Trasversales
Lois Valsa

Panorama cultural madrileño (otoño 2012): Teatro, danza, algo de música y cine)

Revista Trasversales número 27, diciembre 2012 (web)

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En este otoño madrileño, el teatro, a pesar de los recortes, parece que ha empezado la temporada fuerte y con una cartelera llena de estrenos importantes. Sin embargo, no hay que olvidar que, por poner un ejemplo, el Teatro Real, una de las instituciones culturales más importantes de música y danza, y no precisamente de teatro, que celebra su 15º Aniversario con una exposición dedicada a “Los otros artistas del Teatro Real”, va a sufrir en 2013, según le ha anunciado el Ministerio de Cultura a su dirección, un recorte de un 50% (exactamente de 13.150.350 euros a 8.983.294). El Real, al conocer estos datos, ha elaborado unas tablas para explicar lo que iba a significar tan brutal bajada, con la lógica caída de ingresos por patrocinios y cancelaciones: el resultado era un déficit de más de doce millones de euros. En respuesta se habló de la dimisión del presidente del Patronato, Gregorio Marañón, y del director artístico, Gerard Mortier. Entonces parece que, a través de una negociación muy dura, se dejó en un recorte del 30%. Una rebaja que también aplicarán la Comunidad de Madrid y el Ayuntamiento con lo que el presupuesto quedará muy mermado. El Ministerio permitirá al Real echar mano de sus reservas económicas para poder subsistir y aguantar, mediante reducción de gastos, un déficit de tres millones de euros. El llegar al límite de recursos obligaría a replantear cuanto antes el funcionamiento de este enorme teatro de ópera.

Pero tan drástica rebaja la van a sufrir también todas las unidades dependientes del INAEM como la Zarzuela o el CNDM. Por cierto, el CNDM (Centro Nacional para la Difusión de la Música), llamado popularmente Centro Nuevo De Moral que es el nombre de su director desde el 2010, Antonio Moral quién fue director artístico del Teatro real, se ha convertido en un ejemplo de buena gestión. “Con dos millones de presupuesto se puede ofrecer lo mejor”, dice su director que en su programación trata de “hacer frecuente lo infrecuente” (Entrevista, “La Razón”, 08/10/2012). Además de señalar que “la crisis está poniendo a cada uno en su sitio. Ha habido una excesiva burbuja cultural” aclara que “hemos multiplicado por dos los conciertos, por tres el público y por siete los ingresos”. En el Auditorio, concretamente, hay tanto público como ciclos, incluidos los de jazz y flamenco: “me he puesto las pilas en ambos y he tenido que reciclarme. Y estoy entusiasmado. Hablando con gente que me orienta, asesora y ayuda. Mi papel es escuchar y sacar la conclusión más acertada y que lo refrende el público. No se puede programar de espaldas a él”. Uno de sus objetivos es dar a conocer a gente que empieza, por ejemplo a la mezzosoprano Nerea Berraondo, de 24 años, que ofreció su primer gran recital público, acompañada al clave por Eduardo López banzo, uno de los intérpretes españoles más reputados en el campo de la música antigua y barroca. Con este concierto llenaron con 2200 personas la catedral de León que, dentro del programa de “Músicas Históricas” de León, junto al Auditorio Nacional de Madrid y el Centro para la Difusión de la Música Contemporánea, son las tres tareas para las que Antonio Moral ha recibido dos millones de presupuesto. ¡En medio de la corrupción generalizada que ha arrasado a España parece que aún queda por lo menos un patente ejemplo de buena gestión alabado por la prensa y por el público! Moral remata: “No he inventado nada…y jamás he provocado un déficit…. No es verdad que no haya dinero para la música: no lo hay para las extravagancias culturales”.

Por otra parte, concretamente en lo que se refiere al teatro, muchos empresarios de espectáculos y responsables de compañías de teatro de Faeteda (Federación de las Asociaciones de Empresa de Teatro y Danza) tras conocer las cifras desastrosas que el incremento ha tenido en el mundo de la escena han señalado: “Han recaudado una cifra mucho menor de la que hubieran logrado de no haber subido el IVA; ha ocurrido lo que todos los productores de teatro y compañías les habíamos dicho que pasaría, pero la cosa es aún más grave que lo vaticinado por nosotros”. Por lo que amplios sectores del teatro, incluidos empresarios cercanos al PP, vuelven a pedir que el Gobierno reconsidere la medida: “Ya avisamos de que se encontrarían con el problema que tuvo Holanda el pasado año, donde también subieron el IVA una barbaridad y se encontraron que los ingresos descendieron entre el 30% y el 40% como aquí. Tuvieron que echar marcha atrás porque recaudaban muchísimo menos. Apelamos a la sensibilidad del Gobierno: si el IVA cultural vuelve a estar en torno al 10%, que ya supone una subida importante, se va a recaudar mucho más”, señalaba Jesús Cimarro, Presidente de la Asociación de Productores y Teatros de Madrid. ¡Los estudios previos se quedaron cortos en el cálculo de las pérdidas!

MUSICA

Un buen ejemplo de concierto de jazz y flamenco del que presumía Moral antes ha sido el que ha inaugurado, como concierto extraordinario fuera de abono en coproducción con el Festival de Jazz del Colegio Mayor San Juan Evangelista que desde hace dos años es Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes, el XXIX Festival de Jazz de Madrid en el Auditorio nacional el cuatro de noviembre. En el recinto de la sala Sinfónica a reventar de gente tuvo lugar un bien avenido duelo musical entre el pianista dominicano Michel Camilo (1954) y el insigne guitarrista flamenco Tomatito (Almería, 1958). Fusión, con gran dosis de improvisación, entre jazz y flamenco la que llevan a cabo estos dos importantes músicos (Tomatito, desde que murió su gran mentor Camarón que le hizo famoso emprendió un camino solitario) desde su alianza creativa a comienzos del 2000. En este concierto, sin embargo, Tomatito ha llevado la peor parte, unas veces, al comienzo, porque la guitarra no se oía y el público conocedor se lo señaló en medio de los grandes aplausos; y otras veces porque el potente piano del pianista y consumado e impulsivo virtuoso que es Camilo se comía a la guitarra que cuando lograba mostrarse lo hacía finamente. En este concierto, además de su clásico repertorio, incluida la música de la película de Fernando Trueba, Too Much, se expandieron con tangos de Piazolla y con obra de Eric Satie. El público aplaudió a rabiar y se lograron dos regalos finales.

Por otra parte, en el teatro Fernán Gómez como en años anteriores, se ha celebrado el XVIII Festival Gospel & Negro Spirituals de Madrid 2012, una de las citas, la de Madrid, más importantes a nivel internacional en este género musical. Los mismos grupos reconocen su aprecio por esta plaza y la importancia de esta cita musical en el circuito internacional. Como en ediciones pasadas han venido a la capital algunos de los grupos más conocidos de EE.UU.: este año han sido Talk Of Da Town, The King Gospel Choir de Chicago, The Mississippi Mass Choir y N´Harmoné Gospel Singers y Bridget Bazile y su New Orleáns Gospel Chorale, ambos grupos de la ciudad.de Nueva Orleáns. En Madrid este género musical tiene fieles seguidores que, año tras año, aunque últimamente se nota la crisis, disfrutan y se emocionan con esta música negra. El primer concierto, el de Talk Of Da Town es un buen ejemplo de lo dicho. Este quinteto vocal, La Voz de San Francisco, vestido y calzado todo de blanco menos la corbata morada, nos trasmite la esencia tradicional de esta música a través de sus estupendas y múltiples voces de variados registros. Sus miembros se alternan en la dirección del grupo y hacen participar continuamente al público creando un ambiente distendido y divertido llevando su amabilidad al extremo de traducirnos del inglés al castellano, a través de intérpretes sacados del público y premiados luego con un disco, sus continuos discursos. Paralelamente, en el vestíbulo del teatro, se ha podido ver la exposición Gospel, retratos del alma, una selección de fotografías del conocido fotógrafo de eventos musicales de Madrid y del Festival Gospel desde el inicio, Paco Manzano, que recoge los mejores momentos de sus ediciones anteriores.

