Trasversales
Miquel Monserrat

Revolución continuada en Egipto

Revista Trasversales número 29,  julio 2013 (web)

Textos del autor
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Los últimos acontecimientos ocurridos en Egipto han dado lugar a una situación extremadamente compleja. Escribo desde muy lejos de allí y sin compartir los riesgos que enfrenta la sociedad egipcia. Lo haré por tanto con prudencia y sin consejos para el activismo social democrático egipcio, sólo con solidaridad y admiración.

Uno de los errores más frecuentes de las izquierdas es pensar las revoluciones sociales "desde arriba", desde las "superestructuras" institucionales, ideológicas o partidistas, y no desde abajo, desde la "infraestructura social", desde la infinita diversidad de las gentes comunes. En el caso que nos ocupa, una variante de ese error sería pensar lo que ocurre en Egipto dando prioridad al choque entre Morsi y los jefes militares, en vez de hacerlo a partir de la gigantesta movilización social que alcanzó su cumbre este 30 de junio de 2013 (http://www.youtube.com/watch?v=XgAE2Om76H4), expresión de un acontecer revolucionario iniciado el 25 de enero de 2011 y vinculado a lo ocurrido recientemente en Brasil o Turquía, a lo que ocurrió en mayo de 2011 en España.

Con la revolución, de su lado. A partir de ahí, pensemos lo demás.

Podríamos hablar de una dinámica de revolución permanente en Egipto, pero me limitaré a decir "revolución continuada" o sostenida, ya que la primera expresión tiene muchas interpretaciones, especialmente en ámbitos de inspiración trotskysta, y no quiero meterme en ese berenjenal ahora. Egipto vive una dinámica continuada de revolución social desde abajo que, a través de flujos, reflujos y fases de soterramiento, se ha mantenido ya durante más de dos años y medio. No ha sido derrotada y sigue siendo el factor principal y avanzado de la situación, pues ni Mubarak, ni Morsi ni los nuevos gobernantes han logrado vencerla. Esa revolución es la que hace que ocurran cosas que nadie tenía previsto y que "los de arriba" hagan cosas que tampoco formaban parte de sus planes.

Este movimiento social fue capaz de librarse de Mubarak, pero no de sustituir al viejo poder por el poder de las/los sin poder. De hecho, como ha ocurrido ahora, el acto material de destitución de Mubarak (11/2/2011), bajo la apariencia de una renuncia, fue obra de los militares, que tutelaron la transición subsiguiente hasta la elección de Morsi como presidente. El remontaje institucional de un régimen de dominación elitista fue pactado por los mandos militares, los Hermanos Musulmanes y los gobernantes de las mayores potencias, como los de Estados Unidos, que no pueden ocultar su inquietud tras la destitución de Morsi aunque a la vez exploran otras vías. Al parecer, la embajadora de EEUU en El Cairo se ha reunido con los salafistas.

Más allá de la retórica, el régimen de los Hermanos Musulmanes no sirvió para liberar al pueblo egipto de la opresión capitalista ni contribuyó a la emancipación palestina. Lo que si hicieron fue agravar las lacras sociales, redistribuir los privilegios de siempre entre las viejas y nuevas élites, promover leyes y comportamientos "extra-legales" contra las mujeres, perseguir las huelgas y los derechos de las/los trabajadores, incentivar el odio y la violencia contra las minorías religiosas o la población no creyente.

Y la hoguera volvió a atizarse, sostenida sobre un activismo anónimo que ya había actuado en la rebelión de enero de 2011 y posteriores movilizaciones sociales. Un activismo inteligente, flexible, hambriento de justicia y libertad, con algunas formas de agrupación como el colectivo Tamarod. En algunos medios de izquierda se ha abordado una contraversia sobre si la movilización del 30 de junio de 2013 fue contra el islamismo político o contra el capitalismo salvaje; a mi entender, es una querella estéril, pues fue ambas cosas, todo movimiento social de este alcance es fruto de la convergencia de múltiples aspiraciones, en muchos casos complementarias y convergentes, en algunos otros antagónicas y destinadas a chocar frontalmente en el futuro.

De lo ocurrido el 30 de junio de 2013 algunos medios han dicho que se trató de la mayor movilización social en la historia de Egipto, precedida de una exitosa campaña de recogida de firmas lanzada por Tamarod. De la importancia de ambas acciones no se puede dudar, aunque sí de algunas de las cifras que se han manejado, que sinceramente me parecen muy exageradas. En todo caso, el 30 de junio fue un acontecimiento, un salto adelante en la dinámica de rebelión social en Egipto, en la que la "cuestión mujer" tiene un papel esencial, no sólo como "problema" sino ante todo como fuerza activa, ante la que ha vuelto a aparecer el uso de la violación de mujeres por grupos de hombres como arma política (una violación siempre es un acto político, lo peculiar en este tipo de casos es su carácter organizado conscientemente como acción política).

