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La sociedad en movimiento: sí se puede


Revista Trasversales número 27 febrero 2013

Este texto es el proyecto de artículo editorial del nº 28 de Trasversales, que saldrá a finales de febrero. Tómese, hasta ese momento, como un adelante de ese nuevo número, en el que se prolongará el tema abordado aquí a través de reflexiones de activistas de la marea blanca, la marea verde, el movimiento stopdesahuicios, la marea violeta...



Hemos hablado de lo que ellos nos están haciendo. Dediquemos algún tiempo a pensar en lo que estamos haciendo y en cómo nos estamos rehaciendo.

Fuerzas sistémicas poderosas están decididas a empobrecernos y disciplinarnos. La precariedad es el horizonte colectivo que nos proponen. No está descartado que nos hundan en la miseria. Y, sin embargo, late un pulso que se opone a esa tendencia. No es una ilusión, es el poder activo de la gente. No está descartado que hagamos fracasar la estrategia de las élites políticas y económicas del capitalismo.

Que hay resistencia social no es una hipótesis, es un hecho. Lo que sí es una hipótesis, a contrastar con otras, es la idea de que el ciclo de luchas sociales iniciado en mayo de 2011 no es la traca final de un movimiento social que se agota, sino expresión de un emergente movimiento social diverso y transversal y de un proceso de transformación del imaginario social.

Ha surgido un nuevo activismo social. Cientos de miles de personas con escasa o nula experiencia en protestas sociales participan ahora activamente en movilizaciones de diverso contenido pero enfrentadas todas ellas a las medidas tomadas por el Gobierno o por grandes empresas. La primera gran oleada de ese activismo estuvo vinculada al espíritu del 15M, en un contexto transnacional marcado por las rebeliones del mundo “árabe”, pero el fenómeno impregnó a población con otras características culturales, generacionales y sociales, incluyendo, sobre todo a partir de mediados de 2012, a muchas personas que antes simpatizaban o al menos habían votado al Partido Popular.

Hay una marcada politización social. En todos los espacios de encuentro la cosa pública es la conversación. Desde hace mucho tiempo no había tantas personas pensando por sí mismas tan políticamente.

Se está constituyendo una amplia alianza social. Poco a poco se impone el sentimiento de que hay que sumar fuerzas y darse ayuda mutua. Esta tendencia se expresa en acciones comunes y en la simpatía y comprensión entre quienes hasta hace poco tiempo se ignoraban. Surge una nueva conciencia de cercanía social en la común precariedad y se tiende hacia una polarización entre “arriba” y “abajo”.

Las luchas sociales tienen ahora, en grados diversos, una fuerte componente de autonomía, horizontalidad y participación, cuestionando la división entre “dirigentes” y “dirigidos”. Una multitud activa, creativa, que genera modos multipolares de coordinación y de iniciativa social, desborda a todas las organizaciones estables ya existentes, sin prescindir de ellas pues también nos son necesarias. Así, por ejemplo, la marea blanca ha inventado su propia gobernanza, compleja y flexible, articulando la iniaciativa individual con las asambleas, los encierros, plataformas, coordinadoras, asociaciones, sindicatos, colectivos profesionales, etc. Las luchas sociales con estas características tienen un valor añadido a sus efectos inmediatos: transforman de forma duradera a quienes participan en ellas.

Nuestra sociedad está convulsionada por una mutación de la mentalidad social, causa y consecuencia de las transformaciones ya citadas. La lucha contra los desahucios y por el derecho a techo ha ganado ya la simpatía de más o menos el 90% de la población. El vínculo social con el sistema público de salud está cambiando, ya que lo antes era visto como un servicio dado por el Estado ahora tiende a verse como algo nuestro, potencialmente común más que estatal, algo que hemos construido colectivamente y que ahora nos quieren arrebatar.

La comprensión de lo positivo que tiene esta autotransformación no debe llevarnos al triunfalismo. Nuestras luchas son luchas de resistencia, que parten de la defensa de aquello que quieren quitarnos. Pero si resistimos no nos hemos rendido, y mientras nos defendemos vamos adquiriendo y compartiendo también una visión más crítica de este tipo de sociedad. Es cierto que pueden derrotarnos de forma duradera y echar por tierra gran parte de lo que estamos construyendo. Pero no está determinado que así ocurra. Nuestra determinación colectiva puede impedirlo. Sí, se puede. Por eso, porque se puede, son tan valiosas las propensiones positivas del movimiento social. Hay que cuidarlas y fomentarlas como “oro en paño”, sin ignorar limitaciones, riesgos, vacíos políticos e insuficiencias, pero sin minusvalorar lo mucho que significan y sin ponerlas en peligro con sectarismos, conservadurismos, aventurerismos, intereses particulares o dogmatismos.

No es cierto que “como tienen mayoría absoluta parlamentaria les dan igual nuestras luchas y protestas”. Nuestras luchas y protestas no les son indiferentes. Por ello están articulando reformas legislativas autoritarias. La movilización y los cambios en el imaginario social han llevado al desprestigio del conjunto de las instituciones controladas por las élites políticas y económicas, a una crisis de régimen de hecho. Han llevado también a una sana y necesaria ruptura de los vínculos de confianza de las y los de “abajo” hacia los de “arriba”.

En las últimas décadas ningún gobierno ha sido deslegitimado en tan poco tiempo como el presidido por Rajoy, pese a que antes, pero en un plazo más largo, también termino incinerado el de Zapatero, y pese a que en el ámbito institucional aún no hay una efectiva oposición política. Los mecanismos de hegemonía política y cultural se desmoronan, por lo que las élites del capitalismo profundizan los rasgos autoritarios y antidemocráticos de las oligarquías parlamentarias mientras que debilitan los que protegen libertades y derechos. Saben que el proceso constituyente social que se ha puesto en marcha se orienta hacia un proceso destituyente político, pese a la ausencia de referentes “sustitutivos”. La confrontación abiertamente política es inevitable y de hecho ya está en marcha. Al desafiar sus políticas y desobedecer sus órdenes hemos empezado a desafiar su poder.

Las condiciones en que se produzca la confrontación en ciernes nos serán tanto más favorables cuanto más hayamos sabido darle una dimensión europea y transnacional y cuanto más entendamos que no estamos luchando sólo contra una banda de estafadores sino contra un sistema de dominación social basado en la apropiación privativa de la riqueza y del poder por una pequeña minoría. Quienes así lo pensamos debemos decirlo y explicarlo, sin que, claro está, esa opinión sea precondición de la alianza social y la unidad de acción, basadas en lo que nos une.



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