DANZA

El Teatro Real ha inaugurado su temporada de danza nada menos que con el Ballet de la Opera de Lyon, compañía francesa creada en 1969, que interpretó la coreografía de Jiri Kylián, “One of a kind”, obra maestra del repertorio contemporáneo. Hay que señalar que, en relación con lo señalado antes, todas las funciones del ballet van a tener el 60% de descuento en las zonas F y G de la Sala y que esta temporada de danza del Teatro Real contará con el patrocinio de la Fundación Loewe. Su próximo espectáculo de danza será en diciembre, el de Israel Galván. La compañía del Ballet de la Opera de Lyón, dirigido por Yorgos Loukos, representa obras clásicas con inspiración y repertorio de danza contemporánea. Sus bailarines, que practican diferentes estilos, están formados en técnicas muy diversas, como fiel reflejo de la danza considerada como un arte en constante cambio en todo el mundo. La pieza elegida para su presentación en el Real, “One of a kina” es una coreografía de Kylián que ha autorizado solo a esta compañía, además del NederlandsDans Theater, para representarla. En ella, encargada a Kylián en 1998 para celebrar la Constitución de los Países Bajos, su autor, esta vez en cercanía con Forsythe, reflexiona de una forma bastante hermética y tenebrista, fría y monótona, abstracta en suma, sobre la libertad. Los jóvenes y bien preparados bailarines de la compañía francesa afrontaron con brío su dificultad técnica. Quizá en su tercer acto estén sus mejores momentos de danza. La protagonista, una mujer símbolo de la libertad siempre amenazada, que no sale de un escenario que va cambiando real y simbólicamente también a lo largo de los tres actos, es un ejemplo de esfuerzo y buen hacer. ¡Que el Real siga programando tan buena danza!

En el Real también se ha podido ver el último proyecto, Lo Real, del gran Israel Galván, una producción encargada (concretamente por su director Gerard Mortier de quién el creador dice que “vive en el arte” y que “lo que le importa es el arte”) y dirigida por el Teatro Real. Mortier en un encuentro con el bailarín le había dicho que hiciese lo que quisiese y Galván eligió el Holocausto de los gitanos por los nazis tema aparentemente del pasado pero que era de actualidad en el momento en que Sarkozy había comenzado a deportar a Rumanía gitanos instalados en campamentos en Francia. Para este espectáculo de gran producción, que se presenta como estreno mundial, se ha necesitado la colaboración de muchas instituciones internacionales. La dirección de escena ha corrido a cargo de Txiqui Berraondo. Galván ha contado, como en otras ocasiones, con el artista Pedro G. Romero para la dirección artística y para la documentación musical. Este colaborador de Galván desde hace años viene a ser como su “alter ego” intelectual y es el que trata de darle sobre todo a nivel estético buen fundamento a sus propuestas de danza, aunque aquí el lector voraz que es Galván también se ha aliado con el historiador francés Georges Didi-Huberman y con Paz Moreno Feliu “quién me ayudó a entender el espacio del campo de concentración y encontrar los gestos que allí buscaban su sitio”. Y, con la ayuda de Pedro G. Romero, también ha acudido al Diccionario del nazismo de Rosa Sala (autora del libro El misterioso caso alemán: “se ha presentado el nazismo como fruto del irracionalismo, pero es también producto de la clasificación científica de la ilustración”). Galván también se interesó por la directora de cine de cabecera de Hitler y sus contradicciones: “su fascinación por los gitanos y el no poder aceptarlos”. En suma: Galván se ha documentado hasta con Nietzsche en su reivindicación de Carmen y de la zarzuela Gran Vía de Chueca frente a Wagner. En este espectáculo le acompañan dos bailarinas de su generación, según él las mejores, como Belén Maya (hija de su maestro a perpetuidad Mario Maya) e Isabel Bayón. Serían su doble y su contraria. Y un gran elenco de músicos gitanos que están entrando y saliendo del escenario sin parar. Según Romero había una necesidad de meter a los marginados en el escenario del Real. Para Galván son la verdad de los gitanos, lo real, “porque bailan tal como son y porque no actúan”. Así se ha presentado un montaje con muchas capas de lectura y desde luego la coreografía más intensa de las que Galván ha desarrollado hasta el momento. En su escenografía no faltan los objetos caros e indispensables al creador como en este caso un piano desvencijado y un theremín gigante, un instrumento electrónico creado a principios del siglo XX que genera un sonido (y cambia de tono) en el momento en el que se mueve el cuerpo humano alrededor de su antena. “La idea era que todo su cuerpo fuera leído como música”. Se convierte así en un referente cultural al que el bailaor recurre para contar su historia que genera varias capas de interpretación a su propuesta. Los espectáculos que he visto de Galván siempre me han fascinado, sobre todo por su intimidad y su tensión sicológica, pero de entrada tengo que decir que éste, tan “real” no tanto como otros más surrealistas o pasionales (La metamorfosis de Kafka, los toros, o el Apocalipsis) quizá porque ha dado un salto demasiado gigante de temática y de escenario. De la reducción a pasado a la desmesura del montaje escénico. Me gusta el enorme escenario desnudo del teatro pero el problema es que nos aleja del espectáculo y eso hace, a mi manera de ver, que le quite la emoción que he sentido en otros espacios no tan grandes. Nos aleja de la coreografía ya que incluso en algún momento el bailaor se va al fondo para bailar y las cámaras del palco no lo recogen centradas exclusivamente en la película. Pero no creo que sea un problema solo del enorme espacio sino de la misma coreografía que, tal como está diseñada con tantos elementos temáticos y escénicos, genera una gran dispersión tanto de los bailaores como de los músicos; además, claro está, del problema añadido de su larga duración que en algunos momentos provoca pesadez y aburrimiento solo salvado por ciertos momentos de altura de danza y de música. A pesar de todo el fundamento teórico del que he hablado antes, la temática tan real y terrible de los gitanos y su Holocausto no me llega nítida y con toda la fuerza que debería tener como alegría de vivir nietzscheana ante la tragedia de la vida: su tragedia se diluye y se queda naufragando en la superficie y la linealidad de la anécdotas festivas de ciertos momentos. La coreografía se dispersa en capas poco trasparentes, cuyos significados quedan poco claros o sin mostrarse, en momentos que no llegan a cuajar en un espectáculo redondo y sentido. Le sobra tiempo y efectos disonantes y ralentizantes que cansan al respetable a pesar del cante de la gitana vieja que vende su mercancía como antídoto frente al decaimiento. Por todo ello supongo que la emoción no me ha llegado y me ha sabido a poco quizá porque como Israel Galván esperaba mucho más. Galván al menos no se ha estrellado ante las dificultades y el calado de sus pretensiones pero con este trabajo a medio pulir solo ha dado un corto paso en su magnífica trayectoria. Nos quedan su salvaje entrega de baile, su forma de bailar que rompe reglas y formatos en clara polémica con los puristas del flamenco, y que, a mi manera de ver, conecta con lo más primitivo de la danza. ¡Qué fuerza tiene este bailaor tan fuera de molde y tan trasgresor! Y está bien acompañado en el baile por su “otra” (Isabel Bayón) que se multiplica en sus papeles como gran transformista; y por su “doble”, su álter ego, Belén Maya que como alma de todas las gitanas resume el largo camino nómada de su pueblo.