Basel Ramsis escribe en su blog, el 2 de julio, lo siguiente:

Otro gran día en nuestra historia. Manifestaciones impresionantes en todos los lugares. De nuevo las mujeres egipcias afirman que es 'La revolución de las mujeres'. La manifestación que estuve en ella, que duró casi cuatro horas, por barrios populares, la mayoría de ella eran mujeres de todo tipo y todas las clases sociales. A la vuelta de allí, vi lo mas gracioso, en una carretera principal de El Cairo, unas 200 mujeres de barrios pobres, con su ropa negra, tenían la carretera cortada, dejaban pasar coche por coche, han montado un escenario grande lleno de altavoces. Sentadas en el suelo con sus hijos, escuchando la música que sale del escenario, riendo, charlando y dan saludos a los coches que pasan. Esta era su protesta contra el régimen

baselramsis.blogspot.com.es

Y en eso llegó la intervención militar que destituyó a Morsi. Y surgieron las dudas en las izquierdas. Yo, al menos, he tenido y tengo dudas, muchas. Con ellas, diré mis impresiones.

En primer lugar, creo que la destitución de Morsi, como la de Mubarak, es una consecuencia del movimiento social. Ni en un caso ni en el otro los mandos militares se habían planteado "a priori" derrocar a los gobernantes. Tampoco se lo habían planteado los gobernantes de potencias occidentales como Estados Unidos, amigos de Mubarak y que ahora estaban bastante tranquilos con un gobierno islamista que ya había demostrado que no iba a causar muchos problemas con la "cuestión palestina" ni a atentar contra los intereses del capitalismo global.

La nueva oleada revolucionaria estaba haciendo insostenible el mantenimiento de Morsi, como hizo insostenible la continuidad de Mubarak. Pero el movimiento social no había aún madurado lo suficiente para disponer ya de una alternativa democrática de gobierno surgida desde la propia lucha. Tal y como ocurrió con Mubarak, los militares han ocupado un vacío, con el inequívoco propósito de controlar la situación y evitar el desarrollo de la revolución democrática y social recomponiendo una nueva arquitectura de alianzas de cara al mantenimiento de un sistema de dominación. Un alianza grotesca e inestable, mezclando, en sus orígenes, a militares, teócratas salafistas, corrientes "socialdemócratas" o nasseristas, "neoliberales" más o menos cercanos a las redes del capitalismo global.

La relación entre el movimiento social y las nuevas "autoridades" se presenta desde el comienzo como compleja y complicada. El pustch no es el método de las verdaderas revoluciones sociales. A su vez, la revuelta social no podía autonegarse a través de ningún tipo de alianza con Morsi, cuyo retorno victorioso estaría cargado de enormes peligros de producirse. La retirada de las calles habría sido el mejor favor que podía hacerse a los partidarios de Morsi y a los mandos militares, dejándoles el protagonismo. Entiendo, y me parece justo, que el movimiento se mantuviese en la calle, que sintiese como suya y celebrase la derrota de Morsi, porque en realidad fue obra esencialmente suya, lo que no quiere decir que la "nueva autoridad" deba ser vista como amiga ni que se avalen sus actos. Desde muy lejos tengo la impresión de que el movimiento rebelde se alegró de la destitución de Morsi, como se alegró de la de Mubarak, en unos casos sin ilusiones en sus sucesores y conscientes de que era su propia fuerza lo que estaba descolocando el tapete y que se avecinaban nuevos choques con nuevos gobernantes, y en otros con ilusiones que parece que se están desvaneciendo con mucha rapidez.

Algunos acercamientos a esta situación han tratado de establecer analogías que no considero adecuadas. Ya sea, por un extremo, con la "revolución de los claveles" portuguesa, ya sea, por otro, con golpes de Estado al estilo de los de Pinochet o Franco.

