Trasversales
Francisco Miguel Colaço

Un mar demasiado grande con tantas sepulturas


Revista Trasversales número 29 octubre 2013 (web)



Centro de civilizaciones, de imperios y de religiones, a su alrededor se movieron pueblos, ejércitos, armadas, amantes, aspiraciones, sueños, democracias y dictaduras.

Lo que me lleva a escribir sobre este importante centro, cuna de la filosofia, de la democracia y del humanismo, es su reciente cambio de paradigma. Un mundo con una economia globalizada por las reglas de un mercado numérico, deshumanizado y acumulativamente monetarizado, es incapaz de absorver los impactos consecuencia de un injusto desarrollo multipolar, donde sólo las garantias de un bajo salario y ningún derecho, están asseguradas.

En un mundo global, con islas localizadas de superexplotación, que dan vida al mercado mundial, en este estadio de un capitalismo cada vez más disfuncional en su vertiente desarrollista, las víctimas continúan asomándose por millares y millones.

Asistimos al renacer de una especie de guerras púnicas, que desde 264 a 146 a.c., se proyectan al siglo XXI, ya no entre la República de Roma y la República de Cartago, sino en una secuencia migratória o una cuarta “guerra púnica” con millares de muertos, dentro de una Europa cada vez más fortaleza, cerrada sobre sí misma.

Europa, que “expolia” mercantilmente las riquezas naturales de otras partes del mundo, sobre todo de África, favoreciendo a las élites allí reinantes en detrimento de los pueblos y de las economias ancestrales existentes, creando desequilíbrios no sostenibles desde el punto de vista económico y humano, ofrece como única salida a una muerte cierta, la emigración para otras regiones del planeta, donde la garantia de vida parece ser mayor. Surge el Mediterráneo como último obstáculo a ese mundo, donde hordas de traficantes, oportunistas y asesinos se aprovechan de los pueblos hambrientos para cobrarles fortunas por la promesa de una travesía, ya clásica para la historia de este mar. Mar que tendrá que servir para unir y para juntar, pero que sigue siendo la sepultura de los pueblos a quienes destruyen su ecosistema, para después negarles la entrada en otras realidades económicas, la de los destruidores… La ironia de esta hipocresía humanitária es que, después de muertos, se les concede la nacionalidad tan querida por las víctimas, para darles un entierro “legal”, pero a los vivos y supervivientes les espera un campo de concentración antes de ser expulsados a sus países de orígen.

Tuvieron, Durao Barroso y el governante italiano, la respuesta por parte de los habitantes de Lampedusa, a esa hipocresía institucional. Más de trescientos, de una sola vez, merecían su visita y atención, pero muertos… Recibieron pues los epítetos de “asesinos”. Los pueblos no siempre se engañan, los gobernantes, a menudo.

Y se impone urgentemente la refundación democrática de la Unión Europea… y su cambio de políticas, que los atropellos a los derechos humanos y las víctimas provocadas ya son demasiados…