Siguiendo con la danza, a la sala roja de los teatros del Canal volvió el mejor Víctor Ullate, Nexos y Jaleos, con su ballet de la Comunidad de Madrid. Volvió con un programa muy bejartiano a excepción de la primera pieza, “Nexos”, de Arantxa Sagardoy y Alfredo Bravo/Stravinski, que, a pesar de ser muy pretenciosa sobre todo en vestimentas que impiden el movimiento de los bailarines, no logra remontar “La consagración de la primavera” del gran músico (además, por desgracia, en la memoria están los antecedentes ilustres de las “consagraciones” de Pina Bausch o Nijinski.). Los bailarines dan vueltas y vueltas sin mucho sentido con sus atavíos y no logran alcanzar potencia hasta que se liberan de ellos. En la segunda pieza, “Y”, de Eduardo Lao (con música de Gustav Mahler), un paso a dos masculino, bien bailado por Yester Mulens y Cristián Oliveri, dónde luce la técnica en un bello escenario como fondo. Y lucieron todos, finalmente, en la mítica pieza, “Jaleos” de Víctor Ullate, con música de Luis Delgado. Los bailarines se vieron desenvueltos y mostraron el grupo técnicamente fuerte que son y en su mayoría brillante. Por otra parte, en el teatro Español, se ha vuelto a llevar a las tablas Utopía, una creación de María Pagés en la que no he apreciado cambios con respecto a su anterior representación en Madrid que ya homenajeaba el encuentro de esta enorme bailarina con el gran arquitecto Niemeyer (el centro Niemeyer de Avilés era coproductor). En su baile se juntan el flamenco y la samba, la poesía y el arte.

En plan más humilde, en “territorio danza”, solo pudimos ver su final en la sala Cuarta Pared con SUITE1. La primera parte, Línea horizontal, con coreografía, luces y vestuario de Daniel Abreu y música Juan Sebastián Bach y Fennezs. La segunda parte, “Radio Station”, con coreografía y luces de Gustavo Ramírez y variadas músicas. Tengo que reconocer que el trabajo de Abreu me sorprendió por su madurez: vamos viendo cómo crece escénica y teatralmente. Logró sacarle un enorme partido a sus bailarinas que aparecen con el pecho descubierto y a la tensión triangular con el tercero expresándose a partir de solos o dúos y a veces tríos. La segunda parte no me gustó tanto sobre todo porque pretende más de lo que logra y a pesar de la fuerza que parece que quiere imprimirle su coreógrafo su resolución queda corta.

TEATRO

En lo que se refiere al teatro, como decíamos al comienzo de este texto, ha empezado la temporada con mucha fuerza aunque quizá después las expectativas no se hayan cumplido al menos para mí. Para empezar en la crítica ya hubo división de opiniones en relación a la esperada obra de Edward Albee, ¿Quién teme a Virginia Wolf?, la obra que en los sesenta había escandalizado a la sociedad norteamericana. ¿Quién no conoce la película de Mike Nichols fielmente inspirada en la obra? Esta versión, en el teatro de La Latina, es del director argentino Daniel Veronese a quién valoramos su capacidad para fagocitar y sintetizarnos a los clásicos del teatro (como Ibsen o Chéjov) en hora y cuarto pero mostrándonos su esencia con gran intensidad. Sin embargo, en esta ocasión, a mi manera de ver, no lo ha conseguido y a esta obra suya le falta fuerza y garra. No percibo la evolución de la obra a través de las interpretaciones de Carmen Machi y Pere Arquillué ni de sus secundarios, Iván Benet y Mireia Aixalá. Les falta intensidad dramática. ¡No logré meterme en su borrachera!

En el teatro Marquina no logré tampoco entender gran parte del galimatías que se despliega y superpone en un interesante experimento teatral como es Babel, la versión castellana de Speaking in tongues (1966) de Andrew Bovell. El texto, que intenta según su director Pedro Costa ser fiel a Lantana, una película dirigida por Ray Lawrence, no consigue aclararnos casi nada a los espectadores (¡había que escuchar las expresiones del público normal de un día de diario!). Todo ello a pesar de los notables actores (Aitana Sánchez-Gijón, Pedro Casablanc, Jorge Bosch y Pilar Castro) y la puesta en escena de Tamzin Towsend. El modesto espacio de la escenografía tampoco ayudaba mucho en el intento.

Por otro lado, pude recuperar en el teatro Galileo la obra de Harold Pinter, Traición, que ya había estado en la sala pequeña del teatro Español. La traducción, versión y dirección es otra vez de María Fernández Ache. El reparto lo cubren de nuevo Will Keen, Alberto San Juan y Cecilia Solaguren. Esta obra es una comedia amarga del autor, una obra menor en su trayectoria. Su montaje me resultó estático y frío, le falta temperatura, y no logró emocionarme lo más mínimo con excepción de algún momento, excepcional por cierto, como el del actor Will Keen (en el papel de Robert) en el momento en que levanta una silla para golpear a su mujer infiel. ¡Su grandeza redime la obra de su monotonía a pesar de los saltos temporales! También en el Galileo pude ver una interesante obra, El traje, de Juan Cavestany, quién es al mismo tiempo su director. Esta pieza, en el más puro estilo pinteriano de claustrofobia y absurdo cuenta con las magníficas interpretaciones de dos grandes actores como Luis Bermejo (vigilante) y sobre todo Javier Gutiérrez (cliente) puro Animalario. Según su autor, “pretende alertar, en un tono de comedia negra, absurda y realista a la vez, sobre cómo el sistema nos obliga a elegir entre ser depredadores o supervivientes: Trata de la corrupción política y de la corrupción del alma, de la soledad y de un momento, el actual, en que quizá estemos a tiempo de cambiar todo eso”. No creo que los resultados sobre las tablas cumplan en su totalidad esta propuesta sino que más bien se queda en un ligero apunte crítico de la situación actual de crisis y corrupción. Pero al menos hay un serio intento teatral en estos diálogos entre un vigilante de seguridad y un empresario en quiebra que nos llevan desde lo cómico (el público se ríe con ganas al principio) hasta lo trágico (una muerte por el medio) de una situación sin salida. Estamos ante un texto tan abierto que hay que tratar de entenderlo desde el final para lograr hilar de algún modo esos comportamientos tan absurdos de esos dos personajes que nos recuerden muchos a los que asistimos en la vida real. ¿Ambicioso texto menor? Por último, el Galileo presenta hasta febrero una obra que ya está en “el boca-oreja”, Romeo, cuyo autor es Julio Salvatierra sobre el texto de Shakespeare y su director Álvaro Lavin (el Teatro Meridional en suma). Parece que este teatro se ha especializado en teatro de textos, actores y una gran austeridad escenográfica. Esto lo hemos ido viendo en las representaciones reseñadas antes, además del magnífico duelo anterior de Elling (entre Carmelo Gómez y Javier Gutiérrez). En esta obra, “versión montesca de la tragedia de Verona”, muy fiel al texto original, Romeo y Julieta, no aparece Julieta (uno de los actores hace de Julieta) pero se respeta al máximo la trama íntegra original y llena de humor. Estamos en unos tiempos en que en el teatro los actores se ven obligados a hacer de todo (¡crisis obliga! ¡toma gangarilla!). Y aquí nos encontramos con unos estupendos jóvenes actores (por cierto más conocidos en la televisión que en el teatro) que hacen de todo y lo hacen con gran soltura y solvencia bajo la impecable batuta de Lavín. A partir de ahora habrá que prestarles mucha atención a Alex Barahona (Romeo), a Bernabé Fernández (Benvolio, Julieta, Fray Lorenzo…) y a Javier Hernández (Mercutio, Fray Juan y algunos más).