Las diferencias con la "revolución de los claveles" son obvias. El Movimiento de las Fuerzas Armadas, frente a lo que significaba la dictadura, tenía un carácter progresista y democrático (aunque nunca he dejado de pensar que el protagonismo militar en la revolución portuguesa, desde sus alas más vinculadas a la extrema izquierda hasta las más conservadoras, pasando por las de simpatías comunistas o socialdemócratas, tuvo posteriores efectos negativos sobre su desarrollo, pero no es posible elegir cómo se producen las revoluciones). La acción militar emprendida en la noche del 24 al 25 de abril de 1974 fue previa a la movilización social, que se desencadenó, masiva, al amanecer del 25, pese a los llamamientos del MFA a permanecer en las casas. Por el contrario, en Egipto la movilización social, tanto contra Mubarak como contra Morsi, no sólo ha precedido a la acción militar, sino que, en realidad, ha sido desencadenante de ésta, no en tanto que soporte al movimiento sino como medida preventiva para impedir la profundización de la revolución. Podría decirse que los mandos militares se han visto "obligados" a intervenir por la presión social pero que lo han hecho para conservar y reforzar sus propios intereses y privilegios y para paralizar la revolución. Cierto es que hemos visto escenas de tropa mezclada con la población bailando y celebrando la destitución de Morsi, pero eso es muestra de la influencia de la rebelión social sobre la tropa y no de una genérica "alianza" entre pueblo rebelde y un mando militar muy reaccionario.

En el otro extremo están los que hablan de golpe de Estado que debe ser condenado por derrocar a un gobierno elegido y exigen la restitución inmediata de Morsi. No tiene demasiado interés la discusión nominalista sobre el término "golpe de Estado" (por el momento prefiero considerarlo un pustch preventivo peculiar que puede evolucionar hacia un golpe de Estado más clásico, que ya no sería contra Morsi sino contra la revolución), lo importante es considerar su función, sin eludir el análisis de lo concreto . No creo que este pustch pueda ser homologado con la sublevación franquista de 1936 ni con el pinochetazo de 1973 en Chile.

La intervención militar destituyendo a Morsi quitó de en medio a un gobierno deslegitimado y antidemocrático ante el que se sublevaba gran parte de la población, aunque también contaba (y cuenta) con un apoyo popular considerable, lo que debe ser muy tenido en cuenta tanto por valores democráticos como para evitar baños de sangre. Echar a ese gobierno sin esperar a nuevas elecciones era, a mi entender legítimo, a la vista de lo que estaba haciendo, siendo el objetivo explícito de las luchas la convocatoria de nuevas elecciones, más limpias que las anteriores. Lo que pasa es que la destitución no fue ejecutada directamente desde el pueblo rebelde, sino que fue obra de una élite militar que actuó con miras a impedir el desbordamiento revolucionario; quizá pueda decirse que los militares reaccionaron bajo la presión de la rebelión pero en aras de sus propios intereses y con perspectivas antirevolucionarias. El putsch, a diferencia de los golpes de Franco o Pinochet, no fue una acción materialmente dirigida inmediatamente contra el movimiento social, sino contra quien en ese momento era su enemigo principal y preparaba una represión a gran escala, recurriendo no sólo al ejército y la policía, que habían participado antes en la represión de las luchas sociales bajo la presidencia de Morsi, sino también a sus propias milicias islamistas armadas, cada vez más agresivas. Podríamos decir, quizá, que el "golpe" se dirigió, en esta primera fase, contra quien en ese momento se mostraba como el primer enemigo activo de la revolución, pero que se dió con el objetivo de prevenir y desactivar la revolución.

En esas condiciones, la idea de que había que oponerse en la calle al "golpe" o defender a Morsi era absurda, tanto si se basa en la extravagante asimilación de los Hermanos Musulmanes con una corriente "progresista anti-imperialista" como si se basa en la concepción de que un gobierno surgido de elecciones no debe ser derrocado nunca y en ningún caso por vías no electorales, sea cual sea la calidad democrática de las elecciones y el comportamiento de ese gobierno a partir de ellas. Los gobiernos no elegidos son ilegítimos, pero no todo gobierno elegido es legítimo. No todo aquel que sustituye a un gobierno ilegítimo es por ello legítimo.

Tampoco se trababa, claro está, de comprometerse con los pustchistas ni de apoyar a los nuevos gobernantes, sino de seguir movilizándose de manera autónoma por la democracia y la justicia social, manteniendo el objetivo de nuevas elecciones en condiciones de mayor limpieza democrática. Eso es difícil de lograr sin asegurar la derrota definitiva del proyecto de Morsi y sin acumular fuerzas y prepararse para el enfrentamiento con el proyecto de los nuevos gobernantes. Creo, desde lejos, que la movlización debe seguir, aunque el movimiento debería tomar precauciones para eludir ser utilizado como carne de cañón al servicio de los otros protagonistas, así como eludir ser aplastado por el islamismo político teocrático o por los miitares, ambos enemigos de la democracia que, hoy por hoy, están mucho más organizados que el movimiento rebelde y con una capacidad de ejercicio de fuerza armada inmensamente superior a las posibilidades de autodefensa de la gente.

