Trasversales
Ángel Rodríguez Kauth

Hugo Chávez, pesar latinoamericano y mundial


Revista Trasversales número 28 marzo 2013  (web)


Profesor Extraordinario en la Facultad de Ciencias Humanas de la Universidad Nacional de San Luis, Argentina.



En el N° 55, del año 2000, la Revista Iniciativa Socialista, que se publicaba en Madrid, editó un artículo mío titulado “La izquierda latinoamericana y el populismo chavista”. Como aquel título no dejará dudas, fue una fuerte crítica a la figura de un Coronel venezolano que aparecía en el horizonte latinoamericano como un revulsivo en la política de la región.

¿Cómo fue que los que ocupamos el arco político de la izquierda no lo íbamos a rechazar y hasta repudiar, si Chávez era un militar que llegó al poder de maneras que no nos resultaban muy claras? Para los latinoamericanos -y particularmente para los sudamericanos- él representaba lo peor del militarismo golpista que tanto nos hicieron padecer por estas tierras con sus arrogancias autoritarias. Decenas de miles de muertos, desaparecidos, exiliados y desplazados de sus trabajos -en el Cono Sur- fuimos un fiel testimonio de quienes sufrimos a esos dictadores hasta pocos años antes de su aparición en el escenario político de una región que estaba comenzando a recuperarse de los dolores y angustias que nos produjeron las lustrosas botas de los militares que nos pisoteaban, no solamente en nuestros cuerpos sino sobre todo en nuestra dignidad.

Pero los humanos somos -afortunadamente- seres dialécticamente cambiantes, somos individuos proteicos, salvo que seamos muy cerrados de entendederas. Con el paso del tiempo yo cambié en mi imagen de él y el Presidente Hugo Chávez también fue cambiando en sus políticas. Ambos cambiamos casi en simultáneo, es decir, rápidamente Hugo Chávez iba adoptando la imagen de un líder progresista, se definió como socialista y hasta llegó a hacerlo como comunista. Estas no fueron solamente cuestiones de retórica verbal de quien simula hipócritamente lo que no es para, de tal forma, ganarse los favores populares; sino que se trató de asumir medidas -tanto en su plano nacional, como en el internacional que mucho le interesaba- políticas claramente efectivas, todas ellas de neto corte antiimperialistas y anticapitalistas.

Chávez -antes de realizar esto último- venía con antecedentes de ser un militar golpista. El 4 de febrero de 1992 lideró a unos trescientos paracaidistas en un frustrado golpe de Estado en contra del entonces presidente Carlos Andrés Pérez. Hugo Chávez, al rendirse a las fuerzas leales, lo hizo con la condición que le permitieran dirigirse al pueblo por televisión. Entonces pronunció una frase histórica, que implicaba una advertencia: “No logramos los objetivos... por ahora”. Por haberse levantado militarmente contra el poder constitucional terminó en prisión, más dos años más tarde el gobierno del Presidente Rafael Caldera lo indultó. Y por eso debió pedir la baja del Ejército con el grado de Teniente Coronel.

Sin embargo, Chávez se metió de lleno en política, para lo cual creó el Movimiento Bolivariano Revolucionario y con el se presento a las elecciones presidenciales de 1997. Tuvo varios lemas, algunos de ellos fueron: “Contra la corrupción”, “Por la Asamblea Constituyente”, “Por la defensa de las prestaciones sociales”, “Gobierno bolivariano ahora”. Y Chávez llegó en 1998 a ser Presidente con el respaldo mayoritario de los votantes empobrecidos, los que siempre fueron excluidos y también de algunos sectores medios.

Chávez fue capaz de reinscribir la historia latinoamericana, nos hermanó a través de la patria latinoamericana y caribeña, poniendo de manifiesto las utopías soñadas por los libertadores del yugo colonial, como fueron hace más de un siglo Simón Bolívar y José Martí -y más tarde, entre otros- por las del olvidado pensador y activista peruano, José Carlos Mariategui, todos ellos con sus propuestas antiimperialistas. Pero no fueron solamente los extensos discursos de Chávez -en los que nunca dejó de evocar la figura señera de su compatriota, el libertador S. Bolívar- los que nos convencieron, sino que básicamente fue su política internacional la que nos sedujo a los izquierdistas.