En la sala pequeña del teatro Español se presentó una obra de Alfonso Vallejo, Gaviotas subterráneas, con dirección de Carlos Vides. Este autor merece desde luego ser llevado a la escena con más frecuencia y en este caso ha sido mérito de la anterior dirección del teatro Español. El montaje y los dos intérpretes (Fernando Romo y Chema Adeva) han pasado la prueba de calidad de esta corta pero intensa obra, compleja y ácida, a la hora introducirnos en ese mundo subterráneo de las gaviotas en el que se trafica, además de con la vida, con la muerte. En su sala grande he visto Yo soy Don Quijote de la Mancha, la obra de Cervantes con dramaturgia de José Ramón Fernández, dirigida por Luis Bermejo e interpretada por José Sacristán como Don Quijote, Fernando Soto como Sancho y Almudena ramos como la hija de Sancho (música en directo con violonchelo José Luis López). El mérito de la versión es su capacidad de sintetizar en casi dos horas toda la obra y lograr trasmitirnos su espíritu aunque en un escenario (escenografía de Javier Aoiz) que podría ser mejorado a efectos prácticos. El texto de Fernández expresa muy bien la modernidad de una obra en la que se mezclan ensayos y representación, y en la que el narrador es un personaje más. Fiel al texto original nos muestra el teatro dentro del teatro, como metateatro, y refleja de maravilla la estructura teatral del Quijote al tiempo que funde ética y estética. La dirección es austera como el paisaje manchego del fondo y deja que los actores den lo mejor de sí mismos. A Sacristán (“hacer el Quijote es un servicio público”) le va el papel como anillo al dedo y es la segunda vez que hace de Alonso Quijano en los escenarios (la primera fue el musical con Paloma San Basilio). Modula muy bien la voz igual que sus gestos y también sus silencios. Fernando Soto defiende bien el personaje de Sancho. Pero, para mí, el descubrimiento es Almudena Ramos quién me emociona como Sanchica, sobre todo al final cuando se convierte en una Quijote para desfacer entuertos y combatir las injusticias. En esta obra se pueden percibir las injusticias y corrupciones de hoy en día (el público se ríe) y su manifiesto es claro: la bondad como motor de un mundo tomando como ejemplo al visionario hidalgo Alonso Quijano el Bueno. Esta propuesta ya la deja clara el dramaturgo en el programa de mano.

El que ha empezado de maravilla la temporada ha sido el Circo Price que ya en septiembre nos trajo, por segundo año, un buen ejemplo de su colaboración con la Escuela de circo Carampa (“Crece 20,12. Creación de circo contemporáneo”). Sus espectáculos, que reúnen todos los años a jóvenes recién egresados de centros de toda Europa y de América a las órdenes de un director escénico cada año (este año ha sido Emilio Goyanes), van a más y son dignos de todos los elogios. La calidad de sus artistas va unida a su diversidad. Ellos mismos han creado también la música: de este modo los números bien complementados por la música se suceden con fluidez. Podría destacarse alguna de sus componentes pero todos tienen sus méritos. En octubre pudimos ver otro estupendo circo, el francés pero más bien nómada circo Rasposo (“Le chant du dindon”) que instaló su “chapiteau” dentro del Price. Esta es una compañía muy peculiar, tradicional en su espíritu, pero en la corriente del nuevo circo francés que ya no lleva fieras ni domadores sustituidos por la teatralidad y la danza, que viaja en sus carromatos desde hace veinticinco años. Con sus números variopintos pudimos vivir unos buenos momentos de autenticidad circense. Yo no hubiera dividido el espectáculo en dos partes: la primera queda más floja a mi manera de ver y crece mucho en la segunda parte. Un espectador muy exigente podía haberse marchado perfectamente en su primera parte. Como he dicho, en la segunda parte, la compañía aumenta su densidad y nos ofrece algo para recordar en mucho tiempo. El nivel de sus artistas en sus distintas modalidades es excelente: reflejan un mundo festivo pero melancólico que nos deja poso. Por último, como todos los años, el Circo Price nos ofrece su programa de Navidad (del 5 de diciembre al 6 de enero) con un espectáculo que, organizado por la Fundación Teodora, presenta unos números circenses muy variados de un buen nivel medio aunque no acabe de verse detrás el concepto que organiza su estructura y articulación. Los niños se lo están pasando pipa y los mayores aún disfrutan con algunos números sorprendentes.

En el teatro Cofidis Alcázar pudimos ver La verdad, vodevil del autor francés en alza Florián Zeller, dirigida Josep Maria Flotats, quién también encabeza el reparto con Kira Miró, María Adánez y Aitor Mazo. Esta impecable versión de Mauro Armiño y del propio actor es contiene una gran eficacia cómica en la que en lugar del trío amoroso se nos muestra los enredos amorosos de un cuarteto (dos parejas) cuyos personajes además de infieles son unos enormes mentirosos encabezados por el personaje de Miguel (Flotats) que es un mentiroso compulsivo al que todos mienten ¡Pero primero hay que creerse las grandes diferencias de edades de los hombres en comparación con sus parejas femeninas para entrar en este juego! Las interpretaciones de los actores son estupendas con la excepción de Kira Miró que no está a la altura. ¡Entretenimiento asegurado! En el Cofidis también pudimos ver, en Cómico, al Brujo en estado puro o sea en la distancia corta del monólogo improvisado a través de fragmentos de sus espectáculos de su última década. En el estreno le sobró algo de tiempo por algunas reiteraciones innecesarias. Pero da gusto también cuando pierde el hilo. En el teatro Fernán Gómez también es agradable de ver, en un formato más humilde y sencillo, La hostería de la posta, una obra de Carlo Goldoni, un autor que como se sabe rompió con la tradición de la Comedia del Arte basada en la improvisación sobre todo al introducir el teatro de texto. Este montaje, alabado por Flotats en una carta adjunta al programa de mano, tiene el mérito de estar dirigido, su “opera prima”, por José Gómez – promoción RESAD 2012- con “inteligencia y sensibilidad”.

En el teatro Maravillas se presentó una obra del autor Willy Russell, Shirley Valentine, adaptada por Nacho Artime y con una escenografía muy funcional para las dos partes de la obra de Andrea d´Odorico. Esta obra, que en su versión original en Londres en los ochenta fue un gran éxito de público, está teniéndolo también en Madrid dónde se está ovacionando a su actriz. Es un monólogo muy cómico, y dirigido con solvencia por Manuel Iborra, interpretado en esta ocasión (antes lo habían hecho en teatro, ya que hubo también una versión fílmica, Esperanza Roy y Amparo Moreno) por la gran Verónica Forqué. Esta actriz está que sale en su papel de ama de casa que va ganando en autoestima a medida que se aleja de su marido machista y de sus hijos desagradecidos y que se vuelve a “enamorar de la vida” en su viaje al Mar Egeo de Grecia dónde conoce a su nuevo amigo griego Costas.

