el riesgo de sufrir un desahucio y perder el dinero y la casa) y poder formar una familia, de tener salarios decentes y posibilidades de prosperar, no la seguridad de ir a peor. Mucho crecería el amor a España si muchos jóvenes, y desde luego adultos, tuvieran cada mes ingresos que se acercaran a la cuarta parte de los de Rajoy, Camps, Zaplana, Aguirre o Cospedal, por no hablar de los de los de Rato, Goirigolzarri y los altos responsables de Bankia, Caja de Ahorros del Mediterraneo, o de las cajas andaluzas, catalanas o gallegas quebradas y saneadas con dinero público.

Con el ajustado boato -no hay dinero, señores, predica Montoro- preciso para dar lustre al acto de huera y poco comprometida exaltación patriótica, Rajoy ha podido celebrar como Presidente su primer día de la Fiesta Nacional. Mientras hace oídos sordos a las causas de la aflicción de sus moradores, olvidando el lamento de Bernardo López en sus versos sobre el Dos de mayo -Oigo patria, tu aflicción- ha dedicado la jornada, como defiende el ministro de Educación y glosaría encantado el mismísimo García Sanchiz, a españolear. Olé.