Chávez fue un fenómeno político que no se dio aislado en nuestra región, aunque con él comenzó a ser encarnada la Revolución Bolivariana, fue el pionero de gobiernos progresistas en ella. Con el inicio del nuevo milenio se vio fuertemente acompañado por otros líderes latinoamericanos, primero fue por Lula da Silva, en Brasil, y -desde 2003- por el argentino Néstor Kirchner. Entre ellos inicialmente conformaron un eje político antiimperialista a partir de la integración regional y a ellos se les fueron sumando el Presidente indígena de la nueva República Plurinacional de Bolivia, Evo Morales, el ecuatoriano Rafael Correa y el depuesto -por un golpe de Estado institucional- Presidente paraguayo Fernando Lugo.

Previamente a haberse sumado estos últimos presidentes citados, se realizó la IV Cumbre de las Américas en Mar del Plata, durante 2005. Pese ha tener una agenda prevista la Cumbre fue desviada de sus objetivos originales para tratar el tema del ALCA, a instancias de los Estados Unidos -representado por el polémico Presidente G. W. Bush- y por Canadá. En la Cumbre se destacó la figura de Chávez cuando expresó “El ALCA… al carajo” y, asimismo, fue destacable su participación en la paralela III Cumbre de los Pueblos, la “anticumbre”, en la que también tuvo una presencia destacada cuando se escapaba de la IV Cumbre oficial y ahí propuso la Alternativa Bolivariana para América, más conocida como el ALBA. Chávez no concebía a esta organización como un negocio simétrico desde una perspectiva económica tradicional, sino como un sistema de relaciones solidarias basadas en la cooperación entre las partes.

Más tarde todos estos presidentes fundaron la UNASUR (Unión de Naciones Suramericanas), esto ocurrió en el año 2008, junto a los Presidentes de Chile, Perú, Surinam, Guyana y Colombia, representando a más de 400 millones de habitantes del subcontinente. Esta organización se planteó los siguientes objetivos de base:

1) fortalecer el diálogo político entre sus Estados, lo que asegurará un espacio de concertación para reforzar la integración suramericana y la participación de UNASUR en el escenario internacional;

2) el desarrollo social y humano con equidad e inclusión para erradicar la pobreza y superar las desigualdades en la región;

3) erradicar el analfabetismo, el acceso universal a una educación de calidad y el reconocimiento regional de estudios y títulos;

4) integración energética para el aprovechamiento integral, sostenible y solidario de los recursos de la región;

5) el desarrollo de una infraestructura para la interconexión de la región y entre nuestros pueblos de acuerdo a criterios de desarrollo social y económico sustentables;

6) la integración financiera mediante la adopción de mecanismos compatibles con las políticas económicas y fiscales de los Estados miembros;

7) protección de la biodiversidad, los recursos hídricos y los ecosistemas, así como la cooperación en la prevención de las catástrofes y en la lucha contra las causas y los efectos del cambio climático;

8) el desarrollo de mecanismos concretos y efectivos para la superación de las asimetrías, logrando así una integración equitativa;

9) la consolidación de una identidad suramericana a través del reconocimiento progresivo de derechos a los nacionales de un Estado miembro residentes en cualquiera de los otros Estados miembros, con el fin de alcanzar una ciudadanía suramericana;

10) el acceso universal a la seguridad social y a los servicios de salud;

11) la cooperación en materia de migración, con un enfoque integral, bajo el respeto irrestricto de los derechos humanos y laborales para la regularización migratoria y la armonización de políticas;

12) la cooperación económica y comercial para lograr el avance y la consolidación de un proceso innovador, dinámico, transparente, equitativo y equilibrado, que contemple un acceso efectivo, promoviendo el crecimiento y el desarrollo económico que supere las asimetrías mediante la complementación de las economías de los países de América del Sur, así como la promoción del bienestar de todos los sectores de la población y la reducción de la pobreza;

13) la integración industrial y productiva, con especial atención en las pequeñas y medianas empresas, las cooperativas, las redes y otras formas de organización productiva;

14) la definición e implementación de políticas y proyectos comunes o complementarios de investigación, innovación, transferencia y producción tecnológica, con miras a incrementar la capacidad y el desarrollo científico y tecnológico propios;

15) la promoción de la diversidad cultural y de las expresiones de la memoria y de los conocimientos de los pueblos de la región, para el fortalecimiento de sus identidades;

16) la participación ciudadana a través de mecanismos de interacción y diálogo entre UNASUR y los diversos actores sociales en la formulación de políticas de integración suramericana;

17) la coordinación entre los organismos especializados de los Estados miembros, teniendo en cuenta las normas internacionales, para fortalecer la lucha contra el terrorismo, la corrupción, el problema mundial de las drogas, la trata de personas, el tráfico de armas pequeñas y ligeras, el crimen organizado transnacional y otras amenazas, así como para el desarme, la no proliferación de armas nucleares y de destrucción masiva, y el la destrucción de minas;

18) promoción de la cooperación entre las autoridades judiciales de los Estados de UNASUR;

19) el intercambio de información y de experiencias en materia de defensa;

20) la cooperación para el fortalecimiento de la seguridad ciudadana, y

21) la cooperación sectorial como un mecanismo de profundización de la integración suramericana, mediante el intercambio de información, experiencias y capacitación.