En las Naves del Matadero pudimos ver una obra que se compone de cinco monólogos sobre la inmigración y el exilio, Un trozo invisible de este mundo, cuyo autor es, por vez primera, Juan Diego Botto, quién, además, en compañía de Astrid Jones con una excelente voz musical en una de las partes, lleva el peso monologado de sus otras cuatro partes. Sergio Peris-Mencheta es el director de la obra, y hace bien su trabajo con los actores, y en parte, con Carlos Aparicio, también escenógrafo (un sótano de un aeropuerto con una cinta continua que suelta bultos). Hay que reconocer que, a pesar de la “flojera” de sus dos primeras partes, la obra gana peso a partir del tercero monólogo con la historia de esta mujer negra emigrante (Astrid Jones tiene una maravillosa voz), y logra alcanzar una temperatura notable en el cuarto con El turquito (el relato de un detenido durante la dictadura que perdurará en la memoria). Los textos están muy bien escritos y muy bien interpretados y muy bien utilizado el espacio escénico. Y sobre todo hay que destacar que destilan autenticidad y logran conmover a un público que aunque se mantuvo menos apasionado en los dos primeros monólogos luego tuvo una respuesta muy activa. Cinco piezas muy estructuradas como clarificador teatro político, el autor es exiliado y emigrante, en tiempo de falsedades e imposturas. Teatro de ideas y compromiso frente a la oscuridad de este mundo en que el poder se disfraza de legalidad. En las Naves del Matadero, en su otra sala, pudimos ver una obra escrita y dirigida por Daniel Veronese, Los hijos se han dormido, como una versión de La Gaviota, el clásico de A. Chéjov. Una vez más este director reinventa a un clásico y una vez más mantiene, sin aditamentos ni retóricas, el esqueleto de la obra y el carácter de sus protagonistas a los que cambia réplicas y reinventa secuencias, dónde lo considera oportuno, acordes con la actualidad muy diferente de la de 1896 (el tirón de cabellos por ejemplo que recibe Nina de Arkadina, que hace salir luego a su amante y vuelve para abofetear a Nina). El ritmo de este director es muy veloz y a veces nos perdemos: tenemos un problema entre la narratividad y la expresión teatral. Los actores llevan en todo momento el peso y no siempre logran traducir el “drama interior” chejoviano en medio de una escenografía que a veces les impide su movimiento. Actúan a todo trapo en una escena siempre iluminada y sin cambios de vestuario. Veronese los moldea sin descanso exprimiendo todas sus posibilidades, sobre todo a los secundarios. Brillan Ginés García Millán (Trigorin) y Susi Sánchez (Arkadina) y la sombría pasión de Alfonso Lara (administrador de Sorin). Pero, con limitaciones, hay que alabar el conjunto. Buen teatro también dentro de sus limitaciones de teatro pobre y despojado! ¡Y un “chéjov” muy diferente a lo usual que se suele representar!

En los teatros del Canal encandiló al público, y a mí también por supuesto, la estupenda propuesta de RON LALÄ, Siglo de oro, siglo de ahora, una puesta en escena en forma de “folía” (fiesta teatral compuesta por piezas cómicas breves del Siglo de Oro), dónde se funden humor, música y teatro en una revisión contemporánea del género breve de los clásicos. Humor en verso y música en directo, pues, para viajar al siglo XVII con unos “cómicos de la legua” del siglo XXI. En esta ocasión Yayo Cáceres dirige a unos estupendos actores. La versificación es de Alvaro Tato, la dirección musical de Miguel Magdalena y la iluminación de Miguel A. Camacho. El vestuario está bien diseñado. El texto completo de la obra está editado por el Instituto de Teatro de Madrid, Ediciones Clásicas, 2012. ¡Merecen volver, aunque su casa madre sea el teatro Alfil, a este teatro que le sienta muy bien a esta obra!

En el recortado festival de Teatro de las Autonomías de este año (el XVII) pudimos ver una magnífica puesta en escena de Ricardo Iniesta, Premio Nacional de Teatro 2008 y fundador de la compañía Atalaya de Sevilla que cumple 30 años, Ricardo III, un montaje que, desde su estreno en mayo de 2010 en el teatro Lope de Vega de Sevilla, no ha parado de acumular premios. El segundo que más premios les ha proporcionado después de Medea, la extranjera de 2004. Esta obra de ahora es el texto más extenso de Shakespeare después de Hamlet por lo que ha dejado sus 30.000 palabras en 10.000. Requirió cuatro meses para su adaptación y 130 días de ensayo. Iniesta se ha centrado en la relación entre el rey tiránico y las mujeres que intervinieron en los conflictos dinásticos de la Guerra de las Dos Rosas (de sus cinco horas ha quedado reducido a hora y media). El director reconoce este montaje como el suyo más completo en el que se encuentran juntas todas sus referencias de Heiner Müller, los clásicos griegos, Valle-Inclán y Lorca, que han sido sus pulmones con el corazón ahora incluido del bardo. Creo que es un montaje con muchos méritos incluido el de que en todo momento logramos oír nítidamente a los actores en este espacio tan difícil. Una gran imaginación escénica compensa la escasez de medios de que disponen y a los que saben sacarle gran partido. De la segunda obra de este festival, una obra del joven autor británico ya consolidado Mike Bartlett (1980), La decisión de John (Cock), no voy a hablar ahora ya que no la he visto porque lo hice el año pasado cuando se representó por el mismo grupo (Teatro del Noctámbulo) y bajo la misma dirección (Denis Rafter aunque en el programa de mano aparece una dirección colectiva y Rafter como escenógrafo) en la sala Triángulo. La tercera obra, Manual de bricolaje, es una obra del multipremiado autor Miguel Romero Esteo (1930) y está representada por el Teatro del Gato de Andalucía. Es una obra bastante desconcertante dónde el lenguaje a la vez popular y culto y el ritmo musical y poético del texto tienen un papel muy importante. Cuatro actores dentro de una imponente escenografía de cartón piedra, una especie de caverna, tratan de dar vida a unos personajes muy disparatados e increíbles de una familia en descomposición por la marcha del padre. La perspectiva para enfrentarse a tal ceremonia de confusión parece ser la sicoanalítica para entender cuestiones que vienen desde la noche de los tiempos (complejo de Edipo, incesto….). Una nueva forma de hacer comedia la de este autor, “raro” aunque no maldito, muy poco representado en España por la dificultad, dicen, de sus obras que sin embargo han sido muy estudiadas y reconocidas internacionalmente. Por esos mismos días, en la azotea del Círculo de Bellas Artes, pudimos ver a la compañía QUO VADIS, una compañía de teatro finlandesa dirigida por Otso Kautto, quién es también coautor, que en Madrid, aunque mantiene a sus músicos filandeses, ha contratado a actores españoles como Niko Verona durante su estancia. Esta vez, dentro de su yurta mogola itinerante que es la que utilizan para vivir los nómadas de Asia Central pero ya modernizada, representó una obra, Burning Burning, que combina drama, música, danza e imagen en un espectáculo cuyo hilo conductor es el fuego. Ese espacio mágico se convierte, además de en un intenso calor humano y emocional, en un ritual chamánico dónde se presentan historias que tienen el fuego como elemento protagonista. El resultado, claro está, es irregular, pero nos muestra algunas escenas especialmente poéticas.

El Festival de Otoño nos ha llegado con nuevo formato, este año fragmentado por los recortes por lo que se va a dispersar entre noviembre y junio. Ha tenido un magnífico comienzo con la compañía suiza de prestigio internacional bajo la dirección e interpretación de Zimmermann (coreografía) & De Perrot (composición) que nos ha traído la obra Hans was heiri, una obra de humor absurdo y sin palabras que desafía y rompe las convenciones estéticas y escénicas. Trabajan con bailarines, con objetos y con música, creando pequeñas piezas muy divertidas que conmocionan al público por su gran originalidad. Así podemos asistir a algo profundo y original, algo inusual en unos tiempos en que todo repite más que el ajo. Con esta obra, su cuarta producción hasta la fecha, tratan de cazar instantes muy poéticos de la vida cotidiana sobre todo de los momentos en que no nos sentimos observados. Descubren personajes, espacios, sonidos…, buscando lo posible en lo imposible. Sus intérpretes están muy preparados, no solo físicamente, para la danza y el arte circense: se lo pasan, y nos lo hacen pasar, en grande ¡Una de las citas más importantes de esta temporada! ¡Una pena que solo estuvieran cuatro días!

