Trasversales
Beatriz Gimeno

¿De parte de quién están?

Revista Trasversales número 27, diciembre 2012 (web)

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En Grecia se están dando todas las condiciones que hemos leído en los libros de historia sobre el ascenso del nazismo en los años 30. Una población extenuada, empobrecida, que día a día vive cada reunión parlamentaria o de gobierno sabiendo que de sus instituciones democráticas sólo pueden salir medidas dirigidas directamente contra ella. Una población que vive la situación con la sensación de estar siendo sometida a una terrible injusticia, a un robo sistemático; que ve a sus gobernantes como lo que son: tecnócratas bien pagados al servicio de sus jefes y que hacen su trabajo de manera fría, indiferentes al sufrimiento de las personas sobre las que recaen las medidas que aprueban. Unos gobernantes que exhiben un desprecio absoluto por cualquier valor ético y que no tienen pudor alguno en traicionar promesas, en votar lo contrario de lo que decían, en pactar con los supuestos enemigos porque, en realidad, no eran enemigos, sólo escenificaban falsas diferencias. La mayoría de diputados y diputadas del parlamento griego (excepto Syriza y los comunistas) todos los que permiten que salgan adelante las votaciones que permiten seguir apretando más y más no hacen otra cosa que garantizarse un buen sueldo en medio de la miseria.

Y la gente que se manifiesta en el exterior del Parlamento, que expresa su desesperación, han pasado de ser ciudadanos y ciudadanas libres a ser un pueblo gobernado por no se sabe muy bien quién; pero gobernado, en todo caso, con puño de hierro. Un pueblo al que se le niega cualquier salida democrática, al que se desprecia, al que se niega ninguna posibilidad de decidir nada sobre su destino. Cuando esto ocurre siempre llega el nazismo, contra el que Europa se decía vacunada. Mentira, como tantas otras que nos han contado y que nos hemos creído. En cuanto se han producido situaciones parecidas a las que en los años treinta empobrecieron a la clase media alemana y generaron esa sensación de humillación el fascismo ha vuelto con sus respuestas primarias a la ira y la pobreza; respuestas que traerán más sufrimiento y más destrucción. Lo reseñable es que, de nuevo, a los que gobiernan no parece importarles. Ya nos hemos dado cuenta de que aquello que nos vendieron como el modelo social europeo en realidad no valía nada, no eran sino palabras; ahora es la misma democracia y el respeto a derechos humanos básicos los que tampoco valen nada. Es evidente que a los políticos europeos que nos gobiernan les importan mucho más las manifestaciones pacíficas, pero legítimamente indignadas, que el ascenso del nazismo.

Los fascistas no son mayoría, pero son tolerados cuando no apoyados, por el poder, mientras que a los partidos y a las personas que defienden los derechos sociales, económicos, la libertad y la democracia, son apaleados por la policía, vigilados y castigados por el poder, ninguneados por los medios de comunicación. A los políticos europeos no les preocupa nada que los partidos nazis estén creciendo en apoyo popular. Es evidente a quién tienen miedo y a quién consideran más cercano; es evidente de quién piensan que tienen que protegerse. El hecho de que los políticos europeos estén más preocupados en frenar a Syriza que a Amanecer Dorado quiere decir, ni más ni menos, lo que es evidente; lo que también era evidente en los años 30: que los fascistas serán desagradables, serán radicales y estarán pasados de rosca, pero que, finalmente son de los suyos; mientras que la izquierda radical es, siempre, el archienemigo. Ninguna institución europea, tampoco la mayoría electoral griega, ningún jefe de gobierno, ningún ministro, ha condenado, y mucho menos, pretendido castigar legalmente, a los nazis europeos. Ninguna condena real para quienes apalean a inmigrantes y gays y lesbianas por las calles; nada para quienes apalean a diputados de la izquierda parlamentaria.

Son de los suyos. La connivencia entre fascistas, policías, empresas privadas y parlamentarios es en Grecia escandalosa. Así que los fascistas no son otra cosa que la mano ejecutora, violenta y quizá grosera, de las propias políticas europeas con los inmigrantes, los diferentes, los pobres. Y es evidente que el poder, el político y el económico, no tiene miedo a los fascistas, sino a la izquierda. Igual que entonces.


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