Como se puede ver a través de la lectura sintética de estas propuestas, ellas no son poca cosa y revelan una auténtica vocación de progreso e integración.

Posteriormente Chávez fue uno de los principales artífices para la conformación de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) -que se constituyó en el año 2010- y que contó con la presencia de 33 mandatarios de región, destacándose la de su amigo e inspirador político: Fidel Castro, cuyo país, Cuba había sido expulsada de la OEA. En dicha reunión, además se produjo la ausencia de los EEUU y Canadá, por no haber sido invitados. A la muerte de Chávez la CELAC emitió un comunicado en el que expresaba que para la dicha organización Chávez “fue uno de sus principales fundadores e impulsores, el ejemplo de Chávez nos alienta a redoblar nuestros esfuerzos en pro de la unidad, la cooperación, la solidaridad y la integración latinoamericana y caribeña.

A su vez, con el nuevo siglo, en enero de 2005, Chávez “inventó” lo que él llamó el Socialismo del Siglo XXI, cuando planteó tal idea en el V Foro Social Mundial, el que fue realizado en Porto Alegre entre el 26 y 31 de enero. La clave del “Socialismo del Siglo XXI” la comenzó a forjar a partir de la lectura de un libro del sacerdote y científico francés Pierre Teilhard de Chardin, pudiendo observar ahí que el marxismo y el cristianismo no necesariamente debían marchar enfrentados por los senderos de la historia, sino que lo podían realizar caminando de la mano hacia un futuro más justo y equitativo. Un año más tarde afirmó “Hemos asumido el compromiso de dirigir la Revolución Bolivariana hacia el socialismo y contribuir a la senda del socialismo, un socialismo del siglo XXI que se basa en la solidaridad, en la fraternidad, en el amor, en la libertad y en la igualdad. Chávez entendió que este nuevo socialismo debía construirse desde abajo hacia arriba, que debería tener raíces indoamericanas y que las mismas nunca serían predeterminadas.

La concepción acerca del Socialismo del Siglo XXI es una de las fases en la construcción de la Revolución Bolivariana. El Socialismo del Siglo XXI no es sinónimo de la tercera vía -como sugería la socialdemocracia europea- sino que es una vía distinta, sin reiteraciones retóricas innecesarias y que sólo han de depender de la construcción hechas día a día por su pueblo.

En definitiva, con ello se hicieron plausibles las palabras de Rosa Luxemburgo, cuando sostenía que “La libertad sólo para los que apoyan al gobierno, sólo para los miembros de un partido (por numeroso que éste sea) no es libertad en absoluto. La libertad es siempre y exclusivamente libertad para el que piensa de manera diferente.

Es verdad, cuando en 1998 era elegido Presidente de su país con una promesa que venía madurando a su interior: era la de alcanzar una Venezuela sin pobres. Entonces muchos no le creíamos porque era un “milico”, pero con rápidas medidas estratégica logró que las Fuerzas Armadas de su país dejaran de estar -como siempre lo habían estado- al servicio de los poderosos que eran manejados como títeres por el gran titiritero sentado al norte del Río Grande y él las puso al servicio de las necesidades e intereses del pueblo llano venezolano. Es decir, concretó su ilusión de unas Fuerzas Armadas Revolucionarias.

Su proyecto de una Venezuela sin pobres comenzó a concretarse con la inclusión política, social, económica y cultural de los sectores más desprotegidos de su país. Esto lo inició integrando a más de dos millones niños a la escolaridad obligatoria; con la construcción de viviendas para los ciudadanos que habitaban las “tablitas” -también conocidas en otras partes como “villas miserias” o “chabolas”- con lo cual se recuperaba la dignidad de millones de personas que habían perdido las esperanzas, que no fueran otra cosa que morir. Pero también el gobierno de la Revolución Bolivariana se ocupó de la salud de su pueblo, para lo cual contó con la valiosa colaboración del gobierno revolucionario de Cuba, el que le facilitó profesionales médicos y de enfermería para orientar la creación de hospitales y centros regionales de salud, como así también posibilitaron con sus conocimientos a la formación de profesionales que orientaran su saber hacia la salud pública, especialmente en el área de la participación comunitaria en la prevención sanitaria.