El Festival de Otoño de la Comunidad de Madrid en su antiguo formato no ha sido posible pero en su lugar sí hemos tenido la posibilidad de asistir una vez más al ciclo del Centro Dramático Nacional, Una mirada al mundo, que nos ha compensado porque nos ha traído (del 24 de octubre al 17 de noviembre) unas obras con buen nivel teatral. Este ciclo, al que a pesar de su brillantez, no es fácil encontrar el sentido que lo preside, nos ha presentado este otoño unas obras muy variadas. La primera, Forests, textos basados en William Shakespeare con dirección y dramaturgia de Calixto Bieito, un director arbitrario que abarca desde el descalabro hasta la perfección. Ahora ha creado un mundo poético a partir de fragmentos shakespearianos con actores ingleses y catalanes que hablan en inglés y en catalán con subtítulos en castellano. El ensamblaje de los textos es discutible pero el trabajo de los actores es magnífico. Destaca la compositora e intérprete Maika Makovski. La escenografía, a veces realista, a veces espectral, de Rebecca Ringst es el espacio por el que se mueven los personajes entre los árboles de los bosques del bardo (“Arden” en “Como gustéis” o “Birnan” en “Macbeth”). En el centro del escenario un simbólico árbol como raíz de la vida de la que se alimentan las pasiones en medio de la niebla. Bosque de palabras que nos fascina y nos desconcierta y en el que a veces gozamos y otras nos aburrimos. A pesar de la estupenda iluminación de Tim Mitchell. La segunda obra del ciclo, en la sala pequeña, fue la obra, Villa + Discurso, de un joven dramaturgo chileno, Guillermo Calderón, que dirige a tres jóvenes actrices que hacen un buen trabajo a la hora de debatir las diferentes alternativas para remodelar el antiguo centro de tortura y exterminio de Pinochet Villa Grimaldi y en su representación del discurso de la presidenta Bachelet en un ficticio discurso de despedida al dejar el poder. Las dos obras son una y encierran el magnífico discurso teatral de un autor al que a partir de ahora habrá que seguirle la pista.

En una segunda parte del ciclo se presentó un clásico de Antón Chéjov, Las tres hermanas, dirigida por el director inglés Declan Donnellan, que, en esta ocasión, nos ha representado una obra muy diferente a lo que nos tiene acostumbrados con su compañía Cheeck by Jowl. Este director ha dirigido en Madrid, alguno recientemente, montajes memorables muy conocidos del público español dónde se le respeta y admira. Ahora nos ha traído un Chéjov representado en su idioma original por una compañía estable de intérpretes rusos con la que lleva trabajando desde hace al menos diez años y con la que ya había representado otros clásicos. Este espectáculo ya lo había estrenado hace siete años en parís en el teatro Les Gemeaux y desde entonces ha estado girando con éxito. Pese a trabajar con otra compañía y en un lenguaje que no es el suyo Donnellan confiesa que no haber variado mucho su método de trabajo. Confía en la plena universalidad del lenguaje teatral y cada noche cambia pequeños detalles reequilibrando el conjunto (“no tanto improvisación como ímpetu”). Creemos que no tiene tanta firmeza frente al universo chejoviano como tiene frente al universo shakespeariano (son dos universos distintos: uno excesivo y el otro ponderado y melancólico; uno de fuerzas oscuras enfrentadas al destino y el otro la vida cotidiana precaria e infeliz (“A Moscú” dicen las hermanas en esta obra y nunca irán) del amor imposible y posibilidad de futuro (“Dentro de doscientos años la humanidad será feliz” dice Vershinin, pero no da el paso para serlo junto a Masha); el exceso frente al límite en pocas palabras). Una vez más el director me ha sorprendido en el manejo compositivo de las escenas y en como despliega a los actores siempre ocupando eficazmente el escenario. Una vez más oficio y conocimiento se dan la mano y logran sentido coreográfico pero el montaje no alcanza emoción quizá porque no llega al alma de los personajes. No nos emociona, a no ser en algunas escenas, a pesar de su logrado ejercicio de estilo. A ello contribuye también la escenografía plana de su compañero escenógrafo Nick Ormerod.

En una tercera parte de este ciclo, en la sala pequeña, pudimos ver una obra, En el túnel un pájaro, de la autora Paloma Pedrero que se había estrenado hace ya unos años. Está dirigida por el director cubano Pancho García quién es también actor principal de la Compañía de Teatro Hubert de Blanck, que, con el Consejo de las Artes Escénicas de Cuba, es productora de esta obra que ha obtenido numerosos premios en Cuba. Su tema principal el derecho a vivir y sobre todo a morir dignamente. Paloma Pedrero aborda aquí el tema de la eutanasia desde una perspectiva espiritual cuya materialización, al menos a mí, me deja confundido. Hay que destacar el buen nivel actoral del conjunto en el que destaca la experiencia de Pancho garcía. La última obra del ciclo ha sido Bob, una obra de la conocida directora estadounidense Anne Bogart, con su compañía SITI de teatro que fundó con Tadashi Suzuki. Esta obra, primera parte de una trilogía, está interpretada por Will Bond (actor que había trabajado con el director a principios de los noventa) y no es una biografía de Bob Wilson (Waco, Texas, 1941) sino una recreación de su vanguardista y experimental modo de hacer. En ella el actor se convierte en una especie de medium de Wilson expresando una selección de opiniones del texano que se conocen a través de sus entrevistas que ha convertido en un guión monologado Jocelyn Clarke. Para Wilson lo importante es la puesta en escena en producciones minimalistas y estáticas que incluyen la escenografía, la iluminación del espacio escénico, la coreografía y, claro está, el esforzado trabajo de los actores y de los cantantes sometidos al gran divo y chamán. La directora se mueve entre la admiración a Bob, pero expresa también, alejamiento de él, su falta de calidad por su alta productividad. En esta ocasión su médium, Bond, hace un excelente trabajo de transmisión de su discurso artístico que sintetiza bien gracias a la luz expresionista de Mimi Jordan Sherin que a veces parece la del mismo Wilson.

En el teatro de La Abadía, además de El principito, obra a la que no pude asistir y que espero que retorne después de su gira, se ha presentado El diccionario, una obra de Manuel Calzada Pérez, una magnífica primera obra de este autor, cuya tenacidad además de haber arrastrado a la dirección a José Carlos Plaza y al equipo de la obra es comparable, en su lucha por llegar a los escenarios, a la de su protagonista, Maria Moliner (1900-1981), por acabar su Diccionario de Uso. Una verdadera reparación la de este autor a la escasamente reconocida obra de de esta olvidada personalidad, casi desconocida por desgracia, de la cultura española, quién con gran tesón y en solitario llevó a cabo esta enorme tarea después de ser depurada tras la Guerra Civil por el régimen de Franco. En el programa de mano confiesa Calzada las tres sorpresas de su investigación que a su vez nos trasmite al espectador: la demencia que la afectó en los últimos años de su vida que, como terrible canallada del destino, la hizo perder todas las palabras; su intelectualidad valiente y honesta como pocas en este país que ya había diseñado el Plan de Bibliotecas del Estado del Gobierno de Valencia para abrir la cultura al pueblo humilde a la que ella misma pertenecía y a la justicia y a la libertad; y, por último, la tercera sorpresa, el que el diccionario es ella misma en su forma de escapar de la censura y en su propuesta de herramienta para entendernos todos los españoles y sobre todo en cómo seguir su ejemplo de libertad (¡emocionante su definición de libertad al final de la obra aclamada por el público!). Calzada también nos transmite la emoción que él mismo ha sentido ante tamaña obra y tan intensa vida de trabajo en solitario de una mujer callada y apartada de la vida pública. Si algo tengo que destacar especialmente de este espectáculo es la emoción que me ha embargado por momentos. Esta obra destila emoción por todos sus poros y esto es algo que no se vive todos los días en el teatro. Para este importante proyecto ha contado, además de con la eficaz dirección de Plaza, con un equipo de actores entregados eficazmente a sus papeles respectivos (Vicky Peña, Helio Pedregal, Lander Iglesias y la voz del juez de José Pedro Carrión). Entre ellos hay que destacar el trabajo actoral de Vicky Peña en el papel de María Moliner a la que caracteriza a la perfección (¡tanto que nos cuesta reconocer a Vicky!) y de la que domina todos los registros de su vida. La única duda en este montaje es la de sí es el único posible en aras de lograr la máxima transparencia de la dramaturgia por la dificultad de los saltos en el tiempo del texto y la densidad de la información que contiene la adaptación; y por la diversidad de espacios apiñados en uno que hace de consulta y de casa-estudio de la autora al tiempo que recoge objetos de recuerdo de la familia y un atril que entra y sale de escena, todo ello encerrado en dos paredes iluminadas por las palabras del diccionario y con un espejo oscuro al frente.