La declaración constitucional emitida por el nuevo presidente Adly Mansour, con métodos similares a los utilizados en declaraciones similares por los mandos militares en febrero de 2011 y por Morsi en noviembre de 2012, ha confirmado que los movimientos democráticos y rebeldes deben desconfiar radicalmente de las nuevas autoridades. La declaración constitucional ha sido denunciada como dictatorial por Tamarod, que ha afirmado su autonomía, aunque todo esto hay que tomarlo de forma muy provisional pues tengo la impresión de que "Tamarod" no es un bloque monolítico y que es tan difícil decir que Tamarod opina tal cosa como en España era atribuir tal o cual opinión al 15M. Lo que sí parece cierto es que la declaración asigna poderes incontrolados en varios ámbitos al nuevo poder. En su contenido no recoge las aspiraciones del movimiento del 30 de junio, sino que realizada cesiones a varias bandas, al Ejército, a los salafistas y a otras tendencias reaccionarias.

No corresponde a la revolución egipcia defender al viejo régimen ni defender al ahora en ciernes. Desde fuera, sin certezas, con modestia, sin consejos que dar, creo que su camino es propio, autónomo, y que será acosada por tendencias reaccionarias de todo tipo, aunque en tal o cual momento algunas de ellas querrán coquetear con la rebelión para ponerla a su servicio y después desactivarla o, si es preciso, exterminarla. Pero esta revolución tiene aún mucho por decir y por hacer. Es muy posible que en apariencia desaparezca durante algunas fases, es posible que algunos se apresuren a proclamar de nuevo que la rebelión ha fracasado, como ya hicieron tras la victoria de los Hermanos Musulmanes. Por mi parte, tengo una gran confianza en ella y tengo la impresión de que aún no se han librado las batallas decisivas. No niego que puedan perderse, pero creo que eso aún no ha ocurrido. Los objetivos del 30 de junio de 2013 no han sido cumplidos, pues lo que se pretendía no era echar a Morsi y ya está, sino alcanzar más democracia y justicia, lo que requería echar a Morsi. Los militares han echado a Morsi, pero aún no hay más democracia, ni más paz, ni menos violencia, ni más justicia, ni nuevas elecciones. Esas aspiraciones son las que podrían seguir alentando la rebelión y a partir de las que deben juzgarse los proyectos que emerjan.

Esta revolución ha sido capaz de echar a Mubarak, de hacer fracasar los planes de Soliman, de echar a Mori. Es una historia que no ha sido escrita en renglones rectos, sino en renglones torcidos, como siempre ocurre en la vida aunque no en los libros. Pero así son las verdaderas revoluciones, híbridas, mutantes, "monstruosas", impuras, sin que haya bandos integramente "buenos", sin que en ningún momento adopten la forma "ideal" del 99% contra el 1%. No por eso hay que dejar de tomar partido. El crimen no es tomar partido pese a las imperfecciones, el crimen es callar los crímenes que se cometan en nombre del bando propio y el mantenerlo como banda aunque esos crímenes dejen de ser ocasionales e incontrolados y se hagan esenciales al propio proyecto que cada bando representa.

Tomar bando. Ni por Morsi ni por Adly Mansour. Tomo bando por el movimiento del 30 de junio, por su autonomía, por su desarrollo, por su futuro. No sé qué camino seguirá el movimiento social y menos aún cuál debería seguir. Bastante difícil será definirlo allí mismo por sus protagonistas como para intentar hacerlo como "ciberturista político" desde tan lejos. Sólo digo que lo realmente complejo no puede simplificarse, que la realidad no puede ser encapsulada en dogmas o esquemas y que, pese a todo, sí tenemos información suficiente para simpatizar con el movimiento del 30 de junio, no con los teócratas o con los altos mandos militares.

Pensemos la revolución desde ella misma y desde sus gentes anónimas, no desde la geopolítica. Y no la pensemos para pontificar sobre lo que "la revolución" debe hacer consigo misma, sino para explorar qué podemos hacer en solidaridad con ella. Pensemos en ella, con un punto de partida: no la confundamos con ninguno de sus enemigos ni la atribuyamos los actos de éstos.