Con todas estas medidas Hugo Chávez logró la inclusión de las minorías que se encontraban invisibles a los ojos de las pequeñas -pero poderosas- oligarquías vernáculas y que simultáneamente estaban apoyadas y financiadas por las empresas imperialistas foráneas, las que explotaban la riqueza petrolera hundida a poca distancia del suelo; como asimismo por sectores de una intelectualidad de cipayos afectados por el virus de la falsa conciencia.

Quizás la mayor deuda que Chávez dejó para con su pueblo es la escasa industrialización que se produjo en territorio venezolano. Es verdad, ése país fue dotado por la bendición de estar depositado sobre un lago de petróleo. Y fue sobre el tema del “oro negro” en que en 1998 Chávez dirigió sus cañones a redistribuir el ingreso petrolero y, al respecto, expresó: “Por allá, en los años ’60, comenzaron a repartir tierras y títulos. No llegó a los campesinos el beneficio del petróleo. No puede ocurrir más: ése es uno de los principios de la Constitución Bolivariana y Revolucionaria”. Posteriormente, en un referéndum realizado un año más tarde, la mayoría de su pueblo aprobó la nueva Constitución que contemplaba que la empresa PDVSA mantuviera el monopolio de los hidrocarburos depositados en el subsuelo del país. 

Dos de los más grandes reproches que se le han hecho a las sucesivas administraciones de Chávez han sido: 1°) el de haber coartado la libertad de expresión de los medios de comunicación de masas. Esta es una crítica injusta salida de las entrañas de las grandes corporaciones trasnacionales de multimedios. Es verdad, en 2007 el gobierno no le renovó su licencia a Radio Caracas Televisión (RCTV) por violar la ley que regula el ejercicio del periodismo. Sin embargo, en Venezuela el 85 % de los medios de comunicación están en manos privadas. En 2005, el presidente Hugo Chávez creó la señal de televisión TeleSur, la cual emite para todo el continente bajo el lema: “Nuestro Norte es el Sur”, como una prueba más de la integración regional -en este caso de las noticias- que pretendía llevar adelante el Comandante Hugo Chávez y que con muchas esperanzas abrigamos el deseo que se continúe por la voluntad de un pueblo que ha hecho suyas las consignas revolucionarias. Un chavismo sin Chávez es posible y deseable para nuestros pueblos.

El otro reproche fue el de que Chávez había sido un gobernante antidemocrático, pese a ello, Chávez se presentó a ser juzgado por el electorado venezolano en quince oportunidades y solamente fue derrotado en el referéndum para la reforma constitucional de 2007. Asimismo, a través de los constituyentes del “Partido Socialista Unido de Venezuela” se logró incluir -en 1999- en el texto de la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela un artículo dedicado a una institución inédita para las partidocracias neoliberales que mucho hablan de la voluntad popular, pero que no creen en ella ya que muy poco hacen para respetarla. Se trató de la “revocatoria de mandato” -a la cual se sometió en 2004- bajo el texto del artículo 72 de dicha Constitución, que reza así “Todos los cargos y magistraturas de elección popular son revocables. Transcurrida la mitad del período para el cual fue elegido el funcionario o funcionaria, un número no menor del veinte por ciento de los electores o electoras inscritos en la correspondiente circunscripción podrá solicitar la convocatoria de un referéndum para revocar su mandato”. Vale decir, esta crítica también careció de fundamentos certeros.

Por último debo confesar que yo también modifiqué mi manera de observar las diversas realidades políticas. Con esto me refiero a la concepción reaccionaria que tuve hasta hace unos años con respecto al populismo. Respecto a este tema quiero explayarme un poco como forma de reconocer que en su momento estigmaticé al gobierno de Chávez cuando lo acusé de “populista”.