Otra obra importantísima de la cartelera madrileña ha sido El veneno del teatro, una antigua obra de Rodolf Sirera que, curiosamente, es más conocido por la serie de tv Amar en tiempos revueltos que por este impresionante texto casi olvidado desde que hace casi tres décadas lo estrenaron Rodero y Galiana. Pero que, por suerte para los amantes del teatro, ha vuelto a Madrid con todos los honores a Los teatros del Canal. Ha vuelto nada menos que, en una versión de José María Rodríguez Méndez, con la dirección de Mario gas y con la interpretación de Miguel Ángel Solá y de Daniel Freire. ¡Todo un acontecimiento teatral! Sin olvidar la escenografía de Paco Azorín, el vestuario de Antonio Belart, la iluminación de Juan Gómez Cornejo y la música de Orestes Gas. Y gracias a la producción de Concha Busto y Sandra Avella Pereira. ¿Quién puede pedir más? Y las expectativas se han cumplido con creces cosa que no siempre pasa en teatro. En primer lugar, por la atmósfera siniestra que logra Gas con la gran interpretación de estos dos grandes actores cara a cara y con la ayuda de la escenografía, de la iluminación, de la música y del vestuario. Gas ha traído a la actualidad una acción situada en 1784 y a sus actores, un actor pagado de sí mismo y al tiempo servil y a un marqués sádico (¿Sade?) que le cita para que represente solo para él una obra experimental que acaba de escribir. Así se inicia un gran debate sobre el oficio del Actor: ¿debe entregarse o debe mantener la distancia? Y un diálogo dramático sobre el poder y el arte, pero también sobre ficción y realidad, sobre sinceridad y artificio y sobre la manipulación, a veces consentida, del artista. Esto que podía resultar demasiado metafísico y refinado lo resuelve Sirera con un argumento de “thriller” para hacerlo asequible al gran público. Un momento de una gran fuerza plástica lo crea la caída de un enorme foco en medio del escenario, de significado oculto que crea extrañeza al espectador. Pero el centro de gravitación del montaje está en el trabajo actoral de estos dos grandes actores. Solá, un maestro de interpretación en todos los terrenos, regresa a las tablas para dar vida a este perverso personaje con una interpretación contenida que pienso que llegará a ser implacable, y por lo tanto impecable, en las funciones posteriores al día del estreno. Daniel Freire, un argentino que ya se ha convertido en una referencia en España por sus trabajos en tv, cine y teatro, le hace frente como actor real (y como Actor simbólico) al todopoderoso aislado en su casa. Al principio su personaje no logra distinguir al señor haciendo de mayordomo con lo que se entra ya en el terreno de la interpretación y el juego de realidad y ficción. Llega a la casa muy altanero por ser un actor famoso pero poco a poco, y por las trampas del dueño de la casa con sus vinos, va mostrando su desvalimiento hasta el derrumbe final (angustiosa representación de la muerte de Sócrates).

Al teatro Alfil ha vuelto el polémico y provocador bufón italiano Leo Bassi con una antología de lo que el considera lo mejor de sus espectáculos, The Best of, que recoge momentos de otros trabajos suyos anteriores. A pesar de sus sesenta años y sus kilos este bufón conserva intacta su jovialidad y su fuerza que le permite bailar como un jovenzuelo en una discoteca. “He cumplido ya 60 años y ha llegado el momento de hacer las cosas que más me apetecen, sin entrar en las leyes del mercado”, proclama. Su espectáculo va de la primera provocación de niño en la plaza del Duomo de Milán como pequeño terrorista en ciernes matando palomas hasta su dulce santidad con su cuerpo cubierto de miel. ¡De la trangresión a la dulzura! Me encanta esa historia de la plaza de Milán que no conocía a diferencia del resto de historias que me eran ya conocidas de otros espectáculos. Tengo que reconocer que a mí Leo, el niño que esconde, me transmite siempre una gran ternura. Su ordinariez gamberra esconde una gran educación y su provocativa agresividad una amabilidad extraordinaria. Sigue manteniendo muy alto su corrosivo nivel crítico pero se encuentra con un problema gordo: ¿cómo transgredir y provocar en un mundo en el que todos van de “trasgresores” y en el que todos son hoy maleducados y provocadores? Entonces Leo Bassi tiene que volverse un santo en la escena final para hacer lo contrario de esta corriente que domina este mundo de hoy que hace que hasta los “pijos” del golf vengan a sus espectáculos y ocupen hasta el bar Palentino. Leo añora otros tiempos en que tenía sentido provocar: ahora hasta el director del teatro le recomienda no manchar al público, el IVA ha subido mucho y puede perjudicar el aforo, por lo que él mismo lo protege con unos plásticos que ha traído en una bolsa del Día. El viernes que yo estuve el Alfil estaba a tope. Al final del espectáculo no se privó de salir una vez más a la calle en calzoncillos y cubierto de miel y plumas, y con el público alrededor, y lanzar su grito salvaje para provocar a los vecinos que según confesó otra noche le habían tirado huevos de verdad y no los de mentira que nos tira él a los espectadores.

Uno de los fenómenos más curiosos de la capital, en lo que al teatro se refiere, es la aparición de espacios nuevos como pisos, bajos o locales que no son teatros propiamente dichos en los que se llevan a cabo representaciones teatrales muy en la línea de lo que se lleva haciendo hace bastante tiempo en Buenos Aires. Hemos tenido ejemplo de esto en autores como Claudio Tolcachir y su grupo de teatro que nacieron en un piso de Buenos Aires y que luego han pasado por teatros de Madrid. Así grupos de teatro de escaso presupuesto y con escasas posibilidades de acceder a una sala de teatro tienen la oportunidad de mostrar sus creaciones. De este modo, un lugar como el hall y el mismo patio de manzana de la Sociedad Cervantina (calle Atocha, 87) se ha convertido en un espacio teatral dónde se está representando a Lorca (Lorca al vacío) y parece que funciona el boca-oreja pues tiene ya bastante audiencia. Esta obra con dramaturgia de María Velasco y dirección de Sonia Sebastián cuenta con siete entregados intérpretes que recrean y ponen al día el “teatro imposible” de Federico García Lorca, de sus obras inconclusas y sobre todo de El Público. Un montaje, pues, muy sugerente, que nos vuelve a descubrir la magia del teatro como auténtica creación con escasos medios.

