Trasversales
José M. Roca

Viviane Forrester (1925-2013)

Revista Trasversales número 28, mayo 2013 (web)

Textos del autor
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En el mes de abril, casi a la vez que Margaret Thatcher, murió en París la escritora y ensayista francesa Viviane Dreyfus, más conocida por Viviane Forrester, el apellido de su segundo marido. Había nacido, como Thatcher, en el año 1925, pero a diferencia de la primera, había disfrutado de una lúcida vejez.

Sus vidas ofrecen dos trayectorias opuestas, mejor aún, contrapuestas, como resultado de haber elegido caminos divergentes y haberse situado en bandos ideológicos, políticos y morales opuestos. Thatcher optó por servir al minoritario grupo de los más ricos, a los que, con sus teorías y su práctica política, preparó el terreno para mejorar la dominación sobre el mundo que era necesaria para aumentar continuamente sus ganancias, mientras Forrester optó defender a los asalariados y los desheredados (fue cofundadora de ATTAC) advirtiendo sobre los horrores que se iban a derivar del mercado desregulado, propugnado por el dogma neoliberal y la llamada revolución conservadora. En sus libros, con una visión lúcida y una voz casi profética, denunció y anunció lo que se avecinaba: el nuevo orden mundial que se estaba gestando de manera secreta, y que ha mostrado claramente su rostro inhumano con el estallido de la crisis y las antipopulares medidas de austeridad selectiva (siempre hacia abajo) arbitradas por el Fondo Monetario Internacional (FMI), la Comisión Europea y el Banco Central Europeo, con el pretexto de salir de la crisis.

En El horror económico, un libro sobre economía pero poético, escrito con extraordinaria lucidez no exenta de rabia, advierte, ya en 1996, sobre asuntos que hoy son motivo permanente de discusión y preocupación: En muchos casos, las potencias económicas privadas suelen dominar las deudas de Estados, que, por eso mismo, dependen de ellas y están sometidas a su arbitrio. Dichos Estados no vacilan en convertir las deudas de sus protectores en deuda pública y tomarla a su cargo. A partir de entonces esas deudas serán pagadas, sin compensación alguna, por el conjunto de la ciudadanía. Qué ironía: recicladas en el sector público, estas deudas del sector privado aumentan la deuda que incumbe a los Estados, colocando a estos más que nunca bajo la tutela de la economía privada (p. 35).

Advierte contra la indiferencia, contra la pasiva contemplación del desastre, pensando que no nos va a alcanzar, porque esa lógica implacable lleva a prescindir de todos los que no sean utilizables. En ese contexto, los “excluidos”, la masa abigarrada de los marginados, caso forma el embrión de esas multitudes que podrían constituir nuestras sociedades futuras si se siguen desarrollando los esquemas actuales. Todos o casi todos podríamos formar parte de esas multitudes (p. 45).

Una mayoría de seres humanos ha dejado de ser necesaria para el pequeño número de que, por regir la economía, detenta el poder. Según la lógica dominante, multitudes de seres humanos carecen de motivo racional para vivir en este mundo, donde, sin embargo, llegaron a la vida (p. 31).

¿Es necesario “merecer” el derecho de vivir? Una ínfima minoría, provista de poderes excepcionales, propiedades y derechos considerados naturales, posee de oficio ese derecho. En cambio, el resto de la humanidad, para “merecer” el derecho de vivir, debe demostrar que el “útil” para la sociedad, es decir, para aquello que la rige y la domina: la economía confundida más que nunca con los negocios, la economía de mercado. Para ella, “útil” significa casi siempre “rentable”, es decir, que proporcione ganancias a las ganancias. En una palabra, significa “empleable” (“explotable” sería de mal gusto) (p. 15).




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