En las ciencias políticas contemporáneas se utilizan algunos subterfugios para sortear la consigna funcionalista de una supuesta “objetividad”. Tal el caso al que haré referencia cuando se estudian el tipo de redes de relaciones establecidas entre el pueblo de a pie con sus dirigentes o líderes políticos, como es el caso del llamado “populismo”. Este no es más que el uso de un sustantivo -con carácter peyorativo- que se emplea desde perspectivas aristocráticas en decadencia -o de una pequeña burguesía intelectual- en especial desde los sectores elitistas del conocimiento bien relacionados con esferas del poder. Al término se lo usa para referirse a lo que sucede en el campo de lo popular, es decir, en el del pueblo llano, en especial en el del proletariado y en cuanto a las relaciones que se mantienen con quienes los conducen de un modo no ortodoxo para los cánones de lo que se considera -desde las cúpulas del poder institucionalizado- como “políticamente correcto”.

Al vocablo se lo ha usado -y se continúa utilizando- en el espacio geográfico de América Latina, tanto por analistas latinoamericanos como por estadounidenses o europeos con el objeto de hacer referencia -de un modo despectivo- a algunas experiencias políticas que se han ofrecido en el panorama político continental desde los años '40 del siglo pasado. Con él se acostumbra a designar a los “... movimientos políticos con fuerte apoyo popular pero que no buscan realizar trasformaciones muy profundas del orden de dominación existente, ni están principalmente basados en una clase obrera autónomamente organizadas" [Di Tella, T.: (2001) Diccionario de ciencias sociales y políticas. Ed. Emecé, Bs. Aires.]. Es decir, se los considera como organizaciones políticas que son caracterizadas eufemísticamente como por lo que se conoce como “guiñar la luz de giro hacia la izquierda y luego doblar a la derecha”.

Populismo se asocia con otros términos también peyorativos, como los de “caudillismo”, “cesarismo” o “carismático”. Por eso a la organización de movimientos políticos de base obrera autónoma no se los consideró populistas, como fueron los partidos socialistas, comunistas y los movimientos anarquistas surgidos a fines del siglo XIX, pero que nunca lograron asumir el poder con el apoyo de sus pueblos. Comenzaron a tener la designación de “populistas” los Partidos entronizados en el poder desde la figura de un dirigente que transfería los símbolos de poderío de un modo casi monárquico, o con la anuencia del Partido gobernante.

Pero más allá de estas consideraciones, lo cierto es que de todos ellos el chavismo venezolano, el kirchnerismo argentino y el evismo boliviano han sido y son movimientos con los cuales sus pueblos se sintieron identificados por primera vez en su historia en sus demandas y reclamos de una mayor y mejor justicia social en lo que se refiere especialmente a la distribución de la riqueza.

Es verdad, desde la ortodoxia marxista estos movimientos despreciados como “populistas” no son bien vistos debido a que ellos facilitan la impregnación de la falsa conciencia; pero también es cierto que los pueblos necesitan algo más con lo que alimentarse que de auténticas conciencias. El elitismo intelectual desprecia a estos movimientos “populistas” -salvo al castrismo, que no pierde ocasión en declararse marxista- porque ellos han roto con los moldes preconcebidos del academicismo del que se nutren. ¡Si no está en el Manual del perfecto marxista, entonces no sirve!

Lo que no advierte este intelectualismo de elites es que con sus monsergas contra algunos “populismos” -no todos obviamente, ya que hay algunos que son verdaderamente peligrosos -como lo fueron C. Menem en Argentina, A. Fujimori en Perú o A. Bucarám en Ecuador, pero a los que no se los criticaba porque fueron funcionales a los intereses neoliberales- únicamente logran hacerle el juego al imperialismo y a sus socios capitalistas. Ellos son los verdaderos adversarios de clase, los que deben estar en la mira de la lucha. Los llamados populismos pueden ser -si se sabe contemporizar con ellos- aliados formidables en la lucha contra el imperiocapitalismo. Todo es cuestión de dejar que la viña madure poniéndole piedras debajo del plantío para que sea más rápido el proceso, pero la estrategia no pasa por poner palos en la rueda de la historia que protagoniza el proletariado.

Hugo Chávez murió. Pero dejó un legado político insoslayable, el que se hizo notar en las exequias del líder bolivariano cuando millones de venezolanos -llegados desde los más lejanos lugares del país- asistieron a rendirle honores a quien tuvo el talento de hacerlos sentir dignos. Su legado fue el de crear una conciencia revolucionaria original, es decir, de una revolución sin armas, pacífica, que se expresará en las urnas.

Chávez no fue tonto, antes de morir tuvo tiempo de dejar un heredero para continuar con su proyecto nacional y popular. Nicolás Maduro será el encargado de llevar adelante la misión. Desde aquí me permito desearle el mayor de los éxitos en la dura empresa en la cual el mayor enemigo que tendrá está ubicado en Washington.




Trasversales