Finalmente hay algunas cosas que hay que destacar en este otoño madrileño. En primer lugar, el merecidísimo Premio Nacional de Teatro a la gran actriz Blanca Portillo ya en la cumbre de una carrera de tres décadas. Una actriz de bella voz y de dicción clara y profunda que sabe decir el verso como pocas. En este momento está teniendo un éxito enorme con su papel de Segismundo en La vida es sueño que aún no he podido ver. En segundo lugar, el que la dramaturga, actriz y directora de escena Angélica Liddell (1960) haya sido galardonada con el Premio Nacional de Literatura Dramática 2012 por su obra La casa de la fuerza. Un premio del Ministerio de Educación, Cultura y Deporte a una obra contracorriente que huye precisamente de lo convencional. Por ultimo, en tercer lugar, hay que destacar el reconocimiento al texto teatral de Juan Mayorga (1965), El último de la fila, en la que está basada, una adaptación libre, la película de François Ozon, En la casa, Concha de Oro en el pasado festival de cine de San Sebastián y premio del jurado al mejor guión. ¡Una de las pocas veces que una película logró poner de acuerdo al jurado, a la crítica y al público! Ozon había visto en París el montaje de Jorge Lavelli quién ya había dirigido otras obras de Juan Mayorga. Sus textos se nutren, además de su experiencia de profesor como en esta película, de las matemáticas y la filosofía (su tesis doctoral fue sobre Benjamín). Su teatro, igual que el de otros autores como Angélica Liddell, Rodrigo García, Galcerán o Benet i Jornet, se representa en muchos países donde parece que se respeta más la cultura española que aquí. Donde, y esto es muy significativo, por falta de una producción elemental, la obra de Mayorga no se pudo llevar al cine (“el instituto de la película se habría podido llamar Benito Pérez Galdós”, señala Mayorga).

CINE

En el área del cine antes de nada hay que hablar también de los duros recortes sufridos en el 2012 que van a continuar en el 2013. En los presupuestos Generales del Estado de 2013 la dotación del ICAA (Instituto de las Artes Cinematográficas y las Artes Audiovisuales) va a volver, pues, a sufrir una de las peores partes del recorte con una bajada del 30% cuando ya en 2012 se había perdido un presupuesto del 35% con respecto a 2011.. De esta partida del ICAA salen las aportaciones a los tres festivales (San Sebastián, Málaga y Huelva). El mundo del cine está esperando a que acabe 2012 para valorar la repercusión, negativa, de la subida del IVA del 8% al 21% como gota que ha colmado el vaso de un mercado muy tocado. Ahora ha repercutido en las entradas que han subido alrededor de dos euros por lo que mucha gente no consume más cosas (¡muchos cines generaban mayores ingresos en la máquina de las palomitas que en la venta de entradas!). Ha habido ya despidos y cierre de salas y habrá más porque estas decisiones tardan tres o cuatro meses. Además, los cambios que se plantean en el sistema de ayudas al cine han provocado una gran inquietud en el sector: la política cinematográfica no se muestra clara y todo depende de lo que decida Hacienda con el dinero.

En lo que se refiere a la cartelera de cine madrileña, sin embargo, a pesar de todos estos problemas del sector, ha habido buenas películas y al menos me gustaría señalar algunas. La primera es precisamente la que he citado antes, En la casa, de Ozon (1967), una película excelente y una de las mejores sino la mejor en la ya larga trayectoria, algunos la llaman estajanovista, de este director. Esta es una turbadora película que trata de las relaciones de un profesor de literatura de instituto frustrado en su carrera literaria y su brillante alumno que bajo su aspecto de querubín esconde una gran perversidad. El profesor bastante amargado por el embrutecimiento de sus alumnos descubre en una redacción hecha por aquel sobre la vida familiar de un compañero signos de talento narrativo. Entonces, el profesor, que recobra las ganas de enseñar, se va enganchando a los sucesivos relatos del alumno sobre esa familia. Así, a través de los textos del alumno y las lecturas del profesor, nos encontramos ante la relación de dos personajes complementarios y contradictorios pero sin llegar a saber qué parte hay de ficción y qué parte de realidad hay en esas historias perversas que le cuenta el mefistofélico alumno a su asombrado profesor. Ambos papeles están magníficamente interpretados, sobre todo el del profesor, por Fabrice Luchini y Ernst Umhauer. Paralelamente, la mujer del profesor (magnífica también Kristin Scott Thomas), que lee también las redacciones, tiene una galería, en las que se llevan a cabo exposiciones que aprovecha el profesor para lanzar diatribas contra el arte contemporáneo. Como telón de fondo aparece una crítica de la clase media y sus usos y costumbres. Esta extraña historia logra mantener la tensión desde el principio al final aunque aquí la crítica no se pone de acuerdo y algunos piensan que esto solo lo logra en la primera hora de película y el desenlace no responde a las expectativas del desarrollo. A mí me encanta el triste final de tan morboso juego

La segunda película que me ha gustado mucho y que no tiene nada que ver con la anterior, es la última de los hermanos Taviani. En César debe morir estos octogenarios cineastas dan una muestra especial de juventud de tal manera que casi parece que están empezando a hacer cine cuando en realidad están al final de una exitosa carrera desde la mítica Padre, patrón. Estos directores, en plan años setenta, se han metido, aprovechando un programa carcelario del que les ha hablado una amiga suya que ha llorado con una obra de Dante, en una cárcel italiana de Roma de máxima seguridad para realizar lo que puede parecer un documental pero es una auténtica película de ficción. El objetivo es que los presos escenifiquen “Julio César” de Shakespeare sin salir del recinto carcelario. El resultado es deslumbrante: los espacios de la prisión son aprovechados al máximo para mostrar las interpretaciones de los presos que se interpretan a sí mismos, sus condiciones de vida, y a los personajes de la obra del bardo. Así se crea un imaginativo juego de espejos entre la realidad y la ficción, entre el mundo carcelario y su realidad intramuros y el universo poético de la obra teatral presidida por el destino. O como dicen los Taviani: “sentimos la necesidad de descubrir a través de una película cómo podía surgir una interpretación tan bella de las celdas de una cárcel, de unos marginados alejados de la cultura”. Por ello, le sugirieron esta obra a Fabio Cavalli, el director que trabajaba con los presos. La impresionante interpretación de estos presos del ala de máxima seguridad, presos que pertenecían a las distintas Mafias condenados a cadena perpetua, que hablan en sus dialectos, es emocionante. Tanto que llega a transformar sus vidas: “Hasta que no descubrí el arte no me di cuenta de que esta celda es una auténtica prisión”, dice uno de los presos casi al final de la película. Frase estremecedora dónde las haya la de este preso. Otro preso que ya ha salido de la cárcel se ha convertido en un actor muy conocido. La película ganó merecidamente el Oso de Oro en el pasado Festival de Berlín. ¡Gran cine!

La tercera película, que no alcanza el nivel de las anteriores, es La parte de los ángeles del director de cine Ken Loach, quién persiste, en compañía de su guionista habitual Paul Laverty, en su crónica de las clases menos favorecidas desde los tiempos de la Thatcher y su comienzo del desmantelamiento de los servicios públicos. En esta divertida película se centra ahora en cuatro desheredados condenados por un juez a trabajos comunitarios con un tutor que les va a dar una segunda oportunidad a sus marginales vidas. Loach trata este tema con humor (algún crítico ha dicho a lo Capra) sin forzar el realismo ni la ideología. Sus personajes nos parecen muy reales y sobre todo muy auténticos y el director sigue sin bajar la guardia crítica frente a los atropellos del sistema. Los actores no profesionales dan una lección de profesionalidad en este relato que a veces bordea lo inverosímil. Loach los lleva nada menos que a una cata de whisky de lo más sofisticado en una destilería del norte de Escocia. Allí van a tener a partir de su ingenio, y del olfato de uno de ellos, la posibilidad de encontrar un camino en sus vidas jugando con las contradicciones y corrupciones del sistema. Así se insinúa un posible futuro mejor para ellos.



Trasversales